[••• = disponible sólo en Inglés. Traducción de Noelia Malla García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
“Más de un joven empieza a vivir con un don natural para la exageración, que aalimentado en un ambiente congenial y propicio, o a través de la imitación de los mejores modelos, se convertirá en algo realmente genial y maravilloso.”
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Introducción
Wilde, al igual que el compatriota irlandés y también amigo Yeats, era un cuentista oral genial, un bardo desplazado temporalmente. Cuando cayó en desgracia durante el escándalo más adelante, consiguió muchas comidas y dispuso de varios préstamos— tras asegurarse con una buena historia el afecto de la audiencia en la sobrecena. Es en gran parte a partir de esta práctica como adquiere en un principio notoriedad, y de apuntar la forma en que se ganaba la vida apuntándolo en su discurso - para Wilde, que frecuentemente encontraba el acto de escribir desagradable (pero nunca el acto de hablar) pensaba que escribir era una forma necesaria de descargar una energía intelectual inmensa, pero para él no era un fin en sí mismo. Dado que él mismo se consideraba un hablante —al principio como un bardo y, después, a medida que iba envejeciendo, como un gurú platónico para los jóvenes estudiantes de Oxford— no es nada sorprendente que hiciera un drama de su vida. A menudo, como Philippe Jullian informaba, sabía que su mejor papel era el de “el artista que triunfa sobre el bruto” (Oscar Wilde, p.318), y, en este sentido sin duda alguna su literatura, más que ser su alegato artístico definitivo, se convirtió en telón de fondo para su verdadera vida dedicada al arte.
De la misma forma que el pintor se siente atraído por los tonos cálidos y frescos, Wilde estaba fascinado por la dicotomía entre los componentes de la vida del bien y el mal. Como un actor, se siente más atraído por la belleza que por los contenidos que afirman que si hubiera un más allá le gustaría reaparecer como una flor, totalmente sin alma pero completamente bella. En declaraciones realizadas a lo largo de su — con frecuencia — paradójica vida de la que Phrases and Philosophies for the Use of the Young (1894) es totalmente representativa—. Según parece, él propone que la belleza está por encima del alma. En una carta dirigida a su madre exclama: “Soy incapaz de escribir una frase u oración tan larga pues no estoy en completa posesión de mí mismo. Debería dejarme guiar por la naturaleza –la cual se encuentra en mi interior y debe de ser verdadera” (Delay, Andre Gide, p.396). Sin embargo él también creía, como había informado Jonathan Dollimore en su análisis de Dorian Gray, que “cualquiera que intenta ser natural está haciéndose el interesante” (Sexual Dissidence, p.10) La distinción entre los dos usos de “natural” explica en gran medida por qué los coetáneos conservadores malinterpretaron a Wilde. Él prefería la naturaleza cuando se interpretaba como un impulse individualista interno (véase Whitman), pero no cuando se la consideraba como lo hacía la mayoría de la gente por norma social. Igualmente, cuando sugiere que la belleza es el bien más grande y con ello disminuye el papel del alma, no lo hace sin poca profundidad, sino mediante una búsqueda medio burlona y medio seria de lo que es más genuino, menos construido socialmente (y por lo tanto menos hipócrita).
Esta búsqueda de una naturaleza incorrupta condujo a Wilde a un individualismo intenso, alcanzado irónicamente por medios que durante el siglo XIX se consideraban delictivos: la desviación sexual. Dollimore identifica la homosexualidad de Wilde con su búsqueda de autoidentificación, sugiriendo que él crea un yo natural simplemente bajando los ojos a “una ética protestante y un alto rigor moral burgués y a una represión que generó un tipo de conformidad que Wilde despreciaba” (p.3). Wilde ocasionó esta agitación interna, o recreación como Dollimore explica, en muchas disciplinas nuevas (de forma significativa Gide, quien es más ruidoso al denunciar el caos que provocó en su vida). Esta práctica—en cierto modo un juego para Wilde— nos recuerda a El retrato de Dorian Gray, en el que el joven Dorian es seducido y corrompido por Lord Henry, mayor que él y que intenta liberar al atractivo joven de las convenciones y, a la vez, divertirse él mismo.
Este paralelismo entre la vida y la literatura no es la menor razón para creer que Dorian Gray facilita una nueva percepción en la vida de Wilde cuando se lee como una autobiografía. Mutlu Konuk Blasing escribe en The Art of Life que “la escritura autobiográfica implica necesariamente una ruptura o una duplicación del yo. En el acto de escribir sobre uno mismo, el autor se convierte en narrador y héroe, observador y observado, sujeto y objeto, y los dos individuos son como contraimágenes del uno al otro”. (p.27) Esto se puede leer claramente en Dorian Gray, donde la disyuntiva entre la imagen de sí mismo y la imagen pública son captadas en un encanto superficial de la cara de Dorian y un fulminador alma repelente que representa el cuadro. Se ha sugerido que en la mayoría de las obras de Wilde –en las que desfilan el mismo tipo de personajes reiteradamente ante el lector. It has been- la mayoría de los personajes son una expression en distintos modos del autor. En Dorian Gray, Lord Henry representa al Wilde anciano pervertido y el guapísimo pero sin alma Dorian (distinto de su conciencia concreta, conservada en el cuadro) es esa parte de Wilde que se ha corrompido en sí misma. El texto se convierte en manera en que Wilde reinserta su “yo”, del mismo modo, Blassing sugiere, a igual Whitman en “Canto a mí mismo” (“Song of Myself”), en el que el poeta “une el yo definiendo la conciencia –el yo como sujeto- como una inseguridad literal en la conciencia del yo como objeto” (p. 27). En la ruptura de la personalidad en al menos tres secciones —inocencia, alma y corrupción— Wilde intenta dar sentido a cada una y analizar diferentes formas de encajar las unidades opuestas que componían su personalidad.
Sólo cuando Dorian intenta vivir sin alma es destruido, sucede durante una inversión en la que el cuadro —que ha servido de confesionario del personaje— se rompe y las compuertas ceden para destruir al obstinado personaje. Esto constituye en un primer atisbo de comprensión del Wilde actor, y de las complejas disparidades que hay entre sus papeles como tutor cariñoso y como presencia corruptora, autor y cuentista oral, y partidario del naturalismo individual pero enemigo de lo que era natural a los ojos de la sociedad que puede ser abordado. La siguiente sección explorará otras disparidades de su vida: el apuro de un irlandés en Inglaterra, y las Fuentes de discrepancia entre el Wilde feroz, anárquico, el individualismo y su paradójica obsesión con el rango social.
Primer acto
William Wilde y Lady Jane Francesca Wilde, los padres de Oscar, eran célebres en Dublín. William Wilde era un prominente cirujano otorrinolaringólogo —de hecho con frecuencia se le atribuye la reafirmación de la rama de la medicina como una ciencia. Además de su ejercicio satisfactorio, escribió numerosos volúmenes sobre su rama particular de medicina —muchos de los cuales se convirtieron en libros de consulta estándar durante las siguientes décadas— al igual que las guías turísticas, historias y poemas. Era un conversador de talentoso y llevó un vida social ajetreada y activa entre la élite de Dublín. La señora Wilde era una agitadora notable por la independencia irlandesa (el “Movimiento Verde”), poetisa revolucionaria, crítica y temprana defensora de la liberación de la mujer. Era un genio (autoproclamado y también declarado por conocidos), y una habladora ingeniosa, y Oscar Wilde asumiría la mayoría de sus características. Él exhibió más tarde la misma preferencia de ella de levantarse por la tarde, lo que influiría en un aversión al sol, escondía una pasión por la poesía clásica, y muestra dotes de entretenimiento a los literatos exagerando la verdad y el mito del mismo modo que escribe historias extraordinarias sin fin. Yeats dijo: “Cuando uno escucha a la señora Wilde y recuerda que el señor William Wilde fue en su día un famoso anecdotista, uno no encuentra maravilloso de ningún modo que Oscar Wilde debería de ser el hablador más arruinado de nuestro tiempo” (Davis Coakley, Oscar Wilde: The Importance of Being Irish, p.75). Los fundamentos para la creencia de Wilde en que su verdadero arte era la vida se encuentran en uno de los libros de su madre en el que casi dramáticamente sugiere que “la reina reinante en un círculo literario debe finalmente convertirse en actriz” (Men, Women, and Books, p.144). La talentosa y excéntrica señora Wilde, quien se llamaba a sí misma “Speranza” a fin de asociarse a ella misma con Dante Alighieri y la aristocacia italiana, de la cual creía descender, también inculcó en Wilde un amor paradójico. Ambos admiraban a Disraeli, y el enfoque que él hizo de invertir los axiomas populares. Davis Coakley pone como ejemplo las parejas que apaecerían en muchas de las obras y conversaciones de Oscar Wilde: “Era hijo de padres pobres pero honestos”.
El dieciséis de octubre de 1854, Oscar Wilde nació en un entorno más que inspirador. La familia, que incluía al hermano Willie de dos años de edad (Willie se hizo periodista en Londres), vivió en el lado norte de Merrion Square –la parte derecha del vecindario para los miembros de esas profesiones “adecuadas para caballeros” que aspiraban a la aristocracia. Speranza celebraba un Salón de forma seminal en un salon de estar iluminado a la luz de las velas (en lo más soleado de las tardes), lo cual atraía a los mejores y más inteligentes artistas de Dublín, escritores, científicos e intelectuales de todo tipo. Oscar Wilde, a una edad temprana, era alentado por sus padres a que se sentara entre tales visitantes como, quizás, John Ruskin —quien más tarde sería un profesor influyente y amigo en Oxford— y a que trajera libros a su padre o a que entretuviera a los adultos con sus historias.
Al cumplir nueve años, Wilde acude al colegio Portora Royal —que años más tarde también acogería a Samuel Beckett— y que ofrecía una educación basada en los clásicos. La institución fue una de las preferidas de los profesionales de Irlanda, y el grado en el que encarnó las aspriaciones de la creciente clase media-alta se observa en la esperanza de su director —liberal y académicamente celebrado graduado en el Trinity College llamado William Steele— cuya ambición era “desarrollar una escuela que no sólo fuera la mejor de Irlanda, sino que pudiera competir con las mejores escuelas de Inglaterra” (Coakley, p. 79). Por la misma época, William Wilde adquirió una finca rústica cerca de Cong, que según Coakley “trasladó a su familia de las filas de los profesionales leales a las filas de la burguesía rural con las consiguientes ventajas sociales” (p.94)
Evidentemente, el progresismo de la familia de Wilde no dio prioridad a la trampa de la clase media Victoriana de necesitar estar a la altura de la aristocracia, una obsesión aparentemente general entre la clase media. La familia Wilde se esforzó por proteger a sus hijos del resto de la clase media, y Wilde observó que él “se crió rodeado de pobreza, pero estuvo protegido de su dura realidad mientras jugaba en el jardín de Merrion Square” (Coakley, p.110). Tanto Oscar como su madre son descritos rotundamente por muchas fuentes como “snobs”. Aunque Wilde dió muestras de un profundo sentido de compasión por las víctimas de la sociedad (de hecho, mostró tanta compasión que se convirtió en uno de ellos durante muchas etapas de su vida), queda en una interesante disyunción en su vida que aunque él defendía la individualidad, jamás fue culpable de obsesionarse con “progresar”. Quizás esto pueda ser atribuido, como muchas otras cosas, a su dedicación a tiempo completo a la interpretación, lo que le permitió no poner en práctica lo que aconsejaba, e incluso no importarle si era un hipócrita o no. O, quizás, esto puede ser vinculado a las dificultades por las que pasó su familia cuando William Wilde cayó en desgracia como uno de los hombres de Dublín más destacados, económicamente y (de alguna manera) socialmente arruinado debido a escándalos, enfermedades y crisis nerviosas.
Si la familia de Wilde se esforzó por distinguirse en su presente, también trabajaron para conseguirlo rejuveneciendo su pasado, descubriendo vínculos con el mito y heroísmo irlandés de una manera influyente para Wilde. Philippe Jullian escribe:
En este país oprimido los intelectuales se refugiaron en ahondar en el pasado lejano. Para poder reivindicar un antiguo esplendor, los eruditos exhumaron esa civilización que entre los siglos V y VIII produjeron los maravillosos manuscritos iluminados y que esculpieron cruces cubiertas de tracería cuya influencia se podia ver en el Art Nouveau del siglo XIX. Escribieron leyendas apasionadas y poéticas (Oscar Wilde, p.8)
Fueron socialmente favorecidos aquéllos que podían construir las historias más fascinantes de la historia ilustre, muchas de estas historias trataban temas de superstición. Wilde y su madre eran muy supersticiosas, y Wilde afirmó haber sido visitado tanto por su madre como por su mujer en la víspera de sus respectivas muertes, aunque en ambas ocasiones estaba separado de ellas por mucha distancia (y, en el caso de la muerte de Speranza, que ocurrió mientras Wilde estaba encarcelado, por unos muros impresionantes). Esta inmersión en lo sobrenatural repercutió en las historias de Wilde, especialmente en Dorian Gray y El crimen de Lord Arthur Saville, en la que el protagonista es llevado a una absurda distracción por la predicción de alto riesgo de un adivino. En esta etapa también estuvo influido por el recuerdo de Speranza de su tío Charles Maturin, un autor temprano en el género del terror-fantástico—y una fuente de gran orgullo para la familia— y de Bram Stoker (autor de Drácula), quien era un invitado frecuente en Merrion Square.
La superstición y el mito irlandés no sólo distinguió a Wilde en Inglaterra avivando historias excelentes sino también dejando marca en su vestimenta (siempre llevaba un anillo con forma de escarabajo en cada dedo meñique), y en sus acciones (aconsejó a sus amigos sobre cómo evitar el “mal de ojo”). Este comportamiento debe de haber sido —como Wilde seguramente ha considerado— incongruente con la norma social inglesa, y probablemente consideró que era un apoyo en Oxford y demás. Un apoyo que —del mismo modo que Lord Byron tenía un oso como mascota y una calavera humana a modo de jarro— confirmaba su estatus social (y atendía a su estilismo) ya que Speranza estaba convencida de que la excentricidad se correspondía con el genio. Así leemos que Wilde demostraba una individualidad excéntricamente calculada en frases como “la ambición es el ultimo refugio del fracaso” y “la fidelidad es a la vida emocional lo que la estabilidad es a la vida intellectual: una simple confesión del fracaso”, con toda la intención de que tales afirmaciones le distinguesen como alguien cuya genialidad le dio el lujo de ser complaciente. El cultivo de lo místico funcionó y a través de una combinación de un comportamiento extraño, narraciones entretenidas y una habilidad académica sin esfuerzo –todos estos atributos fueron un tanto adquiridos por su singularidad como un irlandés inmerso en el mito y la tradición nacional- Wilde era una estrella antes de que realmente hubiera publicado algo.
Segundo acto
Wilde obtuvo una plaza en el Trinity College de Dublín en 1871, saliendo de la escuela del colegio Portora Royal con el nombre grabado con letras de culpa en el cuadro de honor y habiendo Ganado con facilidad un importante premio en griego –para sorpresa de todos los que creían que era brillante pero vago. En el Trinity, Wilde ganó todo tipo de premios por su erudición –el más significativo fue la codiciada medalla de oro de Berkely, que empeñó varias veces posteriormente para mantenerse. Aunque tenía poco que ver con la mayoría de las actividades y clubs sociales de la escuela, él colaboró con el periódico Hellenistic y se hizo amigo de John Pentland Mahaffrey, el alumno más destacado de griego del Trinity College, fuente de su interés por el “ideal griego”. En este momento también empieza a estudiar la teoría estética, leyó a Morris, Ruskin, y Rossetti, y a aprender sobre otros Prerafaelistas.
Debió de haber sido un cambio discordante el haberse traslado del hogar de una madre revolucionaria al asiento de la educación imperial inglesa, pero Wilde se matriculó en el Magdalen College, Oxford, con una beca en 1874. En este momento, su marcada preferencia por el pasado —lo cual no era común entre los hombres de la época— estaba fundamentada y alentada por dos grandes maestros, John Ruskin y Walter Pater. Ruskin continuó su interés por •••la Edad Media y Walter Pater justificaba su pasión por el Renacimiento argumentando que las cualidades y logros caracterizaron el periodo anterior continuaban vigentes en su época. Los dos críticos discordantes etiquetaron a Wilde en direcciones opuestas. Si alguna vez Wilde perteneció —al menos en su actitud— a la aristocracia del siglo dieciocho, debía alcanzar un consenso entre el medievalismo moral de Ruskin y la estética renacentista de Pater que otorgaba a la belleza una delicadeza suprema (éste último detalle triunfó finalmente en el alma de Wilde). Ambos autores inspiraron un inmutable anhelo elitista por el pasado – cuyo modelo fundamental era la aristocracia. Ya en Oxford, Wilde se inició en el deleite de combinar el ideal griego de Mahaffrey con la homosexualidad —según varios biógrafos, los jóvenes universitarios expresaban su satisfacción ante la belleza y brillantez de unos y otros, y, más tarde Wilde escribió sobre los placeres de pasear por los jardines observando a sus simpáticos compañeros. Posiblemente fuese esta época de deleite tranquilo —una época, para él, de puesta en práctica del ideal heleno de unión amorosa y crecimiento intelectual— que Wilde intentaba volver a recuperar la belleza de los jóvenes de Oxford cuando Wilde alcanzó, como Platón, la madurez. Indiscutiblemente, esta práctica perjudicial y poco convencional le arruinaría en una etapa vital posterior.
Tercer acto
Wilde ganó el premio Newdigate por el poema “Ravenna”, justo antes de abandonar Oxford. Ruskin había obtenido este mismo premio unos años antes, dicho premio se consideraba un indicador de cierto éxito. De hecho, Wilde fue considerado uno de los mejores alumnos. Walter intentó conseguir la compañía de Wilde y éste pasó varios meses editando los libros de Mahaffrey y recorrió Grecia con aquél. Ambos eruditos intentaron proteger a Wilde del Catolicismo durante esta época. Wilde —al igual que muchos compañeros en Oxford y en el Movimiento estético— sentía afinidad por la religión debido al ritual y la ceremonia, la opulencia e imaginería, por el hábil uso del arte para ilustrar la belleza y moralidad, y por el complejo drama sexual subyacente en la iglesia. David Hunter Blair concerto una audiencia privada con el Papa durante su visita a Roma y Wilde quedó tan conmovido por la bendición papal y la expresión de deseo de éste para que se convirtiera que empezó a componer sonetos inmediatamente después de esta experiencia. Muchos de sus poemas religiosos fueron bien recibidos en monasterios británicos. No obstante, a pesar de su interés por el catolicismo, Wilde prefirió no vincularse a un sistema de creencias unívoco, especialmente después de que (según Blair) Mahaffy le “hedonizase” durante su viaje a Grecia (Coakley, p.170).
Además del esfuerzo intelectual que Wilde realizó en aquélla época, también tuvo que enfrentarse a una situación de estrés emocional, pues tras el fallecimiento de su padre, éste dejó a la familia en una situación económica con grandes deudas. Cuando terminó su etapa en Oxford, su madre se trasladó a Londres en un intento de empezar de nuevo, y estableció su Salón en Chelsea, un distrito de la ciudad de marcado carácter bohemio, el cual se conviritó, una vez más, en un lugar de encuentro de grandes intelectuales. No obstante, Wilde encontró más problemas añadidos, pues su amor por Florence Balcombe —descrita por George du Maurier como una de las tres mujeres victorianas más bellas— no fue correspondido al mantener un romance con Bram Stoker casándose posteriormente con él. Wilde, no obstante, tendría que hacer frente a contratiempos mucho peores, mencionaría, incluso, que le encantaba el drama de su papel como amante plantado.
Al trasladarse a Chelsea, Wilde encontró actividades afines a lo que él ya conocía. Julián describe cómo descubrió que los Modernistas se encontraban divididos entre los antiguos Pre-Rafaelistas de Ruskin y los entusiastas seguidores de Whistler, quien le atrajo notablemente en aquélla época (p.79) En 1882 Wilde, quien pasaba de nuevo por una difícil situación económica, se embarcó en una gira de congresos por Estados Unidos. En cada una de ellas dictaba la ponencia “Culto a lo artificial” (“Cult of the Artificial”) que rechazaba el concepto social de lo natural por razones que argumentaba en la introducción. Desempeñaba a la perfección el papel de esteta, vestía como un perfecto dandy y era escuchado por una América estupefacta cuando, al ser inquirido por unos agentes de aduana manifestó: “No tengo nada que declarar… excepto mi genio”. Parece que Wilde valoró más las historias que conoció durante su viaje que la propia experiencia en sí, la última declaración que hizo a un periodista americano “Dicen que cuando los buenos americanos mueren, van a París. Yo añadiría que cuando un mal americano muere, se queda en América”, parece resumir sus sentimientos. Wilde pasó los siguientes años entre el Reino Unido y Francia, apoyando el 'Art Nouveau' —fundamentalmente la estética del arte por el arte— antes de quebrantar todos los principios de su época universitaria en un intento de “sentar la cabeza” cegado de amor por la atractiva Constance Lloyd.
El matrimonio, que tuvo lugar en mayo de 1884, resultó todo lo desastroso que podía suponer una unión entre una mujer de inteligencia mediocre, estupefacta y que no sabía apreciar lo que el mundo del Príncipe Esteta le ofrecía. Constante fue testigo de una boda bonita pero poco convencional al ser compelida por su novio a llevar un vestido beige largo de cuello alto y un velo oriental. Los hombres iban vestidos al estilo “decadentista”, las damas de honor llevaban vestidos de seda de Surah “de color de grosella madura” con fajines amarillos, y asistieron como invitados Whistler y Sargent. Tras la boda, se trasladaron a la maravillosa casa del número 16 de Tite Street, decorada con el consejo de Whistler en un estilo que recordaba al gusto eduardiano. Los visitantes coincidirían en describir a Constance como una mujer tímida, se asemejaba a una muñeca que se aferraba a cada una de las palabras de Wilde, parca en palabras, era un apoyo atractivo más que una persona.
El motivo por el que Wilde, como muchos otros de su época, prefirió comprometerse con alguien que podría admirarle pero no apreciarle, alguien que era más infantil que adulta, supone una cuestión fascinante. La primera edición del libro de Mahaffy concerniente a la vida social de Grecia desde Homero hasta Menander propone que los hombres griegos preferían a jóvenes atractivos porque las mujeres no eran lo suficientemente cultas como para ofrecer una compañía de interés. (1874, Coakley refiere a este respecto que dicho pasaje fue eliminado de ediciones posteriores porque el autor había recibido fuertes críticas por defender la homosexualidad en el mundo clásico). ¿Podría ser posible que hombres brillantes se casaran con varias mujeres como una forma de extender su erudición la cual les llevaba a considerar a la mujer como una proveedora de hijos mientras que la única compañía que valía la pena era la de otros hombres? Esta posibilidad chauvinista resulta poco probable. Entre las cuestiones de poder que suscitaba su última obra, Salome, su estrecha amistad con una mujer a la que llamaba “La Esfinge” (por su intensidad y misterio) y su enorme aprecio por su inteligente madre queda claro que la concepción que Wilde tenía respecto a las mujeres era demasiado profunda como para sucumbir al ideal clásico. A mi juicio, otra posibilidad a tener en cuenta yace en John Ruskin, quien vio a la figura de la “niña” como un enlace a la inocencia. Quizá, en la búsqueda de un tipo de naturalidad que no estuviera corrupta por la sociedad, buscaba un modelo tan puro que quizás la forzó a una posición de mujer ideal. O quizá, Wilde simplemente se cansó y decidió sentar la cabeza con el primer amor disponible. De cualquier modo, el matrimonio de ambos fue nefasto, tuvieron dos hijos a los que Wilde ignoró en gran medida.
Durante esta breve etapa de vida doméstica, Wilde se convirtió en editor de la revista Woman’s World, y a mitad de la década su productividad creativa decreció. En 1889, cansado de una vida dócil, abandona su cargo de editor de la revista, y publica ensayos provocadores sobre el auto-explicativa “arte por el arte mismo”. Su libro Intenciones contenía ensayos titulados “El declive de la mentira”, “El crítico como artista”, “Pluma, lápiz y veneno”, y “La verdad de las máscaras”. Escritas en forma de “diálogos” entre una suerte de nuevo Platón y sus jóvenes discípulos, supuso un ejercicio intelectual que el autor empezaría a poner en práctica. Los siguientes cinco o siete años dieron cuenta de la cumbre de su éxito al publicar y producir numerosas obras de gran ingenio a la par que escandalosas como La importancia de llamarse Ernesto, Un marido ideal, El abanico de Lady Windermere y Una mujer sin importancia. Además, publicó la que quizá sería su mejor obra —pese a las quejas de su mujer respecto a que la gente les dejaría de hablar en cuanto la leyesen—, El retrato de Dorian Gray, novela que como ya se ha discutido anteriormente representa su propia autobiografía.
Cuarto acto
Desafortunadamente, la crítica popular provocó en él cierto aire chulesco y alardearía cada vez más sobre su interés en la homosexualidad y el platonismo. Conoció al encantador pero temperamental Lord Alfred Douglas (conocido como “Bosie”), quien por aquel entonces era un estudiante de Oxford, y comenzó una amistad intensa con él. Esta amistad se prolongaría durante años hasta el punto de que Wilde rechazaría a su familia y Douglas se olvidaría de sus estudios hasta que el padre de Bosie, Lord Queensbury —creador del reglamento de boxeo y, aparentemente, algo lunático— empezase a hostigar a nuestro héroe indagando sobre cualquier señal por la que perseguirle. En 1895 Wilde demandó a aquél por libelo tras recibir una nota acusatoria, y Queensbury removería Londres en busca de cualquier evidencia con el fin de sustentar su acusación.
Varias de las apasionadas cartas que Wilde había dirigido a Bosie entraron en circulación y fueron utilizadas junto a varias de las obras del propio Wilde —así como una lista de nombres de niños que ejercían la prostitución con los que había mantenido compañía— para denostar al poeta. El motivo por el que Wilde inició una demanda por difamación que estaba destinada a perder parece inexplicable. Cabe la posibilidad de que la idea de un enfrentamiento glorioso contra la justicia inglesa fuese un vestigio de la educación que recibió por parte de su madre revolucionaria (Jullian, p.316) Tras esta catástrofe, Wilde fue acusado de sodomía con las mismas evidencias. Tras el juicio, tuvo la oportunidad de abandonar el país, pero no lo hizo. Posiblemente, esto se debió a la alta estima con la que consideraba a Speranza, quien le aseguró que si se quedaba, le daría todo su apoyo, de lo contrario, le repudiaría. Wilde permaneció en prisión hasta 1898, la humillación que le produjo le llevó a escribir De Profundis. Una apología en forma de resentida epístola dirigida a Bosie. Esta experiencia también hizo que escribiera La balada de la cárcel de Reading y varios artículos que criticaban las condiciones pésimas de las prisiones británicas, uno de los cuáles favoreció la promulgación de una ley para evitar el encarcelamiento de niños.
Quinto acto
Tras la puesta en libertad de Wilde, éste huyó a Francia, donde fue rechazado por la mayor parte de la gente con la que había tenido trato y a la que había admirado en mejores tiempos. •••Aubrey Beardsley, ilustrador de la publicación de Salome (y que se encontraba, a una temprana edad, en fase terminal por tisis), se cruzaría de acera con tal de evitarle. Los mentores que había tenido en años anteriores, como Mahaffy murmurarían la despiadada frase: “Ya no hablamos sobre Wilde” al ser preguntados sobre éste. Constance Wilde le enviaría una asignación mensual, pero recusaría verle (lo que a Wilde no le importó) e impediría que visitase a sus hijos (un detalle que a Wilde sí le importó). Un breve encuentro romántico con Bosie provocó la suspensión de su asignación mensual, pasarían tres años más hasta el fallecimiento de Wilde. Su muerte, que se produjo en la habitación de un hotel de París, acabó con un hombre lleno de arrogancia y belleza —un hombre no muy distinto del cadáver marchito que permanece después de que el cuadro de Dorian Graysea profanado.
Lecturas adicionales
Coakley, Davis. Oscar Wilde: The Importance of Being Irish. Dublin: Town House, 1995.
Dollimore, Jonathan. Sexual Dissidence. Oxford: Clarendon Press, 1995.
Ellman, Richard.Oscar Wilde. New York: Alfred A. Knopf, 1988.
Jullian, Philipe. Oscar Wilde. New York: The Viking Press, 1969.
Wilde, Oscar. The Picture of Dorian Gray. NY: Barnes and Noble, 1995.
Modificado por última vez el 22 septiembre de 2009; traducido el 8 de enero de 2012