Para liderar esta gran reforma, Wesley hizo un trabajo hercúleo. Sus viajes evangélicos, que anualmente aumentaban, pronto se extendieron a todas las partes de Inglaterra, de Gales, de Escocia y de Irlanda. Siempre en constante movimiento, viajaba cerca de cuatro mil quinientas millas cada añ o y predicaba de dos a cuatro veces casi cada añ o. Su audiencia era generalmente amplia, en ocasiones enorme, y en muchos lugares era molestado por multitudes tumultuosas que, como bestias hambrientas, se morían de sed por su sangre. También conoció a todas las Sociedades, las clases sociales y las organizaciones oficiales siempre que se daba la oportunidad o que se le necesitaba. La construcción de miles de capillas, la colecta de fondos para pagar su coste y la elección de personas adecuadas en las que confiar para ello requerían constantemente su atención. El cuidado de todos sus predicadores dependía de él. Su correspondencia era inmensa y tenía una importante empresa de publicidad que gestionar. Sus viajes, la mayor parte a caballo hasta que la debilidad de su edad avanzada le empujó a utilizar un carruaje, eran largos, tediosos, cansados, a menudo peligrosos, y se emprendían con sol y con tormenta, con calor y con lluvia de verano, con nevadas, vientos, y nieves durante el invierno. Con no poca frecuencia, especialmente durante el comienzo de su carrera, pasaron muchas privaciones, dificultades severas y mucho sufrimiento físico. A menudo leía cuando viajaba, incluso cuando lo hacía a caballo, y así, se mantenía informado completamente de la literatura actual de su tiempo. Editó, escribió, tradujo o adaptó nada menos que dos mil publicaciones misceláneas, que publicó y vendió a través de sus predicadores para beneficio de sus Sociedades. Cada movimiento público para el progreso de su Sociedad, tal como la escuela dominical, la abolición de la esclavitud, la circulación de tratados, asociaciones caritativas, educación popular y cosas similares, ocupaban sus pensamientos, movían sus simpatías, despertaban su cooperación y agotaban su monedero. Sus ojos estaban abiertos ante cualquier detalle, por pequeñ o que fuera, concerniente al crecimiento de sus Sociedades o al aumento del reino de Dios. Siempre estaba trabajando cuando estaba despierto, pero nunca lo hacía apresuradamente. Su industria y actividad nunca fueron, nunca pueden ser, superadas. Se estima que durante los cincuenta añ os de su ministerio itinerante viajó aproximadamente un cuarto de millón de millas, y que predicó más de cuarenta y dos mil sermones.
Bajo este liderazgo sin parangón, continuado a través de medio siglo, la organización que comenzó con la tímida Sociedad en Fetter Lane, Londres, en 1739, se había convertido en 1790 en una congregación poderosa consistente en quinientos once predicadores que trabajaban en doscientos dieciséis circuitos, que cubrían amplios territorios de Gran Bretañ a y de Irlanda, de las Indias occidentales y de América y que contaban entre sus fieles cerca de miles de almas. Aparte de esta pertenencia constatada, existía por lo menos un número cuatro veces superior de personas que rendían culto en las congregaciones metodistas. Esto elevó el porcentaje de sus partidarios que en el momento de su muerte ascendían a por lo menos medio millón de almas. Pero fuera de esta armada de partidarios reconocidos, había «una multitud que nadie podía numerar», que se había beneficiado espiritual y moralmente gracias al movimiento que este hombre maravilloso había inaugurado y que, durante medio siglo, guió con un liderazgo casi sin parangón.
Modificado por última vez 30 de abril de 2010;; traducido 2 de noviembre de 2010