[Traducción de Estefanía Gisele Saavedra, revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Aunque su poesía, cartas y diarios revelan una ambivalencia profunda hacia el amor, parece que Elizabeth Barrett Browning, a pesar de algunas dificultades, disfrutó de una relación muy feliz con su marido Robert Browning. Según Kathleen Blake, Robert Browning prácticamente, “fue un hombre que la liberó de casi todas sus angustias.” La siguiente descripción de su relación proviene del libro del Amor y el problema de la mujer en la literatura victoriana (p. 264, 1991) — Laurelyn Douglas
obert Browning consiguió sacar a Elizabeth Barrett Browning fuera de su habitación como parte de una cura, llevándola al despacho, porque si la poesía puede ser mala para los hombres, para las mujeres se consideraba incompatible con cualquier problema emocional. La relación entre ambos comenzó con la admiración de él hacia su poesía. Su primera carta audaz va del amor por sus libros al amor hacia ella. Elizabeth Barrett Browning se alarma por su “extravagancia”, y le preocupa que él pudiera sustituir con mera adulación hacia Aurora Leigh una relación de sentimientos reales. Muchas de la inseguridad de Elizabeth Barrett Browning venían de saber que el amor puede traer tantp desdicha como bienestar. Ella había sufrido ya tales desdichas. Con gran dolor, finalmente, reconoció que la gran falta de cariño de su padre la habría aislado enferma en una habitación. En este contexto se puede interpretar su oposición a desplazarse sur por motivos salud en 1846, tal y como le había aconsejado los médicos, que le ordenaron, prácticamente, viajar a Italia como ultima sugerencia. Elizabeth Barret Browning había tenido una experiencia afectiva previa, como podemos ver en su diario de 1831-3, donde refiere su relación con el estudiante griego H.S. Boyd. Sus entradas durante ese año hablan de la amarga diferencia de estima, y se pregunta si puede alguna vez esperanzarse con la reciprocidad. De hecho, encuentra su capacidad femenina de sentir como una carga, y desearía poder sentir menos- “No soy de naturaleza fría y no puedo soportar que me traten fríamente. Cuando el agua fría es derramada sobre hierro caliente, el hierro silba. Deseo que esa agua haga que ese hierro se vuelva tan frio como el agua.”
Además de tener el corazón roto por amor, Elizabeth sentía que también ella había hecho daño, lo que la hizo, más cauta. Pensaba, de hecho, que indirectamente había causado la muerte de su hermano por querer tenerle a su lado, causando la ruptura de una familia unida. Con temor, se preguntaba qué tipo de poder embrujador había tenido su sobre Browning, puesto que ella además no era joven (treinta y ocho), llevaba seis años discapacitada, y con el espíritu roto de culpabilidad y pena. Robert Browning insistió durante mucho tiempo, impulsado por los sonetos, que no la amaba por nada en especial, sino que solo la amaba. Una vez superados los recelos empezó a insistir en su derecho de incluir un regalo poético que mostrase las razones de su entusiasmo: “¿Cómo puedo alejarla de la poesía? Debe continuar escribiendo y siendo ella misma.” Browning se preocupaba de que redujese su ritmo de trabajo para ayudarle a él o escribirle cartas; sabía lo sacrificada que podía llegar a ser. Pero ella insistía en que se sentía mejor y más fuerte por su interés. Compuso los sonetos en el intervalo entre las cartas que intercambiaron en el noviazgo, en las que también resalta su idea de escribir Aurora Leigh . Browning comenta que le gustaría emprender algo ambicioso, y él la anima con un “tu puedes hacerlo, lo sé, estoy seguro”.
Elizabeth Barrett Browning no realizó gran cantidad de trabajo durante un año más o menos después de su matrimonio. Ella decía que antes de poder avanzar debía aprender como resistir después de una revolución tan grande. Se trató de un intervalo breve, dejando después un legado impresionante tras su muerte en 1861: Poemas de 1850, Las ventanas de la casa Guidi (1851), Aurora Leigh, Poemas antes del Congreso (1860) y por último, Poemas . La presencia de un hijo no detuvo su cometido. Escribe en 1850, “Espero hacer mejores cosas con la poesía aunque tenga un niño que es mi rayo de luz”. Presenta también una imagen encantadora y doméstica de los Brownings a la hora del café. Elizabeth se benefició de la ausencia de restricciones en su relación, así como de los regímenes de intenso trabajo y de la reciprocidad de aliento.
Desde un principio Browning fue un buen crítico. Ya en sus cartas tempranas comenta la traducción de Prometeo encadenado . Sin embargo, Elizabeth no se dejaba llevar con facilidad, y a menudo defendía su originalidad incluso cuando la gente pensaba que llegaba a la excentricidad, como ocurrió más de una vez. En sus controvertidos Poemas antes del congreso, afirma: “nunca escribí para complacer a nadie, ni siquiera a mi propio marido”. No emuló directamente a Browning pensando que no debía y quizás que no podría de todos modos. Como Susan Zimmerman ha mostrado, los Sonetos difieren de la secuencia de sonetos tradicionales al elogiar al amado Browning como un cantante mucho más allá del poder de la palabra: “refinado cantante de grandes poemas”, mientras ella se consideraba una viola gastada. (IV; XXXII)
En la rotura de la identidad entre el amor y la poetisa, Elizabeth provee la separación entre mujer enamorada y la artista, tal y como desarrollada en Aurora Leigh . Al mismo tiempo, siente intimidad por Browning como poeta específicamente, masculino:“eres totalmente masculino, y yo, como mujer, he estudiado algunos de tus rasgos lingüísticos, tu entonación melancólica, como aspectos lejanos a mí, aunque admirables por eso mismo.”
La influencia de Browning en su obra fue más allá del aliento, de la crítica y de la posibilidad de un modelo de estudio, aunque no de imitación. Elizabeth sentía los límites de su propia experiencia como los de su poesía, experimentando una exageración filial e invalida de la contextualización femenina. Browning le dio Italia, le dio un viaje, le dio experiencia. Sus cartas reflejan el espíritu de observadora trotamundos.
Además de material, Browning le prestó parte de su propia estética; una forma poética plena de auto-expresión que hizo que Elizabeth tuviera como principio básico “mirar el corazón de los tuyos, y escribir”, siguiendo también a los poetas ingleses y griegos cristianos. Aun en el mal estado en el cual Browning la encontró, la separación entre sus sentimientos más íntimos y su poesía se había convertido en algo tan cercano a la muerte que no fue capaz de crear poesía excepto desde una personalidad ficticia. Ella solo quería cuidar de otros, por encima de sus obras y de sí misma, pero Browning no compartía estos valores y no fomentó el conflicto que aparece en Aurora Leigh.
Modificado por última vez el Modificado por última vez el 11 julio 2015