[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Evangélico, un término que significa literalmente «de o perteneciente al Evangelio», se utilizó a partir del siglo XVIII para designar la escuela teológica cuyos seguidores protestantes creían que la esencia del Evangelio residía en la doctrina de la salvación por medio de la fe en la muerte de Cristo, quien había expiado los pecados de los hombres (véase «Doctrina evangélica» — Evangelical Doctrine). El evangelicalismo enfatizaba la realidad de la «vida interior», insistía en la depravación total de la humanidad (consecuencia de la caída) y en la importancia de la relación personal e individual con el Dios salvador. Recalcaban particularmente la fe, negando que ni las buenas obras ni los sacramentos (que percibían como meramente simbólicos) poseían una eficacia salvacional. Los evangélicos también negaban que la ordenación sacerdotal otorgara algún don sobrenatural y defendían como única autoridad a la Biblia en cuestiones doctrinales. El término se generalizó en Inglaterra durante la época del renacimiento metodista (Methodist) con Wesley y Whitefield, que tenía sus raíces en el Calvinismo y que, debido a su énfasis en las emociones y en el misticismo del reino espiritual, se convirtió parcialmente en una reacción en contra del Deísmo racional (Deism) de principios del siglo XVIII. A comienzos del siglo XIX, los términos «evangélico» y «metodista» (Methodist) eran utilizados indiscriminadamente por los oponentes al movimiento, que acusaban a sus partidarios de fanatismo y de desaprobación puritana de los placeres sociales. La rama evangélica de la Iglesia anglicana coincidía prácticamente con la corriente de la «Iglesia baja».
[El Cristianismo evangélico tuvo una importancia especial en la literatura victoriana porque un gran número de autores destacados comenzaron como evangélicos y conservaron muchas actitudes e ideas, incluidas nociones del simbolismo bíblico (biblical symbolism), incluso después de abandonar su infancia y sus creencias como incipientes adultos, bien por otra forma de Cristianismo o por el Ateísmo: Elizabeth Barrett Browning, Robert Browning, Thomas Carlyle, Thomas Hardy, Gerard Manley Hopkins, John Henry Newman, y John Ruskin. — GPL].
Materiales relacionados
- La doctrina evangélica***
- El movimiento evangélico en la Iglesia de Inglaterra
- La influencia cultural del Metodismo***
- Los himnos Olney
- Publicaciones evangélicas sobre ciencia popular
Lecturas sugeridas [GPL]
Brown, Ford K. Fathers of the Victorians: The Age of Wilberforce. Cambridge: Cambridge UP, 1961.
Cuningham, Valentine. Everywhere Spoken Against: Dissent in the Victorian Novel. Oxford: Clarendon Press, 1975.
Hilton, Boyd. The Age of Atonement: The Influence of Evangelicalism on Social and Economic Thought, 1785-1865. Oxford: Clarendon Press, 1988.
Jay, Elizabeth. The Religion of the Heart: Anglican Evangelicalism and the Nineteenth-Century Novel. Oxford: Clarendon Press, 1979.
Hindmarsh, D. Bruce. The Evangelical Conversion Narrative: Spiritual Autobiography in Early Modern England. Oxford: Oxford University Press.
Después de que uno de los predicadores laicos de John Wesley, Thomas Mitchell, expuso ante una congregación de Yorkshire su visión sobre el pecado, un carnicero que le escuchó volvió a su casa y pegó a su mujer «porque pensó que su mujer me había contado» (escribió Mitchell) «todos sus comportamientos pecaminosos». La conciencia del despertar tomó muchas formas. Cuando en 1758, otro de los hombres de Wesley, John Pawson, persuadió a su padre convencionalmente anglicano (Anglican) para que escuchara unos cuantos sermones metodistas (Methodist), se encontró pronto al padre en la privacidad de sus establos gritando y temblando ante el panorama del juicio divino. Aquí se producía una secuencia regular: uno vivía inconsciente de su propia maldad, ésta se apoderaba de uno, uno percibía que no podía reformarse, se temía pasar la eternidad en el infierno, y se expresaba los miedos del modo más natural. Pero también podía producirse un paso más allá y más feliz: se podían aceptar las promesas de perdón del Antiguo Testamento aplicadas directamente sobre uno mismo. Si esto se hacía, las lágrimas se convertían en lágrimas de alegría: «Exploté gritando, riendo, bailando y saltando por toda la habitación», escribió uno de los 1741 conversos de Charles Wesley, Joseph Carter. Otro, John Walsh, sentía su cuerpo tan ligero «que podía elegir o bien caminar o volar». Y más tarde o más temprano contabas esto al resto de la gente-- John Whale, "Scab on the Story," Times Literary Supplement (17 February 2006): 32.
Russell, George W. E. A Short History of the Evangelical Movement. London: A. R. Mowbray and Son, 1915
Modificado por última vez en 1988;
bibliografía modificada por última vez el 13 de mayo de 2006;
traducido 2 de noviembre de 2010