as profecías contenidas en las Sagradas Escrituras que se han estado cumpliendo hasta ahora demuestran totalmente que están divinamente inspiradas. Conforman una especie de milagros perpetuos que desafían la investigación de los hombres de toda época, y que, aunque los indiferentes y los llenos de prejuicios han pasado por alto, no dejan de generar convicción en la misma proporción a la humilde y reverente atención que se les ha prestado. Las profecías del Mesías que se encuentran en casi todos los libros del Antiguo Testamento, cuando se comparan con su consumación exacta, tal y como queda registrada en los escritos auténticos de los evangelistas, prueban con creces que han sido escritas bajo la guía del Espíritu Santo. En cuanto a la existencia de los judíos como un pueblo diferente a todos los otros sobre la faz de la tierra y en cuanto a la consideración de estos textos como oráculos sagrados transmitidos por sus progenitores, refrendan suficientemente su antigüedad, aunque esto es la señal de una prueba plena y clara de otro tipo. Según las predicciones de estos libros, Nínive fue desolada, Babilonia barrida con la escoba de la destrucción, Tiro se convirtió en un lugar donde los pescadores ponían sus redes a secar, y Egipto, en el reino más degradado de todos que nunca desde entonces ha sido capaz de «exaltarse sobre las otras naciones» [Ezequiel 19: 15]. éstos y otros muchos acontecimientos que cumplieron las antiguas profecías muchos siglos después de ser enunciadas, no pueden explicarse, a menos que se reconozca que Elías que ve el final desde el principio, revelara así sus propósitos secretos y que la realización de ellos demostrara que las Escrituras fueran su palabra instructiva para la humanidad.
De modo semejante, existen predicciones evidentes entretejidas con los escritos de casi cada autor del Nuevo Testamento como un testimonio divino de la doctrina contenida en ellos. La destrucción de Jerusalén, con todas las circunstancias que los evangelistas predijeron (cuya narración se puede ver en La historia de las guerras judías de Josefo), la sucesión de las edades durante las cuales la ciudad fue «pisoteada por los gentiles»; la dispersión largamente continua de los judíos, y la conversión de las naciones al Cristianismo; las numerosas corrupciones anticristianas del Evangelio; la superstición, la austeridad no impuesta, la idolatría, la tiranía espiritual y la persecución de la jerarquía romana; la división del Imperio en diez reinos; el acuerdo de aquellos que regían tales reinos durante muchos años en apoyar las usurpaciones de la Iglesia de Roma, y la existencia del Cristianismo hasta hoy, entre tantos enemigos que han recurrido a cada método disponible para destruirla: todos estos sucesos, cuando se comparan diligentemente con las predicciones del Nuevo Testamento, no se quedaron cortos a la hora de demostrar plenamente, de lo cual el caso es una prueba, que los libros que guardan tales predicciones, son la palabra infalible de Dios.
Las predicciones de la Escritura cuando se examinan cuidadosamente, se verá que contienen una historia profética del mundo relativa a todas las grandes directrices desde el principio hasta el momento presente, pero de muchas de ellas no se puede hablar puesto que todavía no se han consumado» — Tomado de la introducción de la Biblia de Thomas Scott.
Contenido modificado por última vez en 1994; traducido el 15 de junio de 2011