[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow. La traductora indica entre paréntesis los versículos del Deuteronomio, de los Hebreos y de los Salmos traducidos al español y tomados de la siguiente edición: Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer, 1976].

El siguiente texto es el sermón número trece del autor de Patriarcas y legisladores del Antiguo Testamento, el cual según constata el encabezamiento fue impartido en el Lincoln Inn el tercer domingo después de la Semana Santa, el 11 de mayo de 1851. Para permitir a los lectores citar y localizar los pasajes de la edición impresa, los cambios de página se indican del modo siguiente: «347/348». Maurice pone todas las citas de la Escritura en itálicas. En el texto original, los subtítulos o las descripciones aparecen en mayúsculas completas a mano derecha de la página cerca del número de página y yo los he incluido con los cambios de página descritos arriba. No está claro si Maurice creó estos subtítulos o si fue el editor quien los añadió [GPL].

Seguid en todo el camino que Yaveh vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión» — «Lecciones para el día, Deuteronomio 5:33».

quí hay ciertas máximas populares y frases relativas a la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento que aceptamos como si fueran partes de la Sagrada Escritura y que afectan a todos nuestro juicios sobre ello. Se nos ha dicho que las recompensas de la dispensación judía son temporales. Las de los cristianos son eternas. Al israelita se le enseñó a respetar las bendiciones de este mundo; a nosotros se nos pide que pongamos nuestra mente sobre el mundo que va a venir; la prosperidad fue el signo del favor de Dios hacia la nación elegida y la adversidad es una de las promesas de adopción de la Iglesia. Si estos dichos realmente expresan los pensamientos más profundos de aquellos que los usan y los repiten, si no se obligó a los teólogos una y otra vez a olvidarlos cuando trataban con los hechos de la Escritura, o a aplicarlos a las conciencias de los hombres, si los humildes viajeros cuando necesitan [241/242] un guía para sus vidas o ayuda en sus preocupaciones recurren a ellos continuamente, consideraría que es una empresa peligrosa y arriesgada disputar su autoridad. Porque aunque no puedan, hasta donde yo sé, declarar decretos de ninguna iglesia en su favor, y aunque cara a ellos, parece que interfieren con algunos que profesamos, existe sin duda una santidad en nociones acostumbradas que no debería violarse toscamente. Su prevalencia es evidencia de que portan consigo una verdad, y de que esa verdad,-- aunque pensemos que ha sido pervertida por los elementos que la rodean hasta causar error y descreimiento, debe diligentemente buscarse, y reconocerse reverentemente, antes de que nos atrevamos a rechazar la opinión que la engloba.

Emblema de Maurice en la encuadernación de los Patriarcas y legisladores del Antiguo Testamento.

He escogido un pasaje de la lección del Deuteronomio iv y v para esta tarde que parece decantarse por una fuerte justificación en cuanto a la opinión ordinariamente imperante de la economía judía. Es un pasaje cuya importancia apenas puede sobreestimarse: creo que puede ayudarnos a comprender mejor todo el libro del cual se ha extraído. Las palabras que cierran mi texto, «así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión» probablemente llamarán vuestra atención primeramente como reclamos directamente sobre esta cuestión. No deseo evitar la interpretación más literal dado que con ello modificaría completamente el contexto y el carácter de la persona que las expresó. Pero debo posponer su consideración hasta que haya examinado las que le preceden sin las cuales son ininteligibles en relación a cualquier hipótesis, «Caminarás por todos los caminos que el Señor tu Dios te ha mandado».

I. Comúnmente se dice que una de estas oraciones impone una obligación [242/243 «La mayor bendición de Dios a los judíos»], la otra promete las bendiciones a aquellos que confiadamente buscan cumplirlas. Independientemente del mérito que pueda haber en esta división, ningún lector atento del libro del Deuteronomio puede considerar que este mérito sea satisfactorio. Dejadme recordar [sic] dos o tres pasajes de los capítulos que hemos leído hoy. Por ejemplo, éste: «Àhay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yaveh nuestro Dios siempre que le invocamos? Y Àcuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?» (Deuteronomio 4: 7-8). Y de nuevo: «Pero a vosotros os tomó Yaveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy» (Deuteronomio 4: 20). Una vez más: «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ÀHubo jamás desde un extremo al otro del cielo palabra tan grande como ésta? ÀSe oyó cosa semejante? ÀHay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ÀAlgún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo por grandes terrores, como hizo todo lo que Yaveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? A ti se te ha dado ver todo esto, para que sepas que Yaveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él» (Deuteronomio 4: 32-34).

Bien, Àcuál es el efecto de todos estos pasajes? (y hay cientos como ellos; encarnan el verdadero espíritu del libro). ÀNo declaran del modo más claro y directo que la bendición principal, característica y fundamental de los israelitas consistió en esto, en que Dios los empujó [243/244] a establecer un pacto con Él, en que Dios les libró de la mano de sus opresores, en que les condujo bajo su propio gobierno y en que les reveló la naturaleza de Su ser? ÀNo extraeríais vuestra conclusión natural a partir de la primera observación de estos pasajes,-- no sería reforzada por todas las reflexiones subsiguientes, comparando unos con otros? Independientemente del resto de privilegios que Israel disfrutó, deduzco de esto que su relación con Dios, su posición nacional, fundada sobre el hecho de que estuviera situado bajo la ley divina y conociera su naturaleza, fue el verdadero regalo y privilegio ante los cuales todos los demás estuvieron subordinados. ÀHay algo nuevo o sorprendente en tales afirmaciones? ÀDudarías, después de haber leído los libros del Génesis, del Éxodo, y de Números que la clemencia mayor que Dios puede conferir a los hombres es hacerles conscientes de Su presencia y de Su voluntad, de que la ausencia de creencia en esa presencia, la falta de cumplimiento de su voluntad fueron la maldición de los seres humanos,--de los cuales procedió la esclavitud de toda la creación, toda división y todo sufrimiento?

Creo entonces que caemos en un discurso muy inexacto cuando decimos que el premio que Dios propone a su pueblo es expuesto en una de estas oraciones. El deber o la acción por medio de la cual pueden ganar el premio en la otra. Moisés enseña a sus conciudadanos que Dios ha conferido sobre él el mayor premio que el hombre pueda concebir, libremente y sin ningún mérito por su parte. Cuando eran esclavos del faraón, Él los reclamó como sus siervos, cuando temblaban ante los poderes del mundo visible, Él les mostró que estos poderes eran sus instrumentos, y que Él los usaba por su bien; [244/245 Una bendición eterna e invisible] cuando pensaban que el Regidor del mundo les era indiferente o que les odiaba, Él les probó su protección y su cuidado para con ellos, incluso en su condición más delicada, aunque no pensaran en Él en absoluto. Cuando suponían que Él era caprichoso, les probó la imparcialidad, la regularidad y la equidad de su gobierno. Cuando imaginaban que Él era inmisericorde, Él se declaró como el Señor Dios, perdonando la iniquidad, la transgresión y el pecado. ÀEste conocimiento del Dios vivo e invisible careció de significado, siendo sólo valioso en virtud de algunos resultados derivados de ello? Moisés dice a sus compatriotas que fue todo. Este conocimiento fue todo lo bueno que recibieron de la fuente de todo bien. Ser una nación era conservarlo, mientras que perderlo era sumirse en el estado del cual habían sido sacados,--no por su propia fuerza — y si confiaban en su propia fuerza, ésta sin lugar a dudas les volvería a arrastrar.

ÀPodría alguien decir, hermanos, si esta fue una bendición visible? Fue el descubrimiento de un Ser invisible. Moisés les dijo, «Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yaveh os habló en el Horeb» (Deuteronomio 4: 15). O Àfue una bendición temporal? Fue el descubrimiento de un Ser que es, que fue y que será el mismo de generación en generación. Seguramente la palabra «temporal» debe ser la más inapropiada para describir lo que concebimos. Si el conocimiento de Dios es la vida eterna, la vida eterna fue ofrecida a los israelitas. Nuestro artículo no puede ser demasiado fuerte en su denuncia de la doctrina de que los antiguos padres sólo buscaron promesas transitorias. El sustento de toda creencia [245/246], el objeto de toda su esperanza fue encontrar a un Ser que no falleciera o se transformara. Se hundieron en la región de la finitud y del cambio cuando se olvidaron de Él o comenzaron a extraer sus nociones de Él a partir de las vicisitudes del mundo circundante y de las fluctuaciones de sus propios corazones.

II. En consecuencia, Àno se impone a partir de las palabras de mi texto algún deber? ÀHabla simplemente de una bendición o de un privilegio? Ciertamente, cuando se dice, «Seguid en todo el camino que Yaveh vuestro Dios os ha trazado», significa que algo se requería por parte de las criaturas como por parte de algo concedido por el Creador. Lo que deseo que observéis es que no podemos comprender lo que se requiere a menos que comprendamos lo que les es concedido. Si creemos que se ha trazado un camino para nosotros, y que hemos sido puestos en ese camino, podemos aprehender la fuerza del precepto para caminar en él. Podemos sentir qué quiere decir la transgresión y la revuelta. Si creemos que un Ser real y vivo con el que estamos relacionados nos ha puesto este camino, y que es un camino de dependencia con Él, podemos comprender cómo la preservación de esto se convierte en una obligación para con Él. Empezamos de hecho a conocer cuál es la obligación. Si finalmente, creemos que Él, que nos pone en este camino es la única persona que nos puede mantener en él, o prevenirnos de salirnos de él, podemos sentir que su mandato es en sí mismo un poder, que no dice simplemente, «esto y esto deberás hacer y esto y esto no deberás hacer» (Deuteronomio 7: 5) pero «Te permitiré hacer esto, y esto evitaré que hagas» (Deuteronomio 7: 7).

Cuanto más se lee el libro del Deuteronomio, más se siente que éstos son los principios sobre los cuales se basan todas las exhortaciones de Moisés a los israelitas. Moisés repite, como escuchasteis esta tarde, los Diez mandamientos para el pueblo,--para aquellos israelitas que nacieron en el desierto. Estos mandamientos comienzan como lo hicieron en un principio con las palabras, «Yo soy Yaveh tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Deuteronomio 5: 6). No son copias literales de los preceptos anteriores. En un caso, existe una alteración memorable. Se prescribe el Sabath, no como antes, porque Dios descansó el domingo. El israelita que lo respeta lo hace para rememorar que Dios le ha librado de la tierra de Egipto. Así, la creencia de la redención ya consumada subyace a cada institución, a cada precepto, a toda la economía. Además, los mandamientos se representan como el pacto de Dios: no sólo se dice entre truenos y relámpagos y fuego, «Quien lo transgreda morirá» (Deuteronomio 5: 8). Dios desde este trueno, relámpago y fuego proclama que su propia voluntad y poder avanzará para sostener a la nación y a todos sus miembros bajo su obediencia; que ellos son su herencia, que Él permanecerá con ellos, los guiará y los apoyará noche y día. Según esto, las exhortaciones y advertencias de este libro no se dirigen contra la rebelión de un pueblo al que se le dice que cometa ciertos actos y los descuida, o que realizan acciones prohibidas. Están dirigidas contra un pueblo en pacto con Dios,--que niega su presencia, que no confía en Él como protector según lo prometido,-- que piensa que pueden actuar justamente, y ser rectos sin Él; que adora a otros dioses en su lugar porque no les gusta conocerle; que se han convertido en adoradores y en siervos de las cosas invisibles porque la presencia de un ser invisible es terrible y odiosa para ellos, quienes [247/248] adoran a seres despiadados e inmisericordes como ellos porque se han retirado del recuerdo del Señor justo y compasivo. Los efectos de esta obstinación se expresan en un lenguaje espantoso, parte del cual podemos considerar después, un lenguaje ilustrado y realizado en la historia de ese pueblo y, como pienso, en la historia de cada nación del mundo antiguo y moderno del cual carecemos de documentos. También los efectos de la obediencia se articulan con el mismo aliento y claridad. Estos efectos son el orden, la prosperidad, la unión entre ellos, la victoria sobre los enemigos, el honor y la reputación de un pueblo verdadero y comprensivo a la vista de las naciones, así como todas las bendiciones materiales que acompañan y siguen a tal estado social.

Llegamos por fin entonces a esa clase de bendiciones concisamente comprendidas en las palabras: «así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión». Esto se expresa en un lenguaje simple y claro, ausente de doble sentido y se admite, creo, que un pueblo recto, ordenado y piadoso será un pueblo virtuoso, un pueblo con todos los signos y señales de resistencia, crecimiento, triunfo, un pueblo marcado para la eternidad y la expansión infinita. No puedo asignar otro significado a estas palabras. Debería pensar que el deseo por diluir su fuerza era evidencia la mayor indiferencia hacia la autoridad de la cual proceden así como hacia la inhumanidad más impactante. Si se tratara de la distinción de los santos y los hombres espirituales dado que no se molestan por la prosperidad exterior de un país, que no se preocupan por si los bueyes son lo suficientemente fuertes para labrar la tierra, por si las ovejas se reproducen a miles y decenas de miles [248/249 "Lo interior y lo exterior»], si no hay quejas en las calles; si están tan ocupados en el futuro que carecen de interés por el presente, demasiado ocupados por sus almas para pasar el tiempo pensando en la ruina que puede amenazar a los cuerpos de sus compañeros,--entonces, afirmo inmediatamente que Moisés, David, Isaías y Jeremías no fueron santos ni hombres espirituales. No pretendían tal calificación. Cada palabra que han dejado lo niega. Nunca imaginaron que el deseo de que su nación tuviera todas las bendiciones materiales posibles era una prueba de la indiferencia hacia la fuente invisible de esas bendiciones. Lo consideraban como un acto de homenaje hacia Él,--que cualquier otro sentimiento habría sido en la práctica una negación de su persona. Si las cosas naturales no eran suyas, si los cuerpos de los hombres no eran suyos, entonces habría sido justo despreciar el mundo exterior y todo aquello estrictamente concerniente al hombre como animal. Pero desde que rechazaron cualquier noción semejante como idólatra o ateísta,--desde que creyeron que un Señor, su Dios, era el Señor de todo el universo,-- no tuvieron elección: o bien olvidarle por completo o bien observar muestras de su sabiduría y poder en todos los acontecimientos, para ver si las criaturas, voluntaria o involuntariamente, eran los instrumentos que permitían su existencia. Dado que sostenían que la orden divina era la orden viva y perfectamente recta, no podían evitar pensar que todo el desorden, todo el mal y la muerte que lo invadía todo, debía haber surgido a través de la negligencia del hombre para cumplir con la parte que se le había asignado. A través de su falta de voluntad para cultivar y someter la tierra que debía cultivar y someter; a través de su indolencia, desconfianza y egoísmo, de su negativa a caminar por los caminos que Dios había ordenado. Lo sabían demasiado bien, porque [249/250] sentían dentro de sí mismos qué fuerte era la disposición de todos los hombres para elegir su propio camino, y olvidar el pacto con Dios. Sólo les restaba levantar su mirada hacia Él para superar esta tendencia dentro de ellos o de sus compatriotas mediante cualquier disciplina o castigo que Él sabía que era necesario.

IV. Y por lo tanto, hermanos, no puede ser verdad,--toda la historia de los judíos declara que no es cierto,--que las bendiciones de la adversidad les fueron desconocidas y que fueron reservadas para un periodo posterior. ÀCuál de los hombres bondadosos del Antiguo Testamento no fue probado en un horno? ÀEn qué alma no entró alguna vez el hierro? No fue porque no creyeran en las promesas de Dios para con su nación, y porque estuvieran seguros de que su prosperidad material debiera y se correspondiera por fin con su vitalidad y salud interior,-- no fue porque anhelaban que la tierra produjera y floreciera, que abundara en trigo, que las prensas se desbordaran con vino nuevo, --no fue a causa de esto por lo que tuvieron que resistir menos la tristeza interior, o menos reproches por parte de reyes, sacerdotes y del pueblo al que hablaban. No. Cuanto más fuerte era el sentimiento de que Dios les había escogido como su nación y había hecho un pacto con ellos, mayor era el esfuerzo con su egoísmo individual, su deseo por cosas en sí mismas elevadas, mayor era la necesidad que tenían de los fuegos de Dios para que les purificara. Cuanto más creían que la nación sólo podía ser lo que se esperaba de ella cuando recordaban el pacto con su Dios, más tenían que reprochar a aquellos que vivían para sí mismos y se glorificaban en sí mismos,-- descuidando el privilegio sobre el cual todas las bendiciones materiales de Israel dependían,-- descuidando el conocimiento de Él, que ejecuta la rectitud y el juicio sobre la tierra. Estos reproches [250/251, "La religión de los hombres creyentes»] trajeron, como se esperaba que trajeran, reproches, vergŸenza y persecución sobre aquellos que los pronunciaron. Ningún hombre a excepción de los videntes judíos sabía tan bien que los castigos son necesarios para los individuos y las naciones, y que «Pues a quien ama el Señor, le corrige» (Hebreos 12: 6).

He considerado necesario examinar estos dogmas tan a menudo repetidos acerca de la historia del Antiguo Testamento,--porque me parece que tienen justamente el mismo efecto a la hora de impedir una correcta y profunda investigación, del mismo modo que los ídolos que Bacon denunció y derrocó y que dificultaban una investigación limpia de su naturaleza. Pero me siento incluso más ansioso por discutirlos sobre otro terreno, porque, si no me equivoco, son tan dañinos para la comprensión legítima del Nuevo Testamento como del Antiguo. Nos impiden ver la diferencia existente entre ellos por medio de la invención de uno inexistente, y ambos indican y propician tendencias que me temo que hoy están madurando y produciendo frutos muy nocivos.

Porque ciertamente es un asunto peligroso y casi fatal que los cristianos tienen menos que ver con el presente que los judíos en su tiempo, que sus mentes y su religión se proyectan en una región más allá de la muerte porque sólo allí mora la divina presencia. ÀEs posible que esto es lo que los escritores del Nuevo Testamento querían decir cuando proclamaban que el Hijo de Dios se encarnó y se convirtió en hombre y que a partir de entonces el Señor nuestro Dios moraría con los hombres y caminaría junto a ellos, y en consecuencia, ellos serían sus hijos y Él sería su padre? ÀQuieren decir estas palabras que el mundo en el que Dios nos ha situado ha perdido parte de la sacralidad que anteriormente poseía, que lo visible se ha separado sin esperanza de lo invisible, que la tierra y el cielo no se encuentran tan unidos como lo estaban [251/252] cuando Jacob viajó hasta la tierra de la gente del este, que ahora la tierra es simplemente un lugar triste en el que los hombres han sido forzados a permanecer un número determinado de años, inmersos en un número de ocupaciones con las que el cielo no tiene nada que ver mientras se sostiene que la preparación para el cielo es el gran negocio de aquellos que viven aquí? Seguramente que debe haber una terrible contradicción en tal lenguaje, una contradicción que no puede fallar al mostrarse en la práctica para introducir la irrealidad, la insinceridad, y la inhumanidad en cada parte de ello.

Esta irrealidad, insinceridad e inhumanidad puede permanecer oculta durante un tiempo aunque sus maldades funcionen. Puede haber una especie de compromiso y comprensión en las clases altas y medias de la sociedad, en cuanto a que determinadas personas tengan gustos religiosos y se complazcan en ellos mientras la mayoría deben entregarse a sus granjas y productos. La falsedad de tal disposición sale a menudo a la luz y divide a aquellos que sienten y saben que debieran permanecer juntos. Las obligaciones familiares y los afectos familiares lo vencerán o serán destrozados por ello. Al final aquellos cuyas conciencias les dicen que deben trabajar en el mundo, se sienten excomulgados y actúan como si lo estuvieran, mientras que aquellos cuya mente se halla en el futuro declaran que se deben separar y formar un mundo propio puesto que si no, sus almas perecerán. Tales cosas han ocurrido una y otra vez en todas las sociedades y están ocurriendo hoy en día. Pero aún así, como dije, estas convenciones sociales, a menudo fracturadas, pueden renovarse. Puede haber treguas ante la ausencia de una paz sólida siempre y cuando las supuestas clases respetables tengan el poder para fijar los términos. Pero a partir del momento en el que los hombres que trabajan y sufren, la materia real de la cual cada país [252/253 "La religión de los hombres trabajadores"] se compone, exige ejercer pensamientos directos e independientes sobre tales materias, a partir de ese momento es absolutamente imposible que las disposiciones basadas en la noción de que una parte de la humanidad tenga ciertas propensiones religiosas y que una parte pertenezca al mundo, pueda durar. La alternativa entonces es una fe que pertenecerá a todos los hombres como hombres, que afectará a todos sus quehaceres diarios, trabajos, relaciones, que no sólo les otorgará una santidad artificial, una bendición pasajera, sino que mostrará que son santos según el propósito eterno y el orden de Dios,--la alternativa, digo, se encuentra entre tal fe y el Ateísmo absoluto (Atheism). Debemos asentar en nuestras mentes clara y decisivamente,-- para que no tengamos que volver a esta cuestión posteriormente sino que lo hacemos ahora,-- aquí en Inglaterra y en cada país de la cristiandad. Las revoluciones de hace tres años anunciaron esta crisis. ÁOh! No nos dejemos engañar con la noción de que cualquier argumento o recurso pueda suspenderlo. Dios en su misericordia nos da un breve respiro durante el cual podemos decidir qué terreno pisará nuestra postura. Si esperamos algo de una religión convencional adoptada para conservar el sistema existente de la integridad del mundo, nos decepcionaremos completamente. El tejido y su sostén caerán por completo. Si esperamos algo de una religión carente de un cimiento más profundo que un deseo para nuestra propia seguridad personal, nos encontraremos con que la protesta en contra del egoísmo que el Cristianismo ha soportado durante 1800 años probará la destrucción de la falsedad que usurpa su nombre. Pero si creemos en nuestros corazones que el Nuevo Testamento no es contrario al Antiguo, que nuestro pacto es mayor, más profundo, más social que el judío,--no más estrecho, más individualista, menos enraizado en la naturaleza [253/254] y en el ser de Dios, que cada máxima del comercio o del gobierno, a pesar de sostenerse en la costumbre, la opinión, la autoridad que se opone a la verdad y a la legitimidad, está condenada a perecer, entonces poseemos un Evangelio al que los hombres escucharán en el siglo XIX más que hicieron en el XVI o en el siglo tercero. Un Evangelio que sostendrá a todos los rangos y órdenes de la sociedad siempre que no interfieran con un orden más fijo y duradero, pero que derivará su evidencia y autoridad de su disolución si ellos exigieran para ellos mismos algún mérito independiente y anularan las bendiciones que Dios ha diseñado para todas sus criaturas. «Yo había dicho: »ÁVosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo!» (Salmos 82: 6). Vuestra autoridad os la ha dado Dios y merece todas las reverencias mientras la usáis. Pero si os hacéis pasar por dioses, si pretendéis algún derecho absoluto por encima de vuestras criaturas compañeras, si no reconocéis que ellos, el más desvalido de ellos, son hijos del Altísimo, redimidos por la sangre de su hijo, dotado de su espíritu, entonces caeréis como hombres débiles que sois, y moriréis como uno de aquellos príncipes cuyo sino ha sido puesto ante sus ojos como un espectáculo y advertencia para vosotros. El libro que hemos empezado a leer hoy está lleno de amenazas terribles y de profecías. No las olvidemos o las apliquemos a otros antes que a nosotros mismos. Sin duda, serán aplicadas sobre nosotros si escogemos algún camino separado y propio, y no el camino que Dios quiere para todos nosotros. Pero si caminamos por ese buen camino, Su palabra será segura y verdadera. La tierra que el Señor nuestro Dios nos ha dado será una buena tierra. Seremos capaces de regocijarnos en su prosperidad. Seremos capaces de dejarla como herencia para los hijos de nuestros hijos. Y con ella, les dejaremos también la bendición que Dios en [254/255 «Las promesas de Dios a Inglaterra»] su antiguo y nuevo pacto pronunció ante los pobres; el signo del amor paterno que tanto Salomón como San Pablo vieron en los castigos de Dios. La seguridad de que aquí estamos en la presencia de una compañía innumerable de santos y ángeles y de Dios, el Juez de todos, y el deseo de Cristo de que participemos de un disfrute pleno de esa sociedad, de una captación más profunda de su redención cuando la muerte sea consumida en la victoria.

Referencias

Maurice, Frederick Denison. Patriarchs and Lawgivers of the Old Testament. A Series of Sermons Preached in the Chapel of Lincoln's Inn. London: Macmillan, 1892.


Modificado por última vez el 17 de abril de 2006; traducido 2 de noviembre de 2010