[Las citas de El libro de Números y del Evangelio de San Juan proceden de la siguiente edición: Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1976. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow. La cita del Génesis que aparece más abajo procede de la siguiente edición: Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1976].

Cuando los israelitas se sentían desesperados a causa de la sed durante su deambular por el desierto, el Señor ordenó a Moisés: «Mira, Yo estaré allí ante ti sobre la peña en Horeb, y tú golpearás la roca y saldrá agua de ella para que beba el pueblo» (éxodo 17: 6). Como Números 20: 1-13 dice, el profeta volvió a sacar agua nuevamente cuando golpeó una segunda roca, aunque esta vez sólo se le había pedido que rezara por el agua. Henry Melvill, el «Crisóstomo evangélico», que fue el predicador favorito de Ruskin y de Browning, realiza la típica interpretación victoriana del primer incidente cuando sostiene que «esta roca del monte Horeb fue característica de Cristo» y que el agua que brota de ella cuando Moisés la golpea, significa «que el Mediador debe recibir los golpes de la ley antes de poder ser la fuente de la salvación ante un mundo seco destinado a perecer». Melvill también cita la autentificación del Nuevo Testamento sobre este elemento tipológico cuando explica que «es esto a lo que San Pablo se refiere cuando dice de los judíos, 'Y todos bebieron la misma bebida espiritual que les seguía y la roca era Cristo'» [Primera Epístola a los Corintios 10: 4].

Tres ejemplos de La roca golpeada. Left to right: (a) La roca golpeada de Gustave Doré. (b)La roca golpeada de Joseph Durham. (c) Discernimiento crítico e instintivo (1893) de George DuMaurier. [Pínchese sobre las imágenes para agrandarlas.]

La literatura inglesa alude a la roca golpeada de modos diversos, siendo el más obvio la encarnación del apoyo divino a los israelitas y a todos los seres humanos. Menos común en la literatura resulta el uso que San Pablo hace de ello como un tipo de bautismo, aunque esta interpretación ocurre en las artes visuales. La roca golpeada aparece con mayor frecuencia como (1) una tipología de Cristo, quien cuando fue golpeado (crucificado) produjo el agua de la gracia o como (2) el corazón de piedra del creyente que cuando es golpeado por Dios o por Cristo produce las aguas de la gracia. Ambas lecturas tipológicas aparecen en formas secularizadas.

Los poetas del siglo XVII tenían por costumbre realizar variaciones ingeniosas sobre estas aplicaciones tipológicas. George Herbert, por ejemplo, presenta la roca golpeada en «El sacrificio» como tipología de los sufrimientos del Salvador cuando el propio Cristo describe cómo sus torturadores «golpean mi cabeza, la roca de la cual toda provisión/de la bendición celestial manará eternamente» (ll. 169-71). «El amor desconocido» del mismo poeta, por otra parte, invoca la segunda y principal entonación de este tópico tipológico cuando describe en términos visionarios cómo un siervo del Señor arrebató su corazón, «Y lo arrojó a una fuente, en la que cayó/Un arroyo de sangre que brotaba del costado/de una gran roca» (ll. 12-15). Esta concatenación de imágenes bíblicas, tipos y emblemas transforman las aguas de la escena del Antiguo Testamento en el sacrificio de la sangre de Cristo, haciendo así explícita la fusión profética de los tiempos y de los seres que siempre son potenciales dentro de la tipología. En «El día de Pascua», Richard Crashaw inusualmente convierte a la roca golpeada en tipología de la tumba de Cristo, del cual mana el Cristo resucitador y la inmortalidad para todos los creyentes.

Los himnos y versos devocionales de los siglos XVIII y XIX utilizan dilatadamente la roca golpeada para generar un universo tipológico alrededor del lector. Como el monólogo dramático de Gerard Manley Hopkins, «Soliloquio de uno de los espías abandonados en el desierto» (c. 1864), «Ve, adora ante los pies del Enmanuel» (1709) de Isaac Watts, «¡Guíame, oh Tú gran Jehová!» (1774) de William Williams y «Cuando Israel, por orden divina» (1799) de John Newton, convierten a la situación en general en tipología en vez de a la roca en sí misma, enfatizando así la posfiguración contemporánea del creyente sobre los israelitas pecadores y su deambular. Por oposición, «Esa roca fue Cristo» (1772) de John Newton, «Roca de los tiempos» (1776) de Augustus Montague Toplady y «La Cruz» de Horatius Bonar presentan la roca golpeada simplemente como tipología de la Crucifixión.

Otra tipología quizá menos estrictamente ortodoxa ocurre cuando los poetas utilizan a Moisés golpeando la roca para vaticinar a Cristo llorando lágrimas de arrepentimiento sobre el corazón de piedra de cada adorador. Esta versión de la tipología, que ha tenido una larga historia en el verso inglés, aparece en «el emblema de sí mismo del autor», que abre la primera parte de Silex Scintillans (1650) de Henry Vaughan y en el sexto libro de La excursión (1814) de Wordsworth, donde éste hace que Ellen explique que Dios «bajo cuyo mandato la roca seca/fue golpeada y derramó una corriente saciante que ha suavizado la dureza del corazón» (VI, 920-21). Este uso de la roca golpeada, que ocurre de nuevo en «La ruptura de la carga» de John Ruskin, en «El sexto domingo después de la Santísima Trinidad» de John Keble, y en «Las confesiones supuestas» (1830) de Tennyson, actúa como el clímax y el centro poético de In Memoriam (1850) de Tennyson (sección 131) y de «Viernes Santo» (1862) de Cristina Rossetti.

Las aplicaciones puramente seculares de la tipología, aquéllas que requieren que el lector perciba la existencia de la lectura cristiana del acontecimiento del Antiguo Testamento como una prefiguración de Cristo y su dispensa, pero que carecen de religiosidad temática, aparecen ocasionalmente por todo el siglo XIX. El soneto de amor sin título de Robert Calder Campbell, que apareció en el periódico prerrafaelita (Pre-Raphaelite) El germen (1850), dice a la amante del hablante que cuando ella se marche, él se quedará «sin habla, sin magia que seduzca/la corriente de expresión que surge de la roca endurecida», y Emily Dickinson en «Un ciervo herido, salta más alto», hace de la «Roca golpeada que mana a raudales» uno de los ejemplos de la dura reacción ante un golpe. Ambos casos, como los procedentes de El egoísta (1879) de Meredith, se inspiran en las tradiciones características de la exégesis bíblica fundamentalmente por razones de énfasis: «Apenas podemos preservar nuestra dignidad cuando nos agachamos ante el trabajo de inspirar lágrimas. Moisés tuvo probablemente que apartarse ágilmente de la roca después de que aquel dador benevolente de la ley golpeara la roca e hiciera manar agua de ella» (Capítulo 31). La alusión logra un efecto pleno sólo si se reconoce la asociación tradicional de la capacidad de Cristo para provocar lágrimas de arrepentimiento en el pecador. Una alusión más elaborada sobre Moisés golpeando la roca aparece en «Una palabra más» (1855) de Robert Browning, en la que se hace hincapié sobre la idea de que igual que los desagradecidos judíos no supieron apreciar el agua que Moisés extrajo para ellos de la roca, así también, la audiencia victoriana es incapaz de apreciar lo que el poeta produce por su parte. Un uso característicamente complejo y múltiple sobre la roca golpeada aparece en «Una epístola de Holofernes» (1946) de A.D. Hope, cuando el fantasma del enemigo de Israel medita sobre el mito, la verdad y la poesía.

Materiales

Referencias

Landow, George P. Victorian Types, Victorian Shadows: Biblical Typology in Victorian Literature, Art, and Thought. Routledge: 1980. [Texto íntegro/Full text]


Versión impresa publicada en 1980; versión web de 1988; hipervínculo añadido el 23 de septiembre de 2001; traducción 1 el mai de 2011