[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow. indica con la anotación “Nota del Traductor (N. T.)” entre paréntesis que la traducción de los mismos es obra suya. En caso contrario, la traductora se basa en las traducciones ya disponibles que figuran en el registro ISBN. Los títulos de las revistas así como los de determinadas fuentes secundarias se han conservado en su forma original para facilitar su localización. Del mismo modo, en lo referente a las citas literarias, la traductora indica las traducciones disponibles en castellano. Aquellos casos en los que no se hace referencia a ninguna traducción previa, aluden a la labor traductora de Montserrat Martínez García.]
Historia sobre el hambre
os recortes calamitosos en la producción de alimentos y en su distribución, junto con la escasez de comida acontecida durante finales del siglo XVIII y principios del XIX, despertaron una preocupación por el hambre y el sustento en gran parte de la literatura victoriana. Incluso antes de que estos hechos sobrevinieran en Inglaterra, la dieta típica del ciudadano común ya era escasa. En El trabajador rural inglés, G. E. Fussell cita el relato contemporáneo de Sir Frederick Eden sobre los pobres del campo, que estaban “habituados a la comida invariable de pan seco y queso durante toda la semana” (Fussell 82). Asimismo, en Grandes esperanzas (Great Expectations), las comidas de Pip y de Joe sólo consisten en pan y mantequilla, los dos únicos componentes alimenticios que Dickens menciona una y otra vez al principio de la novela.
La segunda mitad del siglo XVIII precedió la emergencia de la Revolución industrial (***Industrial Revolution), durante la cual los trabajadores rurales emigraron en masa a las ciudades para buscar empleo. Incapaces de vivir de la tierra, y “alienados de su fuente de alimentos”, esta nueva clase trabajadora se volvió sensible ante las fluctuaciones de los recursos para alimentarse (Houston 8). Entre 1815 y 1846, el parlamento estableció las Leyes del grano (***Corn Laws) como una medida proteccionista frente a las importaciones foráneas más baratas de trigo y otros granos, generalmente llamados “cereales” en Inglaterra (Bloy). Aunque la aristocracia propietaria de las tierras se benefició de las ganancias en aumento provocadas por las Leyes del grano, la clase trabajadora sufrió poderosamente a causa de los elevados precios de los alimentos. Combinado con el hambre de la patata de la década de los años 1840 (potato famine of the 1840s), este atasco en la producción de la comida generó una miseria inmensa en la mayoría de Inglaterra (Drake). Durante la década que se conocería como los “hambrientos años cuarenta”, la obtención de viandas pasó de ser una molestia diaria a una obsesión nacional.
La literatura victoriana, por su parte, captura esta obsesión por la comida. El hambre se comporta como la fuerza motora que subyace a los argumentos de muchas de las novelas victorianas. Por ejemplo, Grandes esperanzas comienza cuando el convicto Magwitch, cuya hambre monstruosa se ve saciada por la comida que Pip roba de su propia casa, intenta estrangular y amenazar a Pip. Más adelante en la novela, Dickens revela que Magwitch había consagrado toda su vida a ayudar a Pip, simplemente porque Pip le había auxiliado cuando estaba muerto de hambre. En ***Jane Eyre, la obsesión con el hambre se presenta mediante una exhaustiva descripción sobre la desnutrición crónica en la escuela Lowood donde
la deficiencia en las provisiones de comida era preocupante: teniendo en cuenta el entusiasmo del apetito en los niños que estaban en pleno desarrollo, apenas teníamos suficiente para mantener vivo a un enfermo delicado. De esta situación de desnutrición surgió un abuso, que afectó duramente a los alumnos más jóvenes, y es que siempre que las chicas mayores que estaban hambrientas, tenían la oportunidad, solían persuadir o amenazar a los pequeños para que les dieran su porción de comida. Muchas veces, yo [Jane] he compartido con aquellas que lo demandaban un precioso pedazo de pan marrón que nos daban a la hora del té, y después de dar a una tercera la mitad de los contenidos de mi taza de café, me he tragado el resto acompañada en secreto por las lágrimas que la exigencia del hambre me había arrancado.
Padeciendo un hambre implacable, Jane lleva las cuentas meticulosamente de sus porciones de comida. El hambre extrema también obliga a las muchachas más mayores a aprovecharse de las jóvenes, estableciendo un paralelismo con la adulteración rampante de alimentos y el engaño a los compradores a quienes se daba un peso inferior en la compra de víveres, a comienzos de 1800 (Horn 50-51). Otro ejemplo del hambre como hilo unificador del relato aparece cuando Jane se encuentra al borde de la inanición tras escaparse de la finca de Rochester. El “dolor del hambre” la conduce finalmente ante las escaleras de una propiedad en la que se encuentra con St. John Rivers, quien posteriormente informa a la empobrecida Jane de que su difunto tío, John Eyre, le ha dejado una fortuna de 20 mil libras.
El hecho de que el hambre juegue un papel fundamental en los relatos victorianos demuestra la amenaza constante del hambre que se esparció por todos los estratos de la sociedad victoriana. Incluso para las clases altas, el hambre supuso un peligro indirecto, puesto que el hambre extrema desemboca a menudo en disturbios de las clases más bajas. La preocupación victoriana por la comida no sólo la compartieron los escritores de ficción, sino también los periodistas y los lectores diarios de los periódicos. En El niño, el Estado y la novela victoriana, Laura C. Berry observa que “las infinitas historias de muerte por hambre y desperdicios impresas en el London Times… manifestaron un interés morboso en lo que los pobres comían y en cuánta cantidad ingerían,” (Berry 48). Así, la escritura sobre el hambre actúa como un vehículo para transmitir el malestar social subyacente que afloró como consecuencia de la Revolución industrial.
La dicotomía de los hambrientos y la transformación de los disturbios en apetitosas viandas
En la literatura victoriana, el hambre se manifiesta de dos formas: el hambre digna de compasión y el hambre amenazante. Las mujeres y los niños, tales como los alumnos de la escuela de Lowood y Pip, muestran un tipo de hambre como la primera, ante la cual los lectores pueden fácilmente sentir pena y empatía. Cuando el hambre pertenece a un hombre adulto, se convierte sin embargo en algo peligroso.
Cuatro ilustraciones de Magwitch: De izquierda a derecha: (a) "Abel Magwitch" de J. Clayton Clarke ("Kyd"). (b) "I made bold to say 'I am glad you enjoy it.'" de H.M. Brock. (c) And you know what wittles is?. (d) "You young dog!" said the man, licking his lips at me, "What fat cheeks you ha' got!" de F. A. Fraser. [Haga clic en las imágenes para ampliarlas.]
Orlick y Magwitch, en Grandes esperanza, ejemplifican el hambre voraz de los hombres adultos. En el otro extremo, en “La horda de los Gibelinos” de Lord Dunsany, el hambre se identifica con aquellos que son auténticos monstruos. Los autores victorianos dejan traslucir la preferencia por lo patético, tal y como lo ponen de manifiesto los protagonistas normalmente femeninos e infantiles. Según Berry, “las novelas y los documentos sociales” se decantan por transformar “el hambre peligrosa de los adultos poderosos en las necesidades intachables y lamentables de sus víctimas infantiles” (10). Cuando el hambre de un hombre adulto sugiere la amenaza de una multitud que se desborda, los autores convierten en atractivos a los argumentos relacionados con el malestar social y el hambre extendida, incorporando a ésta en el cuerpo penoso de un niño o de una mujer.
Alicia de Lewis Carroll constituye una excepción notable a esta dicotomía. Aunque raramente expresa su hambre de un modo directo, los habitantes de El país de las maravillas la perciben frecuentemente como un ser hambriento y amenazador. Por ejemplo, cuando Alicia se come los lados izquierdo y derecho del champiñón, su cuello crece hasta alcanzar la altura de los árboles, asustando a un pájaro que la confunde con una serpiente. Cuando Alicia pide directamente la comida, en la fiesta del té del sombrerero loco, por ejemplo, ve cómo la ignoran descaradamente. Se podría interpretar el trato que recibe Alicia por parte de los personajes de El país de las maravillas desde un punto de vista feminista. La sociedad victoriana tradicionalmente consideraba a las mujeres como protectoras de la casa y del marido, con pocos derechos propios. Las mujeres humildes eran ensalzadas mientras que las mujeres “hambrientas” y asertivas se percibían como amenaza. Al mismo tiempo, las mujeres que buscaban privilegios y trabajo, a excepción de las institutrices, eran a menudo ignoradas.
Otra interpretación del hambre de Alicia explora el concepto de la madurez femenina. “El problema con el apetito”, argumenta Anna Silver en La literatura victoriana y el cuerpo anoréxico, es que siempre se ha asociado con el cambio físico, y, simbólicamente, con la madurez de una chica y con la pérdida simultánea de la identidad infantil” (Silver 71). El banquete desastroso al final de A través del espejo, que ocurre después de que Alicia se convierta en reina, respalda la observación de Silver. Una vez que Alicia ha sido coronada como reina, símbolo de su madurez, su hambre adulta por la comida se vuelve más que nunca una amenaza. El mundo fantástico inserto en el espejo provoca efectivamente el destierro y la transformación de Alicia de niña a joven adulta. Sin embargo, Alicia sigue siendo una muchacha preadolescente al final de la novela. La hostilidad de la escena del banquete final, es quizá entonces un preludio del mundo real con el que Alicia podría encontrarse al entrar en la madurez, cuando tendrá que hacer frente al desaliento para no comer tanto como quisiera, así como albergar otras expectativas y prejuicios. Nuevamente, el apetito sirve como vehículo de otra cuestión potencialmente mucho más perturbadora, en este caso, la madurez sexual desde la fase de niña a la de mujer.
El hambre como instrumento de autocontrol y de auto-negación
Mientras la clase trabajadora trabajaba sin descanso para obtener escasas porciones de comida, la aristocracia gozaba del lujo de hacer comidas de quince platos aderezadas con un plato adicional de postre (Soyer 415). El consumo descarado en los niveles más altos de la sociedad, azuzó finalmente una reacción violenta por parte de los escritores y de los críticos. Por ejemplo, Benjamin Disraeli criticó a Inglaterra por ser “dos naciones” que eran “alimentadas por comidas diferentes”. Mientras la mitad de la población victoriana subsistía prácticamente de nada, la otra mitad, como V. S. Pritchett escribe, “estaba asquerosamente sobrealimentada” (Houston 8-9). Como respuesta a la sobreabundancia de alimentos, las clases más altas consideraron a la comida como un ejercicio de autocontrol, particularmente en el caso de las chicas y las mujeres.
”La representación negativa de la comida en la mayor parte de la literatura infantil durante el siglo XIX”, así como las novelas dirigidas a los adultos, “estuvo supervisada por las restricciones reales a la comida en la vida de numerosas chicas”, destaca Silver. “Con gran frecuencia, se urgía a las muchachas a comer una dieta blanda, poco estimulante” (58), como evidencian las comidas insustanciales de avena acuosa que los estudiantes de la escuela Lowood se veían forzados a comer. La glotonería lasciva por la comida, independientemente de su cantidad, simbolizaba la relajación moral y una falta general de disciplina. Al margen de si los escritores victorianos compartieron esta visión o no, supieron captar con éxito esta actitud en muchos de sus escritos. En Jane Eyre, cuando el señor Brocklehurst descubre que Miss Temple ha ofrecido comidas de pan y queso a sus estudiantes, amonesta su liberalidad diciendo,
Es usted consciente de que mi plan de educar a estas chicas consiste, no en acostumbrarlas a hábitos lujuriosos e indulgentes, sino en convertirlas en seres duros, pacientes y abnegados… Oh, señorita, cuando pone pan y queso, en vez de avena quemada, en las bocas de estos muchachos, está de hecho alimentando sus cuerpos viles, pero ¡poco piensa en cómo mata de hambre a sus almas inmortales!
Aquí, el señor Brocklehurst establece una conexión entre la comida y la pureza espiritual, un nexo que varios escritores del mismo periodo exploraron. Éste implica que el ayuno es el camino a la redención y a un estado espiritual más elevado. Como resultado del Movimiento de Oxford (Oxford Movement) en la Iglesia de Inglaterra, así como en unas pocas iglesias disidentes, el ayuno religioso disfrutó de un pequeño renacimiento en el siglo XIX (Silver 136). Tennyson enfrenta la idea del ayuno religioso en “El Santo Grial”, en Los idilios del rey (***Idylls of the King). Mediante la descripción de las acciones de la monja que guarda ayuno, “pone de relieve las escurridizas distinciones entre el ayuno secular y el sagrado… El ayuno de la monja la convierte en incorpórea, en un mero espíritu andante cuya desvinculación con el alimento le permite vislumbrar el Grial” (Silver 156).
Christina Rossetti, una importante poetisa de la Iglesia Alta, escribió “El mercado de los duendes” ("Goblin Market" — texto) como un discurso sobre el consumo y la redención. En el poema, los hombres duendes seducen a dos hermanas, Laura y Lizzie, con bandejas de fruta deliciosa, que simbolizan el pecado original (Scholl). Laura pronto cae en la tentación y se come las frutas del duende, pero cuando se entera de que nunca verá más a los hombres duende, se sumerge en un estupor de apatía. Intentando desesperadamente revivir a su hermana, Lizzie se enfrenta a los hombres duende, preguntándoles por las frutas pero rehusando comerlas ella misma. En este ejemplo, Rossetti retrata la auto-negación ante la comida como un hecho espiritual que purifica el alma, así como las almas de aquellos que han pecado también.
La auto-negación de la comida no sólo se limita al contexto religioso, sino que puede también asumir la forma de deseos frustrados. En Grandes esperanzas, Miss Havisham conserva su podrido pastel de bodas sobre una larga mesa que ha sido puesta para una fiesta, de modo que pueda recordar obsesivamente tanto a sí misma como a los demás su frustrado romance. Simultáneamente, Miss Havisham también parece haber controlado sus ganas de comer, puesto que cuando Pip la ve por primera vez, la describe como “hundida en la piel y en los huesos”. Al privarse a sí misma de alimento, Miss Havisham se priva a sí misma simbólicamente del deseo romántico.
Los poetas decadentes también han caracterizado el amor no correspondido como una forma de auto-inanición. "Dolores" (texto) de Swinburne, repleto de imágenes de fruta y vino, evoca los dolores de las pasiones no satisfechas donde “los frutos se malogran y el amor se muere”. Asimismo, en Laus Veneris, el hablante describe su relación vacía y puramente física como “un hambre febril en mis venas”. Una y otra vez, el hablante alude a su amor en términos de hambre:
Allí, como amantes que juntan sus labios y sus miembros
Ellos descansan, arrancando el dulce fruto de la vida para comerlo;
Pero a mí, los días abrasadores y hambrientos me devoran,
Y en mi boca ninguno de sus frutos es dulce.
There lover-like with lips and limbs that meet
They lie, they pluck sweet fruit of life and eat;
But me the hot and hungry days devour,
And in my mouth no fruit of theirs is sweet.
El “fruto” de los placeres carnales no satisface el hambre del hablante por una forma de amor más elevada y espiritual. La carencia de amor espiritual le devora en vez de saciarle. Aun así, se consume ante Venus, decantándose efectivamente por la auto-inanición al final.
El tema del hambre prevalece en la mayoría de la literatura victoriana. Enraizados en los hábitos alimenticios tanto de los ricos como de los pobres, los retratos literarios del hambre sirven como un ancla para el realismo y los comentarios sociales, así como puntos de partida para otros temas tales como el pecado y el amor. Debido a que el acto de comer adquiere un lugar tan relevante en las vidas humanas, así como en la lucha universal por la supervivencia, se convierte en una fuerza poderosa que empuja la acción y la trama de los escritos victorianos.
Referencias
Berry, Laura C. The Child, the State, and the Victorian Novel. Charlottesville, VA: University Press of Virginia, 1999.
Bloy, Marjie. "The Corn Laws." The Victorian Web. 1 Mayo 2009.
Drake, Alfred J. "Introduction to the Victorian Period." E491 History of Literary Criticism, CSU Fullerton. 1 Mayo 2009.
Fussell, G. E. The English Rural Laborer: His Home, Furniture, Clothing & Food from Tudor to Victorian Times. Londres: The Batchworth Press, 1949.
Horn, Pamela. The Victorian Town Child. Nueva York: New York University Press, 1997.
Houston, Gail T. Consuming Fictions: Gender, Class, and Hunger in Dickens's Novels. Carbondale, IL: Southern Illinois University Press, 1994.
Scholl, Lesa. "Fallen or Forbidden: Rossetti's 'Goblin Market.'" The Victorian Web. 3 Mayo 2009.
Silver, Anna K. Victorian Literature and the Anorexic Body. Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2002.
Soyer, Alexis. The Modern Housewife or Ménagère. Londres: Simpskin, Marshall, & Co., 1851.
Modificado por última vez el 8 de mayo del año 2009; traducido el 20 de marzo de 2010