“En una de estas familias, en una casa que su padre, que era albañil, había construido con sus propias manos, nació Thomas Carlyle el 4 de diciembre de 1795” (EL, 1: 3). Estos hechos biográficos representaron para Carlyle el espacio y el tiempo que le constituyeron como rebelde y autor. La casa simbolizó su nacimiento en una comunidad creada por y encarnada en su constructor y autoridad principal, James Carlyle. 1795, de modo significativo, sería el año con el que Carlyle concluiría su historia de la Revolución francesa. Nació tanto en un espacio atemporal en el que la autoridad y la creencia no se habían convertido aún en problemáticas, como en un mundo cargado de una temporalidad histórica como se manifestó en los levantamientos revolucionarios que culminaron un siglo de escepticismo y que inauguraron una “era de incredulidad” (SR, 112).

Este nacimiento en los reinos conflictivos de la autoridad y la revolución proporcionó los términos de una narrativa a través de la cual Carlyle representó su carrera literaria. En la década de 1820, creó una serie de narrativas que describían el proceso de conversión en autor. Por medio de estas narraciones biográficas, ficcionales y autobiográficas (que alcanzaron su clímax en la narrativa del descubrimiento de Diogenes Teufelsdröckh de su vocación como autor en Sartor Resartus, Carlyle luchó por hacerse a sí mismo tantoUna caminata de cinco días un autor como una autoridad (sobre la carrera literaria en el siglo XIX, véase Said, 236-75; Arac, Espíritus encomendados, 23).

Schiller, Goethe, y la carrera narrativa

Los reanimadores de la teoría patriarcal del gobierno a principios del siglo XIX consideraron la historia de la unidad familiar como un microcosmos del vasto movimiento histórico desde el patriarcado teocrático hasta el contrato social. Significativamente, aquellos escritores como Burke y Coleridge que [15/16] que deseaban regresar al idilio teocrático ayudaron también a revivir la teoría patriarcal (que había declinado durante el siglo XVIII), haciendo de la familia un modelo de armonía jerárquica y comunitaria en oposición a la guerra inherente al individualismo económico (Schochet, 276-81; D. Roberts, 17-32). El retrato de Carlyle sobre la carrera del hombre de letras toma prestado de esta tradición el exilio narrativo de la familia idílica y su regreso a la misma.

Podemos ver cómo la crítica al desplazamiento nacional desde la teocracia hasta la economía política se aplicó a la historia de la familia en Los artesanos y la maquinaria de Peter Gaskell (1833), que representa cómo el sistema de fábricas urbanas destruye a una familia idílica. (La edición citada es una revisión de una edición publicada en 1833. Sobre la discusión sobre la representación de la familia como idilio preindustrial, véase Davidoff et al. Existe una relación similar entre la familia y lo pastoral en Dickens; véase Marcus, capítulos 4 y 5; Welsh, capítulo 9). En la narrativa de Gaskell, el hogar de la familia preindustrial comprende la armonía de una economía doméstica a la que cada miembro de la familia contribuye, porque trabajan juntos, y no tienen intereses “separados y divergentes”, sino que comparten miras comunales (60). El vínculo entre los padres y los hijos se sustenta sobre una jerarquía benigna en la que “la autoridad parental” guía a los vástagos en su desarrollo moral (59). La economía urbana, en la que los miembros de la familia han dejado de trabajar conjuntamente en el hogar, sino que lo hacen en fábricas distintas o en diferentes partes de una fábrica, destruye esta unidad; a medida que los miembros familiares individuales ganan sus propios salarios semanales, ya no guardan un interés común en los beneficios de su mano de obra. De hecho, los intereses conflictivos dividen a la familia, de lo que se derivan “disputas, luchas, una total alienación de los afectos y finalmente, la división del hogar” (88; véase 68). Asimismo, la vida urbana en las fábricas turba las relaciones jerárquicas entre padres e hijos, socavando la influencia moral de los padres, promovida por éstas: una vez que se han hecho económicamente independientes, los hijos dejan de sentirse obligados a obedecer a sus padres (64, 85-87). Cuando el “egoísmo” reemplaza las “obligaciones sagradas”, el hogar deviene una mera “casa de huéspedes” en la que los miembros de la familia sólo están emparentados por “la ganancia y la pérdida pecuniaria” (65).

La narrativa de Gaskell sugiere que el sistema industrial no posee ningún medio para producir un código moral o un orden social justo. Por el contrario, argumenta, además de destruir la influencia moral de los padres, el sistema de las fábricas en sí mismo produce la inmoralidad. Aunque no ofrece soluciones específicas, la crítica de Gakell sobre la “revolución” industrial implica la necesidad de introducir la comunidad familiar del interés en la economía urbana, recuperando el idilio doméstico de una era preindustrial (362). [16/17]

Carlyle, Schiller y Goethe recuperan el idilio doméstico recurriendo a la institución de la literatura. En el primer libro de Carlyle, La vida de Schiller (1823-25), el joven Schiller quiere convertirse en un sacerdote, pero el duque de Würtemberg convence a su padre para que lo emplace en un colegio militar y le haga estudiar derecho, lo cual es “representativo” para Schiller de las restricciones de la educación por medio de la “instrucción militar” (10, 9). El deseo de Schiller ante una vocación más elevada más allá de los límites de la ley, le hace entrar en conflicto con la figura autoritaria del padre, el duque. Incapaz de perseguir sus intereses teológicos, comienza a leer y a escribir poesía. Su primera obra, Los ladrones, representa temáticamente su rebelión contra la autoridad del duque, al tiempo que busca establecer su propia autoridad como artista. El duque, reconociendo el desafío a su autoridad, condena Los ladrones como una obra peligrosa y amenaza a Schiller con una mayor represión. Pero cuando su transformación en un autor de éxito libera a Schiller “de la tiranía de la escuela y la constricción militar”, éste rechaza su carrera prescrita, huye de Würtemberg, y se establece como hombre de letras (24).

Dado que carece de dudas religiosas, Schiller, a diferencia de los otros héroes de Carlyle que sustituyen su carrera religiosa por la literaria, no desecha las creencias religiosas de su propio padre. Pero al insubordinarse contra la figura paternal, el duque, se exila efectivamente del idilio “religioso” de la familia, que desaparece de su biografía tras abandonar Würtemberg. Precisamente porque no pierde su fe religiosa, el exilio de Schiller hace que su carrera en la literatura se torne problemática. La literatura no le permite regresar a casa porque no puede reemplazar íntegramente lo que no ha rechazado plenamente. Se convierte en un “vagabundo” que busca interminablemente, y sus incesantes peregrinaciones y actividades literarias figuradas, fracasan necesariamente a la hora de encontrarse con su opuesto, y aunque es “coronado con laureles”, sigue “careciendo de un hogar” (81; véase 50. Carlyle concluye con que Schiller nunca fue capaz de regresar al hogar y que no logro “ni descanso, ni paz” ("no rest, no peace", 203). Si hubiera permanecido en Würtemberg, le habría oprimido una autoridad que no le habría permitido seguir una vocación más elevada, pero su nueva autoridad literaria no le permitió desplazar al duque para poder retornar al idilio infantil.

En vez de crear una tierra prometida a la que pudiera conducir a su pueblo, Schiller se convierte en un viajero comercial. Inicialmente, conceptualiza la literatura como un idilio que, al igual que la familia, existe al margen de las leyes económicas. Antes de su exilio, reivindica que “honra” a la literatura “demasiado como para desear vivir de ella”, pero, cuando [17-18] corta toda relación con su “casa Madastra”, debe “seguir hacia adelante, solo y sin amigos, para buscar su fortuna en el gran mercado de la vida” que “disuelve” sus “conexiones” con su familia y las sustituye por las exigencias de un “público” variopinto (12, 28, 40; énfasis añadido). En lugar de descubrir un nuevo idilio, trabaja en ciudades como Leipzig, que es el “centro de un comercio de todo tipo, en el que el de la literatura no es una excepción” (54). Aunque el sistema de la venta de libros le libera, como lo hacían otros, de la dependencia en el patronazgo aristocrático de duque, no es verdaderamente libre, porque el nuevo sistema suple la ley del benefactor con la ley del público y su demanda de clases particulares de productos literarios. Ningún sistema productivo puede satisfacer el deseo de Schiller por lo trascendental. Aunque La vida de Schiller concluye afirmando el “credo” de la literatura, no visualiza con éxito la capacidad de la literatura para reproducir el idilio perdido.

El primer ensayo y el más importante de Carlyle sobre Goethe (1828) resuelve este problema separando la pérdida del hogar del acto de la rebelión y eliminando las constricciones económicas de la representación de la carrera literaria. El ensayo divide la vida de Goethe en dos fases: la del joven “incrédulo” que escribió Las desventuras del joven Werther, y la del “creyente” maduro que escribió Wilhelm Meister (CME, 1: 210). Debido a que su padre encarna la autoridad de la ley, no de la creencia religiosa, el hogar de Goethe no es el idilio doméstico de Schiller. El padre de Goethe desempeña el papel que el duque había jugado en La vida de Schiller al tiempo que el padre de Schiller es eliminado. El padre de Goethe representa la ley, tanto porque es un abogado como porque, al igual que el duque, ordena a su hijo que estudie derecho. No sólo se rebela Goethe contra la ley establecida por su padre, sino que, negándose a convertirse en abogado, cuestiona la autoridad de la carrera paterna.

Puesto que el idilio religioso está ausente, la rebelión de Goethe sólo constituye en un principio un rechazo de la autoridad de su padre más que un intento por establecer la suya. La rebeldía de Schiller frente al duque y su adopción de la literatura fueron un paso único y unificado. La carrera literaria con la que intentó recuperar el idilio doméstico estuvo inextricablemente vinculada con la insumisión que le imposibilitó dejar de deambular y comenzar a encontrar el camino de regreso a casa. Mediante la eliminación del idilio doméstico en su narrativa de la carrera de Goethe, Carlyle desplazó la subversión de Goethe a la primera etapa de la narración, separando la negación insurrecta de la afirmación posterior de la autoridad en la literatura. [18/19] Las desventuras del joven Werther no crean todavía una nueva mitología, sino que simplemente refutan la creencia. Durante su periodo de “incredulidad”, Goethe, como Schiller, se convierte en un ser errático, llevado de aquí para allá por el “aliento Harmattan de la duda”, una “innombrable inquietud” le impide crear un nuevo idilio (CME, 1: 216). Únicamente durante la segunda etapa de la narrativa, cuando consigue creer, es cuando Goethe se convierte en un autor profético que puede conducir a su pueblo a “casa”, a la tierra prometida (217, 224).

En su ensayo sobre la correspondencia de Schiller (1829; publicado en 1830), Carlyle utiliza la nueva estructura de “Goethe” para revisar la narrativa de la carrera de Schiller. De igual modo que divide la vida de Goethe en fases de descreimiento y de credulidad, ahora bifurca la existencia de Schiller en la época “mundana” antes de tomar sus “Votos literarios” y la época “espiritual” posterior (CME, 2:175). La vida de Schiller había retratado que ambas épocas planteaban los mismos problemas, su juventud dividida entre su deseo de una alta vocación y las exigencias de la economía. Pero “Schiller” gesta una oposición estructura entre ambas: “lo que yace antes de este tiempo y lo que yace después presenta dos personalidades completamente diferentes” (175). Schiller ya comienza a vivir en la “época mundana” del tiempo y de la historia donde experimenta la “opresión, la distorsión, el aislamiento” de la economía y la ley del duque (177). Mientras el ensayo menciona una “estación feliz” de la juventud en un momento en el que Schiller todavía vivía en el idilio doméstico, la estructura bipartita la excluye de la secuencia narrativa básica, sugiriendo que este idilio existe fuera del tiempo, en un reino antes que la vida de Schiller propiamente dicha se iniciara (178; véase SR, 90 [19-20]) y su carrera literaria adoptara un molde religioso mucho más nítido. Este Schiller no sólo descubre su autoridad, sino que recupera con creces el ámbito de lo trascendental y descubre una tierra prometida.


Actualizado por última vez el 6 de julio de 2004; traducido el 05 de junio de 2012