Carlyle y los niños asesinados

Carlyle, el primero de los místicos victorianos, saltea con total libertad sus obras con grotescos simbólicos o bien extraídos de los fenómenos contemporáneos, o construidos a partir de tales fenómenos; al igual que los profetas del Antiguo Testamento, utiliza semejantes combinaciones de la sátira, los símbolos y lo grotesco para revelar la peligrosidad de la condición espiritual de su época. Muchos de estos signos grotescos de los tiempos resultan ser obviamente cosas o eventos significativos, como la Masacre de Peterloo (Peterloo Massacre), mientras muchos otros, como la muerte de la viuda irlandesa, ejemplifican cuestiones que comparativamente recibieron escasa atención pública. Pasado y presente, que en múltiples sentidos puede destacar como epítome de este tipo de escritura, contiene otro ejemplo de estos fenómenos sórdidos y perturbadores, pero aparentemente menores. Aquí el tema no es la indiferencia criminal sino un horrible delito, puesto que Carlyle alumbra el caso de un niño asesinado por dinero como un signo de los tiempos que recoge el estado espiritual del mundo moderno:

Como asegura Stockport (y esto tampoco hace referencia al estado actual del comercio, al pertenecer a una fecha anterior), una madre y un padre han sido procesados y declarados culpables del envenenamiento de tres de sus hijos para defraudar algún dinero a una «sociedad enterradora». Debido al fallecimiento de cada niño, han sido procesados y declarados culpables y las autoridades oficiales, se rumorea, sugieren que quizá el caso no sea aislado, que quizá sería mejor no investigar en profundidad en este tipo de cosasÉ Es un accidente sobre el que merece la pena reflexionarÉ Tales casos son como la cúspide de la montaña más alta que emerge a la vista y bajo la cual se oculta toda una región y una tierra montañosas que aún no han emergido.

Carlyle no utiliza puramente, a la manera del reportero de los tabloides modernos, tales incidentes para despertar los apetitos enfermos o hastiados. Más bien, ve en tales grotescos un símbolo de la condición de Inglaterra, un síntoma de la condición espiritual y mental de su época. La cita de Carlyle sobre el asesinato de Stockport, la mención de Arnold de delitos similares una década después y los exámenes parecidos sobre crímenes que hicieron Truman Capote, Norman Mailer, Joan Didion, y Kate Millett, todos fuerzan al lector a confrontar el carácter espantoso del mal y a intentar determinar si estos horrores fueron verdaderamente signos de los tiempos. Tal investigación del mal grotesco desempeña un papel importante en los escritos de los místicos desde Carlyle hasta ahora, puesto que reclama al lector la necesidad inmediata de comprender lo que en último caso no es comprensible, la presencia del dolor y del sufrimiento en la existencia humana. El mismo horror de tales crímenes hace que se vuelvan atractivos y los convierte en fascinantes, dado que debemos intentar comprender la incursión aparentemente sin sentido del caos en la vida diaria. Tales grotescos simbólicos dirigen inevitablemente nuestra atención a lo que son en esencia cuestiones religiosas, pero debido a su aparición dentro de un contexto político, plantean asimismo cuestiones políticas. Este incidente concreto del horror grotesco lleva a Carlyle a sacar de nuevo el tema de lo que significa la riqueza y a quién beneficia en el mundo moderno.

Arnold y los niños asesinados

Más de dos décadas después de que Carlyle llamara la atención de su audiencia sobre el asesinato infantil con fines lucrativos, Arnold utilizó el infanticidio como emblema grotesco sobre la condición de Inglaterra. En «La función de la crítica en el tiempo actual», conferencia que impartió en Oxford en octubre de 1864, citó el reportaje de un periódico para desinflar la autocomplacencia inglesa (demostrando así la necesidad de la crítica): «Se acaba de cometer el asesinato espantoso de un niño en Nottingham. Una muchacha llamada Wragg abandonó el asilo el sábado por la mañana con su hijo ilegítimo pequeño. Poco después el niño fue encontrado muerto y estrangulado en Mapperly Hills. Wragg está bajo custodia». Arnold señala la «elocuencia» del relato de este periódico en comparación con «los elogios absolutos de Sir Charles Adderley y del señor Roebuck.... !Nuestra raza anglosajona, la mejor de todo el mundo!, !Cuánta dureza y desagrado contiene este «lo mejor»! !Wragg!» (3.273).

El tono que Arnold usa en esta cita sobre el asesinato del niño constituye un ataque todavía más agresivo a los puntos enfrentados de vista que el tono que Carlyle había utilizado. Mientras Carlyle pretendió que su discusión sobre los asesinos de Stockport se dirigiera directamente a su audiencia, Arnold la dirigió a Adderley y a Roebuck, permitiendo a su audiencia de Oxford, gran parte de la cual estaba en contra de éstos, que se sintiera libre de todo ataque.

Aunque los disturbios Peterloo tuvieron obviamente una relevancia mayor para muchos de los contemporáneos de Carlyle mientras los incidentes grotescos de Stockport y Nottingham no la tuvieron, los tres plantean abiertamente estas cuestiones importantes sobre la condición espiritual y política de Inglaterra para exigir algún tipo de explicación. Por otra parte, muchos de los grotescos simbólicos más efectivos de Carlyle y de otros místicos, creados a partir de acontecimientos contemporáneos, asumen la forma de fenómenos mucho más triviales localizados aparentemente por debajo de la percepción de la gente seria, por lo menos hasta que el místico llama la atención sobre ellos, transformándolos por tanto en grotescos simbólicos.

En realidad, esta identificación y ulterior interpretación de los fenómenos triviales como encarnación de verdades importantes encarna uno de los procedimientos característicos tanto de los místicos victorianos como de los modernos. Por ejemplo, inmediatamente después de poner en paralelo el acto infanticida de Wragg con las afirmaciones de que la raza inglesa es la más exquisita del mundo, Arnold dirige la atención precisamente hacia tales fenómenos banales como «el crecimiento natural entre nosotros de tales nombres horrorosos, !Higginbottom, Stiggins, y Bugg! Según él, estos nombres implican «un toque ordinario en nuestra estirpe» y una «limitación intrínseca y original en las percepciones espirituales más delicadas» (3.273). R. H. Super, el editor de Arnold, señala que éstos son nombres con una gran antigŸedad dentro de Gran Bretaña. Por tanto, la puntualización de Arnold de que representan algo originalmente implícito en la nación tiene algún sentido, aunque su reivindicación adicional de que el número cada vez mayor de gente con tales nombres demuestra los defectos esenciales del carácter nacional, parece ser una nadería absurda y poco convincente.

Como este ejemplo sugiere, tales interpretaciones sobre lo trivial fuerzan al lector a asumir graves riesgos retóricos puesto que con ellos se puede perder fácilmente la confianza de la audiencia, pero también garantizan que, cuando tienen éxito, el escritor pueda asegurar sus exigencias de autoridad y credibilidad, exigencias que son cruciales en una época de transición y de creencias convulsas. Al probar a los miembros de su audiencia que puede revelar tal verdad en lugares inesperados, el místico les convence para que presten oídos a sus opiniones sobre el hombre, la sociedad y la cultura, que en principio pueden parecer excéntricas e incluso dementes. Además, al recurrir a fenómenos aparentemente triviales como la materia de los grotescos simbólicos (y su consiguiente interpretación), el místico obtiene también un medio rápido para burlarse de las imperfecciones de la sociedad.

Papas anfibios y sombreros de siete pies

Pasado y presente utiliza una serie de hechos contemporáneos para crear emblemas grotescos de aquello que Carlyle ve mal de la sociedad decimonónica. «Fenómenos», el capítulo inaugural del tercer libro de Pasado y presente, aprovecha el hecho de un «Papa anfibio» para epitomizar lo que le ha ocurrido al Cristianismo. Cuando el reumatismo del Papa dificultó que se arrodillara durante las procesiones del Corpus Christi, sus cardenales le construyeron «una figura acolchada y encapuchada de hierro y madera con lana o pelo ahuecado, y la pusieron en una postura arrodillada. Figura acolchada o trasero de una figura; a ésta, el Papa añade, sentado cómodamente en un nivel inferior y con la ayuda de sus mantos y ropajes, su cabeza verdadera y extiende las manos: su parte trasera junto con su manto se arrodilla, el Papa observa y mantiene sus manos extendidas de modo que las dos figuras en armonía bendicen a la población romana el día del Corpus Christi, lo mejor que pueden» (10.138). Según Carlyle, el Papa resume así totalmente la «Teoría escénica de la adoración»: «Aquí está el sacerdote supremo que creeÉ que toda adoración de Dios es una fantasmagoría escénica de velas de cera, explosiones de órgano, cantos gregorianos, rebuznos durante la misa, señores vestidos de púrpura, traseros de lana y de hierro artísticamente expuestos para salvar a los ignorantes de lo peor» (10.138). Tras admitir la caridad papal, la valentía de sus sacerdotes durante la reciente plaga de Nápoles y su deseo de proteger a los pobres e ignorantes de la descreencia, Carlyle sin embargo se mofa de él al retratarle como la encarnación de la «adoración por medio de la maquinaría escénica» (10.139), con el fin de salvaguardar el orden político establecido de la rabia proletaria. Tal «cántico gregoriano y la hermosa fantasmagoría producida por los cirios de cera» oculta «un abismo de negra duda y de escepticismo, y no de Jacobinismo sansculótico*» (10.139). Carlyle desvela así, que el modo con el que las dolencias del Papa se remediaron un día de fiesta puede ser también un indicativo sobre lo que especialmente necesitamos saber acerca de las dolencias espirituales y políticas de esos tiempos. Su visión mística de hecho ha transformado un fenómeno contemporáneo aparentemente trivial en una letra de fuego como en la historia bíblica de Belsasar que advierte a sus lectores de que no pueden esperar sobrevivir practicando una religión obsoleta para apuntalar un sistema político obsoleto.

*(N. T.: Sobre el concepto de los «Sans culottes», véase http://es.wikipedia.org/wiki/ Sans_culottes).

Semejante ataque a la Iglesia de Roma podría haber satisfecho a numerosos protestantes victorianos que le eran terriblemente hostiles, pero lo cierto es que las críticas particularmente duras de Carlyle al esplendor y a los rituales católicos eran también aplicables al Anglicanismo de la Iglesia Alta (High Church Anglicanism). Este grotesco simbólico sorprende por tanto como una pieza satírica más bien ortodoxa, si acaso maravillosamente efectiva con la que el autor satírico, que escribe desde el punto de vista de la sociedad, arremete contra alguien situado en los márgenes sociales. En realidad, Carlyle, que aquí escribe como místico, sigue las estrategias del profeta del Antiguo Testamento y ataca a su audiencia con un segundo grotesco simbólico. Tras evidenciar la «gran impostura» (10.140) y las formas obsoletas representadas por las acciones del apoyo al monarca el día de la coronación, Carlyle dirige la atención de su lector hacia el equivalente británico del Papa anfibio:

ese enorme sombrero de siete pies que ahora deambula por las calles de LondresÉ El sombrerero en el Strand de Londres, en vez de confeccionar sombreros de fieltro de mejor calidad que los de los otros fabricantes, monta un enorme sombrero de lata y yeso de siete pies de altura sobre unas ruedas y envía a un hombre a que lo conduzca por las calles, esperando que esté seguro por allí (10.141).

En vez de intentar confeccionar mejores sombreros, emplea todos sus esfuerzos en persuadir a otros de lo que ha hecho. «ƒl también sabe que el charlatán se ha convertido en un dios» (10.141). A diferencia del emblema grotesco que Carlyle emplaza en Roma (un grotesco del que sus lectores se mofaran con toda probabilidad puesto que carece de relevancia para ellos), este emblema londinense no posee cualidades redentoras. Los creadores del Papa anfibio por lo menos trataron de mantener lo que en algún momento fue un orden político y espiritual efectivo en el mundo, mientras que los creadores del sombrero de siete pies sólo recurren a tal charlatanería para lucrarse. Carlyle por tanto encuentra en este pequeño y absurdo soplido una advertencia terrible para sus coetáneos: «Para mí», dice, «la detonación ensordecedora de esta ráfaga, de esta mísera falsedad convertida en una necesidad, de este ateísmo propio de los corazones vacíos y que ahora cae en los asilos hechizados, suena con toda seguridad como !una explosión del destino!» (10.142), y finaliza este capítulo con un aviso profético a aquellos que se han desviado de los caminos de la verdad:

!Oh! Es espeluznante cuando toda una nación, como solían decir nuestros padres, se «olvida de Dios», !y sólo recuerda a Mammon y a dónde Mammon conduce! !Especialmente cuando vuestro sombrerero pregonero es el emblema de casi todos los fabricantes, los trabajadores y los hombres que no hacen nada (!desde los que supervisan los barcos, los que supervisan los cuerpos, los poemas épicos y los actos parlamentarios hasta los sombreros y los que abrillantan los zapatos! Si un único individuo que se comporta falsamente es capaz de hacer un daño incalculable en una generación o dos, ¿cuánto mal no acumularán veintisiete millones de personas que en su mayoría actúan con dobleces? La suma de ello, visible en cada calle, mercado, senado, biblioteca ambulante, catedral, fábrica de algodón y asilos, !no es nada cómica! (10.144).

Ruskin, el oro y la muerte

Ruskin asimismo utiliza grotescos «encontrados o contemporáneos» entremezclados con las otras técnicas de los místicos. Por ejemplo, en Hasta que esto dure, emplea una serie de estos grotescos para cuestionar la validez de las versiones populares sobre la economía clásica y de cómo definen el valor y la posesión. Llamando la atención de su audiencia sobre el cuerpo embalsamado de San Carlos Borromeo en la Catedral de Milán, Ruskin señala que sostiene «un báculo dorado y una cruz de esmeraldas sobre su pecho» y hace varias preguntas: «Suponiendo que el báculo y las esmeraldas sean objetos útiles, ¿se puede considerar que el cuerpo los posee? ¿Le pertenecen en el sentido político-económico de la propiedad? Si no es así, y por lo tanto podemos concluir grosso modo que un cuerpo muerto no puede poseer ninguna propiedad, ¿qué grado de animación debe tener el cuerpo y cuándo puede éste hacer posible tal sentido de la posesión?»

En este punto Ruskin cita un segundo fenómeno grotesco, aunque mucho más grotesco, extraído de hechos contemporáneos: «Recientemente en un naufragio de un barco de California, uno de los pasajeros se ciñó un cinturón alrededor de su cintura con dos mil pesos de oro con el que se le encontró después en el fondo del mar. Ahora bien, a medida que se hundía, ¿poseía él el oro? O ¿era el oro el que le poseía a él?» (17.86). Aquí, en un marco reducido, Ruskin sitúa un emblema de la sociedad moderna y de su relación con las posesiones. Estos grotescos satíricos que contribuyen a las redefiniciones ruskinianas sobre la terminología económica, reverberan y se expanden hasta acusar a toda una sociedad de precipitarse autodestructivamente a las profundidades para perseguir la riqueza material.

Ruskin, que sigue el legado de Carlyle al utilizar los elaborados grotescos satíricos creados a partir de fenómenos encontrados en reportajes de periódicos, desarrolla también su forma característica basada en la descripción paisajística. Su elaborada pintura verbal de La Riccia en el primer volumen de Pintores modernos (3.278 80) y de Torcello en Las piedras de Venecia (10.79-90) ejemplifican sus numerosas transformaciones del paisaje en emblemas.


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Modificado por última vez el 14 de julio de 2008; traducido el 15 de noviembre 2010