[Traducción de Emma Haley revisada por Asun López-Varela revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Como muchos de los autores victorianos, pero especialmente los más tardíos en la época, Marie Corelli, una de las novelistas Victorianas de principios del siglo más alabadas por el público, profesaba fervientemente una Cristiandad propia y ligada a su idiosincrasia. Como proclama Aubrey Leigh, uno de los personajes principales de The Master Christian (1900), «Hoy en día ya no hay Charles Kingsleys, pero si los hubiera, yo debería llamarme ‘Kingsleyita’». Dicho de otro modo, Marie abrazaba una forma cristianismo basada en ‘la esencia’, no institucionalizada. Lo dice con las siguientes palabras en boca de su personaje:

Una iglesia no es más que un edificio más o menos bonito o feo, según el caso, en el que generalmente hay un hombre que lee en tono de cantinela oraciones . . . y quizás otro hombre que predica sobre un texto cuyo significado simbólico está totalmente fuera de su horizonte . . . tal y como están las cosas no me siento en absoluto inclinada a la religiosidad: prefiero sentarme tranquilamente en el campo y escuchar sobre mí el gentil susurro de las hojas en su alegría y agradecimiento vital, que ponerme a escuchar a un ser humano que ni siquiera tiene la formación suficiente como para comprender las más simples enseñanzas de la naturaleza, y aún así tiene el valor de presentarse como portavoz de lo Divino. Mi aspiración principal en la vida ha sido, y todavía es, hablarles a aquéllos que andan buscando su fe perdida de éste y otros temas similares. Necesitan ayuda y yo quiero intentar ayudarlos a mi manera.» [133]

De manera apropiada, en The Master Christian (un libro muy piadoso), Corelli no sólo tiene como blanco de sus críticas al catolicismo de Roma, sino que también critica al protestantismo, aunque difiera de Roma en algunos aspectos. Por ejemplo, usa al joven reformador Cyrillon, para criticar de forma explícita tanto a la Iglesia como al protestantismo por obviar las instrucciones de Cristo:

Yo creo que SI creemos, tenemos que aceptar Sus órdenes, y éstas son bastante claras. ‘CUANDO ORÉIS, NO USÉIS VANAS REPETICIONES, COMO HACEN LOS PAGANOS, QUE PIENSAN QUE SERÁN ESCUCHADOS SÓLO POR SU PALABRERÍA. NO HAGÁIS, PUES, COMO ELLOS, PORQUE VUESTRO PADRE SABE QUÉ ES LO QUE NECESITÁIS ANTES INCLUSO DE QUE TENGÁIS QUE PEDIRSELO’. Si entendemos esto como mensaje de Cristo, Mensajero de Dios, ¿no estamos actuando deliberadamente en contra de todas sus directivas? ¡Vanas repeticiones! ¡La iglesia está llena, sofocada de ellas! ¡Cuando los curas nos dicen que tenemos que repetir veinte ‘Padreneustros’ como penitencia nos están diciendo que hagamos exactamente lo que Cristo nos dijo que no hiciéramos! Otro ejemplo de repetición vana es la terrible letanía de la iglesia protestante con su eterno «Buen Señor, líbranos (del mal)’. Además . . . piensa en estas palabras: «Cuando ores, NO SEAS COMO LOS HIPÓCRITAS que aman el orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles DONDE LOS DEMÁS PUEDEN VERLOS." ¿No asistimos Iglesias para ser vistos por los demás nosotros también?» [232]

En cualquier caso, los personajes atacan a la Iglesia Católica de manera más asidua a lo largo de la novela, y lo hacen desde todas las ópticas posibles en el mundo Victoriano. En ocasiones, su anti-catolicismo parece sólo una muestra del recelo y del odio hacia la iglesia católica que compartían la mayoría de los británicos, y que agitadores como William Murphy, «el popular apóstol anti-católico de la Inglaterra de los 1860s», manifestaban de forma especialmente estridente. Aubrey Leigh, la anglo-americana que Corelli utiliza como portavoz en la novela, parece tan radical como cualquiera de los miembros de la Logia Orange cuando jura que Inglaterra no será nunca Católica:

»¡No mientras yo viva!» dijo firmemente Aubrey . . . el peso de la predicación romana nunca va a recaer sobre Inglaterra mientras quede un solo hombre honesto. La conversión de Inglaterra . . . ¡El retroceso de Inglaterra! ¡Crees que es posible que una cosa así suceda sólo porque unos pocos clérigos equivocados deciden hacer caso al estúpido sentimentalismo de unas mujeres histéricas que usan en la iglesia trucos y baratijas paganas como incienso y velas! ¡Bah! Monseñor, no juzgue el espíritu interno de los ingleses por la imagen de unos tontos. Hay mucha más gente honesta, valiente y sensible en las islas británicas de lo que usted cree, y ¡a pesar de que nuestros enemigos extranjeros buscan nuestra caída, las semillas de SU decadencia no están todavía sembradas en nosotros!» [298]

Muchos ingleses de muy diferentes credos e ideologías temían, sentían aversión hacia la Iglesia de Roma, y desconfiaban de sus dictámenes por varias razones, entre ellas el mal gobierno del Papa sobre amplias zonas en Italia, la doctrina de la Infalibilidad Papal que se promulgó por aquellos años, su rechazo hacia la ciencia moderna y el re-establecimiento de la jerarquía Católica en Inglaterra. Muchos católicos y también no católicos se sintieron horrorizados por el Syllabus Errorum (1865) de Pío IX que condenaba como herético que en los países católicos se mostrara tolerancia hacia otros credos, afirmaba que ningún tipo de protestantismo podía ser reconocido como legítimamente cristiano, y que la propia libertad de opinión era un bien de valor. Pero en The Master Christian Corelli va mucho más allá de esta oposición religioso-política fundamentada, y acusa a los altos cargos de la jerarquía católica de considerar codiciosamente la conversión del Reino Unido en términos financieros!

¡Porque había y HAY muchos intereses en juego en la llamada «conversión de Inglaterra!... realmente se trata una de las maquinarias financieras más potentes jamás puestas en marcha en el planeta; si aquellos que tienen que manejar y controlar los eventos pudieran por un momento considerar el lado práctico de la cuestión y establecer cierto control en su avance antes de que sea demasiado tarde . . . Gherardi conocía la dimensión de las oportunidades de amasar grandes fortunas . . . y no sólo de amasar estas fortunas, sino también de obtener un gran poder. Tenía un gran plan para conducir las riquezas de América y Europa a la gran red de la Iglesia mediante el temor supersticioso y la intolerancia sentimental . . . y un opositor y enemigo como Aubrey Leigh, físicamente atractivo, con un talento para la oratoria como el que han tenido sólo unos pocos afortunados, capaz de influir por igual a mujeres y hombres . . . , y las mujeres, que como el mismo Gherardi supo reconocer, son las mayores aliadas del poder papal. Con cierta incomodidad, (Leigh) recordó a cierta heredera Americana bastante acaudalada a la que Gherardi había hecho creer que era bendecida y protegida por la Virgen María de un modo especial, y que, abrumada por la idea de su «protección celestial», había donado en su testamento un millón de libras esterlinas a un «santuario» del que él obtenía la mayor parte de los beneficios financieros. ¿Ahora se suponía que ella debía entrar dentro del halo del atractivo de Leigh y de sus enseñanzas, y revocar su legado?.

Dicho, en términos que el arrepentido Abbé, el personaje Carlyleyano usa para dirigirse a su selecta congregación parisina, «Una mentira se opone a las fuerzas de la Naturaleza, y estas fuerzas antes o después se activan para contrarrestarla. En este momento de rápido avance, estas fuerzas están empezando a moverse en contra de la Iglesia, ¿Por qué? ¡Porque su doctrina ya no es la de Cristo, sino la de Mammon!» [476]

En otras ocasiones, Corelli utiliza los argumentos típicos del protestantismo y acusa a la Iglesia de Roma de paganismo. Volviendo al parecido con Carlyle, hace que Aubrey Leigh observe que «se consideraba que el ritual (hindú) del Carro de Juggernaut había sido dispuesto por la divinidad . . . y el populacho miserable e ignorante, conducido por la manía histérica que habían creado y alimentado los sacerdotes de este dios, se arrojaba debajo, y así perecían miles de personas. La culpa no era SUYA, sino de los hombres que inventaron la farsa y causaron la masacre. ¡ELLOS tenían un ideal . . . los sacerdotes no! Pero el Carro de Juggernaut tuvo su fin . . . y ¡lo mismo pasará con Roma!» La comparación del el Juggernaut hindú no es la única que establece con una religión pagana. Porque como muchos anti-católicos victorianos, Marie fundamentalmente acusa al Catolicismo Romano de ser la Iglesia de la Roma pagana.

La cristiandad de Roma no es más que un injerto sobre el paganismo de los (antiguos) Romanos. Cuando los apóstoles murieron, sus sucesores (que no habían tenido contacto directo con Cristo) tuvieron que actuar, y se dieron cuenta de que en Roma la gente no podría asumir un credo que no incluyera figuras femeninas, así que sensatamente sustituyeron a Venus y Diana por la Virgen María, convirtieron las estatuas de los dioses en estatuas de santos y apóstoles; se dieron cuenta de que sería contraproducente intentar privar al pueblo de los elementos a los que llevaba tanto tiempo acostumbrado, y por eso conservaron los incensarios pendulantes, los cálices de oro y las velas simbólicas. Es por esto que el Catolicismo se hizo, y es todavía, únicamente una forma de paganismo disfrazada de cristiandad, y este hecho para ser rentable del mismo modo que, antiguamente, las fiestas y las Saturnalia estaban hechas para funcionar como entretenimientos espectaculares y teatrales. Yo no me quejaría de vuestra iglesia si se la reconociese de una vez por todas como un retoño del paganismo . . . pues el paganismo, como cualquier otra fe, merece ser respetada en tanto que sacerdotes y creyentes son sinceramente devotos; pero cuando el credo se convierte en mera pretensión y el sistema se degenera hasta convertirse en un engranaje para hacer dinero con la fe de los más ignorantes entonces, en mi opinión, es el momento de protestar por una blasfemia tal en presencia de Dios y todo lo divino y espiritual.» [301-302]

Como muchos protestantes, especialmente los Evangelistas radicales a quienes Ruskin quería acercar a la arquitectura gótica, Turner y los Pre-Rafaelitas, Corelli no sólo desacreditaba cualquier jerarquía eclesiástica en los diálogos de su novela, sino que sus personajes también mostraban odio hacia la ornamentación, la exhibición y el ritual en un lugar de culto. No es sorprendente que cuando (en la novela) Cristo vuelve a la tierra con la forma de Manuel, el chico callejero que el Cardenal Bonpré convierte en su compañero, se siente horrorizado por la imagen de San Pedro en Roma.

»San Pedro . . . ese gran teatro llamado, erróneamente, Iglesia . . . Oh, amigo mío . . . ¡No me mires así! ¡Seguramente sientas que, en el fondo, lo que digo es cierto! Seguramente sabes que no hay nada del amor de Dios en ese lugar tan cruel donde riqueza y ostentación se entremezclan con oficialismo intolerante, fanatismo y superstición . . . donde hasta las columnas de mármol fueron saqueadas de los templos de un paganismo más sincero, y llevan todavía los nombres de Isis y Júpiter grabados en la piedra sincera . . . donde robos, rapiñas y asesinatos han contribuido a construir el inapropiadamente llamado santuario cristiano. No puede ser que en el fondo de tu corazón te sientas realmente en la morada de Cristo: ¡tu alma, desnuda ante Cristo, lo repudia como a una Mentira! ¡Sí!»... sobresaltado y conmovido por el fervor del chico, el Cardenal Félix se había levantado y ahora estaba de pie, haciendo con sus manos un débil gesto, como si intentara mantenerse alejado del aplastante peso de una convicción demasiado abrumadora. »Sí, deberías silenciarme . . . pero no puedes. ¡Lo veo en tu corazón! Tu amas a Dios . . . y yo . . . ¡yo lo amo también! Deberías ponerte a su servicio . . . y yo obedecería. Ah no . . . no luches contigo mismo, querido y noble amigo. Si fueras martirizado tres veces y te hicieses santo no podrías evitar verlo claramente . . . No puedes evitar ver la Verdad cuando ésta se te manifiesta . . . ¡no puedes jurar en falso antes Dios! ¿No podría Cristo decir ahora lo que ya dijo hace siglos: «Mi casa era la casa de oración, pero vosotros la habéis convertido una cueva de ladrones»? ¿No es realmente una cueva de ladrones? ¿Qué tiene que ver el Cristo Doliente con el esplendor malvado de San Pedro?... Sus Bronces, mármoles, sus estatuas colosales de dioses muertos, los altares relucientes, su grandeza miserablemente lóbrega, sus destellos dorados, y su insolente vulgaridad de precio . . . Oh, ¡qué soledad, la de Cristo en este mundo! ¡Qué segunda Agonía en Getsemaní!» [316]

De modo similar, en un momento anterior de la novela, cuando el santo Cardenal aún no sabe que Manuel es Cristo, éste llama la atención del anciano hacia lo que es, en esencia, un ejemplo de grotesco simbólismo ruskiniano (a la manera del sabio). Cuando se hallan delante un «vestido de encaje sacerdotal», le hace observar su elevado coste humano:

Observe las hojas y las rosas bordadas, así con una aguja . . . y ¡piense en los ojos humanos que se han forzado, embotado y cegado para hacerlas! Si al menos se pudiera creer que, de algún modo, esos pobres ojos tuvieron alguna mejoría tras todo ese arduo trabajo . . . pero no . . . seguramente la luz del sol disminuyó y los días se volvieron más y más oscuros para esas personas, hasta que llegó la muerte y gentilmente cerró los párpados de esos ojos cansados por las visiones terrenas, y ¡les abrió los ojos del alma a la auténtica Luz! ¡Este trabajo habla con miles de voces . . . y yo las puedo oír! Tortura, pobreza, dolor, falta de piedad . . . largas horas, escasa recompensa, dedos cansados, ¡corazones cansados!... ¡y un sacerdote de Cristo lo lleva puesto en el servicio de Cristo! Vestido en una prenda de sufrimiento humano para predicar misericordia, ¿No es extraño? [138]

En contraste con las palabras del santo niño Manuel, vamos a concluir con las del portavoz del malvado poder del Vaticano, Moretti, que arguye que una Cristiandad o una religión real es imposible:

Una cristiandad pura et simple SERÍA excentricidad. Es un credo imposible por su simplicidad primitiva: algo fundamentado en la Divinidad que necesita seguidores divinos que la comprendan y la sigan . . . seres que no sean de este mundo, ni estén apegados a las cosas de este mundo. Y existir en este mundo, estar hecho de arcilla de este mundo, establecerse dentro de las asociaciones hereditarias de este mundo, y aún así no pertenecer a él es algo que hay que juzgar como demencia. Es cierto, han existido santos y mártires . . . existen santos y mártires ahora; anónimos y desconocidos . . . pero de todos modos son consumidos por llamas quizás más crueles que aquellas que queman sus carnes . . . idealistas, pensadores, soñadores, heraldos del progreso hacia el futuro . . . y ¿Cómo son juzgados por la sociedad ?¡Como dementes absolutos! ¡Ser humano y estar por encima de la humanidad es el pecado supremo! Por esa misma afrenta a la multitud gritó: �No a este loco sino a Barrabás!" Y todavía hoy todos preferimos Barrabás a Cristo. De ahí el poder de la Iglesia!" [396]

Bibliografía

Corelli, Marie. The Master-Christian. New York: Dodd, Mead, 1900. [El proyecto Gutenberg incluye el texto en versión electrónica de consulta gratuita, para encontrarlo busque en Google.]


Última modificado 29 de agosto 2008; traducido 17 diciembre 2010