Comienzo a dudar si tuve algo que ver con un libro denominado “Dombey” o si alguna vez reflexioné sobre el capítulo quinto (que hace una quincena estaba sin finalizar) día tras día hasta que empecé en parte… a pensar si sólo es una realidad en vida y a confundir todas las realidades con sombras efímeras. —Carta de Charles Dickens a la Condesa de Blessington, 24 de enero de 1847.
Conoces mi vida… y mi personalidad, así como lo que ha contribuido a convertirlas en un éxito; y cuanto más veas de mí mismo, mejor quizá puedas comprender que la búsqueda intensa de cualquier idea que me posee completamente es una de las cualidades que me diferencian, en ocasiones para bien, en ocasiones me atrevo a decir para mal, de otros hombres. — Carta de Charles Dickens a su mujer, 5 de diciembre de 1853.
Mi capacidad inventiva descansa sobre la condición severa de que debe dominar toda mi vida, de que con frecuencia debe poseerme totalmente, ejercer sus propias exigencias sobre mí y algunas veces durante meses seguidos apartarme de todo. Si no supiera desde hace mucho tiempo que mi lugar no podría nunca sustentarse a menos que estuviera preparado en cualquier momento para consagrarme a él por entero, lo habría abandonado muy pronto… Cualquiera que se entregue a un Arte debe estar agradecido por rendirse completamente ante él, y por encontrar su recompensa en él. — Carta de Charles Dickens a la señora Winter, 3 de abril de 1858.
Se dice que cuando le preguntaron a John Dickens sobre la educación de su famoso hijo, éste contestó jocosamente, “Por qué lo pregunta, señor, ¡ja! ¡ja!, puede decirse que se educó a sí mismo”. Sobre la verdad de esta aseveración, la vida temprana de Charles Dickens da buena fe. Desde 1817 hasta 1822, entre sus cinco y diez años, vivió en Chatham en la costa sureste de Inglaterra, donde su padre estaba empleado como un oficinista asalariado en el astillero naval. Aunque el muchacho recibió algunas instrucciones rudimentarias de su madre en inglés e incluso en latín, y durante un tiempo asistió a una escuela para damas similar a la representada en las páginas que abren Grandes esperanzas (Great Expectations), no fue hasta el final de este periodo cuando disfrutó, aunque demasiado brevemente, de ser expuesto a una instrucción sólida bajo un maestro excelente y cariñoso llamado William Giles. Antes de esto, no obstante, la imaginación de Dickens se había despertado a una actividad precoz mediante influencias menos ortodoxas. En un ensayo autobiográfico titulado “Historias de niñeras”, relata cómo cuando era un niño fue introducido en los reinos de los cuentos de hadas y del folclore a través de los relatos espeluznantes que su nana le contaba a la hora de dormir, quien perdura como Peggotty en David Copperfield. No mucho después, Dickens descubrió la biblioteca de su padre, constituida de reediciones baratas sobre las grandes y conocidas [5/6] obras de ficción. El placer que acompañaba a su escrutinio queda vívidamente plasmado en el siguiente pasaje relativo a los recuerdos juveniles de David Copperfield:
Mi padre había dejado una reducida colección de libros en una pequeña habitación del piso de arriba, a la cual yo tenía acceso (dado que era adyacente a la mía) y en la que nadie más en nuestra casa se tomaba jamás la molestia de entrar. De aquel bendito cuartito surgieron Roderick Random, Peregrine Pickle, Humphrey Clinker, Tom Jones, El vicario de Wakefield, Don Quijote, Gil Blas, y Robinson Crusoe, hueste gloriosa que me hizo compañía. Mantuvieron viva mi imaginación y mi esperanza en algo más allá de aquel lugar y de aquella época; ellos y Las mil y una noches así como Los cuentos de los genios… He sido Tom Jones (un Tom Jones cuando era pequeño, una criatura inofensiva) durante toda una semana. Estuve convencido de ser Roderick Random durante por lo menos un mes, y me lo creí por completo… Éste fue mi único y constante consuelo. Cuando pienso en todo aquello, siempre acude a mi memoria la escena de una tarde de verano con los niños jugando en el cementerio, mientras yo leía sentado en mi cama, como si me fuera la vida en ello. Cada granero de la vecindad, cada piedra de la iglesia, y cada rincón del cementerio, encontraba en mi mente alguna asociación particular conectada a estos libros y representaba algún sitio célebre en ellos. He visto a Tom Pipes escalar al campanario de la iglesia; he observado a Strap, con la mochila a su espalda, detenerse a descansar en la tapia y sé que el comodoro Trumlion presidía aquella asociación con el señor Pickle en la sala de la taberna de nuestra aldea.
Según John Forster, el biógrafo del novelista, los Cuentos de los genios inspiraron los escritos tempranos de Dickens, incluida “una tragedia llamada Misnar, el Sultán de la India”. De esta época data también una fascinación duradera por todas las variedades de entretenimientos públicos. Al muchacho le llevaban al teatro y a pantomimas (pantomimes) en Londres y en Rochester, y como emulación de estos espectáculos alcanzó una reputación local como intérprete espontáneo. Forster afirma que: “Contó una historia de manera desenvuelta [6/7] tan bien, y entonó brevemente unas canciones cómicas tan excelentemente que solían subirle a las sillas y a las mesas, tanto en casa como fuera de ella para que exhibiera estos talentos de forma más espectacular”.
En cuanto al resto de cosas, un chico tan observador y atento a las nuevas impresiones como lo era el joven Dickens, encontró suficientes oportunidades para sus sentidos y aventuras en la región cercana a Chatham y Rochester, tan rica en asociaciones históricas y en tradiciones conservadas. “Todas mis primeras lecturas y mis primeras imaginaciones proceden de este lugar”, escribió pasados los años; y el tono nostálgico de muchos de los fragmentos de El viajero sin propósito comercial testifica que el escritor, como Wordsworth, continuó consolándose al recordar esta “hermosa siembra” de su alma. De hecho, en periodos críticos, Dickens solía hacer peregrinaciones a las escenas de su vida temprana, hasta que en 1857 adquirió como su hogar definitivo Gad´s Hill, la casa de campo que había visto y admirado por primera vez durante sus días en Chatham y que su padre le había prometido que algún día poseería si trabajaba lo suficientemente duro. Esta parte de Inglaterra llegó a significar lo que para él era el Edén de la inocencia infantil, y el patetismo con el que lamentó su pérdida invade la atmósfera de los pasajes de Pickwick Papers, David Copperfield y Los misterios de Edwin Drood (The Mystery of Edwin Drood), ambientados en la localidad.
De la noche a la mañana, el idilio juvenil alcanzó su fin. John Dickens fue trasladado a Londres y con su traslado, su fortuna comenzó a declinar. Era un hombre listo pero derrochador, más atento a los asuntos ajenos que a los propios, al igual que el personaje Micawber, de quien fue parcialmente la inspiración original. La familia se asentó en Camden Town, el más pobre de todos los suburbios londinenses, y pronto se hizo necesario vender los enseres domésticos, siendo los queridos libros de Dickens las primeras cosas en irse. Incapaz de atender sus obligaciones financieras, el padre buscó refugio [7/8] en la prisión Marshalsea bajo las cláusulas de la Ley de los deudores insolventes, donde se le unieron su mujer y sus hijos pequeños.
Charles, el hijo mayor, tuvo que pagar también su penitencia. Por medio de un conocido de la familia, se marchó a trabajar a la fábrica Warren situada en el Strand, donde por seis chelines a la semana se le encomendó la tarea de pegar etiquetas en los frascos de betún negro. Aunque posteriormente miró retrospectivamente a este vasallaje como algo de una duración interminable, no duró más que tres meses. Sus deberes, rápidamente dominados, no fueron excesivamente agobiantes y sus rudos compañeros le trataron suficientemente bien, ya que respetaron las pretensiones caballerosas que había heredado de su padre. No obstante, la naturaleza servil de sus obligaciones provocó que este chico tan sensible se sintiera como si hubiera sido degradado. Más desolador aún fue ver cómo se extinguían sus futuras esperanzas sobre la educación que tan apasionadamente había deseado y para la que sentía que estaba cualificado. Pero mucho más profunda que ninguna de estas humillaciones yacía la convicción desesperada de que había sido injusta e inmotivadamente abandonado, destinado a acompañar a los niños desamparados y sin hogar que deambulaban por las calles de Londres.
Durante muchos años después, Dickens no fue capaz de estimar el alcance que las cicatrices de esta dura experiencia le dejó. Las escondió con tanto empeño que su familia sólo se enteró de los hechos a partir de La vida de Forster después de que el novelista falleciera. De hecho, podrían no haberse sabido nunca si, casi un cuarto de siglo después en 1847, Forster no hubiera oído a un amigo de John Dickens comentar que él recordaba haber visto al muchacho en su puesto de trabajo. La curiosidad de Forster sobre este descubrimiento al azar movió a Dickens a escribir el fragmento de una autobiografía que más adelante confió a su amigo cuando se decidió a incorporar el contenido de sus recuerdos casi literalmente en el episodio de Murdstone y Grinby en David Copperfield [8/9].
Tal y como lo narra íntegramente Forster en La vida, el relato original describe conmovedoramente los sentimientos de rabia y amargo resentimiento que esta experiencia juvenil le dejó. “Me resulta admirable”, escribe,
con qué facilidad me podría haber convertido a esta edad en un marginado. Me resulta sorprendente que, incluso después de mi transformación en un pobre y pequeño burro de carga desde que llegamos a Londres, nadie manifestara por mí la suficiente compasión (por un muchacho con habilidades singulares, diligente, entusiasta, delicado que pronto se sintió dolido corporal y mentalmente) como para sugerir que algo se estaba desperdiciando, como seguramente habría sido así, al no ubicarme en un colegio cualquiera. Nuestros amigos, lo asumo, estaban exhaustos. Ninguno alertó sobre ello. Mi padre y mi madre estaban bastante satisfechos, y apenas podrían haberlo estado más, si hubiera tenido veinte años, destacado en la escuela y marchado a Cambridge.
Y continúa después describiendo a sus compañeros de trabajo:
No hay palabras para describir la secreta agonía de mi alma cuando me hundí en este grupo de compañeros. Al comparar a estos camaradas diarios con aquellos de mi infancia más feliz, sentí cómo mis esperanzas tempranas por crecer para convertirme en un hombre erudito y distinguido quedaban aplastadas en mi pecho. El profundo recuerdo del sentimiento de haber sido completamente abandonado lleno de desesperanza, de la vergüenza que soporté en mi puesto, de la miseria que significó para mi joven corazón el creer que, día tras día, lo que había aprendido y pensado, y en lo que me había regocijado y con lo que había alimentado mi imaginación y mi afán de superación estaba alejándose de mí para no regresar nunca jamás, no puede ser escrito. Toda mi naturaleza quedó tan traumatizada con la pena y humillación de tales consideraciones que incluso ahora, famoso, halagado y feliz, olvido con frecuencia en mis sueños que tengo una querida esposa e hijos, y deambulo desoladamente por aquel tiempo de mi vida.
Después de que John Dickens, que recibió una herencia en el momento oportuno, saliera de Marshalsea, preparó a su vez la salida de Charles de la fábrica de betún, [9/10] si bien a la señora Dickens no le habría importado haber mantenido allí a su hijo. El novelista nunca perdonó a sus padres por este trato. Algunos de los rasgos del padre aparecieron encarnados en William Dorrit, así como en Micawber, mientras que las señoras Nickleby y Micawber fueron parcialmente modeladas en su madre. Sin embargo, resulta más revelador el tema del abandono parental que destaca en prácticamente todas las novelas. La mayoría de sus protagonistas son huérfanos o casi huérfanos que se albergan en los hogares de unos padres sustitutos. El sentido de inseguridad implantado durante este periodo de abandonos tuvo otras consecuencias duraderas. Se reflejó en la determinación de Dickens de nunca más estar expuesto ante circunstancias parecidas por falta de dinero, y en la crueldad que, como secuela, caracterizó todas sus relaciones comerciales. Esta preocupación por el bienestar material dominó a su vez sus escritos. Como escribió Humphry House:
el acto de ganar, conservar, gastar, poseer y legar constituye el tema principal de casi cada libro, dando cuerpo a sus argumentos. Construye personaje tras personaje alrededor de una actitud hacia el dinero, subordinando ante él el estatus social.
Como recompensa a este suceso, se deben admitir ciertas ventajas inestimables de este periodo en el que el joven Dickens se vio completamente arrojado a vivir de sus propios recursos. Por falta de otra diversión, tomó la costumbre de deambular por las calles de la ciudad, y como observador de la “linterna mágica” de la abigarrada metrópolis, comenzó a disciplinar fenomenalmente sus poderes de observación, exactitud y retentiva. En el proceso, adquirió el tipo de conocimiento del cual el señor Weller se enorgullecía de haber facilitado a Sam: “Me tomé muchas molestias con su educación, señor: le dejé correr por las calles cuando era muy joven para que experimentara por sí mismo. Es la única manera de que un muchacho espabile, señor” [10/11].
La educación formal de Dickens finalizó con los dos años en la Academia Wellington House, cuyo director brutal se transformó en el señor Creakle en David Copperfield. En esta institución, donde se le recordaba como un muchacho intelectualmente ágil, divertido y un tanto presumido, sus intereses literarios y teatrales se reavivaron. Cuando tenía quince años, dejó esta academia para convertirse en un oficinista en una firma de abogados, y poco después, empezó a aprender por sí mismo taquigrafía. En base a esta habilidad (cuyo arduo dominio se describe tan cómicamente en David Copperfield), fue ascendido cuando tenía diecisiete años al puesto de taquígrafo y periodista judicial en Doctors' Commons (N. del T.: Doctors' Commons era una sociedad de abogados que practicaba el derecho civil en Londres).
De aquí en adelante su progreso fue rápido. Daba cuenta de las actuaciones parlamentarias para una sucesión de periódicos, hasta que a los veinte años asumió esta función en la influyente Crónica matinal. Como tributo a la excelencia con la que llevaba a cabo sus meticulosas obligaciones, un editor declaró que entre los ochenta o noventa periodistas de la tribuna, Dickens “ocupaba el rango más elevado no sólo por su precisión a la hora de informar, sino por su maravillosa rapidez a la hora de transcribir”. Dickens ocupaba los intervalos, cuando el Parlamento descansaba, para viajar por Inglaterra y cubrir las campañas políticas como la de Eatanswill en Pickwick Papers, ampliando así su conocimiento del panorama contemporáneo más allá de los límites de Londres. Se deleitaba en el desorden rudimentario pero efectivo de la vida de los periodistas. “He perseguido la llamada de un periodista”, dijo a un grupo de corresponsales treinta años después
bajo circunstancias sobre las que muchos de mis hermanos aquí en Inglaterra, mi país de origen, ni muchos de mis sucesores modernos, no pueden hacerse adecuadamente una idea. A menudo he transcrito para el impresor importantes discursos públicos a partir de mis notas taquigráficas en los que se requería la exactitud más estricta, y en los que un error habría sido seriamente comprometedor para un hombre joven [11/12]. Me he visto escribir en la palma de mi mano a la luz de una oscura linterna en un carruaje cerrado y tirado por cuatro caballos que galopaba a través del campo, completamente de noche a la entonces sorprendente velocidad de quince millas la hora… Mis rodillas se han desgastado al escribir sobre ellas en la última fila de la antigua tribuna de la vetusta Cámara de los Comunes (old House of Commons) y he consumido los pies al levantarme y escribir con un ridículo lápiz en la Cámara de los Lores, donde solíamos apiñarnos como ovejas, a las que se hacía esperar, por así decirlo, hasta que el asiento del canciller de Inglaterra volvía a ser ocupado. En mi época, me he demorado a causa del fango de los caminos vecinales, aproximándome a las horas de la madrugada en un carruaje sin ruedas con caballos exhaustos y postillones beodos, llegando justo a tiempo para la publicación…
Fue en Londres, sin embargo, donde Dickens siempre se sintió más a gusto, y durante estos años continuó profundizando e intimando con cada aspecto de su variopinta vida, hecho que le cualificó para convertirse en el primer gran novelista inglés de esta ciudad moderna. Un conocido comentó: “Pensaba que sabía algo de la población, pero tras una breve conversación con Dickens, me di cuenta de que no sabía nada. Él conocía todo desde Bow hasta Brentford… Podía imitar de un modo inigualable que nunca antes había visto a las clases bajas de las calles londinenses en todas sus variedades”. La emergente clase media baja estaba esperando a su historiador, y cuando Dickens se volcó por primera vez en la escritura imaginativa, éste fue el segmento del populacho que atrajo especialmente su atención. Su primera pieza original, titulada “Una cena en Poplar Walk” (posteriormente rebautizada “El señor Minns y su primo”) apareció en La revista mensual en diciembre de 1833. Una sucesión de obras cortas y de relatos que finalmente ascendieron a cincuenta y nueve, se publicó en La crónica matinal y en su apéndice La crónica vespertina, así como en La revista mensual y en La vida de Bell en Londres. Para esta obra, el autor adoptó en agosto de 1834 el seudónimo de “Boz”, una corrupción de Moisés, [12/13] el nombre cariñoso de un hermano más joven. La carrera literaria de Dickens se relanzó plenamente cuando el publicista, John Macrone, le contrató para una colección de estas obras cortas, que se publicaron en dos volúmenes y que ilustró George Cruikshank para el vigésimo cuarto cumpleaños del escritor. El título completo describía adecuadamente los contenidos: Obras cortas de Boz: ilustrativas de la vida y de la gente de todos los días. Una segunda serie se publicó en 1837. Sobre el logro de Dickens en esta aventura inicial, Forster escribió:
es un libro que podría haberse defendido bien, aunque hubiera estado solo, dado que contenía observaciones inusualmente veraces del tipo de vida de la clase media y baja y que, a pesar de ser poco atractivo para los amantes de los libros, abordaba un terreno poco trillado. Por otra parte, poseía el mérito especial de no ser para nada académico ni común en sus descripciones sobre la antigua ciudad con la cual el escritor estaba tan familiarizado. Era un retrato de la cotidianeidad londinense en sus mejores y en sus peores momentos, de su comicidad y de sus diversiones así como de sus sufrimientos y de sus pecados, completamente impregnado no sólo de la absoluta realidad de las cosas representadas, sino también del sentido sutil y del dominio sobre los sentimientos que guía adecuada e invariablemente las simpatías del lector, y que despierta su consideración, ternura y bondad precisamente por aquellos que más necesitan semejante ayuda.
Las actividades literarias y periodísticas de Dickens no agotaron de ninguna manera su energía ilimitada. Durante esta época, asistía al teatro casi cada noche y participaba en obras de aficionados siempre que surgía la oportunidad. Es más, consideró seriamente convertirse en actor y prepararse para ello, al dedicar mucho tiempo a memorizar y ensayar los papeles. Aunque de vez en cuando intentó escribir piezas teatrales satíricas siguiendo los modos populares contemporáneos, se sintió más atraído hacia la proyección dramática de los personajes. Como muestra de su preferencia, buscó obras que exhibieran los talentos [13/14] de las personalidades principales del momento, de entre las cuales su favorita fue el gran maestro de la pantomima, Charles Mathews. Al estimar sus propias cualidades, escribió: “Creí que poseía un gran sentido perceptivo sobre los personajes y la excentricidad, junto con un poder natural para reproducir en mi propia persona lo que observaba en otros”.
Éstos fueron también los años durante los cuales Dickens sobrevivió a una segunda crisis emocional, la cual dañó tanto su autoestima que omitió toda referencia a ello en un fragmento de su autobiografía. A los diecisiete, conoció y se enamoró locamente de Maria Beadnell, la hija del directivo de un banco. Aunque la disparidad en la posición social y en la naturaleza frívola de la muchacha presagió decepción desde un principio, el apasionamiento de Dickens se prolongó con vacilaciones durante cuatro años, hasta que su padre puso fin a la relación en mayo de 1833. Al recordar los arrebatos y el dolor que Maria le ocasionaba, Dickens escribió lo siguiente, aunque sus palabras se leyeron pasados más de veinte años cuando ella reabrió la correspondencia:
Siempre he creído desde entonces, y siempre lo haré hasta el final, que nunca existió un pobre tipo fiel y devoto como yo. En lo relativo a la imaginación, el romance, la energía, la pasión, la ilusión y la determinación, es decir, en cuanto a todos los sentimientos que me pertenecen, nunca me he separado y nunca lo haré de la pequeña y despiadada mujer, tú, por la que no puedo decir salvo que habría dado mi vida, ¡con la mayor celeridad! Nunca puedo pensar y nunca me parece ver a otra gente joven que se entregue a tal fervor desesperado o que se vuelque tanto y durante tanto tiempo en un pensamiento tan absorbente. Tengo la plena certeza de que comencé a luchar y a abrirme paso desde la pobreza y la oscuridad teniéndote siempre en mi mente… Nunca he vuelto a ser desde entonces un hombre tan bueno como cuando me hiciste tan miserablemente feliz, y nunca más volveré a ser ni la mitad de buena persona
.Esta experiencia del primer amor perdura en el cortejo de David Copperfield de Dora Spenlow, que constituye un [14/15] ejemplo instructivo de cómo el material procedente de la vida real experimenta una transmutación artística. De igual modo que el novelista proporciona a su héroe en la academia del doctor Strong el tipo de oportunidad educativa de la que él se vio privado, y de igual modo que David se convierte en un pasante en los Comunes donde su creador había sido un humilde reportero, así también Dickens permite a su alter ego intentar las híbridas alegrías de una vida matrimonial con la homóloga de Maria antes de que ésta se vea apartada de la escena por el bien de los ulteriores progresos de David. Al final, Dickens se vengó cruelmente de sus esperanzas doblemente frustradas. Maria quien ahora llevaba casada mucho tiempo, inició un acercamiento en 1855 ante el cual Dickens, que era cada vez más infeliz en su propia vida doméstica, respondió en un principio ansiosamente para encontrarse con que la muchacha hermosa y vivaz que recordaba se había convertido en una mujer de mediana edad más bien rechoncha y efusiva. Cuando apareció nuevamente en su ficción, fue una de sus grandes concepciones cómicas, la indescriptiblemente estúpida Flor Flinching de La pequeña Dorrit.
Retratos de Samuel Lawrence de Charles y Catherine Dickens, alrededor de 1837. [No aparecen en la edición impresa].
El año 1836 fue el año milagroso de Dickens. En abril, se casó con Catherine Hogarth, la hija del editor de La crónica vespertina, con quien tendría diez hijos. A finales del mes anterior, el periódico Los tiempos había anunciado como próxima publicación la primera entrega mensual de una nueva obra de “Boz” titulada Los papeles póstumos del Club Pickwick. El éxito de las Obras cortas condujo a la recién fundada editorial de Chapman y Hall a invitar al autor para que compusiera los comentarios prosísticos para una secuencia de grabados cómicos pertenecientes al artista popular Robert Seymour. Dickens aceptó la oferta con la cláusula de que pudiera ampliar el ámbito de la temática y de que se le concediera una gran parte a la hora de fijarla. Cuando Seymour se suicidó antes de la publicación del segundo [15/16] número, Dickens asumió el control total. El texto mensual se aumentó considerablemente hasta alcanzar treinta y dos páginas y el número de ilustraciones (que dejaron de considerarse la razón de ser del trabajo) se redujo de tres o cuatro a dos. Dickens eligió como sucesor de Seymour a Hablot K. Browne, “Phiz”, quien llevó a cabo tan escrupulosamente las sugerencias del escritor sobre los recortes de las ilustraciones, que se convertiría en el ilustrador principal de las novelas durante muchos años sucesivos. Desde el principio, se decidió que Pickwick Papers aparecería en veinte partes durante un periodo de diecinueve meses y que el último número sería doble. La empresa no comenzó especialmente bajo buenos auspicios ya que sólo cuatrocientas copias del primer número se editaron para su distribución el 31 de marzo. Con la cuarta entrega en la que Sam Weller hacía su entrada, sin embargo, las ventas ascendieron rápidamente hasta alcanzar la cifra sin precedentes de cuarenta mil. Cuando tenía veinticinco años, Dickens se encontró con que era el autor más ampliamente leído de toda Inglaterra.
Con la primera descarga de popularidad, Dickens aceptó imprudentemente nuevos compromisos y al hacerlo corrió el peligro de extralimitarse, al tiempo que sentó las bases para las disputas futuras con una sucesión de editores a los que solía tratar de un modo un tanto caballeroso. En mayo de 1836, firmó contrato con Macrone para una novela de tres volúmenes que se llamaría Gabriel Vardon, el cerrajero de Londres. Los derechos de esta obra, rebautizada como Barnaby Rudge los adquirió posteriormente Richard Bentley de quien pasaron a Chapman y a Hall, que finalmente compraron la totalidad de las acciones en cuotas mensuales pasados más de cuatro años. Entre tanto, Dickens asumió la dirección de La miscelánea de Bentley en la que Oliver Twist comenzó a aparecer en febrero de 1837, cuando las partes de Pickwick Papers sólo iban por mitad de camino. En 1837, Dickens editó también para Bentley las Memorias de Grimaldi, el famoso payaso. Al concluir con [16/17] Pickwick Papers en noviembre de 1837, pero mientras Oliver Twist estaba aún a medias, Dickens acordó escribir para Chapman y Hall otra novela en veinte partes. Ésta fue Nicolas Nickleby, iniciada en febrero de 1838 después de que el autor visitara Yorkshire para inspeccionar la célebre escuela que tomó como modelo para Dotheboys Hall.
En mitad del delirio de estas actividades literarias, Dickens se vio afligido por un tercer golpe, que, al igual que su servidumbre en la fábrica de betún y su infatuación con Maria Beadnell, ensombreció su carrera futura. En la época de su matrimonio, la hermana menor de Catherine Dickens, Mari, que tenía dieciséis años, se trasladó a vivir con ellos. Un año después en mayo de 1837, murió “repentina y espantosamente” en los brazos de Dickens. Era una muchacha con un carácter muy bueno que prometía una vida excepcional, y que se había ganado el profundo afecto de su cuñado. Sacudido por la pena, fue la primera y la única vez en su carrera que se sintió incapaz de hacer frente a los plazos de entrega de las dos historias que por entonces tenía en proceso. Durante su vida, llevó puesto el anillo que su cuñada llevaba en el momento de morir. Durante muchos meses, se le apareció por las noches en sueños y él anheló durante mucho tiempo la esperanza de ser enterrado junto a ella. Parece seguro que Dickens asoció en su imaginación la muerte temprana de la muchacha con las frustraciones de su propia juventud. Algunas de sus características las encarnó el personaje de Rose Maylie en Oliver Twist, y fue la inspiración del pequeño Nell. De hecho, la santidad de todas las heroínas de Dickens le debe algo a las dolorosas memorias de esta relación breve pero extrañamente intensa.
Antes de acabar Oliver Twist, Dickens abandonó la dirección de La miscelánea de Bentley y comenzó unas negociaciones que resultaron en la consolidación de todos sus asuntos literarios en las manos de Chapman y Hall. Los ensayistas, Addison, Steele, y especialmente [17/18] Goldsmith, habían ayudado a formar el estilo del novelista, y él ahora planeó una revista semanal que reprodujera la variedad de tópicos, así como el tono coloquial, de los periódicos del siglo XVIII. El reloj del maestro Humphrey, así fue como se llamó, apareció por primera vez en marzo de 1840, y tuvo una tirada inicial de setenta mil. Lo que el público quería del editor, sin embargo, era una nueva novela en vez de un saco donde se mezclaban cachivaches, las secuelas de su desbordante fantasía; y cuando las ventas comenzaron a declinar, Dickens decidió abandonar su plan original y convertir la publicación exclusivamente en un vehículo de su ficción. A partir del cuarto número, por tanto, cada entrega se dedicó en su mayor parte a La tienda de antigüedades, “la pequeña historia infantil” que originalmente se había diseñado como un relato breve. Aunque el prefacio a El reloj del maestro Humphrey expresaba la esperanza de “que reducir los intervalos de comunicación entre él mismo y sus lectores sería vincular más estrechamente sus placenteras relaciones”, Dickens se dio cuenta, tanto entonces como después, de que las limitaciones de la serialización semanal le coartaban seriamente en contraste con la amplitud de enfoque que proporcionaba su método preferido sobre la publicación mensual. No obstante, las ventas de El reloj del maestro Humphrey ascendieron a cien mil mientras que La tienda de antigüedades continuaba circulando, de modo que conservó la misma forma para la historia que tendría un éxito inmediato, Barnaby Rudge, la novela histórica de los disturbios Gordon de 1780 (Gordon Riots), que había planificado por primera vez cuatro años atrás.
Después de que Barnaby Rudge hubiera recorrido su camino en 1841, Dickens suspendió su publicación semanal y volvió a los preparativos para su primera visita a los Estados Unidos, durante el verano y la primavera de 1842. El público americano del novelista era tan extenso y tan entusiasta como sus seguidores en Gran Bretaña, y a pesar de sus abiertas declaraciones sobre la necesidad de una ley internacional acerca de la propiedad intelectual para [18/19] prevenir la piratería al por mayor de las obras de los escritores ingleses, fue perseguido por sus fans durante la mayor parte del viaje que le condujo a él y a la señora Dickens hasta tan lejos como San Louis, en la zona occidental. Sin embargo, si había venido con la ansiosa expectativa de encontrar una nación emancipada de los usos tiránicos del antiguo mundo, Dickens pronto se desilusionó ante sus experiencias en América. Escribió a Forster:
Creo que no hay un país sobre la faz de la tierra, donde haya menos libertad de opinión sobre cualquier tema en referencia al cual existe un amplio espectro de puntos de vista que en éste… Me temo que el golpe más duro que jamás se haya dado a la libertad ha sucedido en este país, fracasando en su ejemplo ante el mundo.
La indignación sobre los groseros modales de los americanos y sobre tales males como el tráfico de esclavos oscurecieron aún más las creencias de Dickens. En una carta al actor Macready llegó a esta amarga conclusión:
Ésta no es la república que vine a ver, ésta no es la república que imaginé… Cuanto más pienso en su juventud y en su fuerza, más pobre y más frívola en millones de aspectos aparece ante mis ojos. En todo de lo que se ha jactado, excepto en la educación de la gente y en el cuidado de los niños pobres, se hunde inconmensurablemente por debajo del nivel en el que la había situado, e Inglaterra, incluso Inglaterra, tan malo y deficiente como es este viejo país, y con tanta miseria como padecen sus millones de individuos, se eleva cuando se compara con América.
Para octubre, Dickens había reunido sus impresiones en Notas sobre América, que hacia finales de año había pasado por cuatro ediciones y que, no es de sorprender que provocara alaridos de indignación en sus lectores de ultramar. Pero la última palabra aún quedaba por ser dicha. La primera entrega mensual de Martin Chuzzlewit apareció en enero de 1843. Cuando las ventas cayeron por debajo de las expectativas del autor [19/20], éste transfirió la escena de las aventuras del protagonista a América en el capítulo decimoquinto, con la esperanza consiguiente de fortalecer el interés de por lo menos el segmento británico de su audiencia.
En una apuesta más descarada para el mercado popular, Dickens inauguró en 1843 sus series de libros anuales en torno a la Navidad (Christmas books). La primera de estas cinco novelas cortas fue “Cuento de Navidad”, a la que siguió “Las campanadas” (1844), “El grillo del hogar” (1845), “La batalla de la vida” (1846) y “El hombre acosado” (1848). Como indicativo de cuán profundamente el escritor podía involucrarse incluso en un trabajo que emprendía primordialmente por razones económicas, hay que sacar a colación su reconocimiento ante un amigo de que al escribir “Cuento de Navidad”, “lloró y rió, y volvió a llorar, y se entusiasmó de un modo de lo más extraordinario durante la composición, y que pensando sobre ello, se puso a andar por las negras calles de Londres entre quince y veinte millas cada noche, cuando todos los tipos sobrios se habían ido a la cama”.
La escritura de seis grandes novelas en siete años agotó momentáneamente la vitalidad de Dickens, a pesar de que era tremenda, y en julio de 1844, se llevó a su familia por Italia durante unas vacaciones que duraron un año y que tuvieron su residencia en Génova. Esta estancia entre la gente hedonista del sur de Europa la registró en un volumen titulado Escenas de Italia (1846), pero el verdadero beneficio que Dickens extrajo de estas vacaciones fue la oportunidad que le brindó de ganar una nueva perspectiva sobre los asuntos de su país. Los vestigios de las tradiciones caducas que sobrevivían en el continente le hicieron tomar conciencia como nunca de la obsesión compulsiva por los cambios que en su propia nación habían acompañado a la revolución industrial. “Las campanadas” [20/21], escritas en Génova, exhiben en el tratamiento del antagonismo de clases una nueva nota urgente, así como una conciencia profunda de la injusticia social. La intención reconocida de Dickens en esta historia fue dar “un gran golpe a favor de los pobres”; “si mi plan llega a ser algo”, afirmó, “es que coge por el mismo cogote a nuestra época”.
Al regresar a Inglaterra en 1845, Dickens se sumergió en representaciones teatrales de aficionados con un fervor que sugiere que a través del mundo de la simulación consiguió la misma liberación que acompañaba al acto de la creación ficcional. Al novelista Bulwer Lytton le confesó: “La impostura me resulta tan agradablemente atractiva (apenas sé por cuántas razones ilógicas) que siento la pérdida de, ¡oh!, no puedo decir qué exquisita estupidez, cuando desperdicio la oportunidad de ser alguien que habla con otra voz, etc., y que no se parece en nada a mí mismo”. Acometió la tarea de formar una compañía con sus amigos literarios y artísticos. Además de interpretar él mismo ciertas partes, asumió las obligaciones de director, escenógrafo, regidor, accesorista, en incluso apuntador. La primera producción fue Cada hombre en su humor de Jonson con Dickens en el papel de Bobadil, pero el repertorio pronto se amplió no sólo en esta época, sino en 1847-1848 y de nuevo en 1850-1852. La compañía, que Dickens había conseguido que alcanzara un alto nivel de habilidad profesional, actuó ante teatros abarrotados, tanto en Londres como en todas las provincias. Una temporada de nueve actuaciones sobre un periodo de tres meses en 1848, engrosó más de 2500 libras. Los beneficios de las producciones siempre se ofrecieron a la caridad, y la última serie fue en apoyo de “El gremio de la literatura y el arte”, que Dickens ayudó a crear para que acogiera a los escritores y artistas empobrecidos.
En conexión con las actividades dramáticas de Dickens, debe enfatizarse de nuevo su afición persistente por los espectáculos de todo tipo. Su correspondencia testifica que [21/22], donde quiera que se encontrara, nunca perdía la oportunidad de asistir a una representación teatral, se tratara de Mazeppa, escenificado por un circo en Ramsgate, las marionetas italianas en un establo en un palacio romano, o una obra medieval francesa basada en los misterios de la vida de Jesús en una feria rural en Arras. Típico es el siguiente comentario en una carta a Forster de 1842:
Ayer vi las competiciones de la Isla de Thanet; ¡oh!, ¡qué cantidad de personajes disfrazados de semejantes bribones y villanos! Yo incluso me pinté algunas nuevas arrugas al estilo de los artistas, magos, trileros y tramposos.
El propio Dickens se convirtió en un mago consumado, encantado de desplegar hazañas de juegos de manos en las diversiones para niños que organizaba en su residencia londinense, Tavistock House, durante la década de 1850.
Durante el verano de 1846, Dickens se llevó fuera nuevamente a su familia, esta vez a Suiza, donde comenzó a trabajar en Dombey e hijo (Dombey and Son). Sus progresos fueron lentos al principio, dado que su mano se había desentrenado tras un respiro de dos años de la escritura novelística. Más que nada, echaba en falta la motivación del ambiente urbano. Sobre “la ausencia de las calles y de la cantidad de personas”, comentó a Forster lo siguiente:
No puedo expresar cuánto los deseo. Parece como si proporcionaran algo a mi cerebro, que no puede soportar perder cuando está ocupado. Durante una semana o una quincena, puedo escribir prodigiosamente en un lugar retirado (como en Broadstairs), pero un día en Londres me espabila de nuevo y me pone en movimiento. El afán y el trabajo de escribir día tras día sin esa linterna mágica, es ¡¡INMENSO!!
Broadstairs, Kent, y lugares donde Dickens vivió mientras estuvo allí. Pínchese para agrandar las imágenes y ampliar la información sobre Dickens en Broadstairs. [Esto no aparece en la edición impresa, sino que se añadió el 23 de septiembre de 2010].
Dickens continuó Dombey e hijo en París y lo completó en Londres. Nunca antes se había tomado semejantes molestias a la hora de planificar una historia, y el avance artístico [22/23] es aparente, tanto en el enfoque temático como en el mayor control sobre las ramificaciones de la narrativa. Las ventas del primer número, que superaron a las de Martin Chuzzlewit en diez mil, aliviaron al autor de cualquier necesidad futura sobre ansiedades económicas.
Comenzó David Copperfield a principios de 1849, poco después de haber visitado Yarmouth, el hogar de los Peggottys. Las circunstancias de la composición de esta novela se han descrito ya en parte. Forster le propuso arriesgarse con la narración en primera persona (presumiblemente como resultado del éxito brillante de Charlotte Brontë con Jane Eyre el año anterior), y la decisión de Dickens de incorporar pasajes de su vida temprana en esta forma condujo a la discontinuidad de la autobiografía que había iniciado. De su satisfacción con los resultados, el autor escribió a su amigo: “Realmente pienso que lo he hecho ingeniosamente, entretejiendo de modo muy complicado la verdad con la ficción”. Si acometió o no, como los críticos han argumentado, David Copperfield como un ejercicio de purificación mediante el cual el escritor fue finalmente capaz de afrontar la infelicidad, de lo que no cabe duda es de que siguió siendo la obra favorita de Dickens. Cuando la consumó en octubre de 1850, anunció a Forster, “me da la sensación de estar enviando una parte de mí mismo al tenebroso mundo”, y en el prefacio de 1869 repite este sentimiento añadiendo: “Nadie puede creer esta narrativa al leerla más que yo la creí al escribirla”. Siempre desde el fallecimiento de El reloj del maestro Humphrey, Dickens consideró recurrentemente comenzar una nueva revista semanal, y en 1849, conjuntamente con la escritura de David Copperfield, retomó la idea. La conciencia social cada vez más profunda, manifiesta en “Las campanadas” y en Dombey e hijo, combinada con su prestigio [23/24] como destacado hombre de letras victoriano, había desembocado en su participación creciente en los movimientos reformistas contemporáneos. Como gran admirador de Carlyle, aceptó el liderazgo intelectual del pensador, expresado en tales denuncias estruendosas del espíritu de los tiempos como Cartismo y Pasado y presente. En la fecha temprana de 1835, se había encontrado con la gran benefactora pública, Angela Burdett Coutts, y durante la década de 1840, se convirtió en su principal asesor en un número de empresas caritativas, incluidos una casa para prostitutas reformadas y proyectos para limpieza de suburbios. Su fascinación por la mentalidad criminal le llevó también a efectuar un estudio especial de la teoría y la práctica actual de la administración en prisiones, un campo de interés muy destacado durante sus viajes por los Estados Unidos. En la larga lista de otras causas en las que inscribió su apoyo, los sistemas educativos y las medidas sanitarias fueron sobresalientes.
En su nuevo periódico, Dickens se propuso escrudiñar todas estas cuestiones tal y como afectaban al bienestar público, pero aparte de dar alas a su celo reformista, iban también destinadas a cubrir una franja de tópicos de carácter espinoso e interés general, característicos de las nuevas revistas modernas. Forster describió bien la política editorial resultante:
Se esperaba que fuera una miscelánea semanal sobre literatura en general, y sus objetivos reconocidos debían ser contribuir al entretenimiento y la instrucción de todas las clases de lectores así como ayudar en el debate de las cuestiones sociales más importantes del momento. Se quería que abarcara historias breves de otros autores y de él mismo, asuntos de interés pasajero en una forma lo más amena posible, temas sugeridos por libros que pudieran captar la máxima atención, y, siempre que fuera posible, poesía en cada número, pero que en cualquier caso fuera algo imaginativa y romántica. Esto tenía que ser un aspecto cardinal. No podía existir un mero espíritu utilitario con todas las cosas familiares, pero especialmente aquellas que eran revulsivas en apariencia, tenían que tener alguna conexión con lo fantástico [24/25] o afable, y se tenía que enseñar a los colaboradores más trabajadores, que su función no estaba necesariamente excluida de las simpatías y gracias de la imaginación.
Palabras de andar por casa, tal y como se bautizó a la revista semanal tras una larga deliberación, hizo su primera aparición el 30 de marzo de 1850. Con la habilidosa asistencia de su subeditor, William Henry Wills, Dickens ejerció el mismo control autocrático sobre la producción que había exhibido durante la dirección de las representaciones teatrales de aficionados. Solicitó contribuciones de las principales figuras literarias del día, él mismo leyó todos los trabajos que se entregaban, y editó rigurosamente e impartió estrictas instrucciones para la reescritura de las composiciones que consideraba aceptables. Simultáneamente, debido a su vasta experiencia sobre los gustos de lectura victorianos, ayudó generosamente a los escritores inexpertos a abrirse paso. Su éxito al dirigir Palabras de andar por casa llevó a Lord Northcliffe, fundador de El correo diario y posterior propietario de Los tiempos, a llamar a Dickens el editor más grande de todas las revistas.
Para el estudiante serio de Dickens, Palabras de andar por casa, constituye una fuente primaria relevante, no sólo porque los artículos reflejan el horizonte intelectual en expansión del novelista, sino porque muchos de ellos presentan en forma embrionaria temas que se desarrollarían en su obra posterior. Esto es particularmente cierto para las grandes novelas sobre la crítica social, denominadas “oscuras”, que empezaron a aparecer por entonces. La primera fue La casa desolada, publicada en partes mensualmente desde marzo de 1852, y que gozó de una circulación estable de casi treinta y cinco mil. Después llegaron Tiempos difíciles, dedicados a Carlyle y emitidos por primera vez como una entrega semanal en Palabras de andar por casa, cuya tirada se elevó muy por encima del doble. La pequeña Dorrit, nuevamente escrita en números mensuales, comenzó a hacer acto de presencia en diciembre de 1855.
Durante un número de años, otra crisis seria [25/26] se había estado gestando en la vida privada del novelista. A pesar del tamaño de su familia, marido y mujer nunca habían sido verdaderamente compatibles desde los primeros días de su unión. Catherine Dickens era una mujer bienintencionada pero ineficaz, desprovista tanto de las gracias sociales como de la agilidad mental que la habría cualificado para participar activamente en la vida pública de Charles. A la creciente intranquilidad de éste bajo el yugo doméstico puede quizá atribuirse el predominio de la infelicidad matrimonial en Dombey e hijo y en las novelas posteriores. De igual modo, su correspondencia apunta con mayor asiduidad a la carencia de armonía en su hogar. Una carta de 1852 a Mary Boyle, que actuaba en su compañía dramática, enuncia algo recurrente en David Copperfield: “Éste es uno de los que yo llamo mis días deambulantes, antes de ponerme a trabajar. Siempre parezco estar mirando aquellos días para buscar algo que no he encontrado en mi vida, pero que puede posiblemente llegar dentro de un par de milenios, en cualquier otra parte de cualquier otro sistema. Dios sólo lo sabe”. Y nuevamente, Dickens escribe a Forster tres años después: “¿Por qué me ocurre últimamente, como con el pobre David, que cuando me siento triste un sentimiento me doblega de una clase de felicidad que me he perdido en la vida, y de un amigo y compañero que nunca he tenido?”
La flagrante ruptura con su esposa puede datarse en la presentación de 1857 de La profundidad congelada de Wilkie Collins, un melodrama en el que Dickens interpretó un papel anticipatorio de la función de Sydney Carton en Historia de dos ciudades. Para los personajes femeninos había escogido a la afamada actriz, Mrs. Ternan, y a sus dos hijas. De la más joven de estas dos, Ellen Lawless Ternan, una hermosa chica rubia, Dickens se había enamorado. Aunque llevó la consiguiente relación con tal discreción que Ellen sigue siendo una figura en la penumbra del contexto, ahora se sabe que su romance duró hasta el final de la vida de Dickens. El nombre de la muchacha [26/27] influyó con toda certeza en el nombre de las heroínas de sus tres últimas novelas: Estela en Grandes esperanzas (Great Expectations), Bella Wilfer en Nuestro amigo mutuo, y Helena Landless en El misterio de Edwin Drood. Los comportamientos tercos y exigentes de los dos primeros de estos personajes representan un alejamiento notable del ideal temprano de mansedumbre santa encarnado en Florence Dombey, Agnes Wickfield, Esther Summerson, y Amy Dorrit. Y no puede dar lugar a equívoco que la ficción posterior de Dickens explora la pasión sexual con una intensidad y una agudeza previamente oculta.
En 1858, Dickens se separó definitivamente de Catherine, para quien siguió manteniendo una casa aparte, mientras que la mayoría de sus hijos vivieron con él en Gad´s Hill. A esta casa recién comprada le acompañó también su cuñada, Georgina Hogarth, que desempeñó la labor de ama de llaves. Ésta había vivido con los Dickens desde su regreso de América, y su decidida lealtad al novelista a través de todas las duras experiencias de sus años finales compensaron con creces la muerte todavía lamentada de Mary Hogarth.
Fue durante este periodo cuando Dickens, en contra del consejo de amigos íntimos como Forster, introdujo la primera serie de lecturas pagadas de sus obras. Sin duda, él recibió con agrado estas actuaciones como una distracción de sus dificultades domésticas, y además estaba el motivo añadido de la ganancia económica. El principal incentivo, sin embargo, fue estrechar aún más los vínculos que le unían con su audiencia, explotando los aspectos dramáticos de sus escritos. A Forster le escribió lo siguiente “¿Intentarás entonces pensar en este proyecto relativo a la lectura (como yo hago) dejando a un lado todo lo que te gusta y lo que te disgusta, solamente con la idea de su efecto sobre la relación particular (personalmente afectiva e inigualable a la de otro hombre) que subsiste entre el público y yo?” [27/28]. Esta pregunta estaba relacionada con la votación de sus lectores, correspondiente al hecho de que el 12 de junio de 1858, había imprimido en la página principal de Palabras de andar por casa una afirmación informando de que él y la señora Dickens habían decidido separarse de mutuo acuerdo, denunciando a todos los que se alimentaran del rumor y del escándalo y que pudieran desacreditar las razones de esta decisión.
Durante largo tiempo, Dickens se había acostumbrado a probar el efecto de sus obras por medio de presentaciones orales, primero en un círculo cerrado de amigos y después en recitales públicos gratuitos, el primero de los cuales se celebró en diciembre de 1858 ante el recién fundado Instituto de Birmingham y Midland. Dickens comenzó a leer con miras económicas el 29 de abril de 1858 y entre esta fecha y el 27 de octubre de 1859, apareció 125 veces ante auditorios abarrotados que a menudo acomodaban entre dos mil y tres mil personas. El éxito de esta tournée inicial se duplicó en tres ocasiones sucesivas, en 1861 y 1863, en 1866 y 1867 (cuando el novelista realizó su segundo viaje a los Estados Unidos), y en 1868 y 1870. En todos estos años, Dickens impartió 423 lecturas.
El más popular de los pasajes adaptados para ser leídos incluía en un principio “Cuento de Navidad”, la escena del juicio de Pickwick Papers y la muerte de Paul Dombey y de la señora Gamp. Para la segunda tournée se añadieron al repertorio los episodios de Steerforth-Emily de David Copperfield y el de Dotheboys Hall de Nicholas Nickleby que finalmente llegaron a incluir dieciséis lecturas. Estas apariciones computaron la gama total de los talentos histriónicos de Dickens, quien no escatimó esfuerzos en refinarlos. Aunque el esfuerzo físico de meterse noche tras noche en la piel de semejante variedad de papeles comenzó tras la primera serie a afectar seriamente su salud, se aficionó, como el adicto a las drogas, a confiar cada vez más en la excitación de evocar el mundo ilusorio que compartía con sus oyentes. “Tan reales me resultan mis ficciones”, escribió, “que, tras cientos de [28/29] noches, llego con un sentimiento perfectamente nuevo a esta pequeña tarima roja, y río y lloro con el público, como si nunca antes hubiera estado allí”.
En 1844, Chapman y Hall fueron suplantados por Bradbury y Evans como editores de Dickens. Cuando se enemistó con esta editorial que desaprobaba la publicidad al ocurrir la separación, decidió regresar en 1859 con Chapman y Hall. Un resultado de este cambio fue que Dickens cortó las relaciones con Palabras dichas en el hogar y fundó una nueva revista semanal, llamada Durante todo el año, que difería principalmente de su predecesora en que aquellas páginas de apertura de cada entrega estaban dedicadas a la publicación serial de obras de ficción ampliadas. El número inicial de la segunda novela histórica de Dickens, Historia de dos ciudades (Tale of Two Cities), presente en el primer ejemplar, cimentó inmediatamente la popularidad de Durante todo el año, que finalmente logró una tirada de trescientos mil. El novelista también contribuyó a sus páginas con los ensayos reunidos bajo el título de El viajero sin propósito comercial, y, comenzó en diciembre de 1860 con Grandes esperanzas (Great Expectations). Esta historia, originalmente planificada en veinte partes, fue remodelada como una serialización semanal para sustituir a una novela de otro autor que había afectado negativamente las ventas.
La última novela que Dickens completó en su forma preferida de las secciones mensuales fue Nuestro amigo mutuo (Our Mutual Friend), publicada entre mayo de 1864 y noviembre de 1865. Las actividades literarias de estos años incluyeron asimismo una hilera de historias breves, y aunque nunca se sintió plenamente a gusto con las limitaciones de esta forma, estas historias presentan algunos experimentos técnicos interesantes, indicativos de la disposición del autor por explorar nuevos modos de expresión. El mercado para sus escritos atestigua que recibió mil libras de cada uno de los editores americanos por los primeros derechos de “La explicación de George Silverman” y “Romance durante las vacaciones”. [29/30] Durante 1863 y 1864, los primeros indicios de que Dickens estaba haciendo un sobreesfuerzo peligroso con su resistencia llegaron con una dolorosa cojera en su pie izquierdo que le atormentaría durante los años restantes. Además, en 1865, padeció un ataque nervioso que le inhabilitó cuando él y Ellen Ternan casi perdieron sus vidas en un accidente de ferrocarril en Staplehurst. La tercera tournée de las lecturas, que le llevó ultramar desde diciembre de 1867 hasta abril de 1868, implantó en su mente impresiones más favorables sobre los Estados Unidos que las que había traído de su primera visita, aunque tuvo que luchar constantemente con la mala salud para atender sus compromisos. Sólo por estas setenta y seis lecturas, cobró cerca de veinte mil libras.
Como preparación a lo que sería la serie de despedida en sus apariciones en Inglaterra, comenzadas en octubre de 1868, Dickens maquinó una versión del asesinato de Nancy a manos de Sikes de Oliver Twist, cuya ferocidad tan brutal le dejó tan exhausto que pronto fue necesario tener un doctor como asistente. Un colapso físico provocó la interrupción de estas representaciones en abril de 1869, pero Dickens insistió compulsivamente en retomarlas en enero y en febrero del año siguiente. La última lectura tuvo lugar el 15 de marzo, menos de tres meses antes de su fallecimiento. Entretanto, Dickens se había embarcado en el otoño de 1869 en El misterio de Edwin Drood, una novela que tanto en tema como en método tomó un rumbo totalmente nuevo, y que sería publicada a intervalos mensuales en doce partes. Sólo seis de ellas habían sido completadas cuando el 8 de junio de 1870, después de un largo día de escritura en su chalet de Glad´s Hill, sufrió una embolia de la que murió al día siguiente. Con reticencia profesional, se llevó a la tumba el secreto del asesinato de Drood.
Modificado por última vez en enero del año 2000; traducido el 11 de octubre de 2011