["La familia Dodgson y su legado" se ha adaptado con el permiso del autor y el editor del cap’tulo de apertura de In the Shadow of the Dreamchild por Karoline Leach (London: Peter Owen Ltd, 1999). Traducción de Adriana Osa revisada y editada por Esther Gimeno y Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]



Empezando por la biografía de 1898 de Collingwood y de manera continua durante al menos los siguientes sesenta años, dos generaciones de la familia Dodgson demostraron que estaban dispuestos a ejercer su control sobre los bienes materiales y literarios de Lewis Carroll con el fin de manipular la imagen que se proyectaba ante la opinión pública.

A día de hoy, los miembros de la familia que manejan las posesiones de Carroll cooperan con biógrafos e historiadores, pero el daño del antiguo secretismo permanece. La mayor parte de la documentación de Dodgson está desaparecida, y nunca ha habido un análisis completo que explique cómo pudo suceder esto ni en qué medida el consecuente vacío está relacionado con el mito, como tampoco lo ha habido sobre el efecto que ha podido tener en los estudios académicos. Lo que sigue es una primera tentativa de reconstruir una historia difícil y fragmentada. Analiza lo que se oculta tras el trato que Dodgson ha recibido de las manos de sus descendientes. Contradictoria y extraña, la conducta de su familia sugiere que, como toda la sociedad a su alrededor, estaban más preocupados — a partir del instante su muerte — por la imagen de Lewis Carroll que por la vida real de un hermano muerto.

La muerte de Charles Dodgson fue totalmente inesperada. Antes del inicio repentino de la pulmonía que habría de costarle la vida, había gozado de una salud excelente. Había abandonado su piso del colegio universitario Christ Church unas semanas antes para pasar la Navidad con su familia en Guildford y esperaba estar de vuelta en la universidad nada más comenzar el nuevo año. Sin embargo, en aquel frío enero no fue Charles quien abrió la puerta en la escalera n’ 7 y caminó hacia el estudio rojo y verde, sino su hermano menor, Wilfred. El entierro ya había tenido lugar y Wilfred había vuelto para llevar a cabo su tarea. En la última voluntad de su hermano se le designó como albacea de sus bienes materiales y literarios.

Seis años menor que su famoso hermano — pero con una semejanza familiar obvia en su pelo gris ondulado — Wilfred tenía cincuenta y nueve años y era un hombre de negocios acomodado. Durante muchos años había trabajado como agente inmobiliario especializado en fincas rurales para un hombre adinerado, Lord Boyne, y había vivido en una casa agradable en la frontera entre Inglaterra y Gales. Se había casado en 1871 y para esas fechas era padre de nueve niños. Al decir de todos él era un hombre equilibrado y práctico, y fueron probablemente estas cualidades las que habían persuadido a su hermano mayor de recurrir a él y otro hermano más joven, Edwin, como albaceas en vez de recurrir a Skeffington — mayor, pero más inestable’.

Charles había sido el cabeza de una familia grande y dependiente — siete hermanas, tres hermanos y sus propios descendientes, así como un número de primos considerable’; una familia que se había acostumbrado a contemplar al hermano mayor como benefactor tanto en el plano personal como en el financiero durante casi treinta años. Había costeado los estudios de innumerables sobrinos, sobrinas y primos segundos, hizo uso de su influencia para conseguirles empleos y pagó pensiones no oficiales a los que se habían quedado viudos o habían quedado en la pobreza. La persona elegida a la que se trasladaría esta gran responsabilidad humana, por no decir nada de la herencia literaria, llevaría una carga considerable.

Wilfred llegó a Oxford el 28 de enero. Estaba solo porque el otro albacea, su hermano Edwin, se encontraba fuera del país. Se pasó el día entero observando las posesiones de su hermano fallecido y se quedó durante la noche con un viejo amigo y colega de Dodgson, Thomas Vere Bayne. En su diario, Bayne describió a Wilfred como “sobrepasado por la cantidad de papeles que había en la habitación de su hermano”, algo totalmente comprensible, ya que Lewis Carroll había dejado tal cantidad de papeles personales que es difícil de imaginar. Estos papeles estaban esparcidos alrededor de Wilfred, en los armarios y cajones de las distintas estancias, llenando cajas, archivos y casillas: cuarenta años de la vida de su hermano. No hay que olvidar que se trataba de un hombre que organizaba su propio diario según un índice y que guardaba un registro de cada carta enviada y recibida durante más de treinta años — un registro que ocupaba veinticuatro volúmenes (’si los freudianos hubieran tenido conocimiento de tal registro!).

Además de las extensas colecciones de fotografías, libros, revistas y cartas, había trece volúmenes de un diario privado. También encontró algo a lo que se refirió como su "diario de metal", probablemente un volumen guardado por una cerradura donde Dodgson ponía por escrito sus pensamientos más personales e íntimos. Si se cree en el propio testimonio de Dodgson, también había trabajos que versaban sobre su trabajo matemático, así como meros pasatiempos. Su vida parecía haber estado dominada por pequeños cuadernos grises que parecen haber estado por doquier, apareciendo de repente en lugares inesperados y que por lo visto tenían la extraña capacidad de reproducirse en los cajones.

Sin embargo, esta manía de un hombre es, a la vez, la cueva de Aladino de un biógrafo. El resultado de esta febril manía por poner todo por escrito fue una vida de la que se tenía hasta el más mínimo detalle registrado. La historia debería de estar agradecida por esta obsesión; en realidad, la historia nunca tuvo ninguna posibilidad de agradecérselo. Wilfred bien podía haber quedado horrorizado por el tamaño de su tarea, pero obviamente no se desalentó. En su supervisión, casi todo lo que Lewis Carroll poseyó que fuera remotamente vendible fue sacado a subasta cuatro meses después de su muerte, mientras que las cartas y los papeles desaparecieron bajo el cuidado de su familia. Aproximadamente el ochenta por ciento de esta documentación nunca volvió a ver la luz del día.

La herencia de Lewis Carroll fue despachada sin ningún tipo de sentimentalismo pero sí que fue minuciosa. El 10 de mayo de 1898, Brooks — el subastador de Magdalen Road de Oxford’, ofrecía los bienes privados más íntimos de Dodgson en subasta pública. En dos días el mobiliario de una vida entera ya había sido vendido. Los libros de Dodgson, la colección de fotografías, su mobiliario, las mantas de su cama, su bañera, sus toallas, los platos en los que comía, los vasos de los que bebía, su tetera, sus pequeñas cajas improvisadas para broches de papel, su pluma, su reloj, sus pinturas, sus propias invenciones como el "nictógrafo" (para escribir memorándums en la oscuridad), sus rompecabezas caseros, hasta sus premios escolares y gorra de colegio fueron entregados al mejor postor. La impresión dada a aquellos que atestiguaron la escena era de una indiferencia inquietante.

“Debía de ser una persona muy solitaria, porque cuando murió niguno de sus familiares se preocupó por guardar sus pertenencias, sino que sacaron todo a subasta en Holywell Music Room”, comentaba un observador, Sir Charles Oman, sobre esta escena rara y bastante triste. A un colega de Dodgson, Frederick York Powell, le causó tal impresión esta misma escena que logró plasmar su ultraje en verso, trazando un cuadro memorable de vendedores y jugadores ("gambling salesmen") que negocian sobre las posesiones de Carroll, "los libros que leía, las prendas que vestía" (Shaberman, Appendix 3, Hudson, 13). De hecho, Dodgson no había sido un solitario, sino que había formado parte de una gran familia aparentemente cercana. Tenía diez hermanos y catorce sobrinos que podían haber tomado posesión de sus cosas si hubieran querido. Pero no lo hicieron. Casi ningún miembro de la familia asistió a la subasta, y no tenían ninguna intención de conservar los efectos personales que debían de haber sido de un valor incalculable para el escritor: sus libros favoritos, sus inventos, sus premios escolares, su gorra de colegio. Esto es significativo tanto para lo que esto dice sobre la relación de Dodgson con su familia al final de su vida como para el modo de pensar con el cual la familia pensaba disponer de la herencia.

Por una parte, la confiscación del material personal y la manera en que la familia dispuso del trabajo del escritor refleja la verg’enza que la familia sentía por la vida sentimental tan "poco convencional" de Dodgson — en particular sus asociaciones con varias mujeres’, y su comprensible ansiedad por evitar cualquier tipo de escándalo. Pero más allá de esto, y quizás lo que es más importante, en la renuncia precipitada de la familia de la parafernalia de la realidad de Dodgson podemos ver quizás el reconocimiento de la transcendencia del mito. La ropa, las bagatelas personales, los libros escolares y las gorras de colegio fueron hechas desaparecer sin ningún tipo de ceremonia a la vez que se reunían las historias y las leyendas para conformar la biografía oficial. A pesar del éxito de su literatura, a pesar de lo decente y generosa que hubiera sido su vida, había un aspecto por el cual la realidad de Dodgson era un estorbo para una historia por otra parte perfecta. Este aspecto debía ser eliminado tan pronto como fuera posible, y el espacio que ocupaba fue convertido en un jardín conmemorativo a Carroll que debía ser cuidado con mimo, impidiendo que crecieran malas hierbas para que se mantuviera impoluto para la posteridad. Y esto puede arrojar luz sobre lo que realmente pasó con tantos de sus escritos personales.

Antes de que las subastas eliminaran su biblioteca y colecciones fotográficas, Wilfred ya había quemado algunos de los documentos. Se baraja con la posibilidad de que pudiera haber actuado siguiendo las instrucciones de su hermano. Sabemos gracias a algo que Dodgson escribió a su buena amiga Annie Henderson (Sr). que existían ciertas cartas y fotografías muy privadas guardadas en sobres que debían ser quemadas después de su muerte. Además, hay una historia repetida hasta la saciedad dentro de la familia que dice que él mismo solicitó que sus albaceas destruyeran todo lo que fuera íntimo de "naturaleza personal o privada", pero esto nunca ha sido verificado ( Letters, I, 435). Sin embargo, bajo la autoridad que fuera, Wilfred había comenzado un proceso de destrucción planificada. El 10 de febrero escribió a Brooks — el subastador — agradeciéndole haber quemado algunos papeles, y se da a entender que se trataba de una cantidad considerable. Así, a menudo se supone que Wilfred fue el responsable de esta primera eliminación de los documentos que, a día de hoy, no se han podido encontrar, pero esto no es así del todo. ’l sólo fue el primero de varios miembros de la familia que moldearon a su antojo la documentación de la vida de Lewis Carroll. Su sobrino Stuart Collingwood y su hija Menella estuvieron también implicados en actos posteriores de destrucción, y ambos tendieron a intentar cubrir sus propia participación en tales actos afirmando nunca haber visto papeles que ahora se sabe que sí que estuvieron en su posesión. Al principios, Wilfred conservó gran parte de la documentación más importante: el diario al completo y los registros de su correspondencia, y lo que Stuart Collingwood definió como "miles" de cartas recibidas, así como algunas copias de las enviadas, sobrevivieron a la purga inicial. En el verano de 1898 este material todavía existía y Collingwood usó cierta cantidad de él mientras escribía la biografía oficial de Lewis Carroll. Lo que pasó con todo ello después está todavía por discernir,

De Collingwood parece que el archivo volvió a manos de Wilfred, y tras la muerte de Wilfred fue guardado por las hermanas que le sobrevivieron. Cuando Louisa, la última de éstas, murió en 1930 a la edad de noventa años, la responsabilidad de manejar el legado de Carroll pasó a tres de los hijos de Wilfred: su hijo mayor, Charles, conocido como CHW, y sus dos hijas, Menella y Violeta. Tras la muerte de CHW en 1941, las dos mujeres manejaron la herencia en solitario hasta su muerte, que ocurrió en 1963 (Menella) y tres años más tarde, en 1966 (Violeta).

En algún momento durante este período, una cantidad masiva de documentación desapareció, incluídos los cuatro volúmenes del diario manuscrito, y el resto de los escritos fueron mutilados conscientemente.

La explicación pública dada por la familia para la pérdida de los cuatro volúmenes del diario consistía en que, por pura casualidad, éstos habían sido extraviados en algún sitio, aunque nadie parecía tener muy claro cuándo o por quién, y, además, siempre se encontraban versiones nuevas y diferentes. La primera de éstas fue dada al autor Helmut Gernsheim en 1949. La historia dada en la época fue que los diarios habían sido perdidos mientras las sobrinas de Dodgson se mudaban a Leamington Spa durante la segunda guerra mundial (Gernsheim, v). Otro, ligeramente diferente, fue ofrecido por la familia cuando una versión corregida de los diarios finalmente apareció publicada en 1953. En el prefacio, en voz del redactor Roger Lancelyn Green, se dio la siguiente razón:

Stuart Collingwood utilizó los diarios para su biografía. Tras hacer uso de ellos no vio necesidad alguna de guardarlos, por lo que desaparecieron con el resto de los documentos. Al pasar el tiempo, los diarios fueron encontrados en una bodega al caerse de una caja, y para entonces cuatro de los treces volúmenes habían desaparecido.(Green, ed., preface).

No cabe duda de que Green repitió esta historia de buena fe, pero su conclusión que “la pérdida de estos volúmenes se debe simplemente a la falta de cuidado”es, por no decir otra cosa, falsa, y pocas personas creen que esto se acerca a lo realmente acontecido. Es igualmente difícil justificar su reclamación de que los papeles fueron perdidos porque la importancia de Lewis Carroll “en el mundo de la literatura no fue reconocida hasta tiempo después de su muerte”y, por ello, la familia no vio la necesidad de guardarlos. Lewis Carroll era una leyenda antes de que cumplir cincuenta años, y es muy difícil creer que alguien no se hubiera dado cuenta; en particular teniendo en cuenta que, al mismo tiempo que no veían ninguna necesidad en guardar sus papeles, los coleccionistas de objetos de Carroll estaban dispuestos a pagar altas sumas de dinero por algo que había pertenecido a su ídolo.

Pero quizás el argumento más fuerte contra la afirmación de que el material había sido traspapelado de forma casual es que, mientras los volúmenes bien pueden extraviarse, las páginas no son recortadas por casualidad. A través de los años, alguien — probablemente más de una persona — ha mutilado deliberadamente las pruebas, y este hecho es indiscutible.

La historia de diarios que se caen de sus cajas como por arte de magia ha de verse como una parte de la leyenda de confusión y disimulo que tiñen la historia del legado literario de Carroll de un cariz melodramático. Es una historia llena de documentos desaparecidos, páginas enigmáticamente rasgadas y confesiones en el lecho de muerte inacabadas. Cuando ellos se trataba de disponer de la herencia de Lewis Carroll, los Dodgson — una familia media decente — se volvieron de un oscurantismo que parecía sacado de una novela gótica.

Corre un rumor dentro de la familia según el cual Stuart Collingwood, sobrino de Dodgson y su biógrafo, destruyó deliberadamente parte del diario para proteger la reputación familiar. Seguramente contaba con toda la documentación en 1898, y en una entrevista a un periódico que él dio entonces revela que estaba analizando este material y “organizándolo”. Había leído ya unos "cien mil" documentos en el registro de la correspondencia de Carroll, y ya había ordenado "muchos miles" de ellos. Obviamente, él era plenamente consciente de la importancia literaria e histórica del archivo que él estaba construyendo, y algo que él escribió en la biografía de su tío deja claro que no hizo público todo lo que estaba en su poder.

Al comentar la tristeza endémica en la poesía de amor de Lewis Carroll, Collingwood se permitió — casi parece que en contra de su mejor juicio — una observación corta y críptica:

Uno no puede leer este pequeño compendio sin percibir una sombra de desencanto en la vida Lewis Carroll. Me temo que así fue el caso... Pero sus seres queridos no quieren desenterrar recuerdos del pasado ni creen que se llegue a nada al hacerlo.

El admitir que existe un elemento biográfico en la poesía de Dodgson tiene un significado obvio, ya que proviene del hombre que de más información sobre la vida de Carroll dispuso. La importancia va mucho más allá puesto que se dice que fue el mismo Collingwood el que destruyó el material que cubre exactamente el período en la biografía en el que se compusieron los poemas (finales de la década de 1850 y principios de los 1860). Y quizás vaya aún más lejos, ya que incluso después de la destrucción de tal cantidad de material, las pruebas de primera mano restantes de este tiempo dejan entrever una sombra sobre la vida de Lewis Carroll, como el mismo Collingwood dice. Fue en este periodo cuando Dodgson comenzó a sufrir una gran angustia mental y espiritual y a sentir como una losa su pecado. En ninguna página del diario que aún se conserva nombra directamente lo que causaba este desasosiego, pero no sería descabellado sugerir que el material que ahora no se encuentra contuviera esta información. Si Collingwood realmente fue quien destruyó las partes que ahora faltan del diario, fue con casi total seguridad para salvaguardar el honor de su tío y evitar que sus pecados llegaran a hacerse públicos.

Este periodo de perturbación en la vida de Dodgson a finales de los años 1850 y a principios de los años 1860, la época en la que escribió su poesía sobre el amor, la época en la que sentía la angustia de su pecado, la época sobre la cual los documentos han sido más mutilados, es algo lo que tendremos que volver en repetidas ocasiones. Parece que ostenta una posición central en la complejidad de preguntas que rodean su existencia, su leyenda y la lucha de su familia para manipular ambas.

Aunque Collingwood fuera el primero, de seguro que no que no fue el único miembro de la familia que manipuló los escritos de Carroll. A medida que el centenario del nacimiento de Lewis Carroll se aproximaba, el interés público por su obra y por su vida tomó un nuevo rumbo. La sociedad quería ver los diarios y saber lo que había pasado con los otros documentos. Comenzaron a oírse comentarios sobre el aparente secretismo de la familia.

Pudo haber sido esta situación la que decidió a los tres guardianes de la herencia por aquel entonces, los tres hijos de Wilfred (CHW, Menella y Violeta), a considerar la edición de los volúmenes del diario para una futura publicación. Seguramente comenzaron a preparar textos escritos a máquina, y aproximadamente en la misma época — entre 1930 y 1934 — comenzaron a mutilar los diarios que estaban a su cargo.

Un pequeño trozo de papel en el archivo de familia Dodgson titulado "Cortar páginas del diario" aclara esta parte de la historia. La caligrafía es la de Violeta Dodgson, sobrina y co-guardiana de los diarios junto con su hermana, y algunas notas en el envés del papel indican la fecha. Obviamente, no era su intención que alguien ajeno a la familia lo leyera. Se trata de un breve resumen de tres entradas del diario junto con el volumen y número de página en el que se encontraban. Dos de aquellas páginas faltan hoy en día: han sido recortadas sin mucho cuidado con tijeras cortas y aplanadas; la tercera existe aún, pero la entrada ha sido tachada de tal modo que ahora es prácticamente ilegible. Las notas fueron hechas inmediatamente antes de cortar las páginas a modo de recordatorio personal (aunque bastante raro).

Las páginas a las que se refiere este papel no son las únicas que han sido eliminadas. Un total de diez han sido recortadas de varios volúmenes. Dos o quizás tres de éstas fueron probablemente quitadas por el mismo Dodgson, ya que no hay ninguna ruptura en la numeración de las páginas ni hay falta ningún día ni hay ningún hueco en el texto. En estos casos, no se trata más que de una necesidad repentina de una hoja en blanco o un derramamiento de tinta catastrófico. Los otros siete casos son un asunto diferente.

Tres páginas consecutivas en el volumen 2 y una en cada uno de los volúmenes 4, 5, 8 y 11 han sido eliminadas debido a su contenido. Es probable que no se tratara de la misma persona pero es improbable que cualquiera de ellas fuera cortada por Dodgson. Además de la prueba indiscutible de las notas sobre las páginas ausentes hechas por la mano de Violet Dodgson, los huecos en la paginación, los días ausentes, las interrupciones en el texto y pequeñas enmiendas con una caligrafía diferente señalan inevitablemente a una interferencia posterior.

En años posteriores, Menella abiertamente confesó que ella y su hermana habían quitado partes de los diarios. Dijo que había guardado las páginas ausentes pero que no se las mostraría a nadie. Hasta sus últimos días mantuvo este férreo control sobre la documentación más personal de la vida de Dodgson. Supervisó la primera publicación de los diarios con un cuidado casi fanático. Preparó los textos escritos a máquina ella misma, y ni siguieran permitieron al mismísimo redactor acceder sin restricciones a los manuscritos originales. Ella misma declaró, de forma melodramática y funesta, que el manuscrito íntegro nunca dejaría de estar a cargo de la familia mientras ella siguiera con vida.

La publicación resultante de los Diaries, en dos volúmenes en 1953, excluía casi la mitad del material; todas las plegarias tan reveladoras fueron omitidas junto con muchas de las referencias más significativas a los Liddell y a otras personas en su vida. El prefacio, escrito por el redactor Roger Lancelyn Green, no sólo incluía una “explicación" sobre la ausencia de algunos volúmenes (como ya se mencionaba anteriormente), sino que también contenía una pequeña biografía del escritor en la que hacía un esfuerzo especial en recalcar lo intachable de la vida de Dodgson. El texto, fuertemente censurado, daba la impresión de estar diseñado únicamente para este fin. Los eruditos que acudieron a él en busca de inspiración recibieron la inevitable impresión de que el escritor carecía “de vida”, como Virginia Woolf ya sospechaba. Y esta impresión no era casual. Era una impresión que Menella había buscado de manera deliberada.

Menella murió en 1963 a la de edad ochenta y seis años. Como sacado de una novela gótica, sus palabras finales, cuando su voz casi se había disipado del todo, hacían referencia a los diarios perdidos. Trató con sus últimas fuerzas de decirle algo a su sobrino sobre ellos, pero él no pudo comprender lo que decía, y finalmente ella murió.

Su hermana Violet la sobrevivió tres años; otra hermana vivió hasta 1968, pero entonces las propiedades de Carroll fueron traspasadas a una nueva generación de los Dodgson, los nietos de los hermanos de Lewis Carroll, que no sentían el peso del mito de una manera tan acuciante. Después de algunas negociaciones, consintieron por fin en vender los diarios manuscritos al Museo Británico. Los nueve cuadernos grises que aún perduran, aún con sus tapas envejecidas donde todavía se puede leer en las etiquetas que fueron comprados en "W. Emberlin, Oxford", se encuentran a buen recaudo para que cualquier persona pueda comprobar las partes arrancadas o recortadas por Collingwood, Violet y quizás otros.

Uno de los aspectos que más llama la atención sobre estas páginas recortas es su relación cronológica con los volúmenes "perdidos" del diario, lo que hace pensar que este material ausente está interrelacionado de algún modo. Todas excepto una de las páginas eliminadas están fechadas entre los años 1855 y 1863; los cuatro volúmenes "perdidos" cubren períodos entre 1853 y 1862. Así, a excepción de una página, todo el material ausente ocurre en un período de once años.

Dentro de este lapso de tiempo no hay ni un solo año cuyo registro se encuentre intacto. El diario que comprende los años 1853 y 1854 es la primera ausencia perceptible. Tres páginas fueron cortadas de agosto de 1855, y los meses de septiembre-diciembre de aquel año desaparecieron junto con el segundo volumen. Hay páginas que faltan a partir de 1856 y 1857, y los dos últimos diarios ausentes se centraban en los cuatro años entre abril de 1858 y mayo de 1862. Finalmente, también desapareció una página de junio de 1863.

En total, este “periodo ausente”asciende a más de cinco años y medio. Más de la mitad del registro de una década de la vida de Dodgson ha desaparecido. Más allá de esto, los diarios que se conservan intactos hoy en día cubren treinta y cinco años de la vida de Dodgson, con la excepción mencionada antes: una página, con fecha de mayo de 1879 que se centraba en una crisis en la vida de un hermano menor, Skeffington, fue eliminada. Esto no cuadra con una manipulación arbitraria de parientes demasiado delicados sin una meta fija. Los que mutilaron el registro se ciñeron a un área relativamente pequeña de la vida de Dodgson. Esto sugiere que sabían exactamente lo que hacían, y por qué lo hacían.

La década anómala y rota de la vida de Dodgson en la que se centraron es también la década reflejada por la poesía de amor que Collingwood reconoció como autobiográfica, y un período único de angustia espiritual. Esto es la clase de anomalía en la que debería centrarse la mente del biógrafo. Alguien ha intentado borrar una parte significativa de los documentos; el trabajo del biógrafo es justamente intentar reescribirlo. Sin embargo, los estudios biográficos actuales sobre Carroll, al estar edificados sobre una leyenda tan poderosa y descontrolada, conllevan ciertos problemas.


Last modified 28 June 2008; traducido 18 January 2010