En el capítulo III de On Liberty, Mill desarrolla y defiende el ideal que describe como aquel del “libre desarrollo de la individualidad”.

La individualidad se opone a la sumisión ciega de uno mismo hacia las costumbres y las tradiciones de su sociedad. Las costumbres pueden haberse desarrollado dentro de un ámbito de experiencia muy limitado, e incluso dentro de ese ámbito, que está insertado dentro de prácticas tradicionales, podría no ser la mejor interpretación de esa experiencia. De nuevo, el conocimiento y la sabiduría contenida en las tradiciones de la sociedad de uno pueden ser adaptadas a las necesidades de hombres ordinarios viviendo en situaciones ordinarias, pero no todos los hombres se disponen así. Una persona determinada puede ser muy diferente de otras, y también puede encontrarse a sí misma en circunstancias muy atípicas. Para tal persona, los estilos tradicionales de vida podrían tener poco que ofrecer. Los seres humanos son son máquinas para ser construidas según un modelo. Son más bien como árboles que crecen y se desarrollan desde fuerzas internas. Al igual que no todas las plantas pueden sobrevivir en la misma atmósfera física, no todos los seres humanos crecerán sanos en la misma atmósfera social. Algunos modelos de vida cultivarán las potencialidades de algunos individuos, pero al mismo tiempo aplastarán a otros. Personas diferentes requieren de condiciones diferentes para su desarrollo, y no hay un patrón de vida que se ajuste a todo el mundo. El intento a la fuerza, mediante costumbres y otras presiones, de que diferentes personas sean un molde uniforme, les atrofiará y pervertirá, impidiéndoles de esta manera desarrollar sus diferentes potencialidades.

Pero la objección principal de Mill a la conformidad ciega de la costumbre es que si el hombre acepra la tradición somplemente porque es la tradición, entonces no lleva a cabo una elección [Isaiah Berlin enfatiza la importancia que Mill otorga a la libertad de elección]. En esa medida es persona es menos persona humana, al haber fracasado en desarrollar en sí misma “cualquiere de las dotaciones distintivas de un ser humano” (p. 116). Estas facultades humanas distintivas de “percepción, juicio, sentimiento discriminatorio, actividad mental, e incluso preferenica moral, son ejercitadas únicamente mediante la elección” (p. 116). Aquellos [67/66] que son incapaces o que rechazan ejercitar su capacidad humana de elección son comparas por Mill con simios, ganado, ovejas y con máquinas de vapor. Han perdido o han renunciado a aquello que es distintivamente humano, aquello que los diferencia del resto de la naturaleza y de los artefactos de creación huama que no pueden tener objetivos y propósitos, sino que están diseñados por seres humanos para servir a los propósitos de los seres humanos. Una vez que uno ha tenido éxito al contruir una máquina buena para un propósito en particular, uno puede multiplicarla muchas veces, y cada máquina adicional, siempre y cuando se trate de una copia fiel a la original, será tan buena como la original. Pero con seres humanos el asunto es diferente. Incluso con seres humanos que son muy similares en cuanto a potencialidades, y que están ubicados de forma similar, no se da el caso de que todos puedan tener el mismo valor humano si todos estuvieran forzados a copiar un buen modelo de su tipo. Es posible que una persona “pueda ser guiada por un buen camino, y que se mantenga fuera de peligro” sin tomar decisiones por sí misma. “Pero cuál será su valor comparativo con un ser humano? Esto tiene mucha importancia, no sólo lo hacen los hombres, sino también la manera en que los hombres lo hacen” (p. 117). Lo que se pierde en la imitación forzada por los seres humanos de buenos modelos de conducta es la elección consciente entre alternativas, y todo lo que esto implica. El acto de elección pone en juego varias facultades,

Aquel que elige su plan por sí mismo emplea todas sus facultades. Debe usar la obervación para ver, mediante el razonamiento y el juicio, y preever la actividad de reunir material para la decisión; discriminar para decidir, y cuando ha decidido, firmeza y auto-control para manterner la decisión intencionada. Y estas cualidades, que se requieren y ejercitan exactamente en proporción a la parte de su conducta que las determinan de acuerdo con su propio juicio y con sus sentimientos, son grandes. [p. 117]

Los hombres que toman decisiones desarrollan lo que Mill llama “carácter”: sus deseos y sentimientos son los productos de su propias elecciones mentales y no son son productos generados pasivamente por factores externos.

La individualidad para Mill, por tanto, consiste en parte en la lectura para hacer eleciones intencionadas y consideradas entre creencias alternaticas y patrones de vida, y, en parte, en la dirección y el contenido de tales elecciones. La opción correcta para cada individuo depende del tipo de persona que sea y, así [69/70], varía de indivudio a individuo. Cada persona debe elegir el patrón de vida que desarrolla en mayor medida sus potencialidades, con la única subjección a la condición de que es ese desarrollo de sí mismo, no perjudique a otros, de manera que no perjudique a su desarrollo. Mill no va más allá en especificar cómo uno puede descubrir cuáles son las potencialidades de uno. Cree que la libertad y la variedad de situaciones son las condiciones necesarias para su descubrimiento.

Una crítica habital de la noción de individualidad de Mill es que equipara la mera excentricidad con la individualidad. Este punto de vista está muy bien expresado por R.P. Anschutz, quien acusa a Mill de sustituir “el sin sentido bohemio por el sin sentido burgués” [Anschutz, p. 25]. Mill, dice, es culpable del “error de asumiar que uno hombre es sólo él mismo cuando tiene éxito en ser diferente de otros hombres, como si la individualidad significar peculiaridad e idiosincracia”. Por lo tanto – y esta es la mayor debilidad de su posición – él lleva a ignorar la parte fundamental que juega la tradición al proveer un contextp para la forma vacía de individualidad” [Anschutz, p.27]. Pero la objeción es errónea. Mill no se pone a la tradición y a la costumbre como tal. Tanto para rechazar o aceptar las prácticas costumbristas, sin considerar primero sus alegaciones como opuestas a aquellos patrones alternativos de comportamieno, es igualente rechazr el ejercicio de la elección. De hecho, Mill cree que hay mucho que los hombres pueden aprender de las costumbres de su sociedad. Rechazarlas por desestimarlas es estúpido, porque las costumbres encarnan una experiencia pasada que bien puede ser relevante para problemas presentar de muchos hombres, Las prácticas costumbristas pueden proporcionar guías útiles en cuanto a cómo se debe elegir, pero es la necesidad de elección desde la que no debemos huir. Si una persona, al ejercitar su elección, decide que un estilo de vida costumbrista es el que mejor le va, no hay nada que Mill necesite encontrar objetable. No obstante, el la época en la que él escribió, sintió que el dominio de la costumbre era demasiado grande. Había un “despotismo de la costumbre” y esto se manifestaba de dos maneras diferentes en las que las vidas de los hombres eran afectadas. En primer lugar, las demandas de la costumbre eran impuestas en muchos. Los hombres eran forzados a actuar de la misma manera y a maneter las mismas creencias. En segundo lugar, incluso cuando las reglas de la costumbre no eran impuestas, los hombres las aceptaban de buena gana y sin pensarlo. Nunca se les ocurrió que pudiera haber alternativas en la manera de hacer las cosas. Mill elogia [70/71] la excentricidad en este contexto porque significa romper con el pensamiento de la tiranía de la costumbre. La excentricidad provoca pensamiento. Muestra a los hombres que otras formas de vida son posibles. Saca a los hombres fuera de su complacencia inconsciente, y por tanto, les alienta a aceptar o rechazar el la costumbre como un acto de elección consciente. Su hostilidad en lo tocante a la uniformidad del comportamiendo humano no debe ser considerado también como una expresión de lo amor por la variedad de excentridad como tal. De hecho, cree que los seres humanos son distintos de otros y que si les estuviera permitido perseguir sus propios planer de vida, los individuos se comportarían de manera diferente. La uniformidad de la conducta es un estado artificial de los asuntos creados por la tiranía de las modas predominantes. La uniformidad de la conducta humana es, por tanto, para él un signo de que la naturaleza humana ha sido suprimida y forzada en un estrecho ámbito de direcciones preconcebidas y patrones. Ciertos caminos de autodesarrollo han sido bloquedos. Así que él valora la variedad y la excentricidad no por sí mismas, sino porque cree que el libre desarrollo de la individualidad producirá de hecho variedad y excentricidad en el comportamiento humano, y esto es bienvenido como expresiones de la individualidad.

El ideal de la individualidad es uno que Mill piensa que está detro del alcance de todos los hombres, y que por tanto, no es una noción elitista. Pero aquí, como en todas partes, ve un rol especial para las élites. Cree que sólo unos pocos hombres son capaces de promover nuevas prácticas. El resto son, sin embarfo, capaces de realzar sus individualidades también porque pueden elegir por sí mismo entre un rango de alternativas que ellos no han inciciado. Como muchos otros pensadores políticos, Mill ve el estado de los asuntos humanos dominante como altamente indeseable y a la vida de los hombres en tal estado como carente de dignidad. Pero a difrencia de muchos otros pensadores, él no aporta una solucion autoritaria. Él confía en la finalidad del proceso de razonamiento y en los choques terapéuticos contra la complacencia cuyas nuevas formas de vida tendrán probablemente. Forzar a los hombres ignorantes y complacientes a realizar su individualidad es una contracción para él. El elemento de la libre elección es necesario, aunque no es suficiente. De modo que la Élite sólo tiene “la libertad para apuntar el camino”, pero no el derecho de forzar a otros. “El poder de persuadir a otros no es sólo incompatible con la libertad y el desarrollo de los demás, sino que, además, corrompe al propio hombre fuerte” (p. 124). Aquí expone el miedo característico liberal de los efectos corruptores de otorgar demasiado poder a las manos de los hombrs, sin importar cómo puedan ser de inteligentes o morales. La élite debe persuadir a los demás de no premanecer en su indeseable estado presente y debe dar ejemplo de cómo pueden ser los hombres “crecer hasta la estatura mental, moral y estética de la que sea capaz su naturaleza” (p. 125).

El significado de la noción de Mill de individualidad es que de hecho ha allanado un camino entre medias de las doctrinas del utilitarismo de Benthan y los futuros filósofos idealistas británicos. Un utilitarista de Bentham no se preocupa ante todo de cómo la gente llega a tener ciertos deseos; toma los deseos de los hombres como datos dados y se preocupa de sí mismo tratando de satisfacer tantos de estos deseos como sea posible de manera que se produzca la mayor suma de felicidad posible. Los filósofos idealistas, por otro lado, están más interesados en lo que un hombre debe hacer que en lo que desea hacer en ese momento. El “yo” verdadero de un hombre ha de ser un ser racoinal y no la persona que conocemos todos los días. Cuando Mill habla de la importancia de terner un “carácter” y de cultivar los deseos del “crecimiento de uno mismo”, o de los deseos que han crecido fuera de las elecciones libres de casa uno, está muy preocupado de proveer una base para la crítica de los deseos existentes de los hombres y de la forma en que van a a participar en diversas actividades. Las barreras de la libertad de pensamiento y de acción no se acaban en prisiones y en amenazas de peligro, todas esas cosas que se combinan para prevenir a una persona de llevar a cabo lo que desea hacer. En una sociedad cerrada sonde las fuentes de información son muy limitadas, y sólo los puntos de vista predominantes son fácilmente accesibles, los hombres tienden a estar bajo del dominio incuestionable de estos puntos de vista. Los hombres no mantienen puntos de vista diferentes de los predominantes o tratan de comportarse de forma diferente a las prácticas acostumbradas. No hay, por tanto, necesidad para contenerles mediante amenazas y celdas de castigo. Con todo, tales hombres estarían, como diría Mill, en un estado de “esclavitud mental” inconsciente y, por tanto, ignorantes de concepciones alternaticas de lo que es mejor hacer o de lo que es verdadero o deseable. Permanecen siento criaturas condicionadas y dóciles sin ningún tipo de creecias o deseos, que son los [72/73] productos de las elecciones deliberadas que han hecho. Ellos han asimilado mera y pasivamente lo que está en su limitado entorno social.

El énfasis de Mill está en el cultivo de personas activas antes que en las pasivas. Los hombres no han de ser vistos simplemente como instrumentos pasivos para la reforma y la reconstrucción de la sociedad por unos pocos hombres inteligentes: “hay tantos centros independientes de mejora como individuos” (p. 128). El alegato a favor de la individualidad lo es también para una sociedad que se abra a una variedad de influencia e ideas y que no busque controlar y manipular el conocimiento, porque sólo en una sociedad así los hombres podrían descubrir lo que consideran realmente valioso e importante y qué puntos de vista y planes de vida están preparados para aceptar. Tomar los puntos de vista existentes y los deseos de los hombres como las bases últimas de los cálculos políticos, sin considerar la forma en que estos puntos de vista se forman, es rendirse a la tiranía de las ortodoxias del momento. Por otro lado, despreciar tales puntos de vista y deseos por completo y buscar imponer los estándares ilustrados en todo aquello en contra de sus claros deseos, es practicar paternalismo. El ideal de individualidad de Mill proporciona una alternativa a estas dos tradiciones influyentes del pensamiento social y político.

¿Cuál es la conexión entre libertad e individualidad? Como hemos visto, la individualidad consiste en parte en elegir por sí mismo. Por tanto, la conexión entre libertad e individualidad es interna. Esto parece ser similar a la relación entre individualidad y algunos tipos de felicidad. Mill es, por supuesto, muy conocido por su idea de que “algunos tipos de placer son más deseables y más valiosos que otros” (Utilitarianism, p.7). La conexión entre individualidad y felicidad depende de los tipos de plaver que uno tiene en mente. En cuanto a los placeres cualitativamente inferiores se refiere, la conexión es puramente contigente. Pero Mill parece imaginar una conexión más íntima entre individualidad algunos de los mayores placeres cualitativamente. Así, insta a los hombres a cultivar “placeres naturales”, o los placeres de “cultivarse”, placeres que están vinculados a la realización de elecciones libres entre patrones de vida alternativos (p. 119). Estos “placeres naturales! No pueden ser alcanzados excepto a través de la búsqueda de la individualidad y el ejercicio de la libertad que implica. De hecho, Mill da la impresión algunas veces [73/74] de que estos placeres son idénticos al ejercicio de la libre elección, aunque en general adopta la postura de que la libre elección es una condición lógica necesaria para su consecución. En su punto de vista, parece ser que los placeres naturales consisten en el disffrute de las actividades que uno ha elegido libre y críticamente de entre varias alternativas.

Ahora estamos en posición de entender el sentido de Mill de utilidad “basada en el interés permanente del hombre como ser progresivo”. La libertad es necesaria para “el libre desarrollo de la individualidad”, y sin libertad “hay una falta de los ingedientes principales de la felicidad humana, y bastantes ingredientes principales para el progreso social e individual” (p. 115). Así, Mill sigue apelando a la utilidad, o la promoción de la felicidad como el estandar para valorar la libertad. También afirma que debido a la diversidad de fuentes de placeres y sufrimientos humanos, y sus diferentes efectos en diferentes personas, los hombres “ni obtendrán su parte justa de felicidad, ni crecerá hasta su estatura mental, moral y estética de la que su naturaleza es capaz” a menos que les sea permitida la libertad de perseguir sus propios modelos de vida (p. 125). Esto se hace evidente a medida que el argumento avanza, el objetivo final no es realmente la felicidad en el sentido de que es separable del crecimiento de la individualidad. La utilidad su en sentido más amplio se refiere al desarrollo de la individualidad y está asociado con los placeres. La libertad se valora porque es una condición lógica necesaria para el crecimiento de la individualidad. Los hombres deben poder elegir por sí mismos porque la libre elección en sí misma es uno de los ingredientes más importantes del tipo de la felicidad. Mill estaba más preocupado de estimular a los hombres que elegían conforme a la costumbre, no poque estuvieran independientemente de acuerdo, sino ciegamente y sin pensar, o porque estaban presionados para hacerlo, no podrían, por definición, ser más felicies que aquellos que eligieran libremente. La felicidad de este tipo no es la que ***Benthan concivió – una meta que es distinta de aquella de la libertad individual, y de hecho, alcanzable mediante ella en ciertas situaciones [El punto de vista de Betham de la libertad es discutido por Douglas Long]. Para Mill, la felicidad no es algo que pueda obtenerse a través de cualquier medio. No es sólo lo que los hombres creen o cómo sientes lo que es importante; la manera en que llegana tener ciertas creencias y actitudes es también importante. “Si una persona posee cualquier cantidad tolerabñes de [74/75] sentido común y experiencia, su propio modo de establecer su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí mismo, sino porque lo es en su propio modelo” (p- 125). La importancia de elegir y actuar independientemente y de manera racional se acentúa por el uso de expresiones tales como “una gente intelectualmente activa” y “la dignidad de los seres pensantes”. La elección racional, como los argumentos de Mill en el capítulo de la libertad de pensam elección racional, como los argumentos de Mill en el capítulo de la libertad de pensamiento y discusión dejan claro, implica que uno conoce los motivos correctos para creer en algo, y que se está dispuesto a escuchar las opiniones en conflicto cada vez que surgen. Esto implica por lo tanto la exitencia de libertad para aquellos que están en desacuerdo con nosotros.

Aunque Mill concede un gran valor intrínseco al desarrollo de la individualidad, también señala que el desarrollo de la individualidad tendrá buenas consecuencias. Esto es, por spuesto, perfectamente consistente, ya que algo puede ser valorado tanto como final en sí simo como medio para otros fines. Mill se queja de que “la individualidad espontánea es difícilmente reconocida por las formas comunes de pensamiento como poseedora de algún valor intrínseco de valor, o que merezca algún reconocimiento por su cuenta propia” (p. 115). Es por esta razón por lo que Mill cree que es importante mostras cómo el desarrollo de una persona puede ser utilizado por otros que no valoran su propia individualidad. La persona común no estaríam muy impresionada por una suma de individualidad que únicamente ensalzara su valor intrínseco, y estp es porque lo la defensa de Mill toma la forma que tiene de explicar tanto los valores intrínsecos como los valores instrumentales de la individualidad [cf. Richard B. Friedman].

Habiendo dicho que la individualidad es la misma cosa que el desarrollo, y que es sólo la cultivación de la individualidad la que produce, o puede producir, seres humanos bien desarrollados, debería cerrar aquí el argumento: ¿qué puede decirse más o mejor de cualquier condición de los asuntos humanos que aquello que les acerca a lo mejor que pueden ser? ¿O qué puede decirse peor de cualquier obstrucción al bien que aquella que prevenga esto? Sin duda, sin embargo, estas consideraciones no son suficientes para convencer a aquellos que más necesitan ser convencidos; y esto es muy necesario para mostar que estos seres humanos desarollados son de alguna utilidad para los no desarrollados: “señalar a los que no desean la libertad y que no harían uso de ella, que pueden ser recompensados de alguna manera incompresible al permitir que otros puedan hacer uso de ella sin obstáculos” [pp. 121-22]

[75/76] Mill continua diciendo que todo el mundo se beneficia del progreso y los avances que de dependen de ideas nuevas, la introducción de una conducta más ilustrada y el cultivo de nuevos gustos y estilos de vida.

En un artículo reciente, James Bogen y Daniel Farrell sugieren que Mill reivindica que, que la libertad y la individualidad sean intrínsecamente deseables sea completamente compatible con su utilitarismo, que considera a la felicidad como la única cosa intrínsecamente deseable [Borgen/Farell]. De acuerdo con ellos, Mill no entiende la felicidad simplemente como un estado mental, sino también, y más importantemente, como el conjunto de todas aquellas cosas que son intrínsecamente deseables. Cuando Mill trata al placer o a la felicidad como un estado mental, se refiera a la felicidad en este sentido, como una de las cosas que son intrínsecamente deseables. Pero Mill también considera otras muchas cosas que no son estados mentales como intrínsecamente deseables. Por ejemplo, el dinero, la salud y la virtud como fines deseables. No son los estados mentales producidos por estos objetos y actividades lo que son intrínsecamente deseables, sino los objetos y las actividades en sí. Así que, si la felicidad es una colección de todas las cosas buenas intrínsecamente deseables, la libertad y la individualidad pueden ser incluidas en esta colección.

Bogen y Farell interpretan que Mill clama en el Utilitarismo que “lo que es deseable como un fin es deseable como un fin”. [Bogen/Farrel, p. 331] Mill cree que “Lo que se desea de otro modo que no sea el de significar para algunos un fin más allá de sí mismo, y al final de la felicidad, es deseado por sí mismo como parte de la felicidad y no es deseado por sí mismo hasta que llegue a serlo.” [Utilitarianism, p. 47]. Sin embargo, Bogen ayuda a Farell al argumental que Mill sólo está comprometido con el punto de vista de que la producción de placer de una cosa (como estado mental) es una condición causalmente necesaria y suficiente para nuestro deseo por algo en sí mismo. Por ejemplo, la vista intrínsecamente deseable de una montaña cubierta de nieve brillando a la luz de la luna puede ser para algunos tanto una necesidad como una condición necesaria para que tengan el deseo de escalar la montaña. Pero una vez que tengan el deseo de escalar, este deseo puede ser un fin en sí mismo y no simplemente un medio para capturar otra visión de la montaña [Bogen/Farell, p. 334]. Del mismo modo, una virtud puede ser deseada y deseable por sí misma, aunque originalmente fuera deseada simplemente como un medio de placer (como estado mental). Podría ser deseada incluso si no fuera a producir placer nunca más.

La cuestión crucial es si la explicación que acabamos de mostrar de la defensa de Mill de la libertad y la individualidad es, como dicen Bogen y Farrell, “una defensa francamente utilitaria” [Bogen/Farrell, p. 328]. Ellos mismos llaman la atención en el problema de decidir cómo resolver conflictos entre fines diferentes. Partiendo de que una pluralidad de fines, o cosas buenas intrínsecamente deseables, se incluye bajo la noción de felicidad, Mill tendría que determinar el orden de prioridad entre estos fines en casos de conflicto. Aunque pensaran que el principio de utilidad mismo no puede resolver el orden del problema (Bogen y Farrell, p. 328), Bogen y Farrek no parecen pensar que esto afecte al carácter utilitario de la defensa de Mill de la libertad. Sin embargo, a menos que haya razones utilitarias para la clasificación un valor superior a otro, el utilitarista no siempre puede aceptar esa clasificación. A menos que la libertad y el desarrollo de la individualidad maximicen la felicidad o la satisfacción neta de los deseos, no hay ninguna base para el utilitario que le conceda el valor más alto. No hay, por supuesto, ninguna razón por la que el utilitarismo deba estar vinculado con la noción de la felicidad como estado mental (Williams, pp. 84-85). Pero al mismo tiempo, cualquiera que sea la definición que uno emplee para formulación del utilitarismo, no puede ser como para que la doctrina sea distinguible de sus teorías rivales no utilitarias.14 Para entonces la afirmación de que la defensa de Mill de la libertad es una defensa francamente utilitaria estaría vacía. Los argumentos de Bogen y Farrell son inconclusos precisamente porque dejan fuera este punto crucial.

Hasta que tengamos una imagen más clara de cómo se clasifican la libertad y la individualidad en el orden de prioridades de Mill, y las razones de la clasificación, no podremos afirmar que francamente sea utilitario. En efecto, hay algunos obstáculos en la defensa de Mill de la libertad contra el establecimiento de esta afirmación justo como en la explicación dada por Borgen y Farrell, donde la libertad es intrínsecamente deseada porque, aunque sea deseada como un fin por algunas personas, otras muchas la desean por su propio propósito general de conformidad y por la supresión de conductas desviadas. Para un utilitario, la intensidad de un deseo y el número de personas que lo comparten, afectará al valor que deba atribuirse a su satisfacción. Pero la conciencia de Mill de la existencia extendida y la fuerza de estos deseos anti-liberales no le llevan a concederles ningún peso adicional. Para él, tampoco se debilita el valor intrínseco [77/78] de la individualidad. Mill no creía que el grado de deseo de algo fuera proporcional a la medida en que fuera deseado en realidad como un fin. Puso un alto valor intrínseco en la individualidad en pleno conocimiento de que había poca apreciación de ella, y poco deseo por ella.15 Pero, por supuesto, se puede argumentar que a la larga la promoción de la libertad y la individualidad darán lugar a una mayor satisfacción de los deseos que la imposición de la conformidad y el ejercicio de la coerción. Pero incluso si esto es cierto, da cuenta errónea de la posición de Mill. En primer lugar, al hablar de la conducta de uno mismo, vimos que Mill deseaba descontar determinadas satisfacciones y ciertas formas de angustia en sus cálculos. Es sólo porque hizo caso omiso de ciertas satisfacciones que podría estar tan seguro de que las consecuencias en conjunto de la individualidad en desarrollo serían favorables. En segundo lugar, también es el caso de que el alto valor intrínseco que coloca en la individualidad no dependía del grado de satisfacción que produjo, sino en su desarrollo de ciertas capacidades. Y el desarrollo de estas capacidades está valorado en sí mismo no como un medio de satisfacer deseos. En una discusión corta, pero valiosa, R. S. Downie ha sugerido que la distinción cualitativa de Mill entre placeres se puede reafirmar como una distinción entre actividades: “un valor superior puede establecerse en algunas actividades más que en otras, no por la suma del placer que producen, sino por su habilidad para profundizar en la individualidad de una persona y así ayudarle a desarrollarse” (p. 70). Es el auto-desarrollo, y no la mera satisfacción del deseo, lo que Mill valoraba. Algunos de lo que no desarrollan su individualidad tienen fuertes deseos de conformar inconscientemente un cierto tipo de vida. Mill creía que sus deseos deberían satisfacerse en la medida en que no dañara a otros, pero no reconocía un alto valor a la satisfacción de estos deseos.

Desde el punto de vista utilitarista, también es desconcertante que Mill debiera insistir tanto en la intransigencia que se desarrolla en la individualidad dentro de “los límites impuestos por los derechos e intereses de otros”, y que debiera negar permitir tan absolutamente a todos, incluyendo “al hombre fuerte de genio” desarrollarse a sí mismo a costa de la individualidad de otros. El utilitarismo, como doctrina sumativa, buscará maximizar la suma del [78/79] valor intrínseco. Si la individualidad tiene valor intrínseco, entonces, otras cosas pueden ser iguales, esto implica maximizar la realización de la individualidad. Pero la maximización puede implicar el sacrificio de la individualidad de algunos para poder promover un crecimiento neto de la realización de la individualidad del resto [estoy en deuda con el profesor H. L. A. Hart por mejorar este punto conmigo]. En A Theory of Justice, Rawls argumenta que Mill puede rescatado de esto simplemente haciendo supuestos análogos de aquellos alegados por los utilitaristas (p. 210). Así, Mill tendría que asumir que los individuos tienen una capacidad similar para desarrollar la individualidad, y que el derecho de libertad tiene una utilidad menguante marginal. Él puede argumentar entonces que una persona que acaba de ejercitar hasta cierto grado su derecho de libertad desarrollando su individualidad, promoverá la individualidad en menor media que otra persona que no ha ejercitado este derecho. Con estos supuestos podemos explicar por qué el valor máximo intrínseco será fomentado por la concesión de una libertad igualitaria a todos para desarrollar la individualidad.

Sin embargo, no hay necesidad para Mill de hacer estos supuestos porque su doctrina de individualidad no implica una maximización de la realización de la individualidad. Los requerimientos distributivos ya están construidos en su doctrina. Su principio de libertad limita la interferencia con la libertad de una persona en los casos donde el daño a otros pueda ser prevenido. El fracaso de realizar la individualidad de uno mismo no es un daño para otros, mientras que la supresión de la individualidad de una persona es una forma dañina de conducta – una injerencia en su libertad. De manera que suprimir la libertad de una persona para fomentar la individualidad de otros es dañarla sin ninguna justificación en términos de perjuicio – prevención. De la misma manera, cultivar la individualidad de uno perjudicando a otros viola el principio de libertad. Así pues, la prevención de perjuicios a otros incluye límites tanto a lo que se puede hacer para ayudar a otros a realizar su individualidad, como para lo que pueda hacerse para realizar la individualidad de uno mismo. Dentro de estos límites, Mill espera que cada persona, con la ayuda de otros, desarrolle su individualidad al máximo.

La afirmación de Mill de que la libertad y la individualidad son fines importantes en sí mismos ha sido a menudo mal entendida. No es la afirmación de que todos los actos elegidos libremente sean buenos o de valor, ni implica que haya cierto valor en un acto inmoral [79/80], simplemente por haber sido elegido libremente.19 Mill tampoco niega que las buenas consecuencias puedan derivarse de actos de coacción y sin libertad. Su énfasis está en el valor del agente – “su valor comparativo como ser humano” (p. 117). La libertad es una precondición del valor del agente y es un componente esencial en su ideal de individualidad. A menos que las acciones de una persona sea libremente elegidas, no puede ser considerada como una persona de valor, aunque haya podido conseguir buenos resultados por medio de la negación de su libertad.

¿Cuál es la relación entre la aceptación de la libertad como un fin en el sentido defendido por Mill y la creencia en verdades objetivas? Éste ha sido un tema excelentemente discutido por Basil Mitchell (Ch. 6). Él distingue entre diferentes variedades de liberalismo, y en particular entre lo que puede llamarse “el antiguo liberalismo”, que afirma que sólo en una sociedad libre los hombre serán capaces de descubrir respuestas verdaderas a cuestiones morales y otras relacionadas, y lo que llama “el nuevo liberalismo”, que valora la libertad porque niega que haya verdades objetivas. De acuerdo con Mitchell, el nuevo liberalismo está representado por P. F. Strawon en su artículo "Social Morality and Individual Ideal", donde aboga por la libertad de los individuos para llevar a cabo una variedad de ideas diferentes y contradictorias de la vida en el marco de una moralidad social común. La libertad está valorada no sobre la base de que sea el mejor, o tal vez incluso el único, medio para promover el descubrimiento de nuevas verdades, ya que el nuevo liberal no cree que haya una verdad sobre la vida; sino que más bien, la libertad se valora porque fomenta una diversidad ética que es considerada intrínsecamente como buena. Por otro lado, de acuerdo con Mitchell, Mill es un defensor del antiguo liberalismo, aunque “las semillas del nuevo liberalismo” tengan que ser encontradas en su defensa de la individualidad. Mill nunca abarca por completo el nuevo liberalismo porque, incluso cuando alaba la individualidad, no es indiferente a la cuestión de la verdad. Él ve la importancia de la individualidad en el descubrimiento de verdades nuevas que hace posible y en dar ejemplo de “una conducta más ilustrada y mejor gusto y sentido en la vida” (Mitchell, p. 92). Con Mill como notable excepción, Mitchall argumenta que hay una tensión en general entre la creencia de que uno tiene ya la verdad y la creencia en la importancia de la libertad. Así, [80/81] aquellos que defienden que hay verdades objetivas, ya sabidas, se sienten obligados a negar la tolerancia, mientas que aquellos que sean reivindicar la libertad se sientas obligados a negar la objetividad. Sin embargo, es posible un camino medio entre el antiguo y el nuevo liberalismo: hay “una caso liberal que no se basa en la premisa de que la verdad no es conocida o conocible”. Este caso se basa en la creencia de que “un hombre no puede vivir la vida de un ser moral y racional a menos que sea capaz de realizar sus propias elecciones, de manera que la restricción de su poder por miedo al castigo es en sí misma un mal” (Mitchell, p. 97). Pero si mi explicación sobre la doctrina de individualidad de Mill es correcta, entonces el medio camino de Mitchell reside en el corazón mismo del caso de Mill para la libertad. Por supuesto, Mill también está suscrito a alguna versión del antiguo liberalismo, como se muestra en su argumento de que la libertad de expresión conduce al descubrimiento de la verdad y a la eliminación del error [este es sólo uno de sus argumentos a favor de la libertad de expresión, cf. Capítulo 8]. No hay en esto ninguna inconsistencia para que Mill reconozca que la libertad tiene un valor instrumental y que ha de ser valorada como un fin en sí misma. El antiguo liberalismo simplemente se ocupaba del valor instrumental de la libertad. Por otro lado, la significación de la libertad como un fin tiene su expresión tanto en el nuevo liberalismo como en el camino medio de Mitchell. Al decir que Mill se adhiere a este último en lugar de al antiguo se hace necesario tomar en cuenta a las “semillas del nuevo liberalismo” al que alude Mitchell.

En principio, no hay ninguna incompatibilidad necesaria entre el nuevo liberalismo y el camino medio. Lo que hace distintivo al camino medio es que, a diferencia del nuevo liberalismo, no presupone la falta de verdades objetivas. Pero, hecho, esto es bastante compatible con que no haya verdades objetivas. Mientras que el nuevo liberalismo se colapsa si hay verdades objetivas, el medio camino considera igualmente viable que haya o no tales verdades.

Mill cree que hay verdades objetivas en muchas áreas, y su discusión sobre la libertad de expresión deja esto claro. Pero en el área de los ideales personales sobre el tipo de vida que debe llevar una persona o el tipo de persona que quiere esforzarse en ser, su punto de vista es complejo, y es aquí donde parece que están sembradas las semillas del nuevo liberalismo.

Es, sin embargo, muy extraño afirmar, en el espíritu alegado del nuevo liberalismo, que haya un área de la vida donde sea un asunto [81/82] de indiferencia a qué ideales se suscriba uno. De hecho, uno puede, como Strawson dice, experimentar simpatía “con una variedad de ideales contradictorios en la vida”, pero dudo que quiera que esto se tome como una sugerencia de que uno simpatiza con cada ideal de la vida que pueda ser aceptado por los hombres, o que puedan ser convencidos para aceptar. La simpatía de uno de extiende hasta cierta medida de ideas contradictorias, y dentro de esta medida, no se plantea ninguna cuestión acerca de si un idea es más verdadera o mejor. Pero es, o debe ser, un límite más allá del cual los ideales de la vida son rechazados porque son vistos como degradantes, o porque violenten las concepciones generales de uno de lo que debe ser el ser humano.

Es en este contexto donde la noción de individualidad de Mill puede ser estudiada posteriormente. Hasta cierto punto, Mill acepta indudablemente ideales diferentes de vida como igualmente válidos para hombres distintos.

No hay ninguna razón por la que toda la existencia humana deba ser construida sobre uno o un pequeño número de patrones… Tales son las diferencias entre los seres humanos en sus fuentes de placer, su susceptibilidad al dolor, y la operación en ellos de diferentes agentes físicos y morales, que, a menos que haya una diversidad correspondiente en sus modos de vida, no obtendrán ni su justa parte de felicidad, ni desarrollarán la estatura mental, moral y estética de la que su naturaleza es capaz. [p. 125]

Esto suena como el nuevo liberalismo, pero el grado de simpatía de Mill no es ilimitado. Retrocede, por ejemplo, al ideal de matrimonios polígamos, que ve con profunda desaprobación como “un paso retrógrado en la civilización” (p. 148). La institución de la poligamia queda fuera de lo que es atractivo o cautivador, aunque, por supuesto, no fuera de lo que se puede tolerar.

En términos más generales, podría decirse que a la pregunta: ¿qué tipo de vida debe llevar una persona o en qué tipo de persona debe uno convertirse? Mill no cree que haya una respuesta objetivamente verdadera aplicable a todos los hombres. Pero al mismo tiempo, no piensa que, mientras que la elección del agente se haga libre y deliberadamente, sea de agradecer, sin importar cualquiera que sea su contenido. La libre y deliberada elección de un modo de vida es sólo uno de los componentes de su ideal de individualidad. El otro componente es que la elección debe hacer que se desarrollen las potencialidades de la persona. Ahora no importa cómo puedan ser de diferentes las potencialidades de distintas personas, hay [82/83] todavía algunas semejanzas básicas entre ellos simplemente en virtud de hecho de que son seres humanos. Tienen “las dotaciones distintivas humanas” [cf. Downie and Telfer, pp. 95-97]; y desarrollar estas dotaciones es parte de las potencialidades del hombre. Dependiendo de cómo sean sus otras potencialidades más específicas, diferentes hombres encontrarán diferentes planes de vida, más adecuados a su propio auto-desarrollo. Sin embargo, hay establecidos ciertos límites dentro del tipo de conducta que será compatible con el ideal de individualidad. Porque si el plan de vida elegido por una persona es tal como para destruir en gran medida, o como para detener el crecimiento de estas dotaciones, retardará las potencialidades de ella, y por lo tanto, iría en contra del segundo componente de individualidad de Mill.

De nuevo, una persona podría fracasar a la hora de desarrollar por completo sus potencialidades más específicas y sus talentos y habilidades especiales debido a la falta de conocimiento y orientación. Las tradiciones de la sociedad de uno y la experiencia de otros puede, en consecuencia, ser de mucha utilidad si sólo se toman en cuenta con inteligencia. Pero las circunstancias cambiantes piden ajustes en los planes de vida de uno. Lo que podría haber sido una forma de vida ideal para un tipo de persona determinado bajo un conjunto de circunstancias podría dejar de serlo a la luz de nuevas circunstancias. Por lo tanto, “siempre hay necesidad de personas, no sólo para descubrir verdades nuevas e indicar cuándo, las que una vez fueron verdades, ya no lo son, sino también para iniciar prácticas nuevas y ser el ejemplo de una conducta más ilustrada y con mejor gusto y sentido en la vida humana” (p. 122). Por varias razones, Mill no puede ser indiferente a la cuestión de la verdad, y debe, pues, suscribirse al medio camino de Mitchell más que al nuevo liberalismo. Con todo, parece que se acerca más al nuevo liberalismo cuando propone el caso a favor de la individualidad que cuando argumenta a favor de la libertad de expresión, y esto pide alguna explicación.

Al defender la individualidad, Mill se preocupa por aquellos ideales personales de vida que, si se llevan a cabo, no causan daño a otros, mientras que al discutir el caso a favor de la libertad de expresión enfatiza las cuestiones inter-personales de interés para todo aquello que está bien o mal, que es verdadero o falso, bueno o malo en “moral, religión, política, relaciones sociales y los asuntos de la vida.” Muchas de estas últimas cuestiones tratan de nuestros deberes comunes sociales y responsabilidades, los méritos y [83/85] deméritos de instituciones sociales y la búsqueda de políticas sociales apropiadas. En estas áreas, la analogía de elegir un abrigo o un par de botas (p. 125) que usa Mill en el contexto de las ideas personales, es inaplicable. La respuestas correctas en estas áreas no varían como sucede en el caso de las ideas personales, con los individuos con los que estamos hablando: sería inapropiado decir aquí que una talla de botas de el abrigo que se ajusta perfectamente bien a una persona no le quedaría bien a otra.

Mill cree que la libertad y la variedad de situaciones son condiciones indispensables para el florecimiento de la individualidad. La libertad es necesaria porque la individualidad consiste en parte en elegir por uno mismo. La variedad de situaciones es necesaria porque lo genuino de la elección de uno es, en gran medida, dependiente del rango de alternativas que puede visualizar. Aunque, por supuesto, es posible para un hombre que no le ha sido presentado una alternativa de creencias y modos de vida concebir tales modos y rechazarlos críticamente a favor del modo de vida predominante en su sociedad, esta posibilidad es considerablemente reducida para muchos hombres si no tienen la oportunidad de saber acerca de “los experimentos de vida”, o de escuchar y leer acerca de los puntos de vista que proponen tales alternativas. La variedad de situaciones aumenta el número de alternativas para elegir y también pone alternativas más claramente ante nosotros.

La individualidad no significa, sin embargo, el escape de las metas de la acción política. Una buena sociedad perseguirá otros objetivos, aparte de la promoción de la individualidad de casa persona. Pero el ideal de individualidad guía la manera en la que estos otros objetivos han de ser conseguidos. El marco de la vida política está establecido sobre este ideal y la persecución de otras metas se llevará a cabo en este marco. El liberalismo de Mill no busca proporcionar soluciones a todos los problemas políticos contemporáneos. No obstante, la individualidad proporciona una guía positiva para la acción política de dos maneras. A un nivel más general, establece límites a lo que puede hacerse en consecución con otros objetivos. No es ideal que vaya a dejarse de lado mientras nos pongamos a la tarea de buscar otras cosas. En segundo lugar, esto mismo crea más afirmaciones específicas al insistir en que las oportunidades para su realización pueden ser proporcionadas. La no-interferencia con la conducta de una persona excepto para prevenir el daño a otros es importante. De este modo, es la protección [84/85] y la mejora de las instituciones la que nos permite y nos anima a que haya libre expresión donde ya existe y a construir estas instituciones allá donde no existan aún. La creación y el mantenimiento de una atmósfera de tolerancia constituyen una parte permanente de los objetivos de la acción política.


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Última modificación el 22 de abril de 2001 y traducido en 22 de marzo 2012