[••• = en español. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Tennyson

Farringford,
30 de octubre de 1854

Mi querido Patmore,

Muchas gracias por tus volúmenes. Todavía sostengo que has escrito un poema que se merece la justa oportunidad de la inmortalidad; he ensalzado (como Landor) tantos poemas que quizá mi encomio no se tenga demasiado en cuenta, pero tal y como es, acéptalo, puesto que es bastante sincero. Hay pasajes que necesitan ser pulidos aquí y allá, tales como: “Su poder no conduce a la derrota sino a los pactos”, una línea que me parece haber sido martilleada con viejas cabezas de clavo. Otros requieren corrección en otro aspecto como “Deslizo/la cortina”, que no es inglés. Quieres decir que corriste la cortina y que (incluso así expresado) no sonaría bien. No hay que darle más vueltas sino “corrí la cortina”. Podría hacer objeciones mínimas de este calibre, pero en cuanto a la totalidad, la admiro sobremanera, y confío en que beneficiará a nuestra época y no sólo a la nuestra. Las mujeres deberían suscribirse para levantarte una estatua.

Siempre tuyo,

A. Tennyson.

Ruskin

2 de noviembre de 1854

Querido Patmore,

No puedo decirte lo mucho que admiro tu libro. No tenía ni idea de que tuvieras un poder tan sublime como éste. Pienso que en cualquier caso se convertirá, debería convertirse en uno de los libros más populares de nuestra lengua, y benditamente popular, haciendo el bien dondequiera que sea leído.

Con sinceros recuerdos para la señora Patmore,

Siempre fielmente tuyo,

J. Ruskin.

[Sin fechar, muy probablemente de 1855].

Cada vez estoy más encantado con el “Ángel”. No tienes ni la exquisitez ni la sublimidad de Tennyson, pero posees expresiones habituales más claras y más delicadas y un pensamiento más exacto. En cuanto al acabado y a la pulcritud no conozco nada parecido a los fragmentos del “Ángel”: “Como la hierba se encumbra alrededor de una piedra”… “Como la luna entre sus encendidas nubes”, y otros versos semejantes. Tennyson es a menudo pecaminosamente confuso.

-- J. Ruskin

Carlyle

Gill, Cummertrees, Annan, N.B.,
31 de julio de 1856.

Mi querido Señor,

He recibido tu hermoso librito, “El ángel del hogar”, segundo libro, hace algún tiempo y lo reservé para una buena oportunidad que ví llegaría más adelante. Lo traje conmigo a estas tierras, el único libro moderno con el que me he tomado tal molestia, y ayer por la noche me di el placer de una lectura deliberada. Sobre el cual, tan favorable fue la publicación, ahora te ofrezco la molestia superflua de mi veredicto, antes de sumergirme en el Solway para un breve baño, cuyo sonido oigo también aproximarse.

Sin ninguna duda que el “Casamiento” es un fragmento menudo y hermoso, prácticamente perfecto en su género, una excepción llena de delicadeza, verdad y grácil simplicidad en su ejecución; sublime, ingenioso, refinado, puro y sano como estas brisas que en este momento soplan a mi alrededor procedentes del eterno mar. La delineación del todo se logra con gran arte, frugalidad y éxito, mediante el bosquejo ligero de las partes, de las cuales, tanto en la elección de lo que se ha de trazar como en el modo fresco, liviano y fácil de llevarlo a cabo, admiro mucho la genial dicha, la habilidad real. Su encantadora sencillez me atrae por todas partes, y éste es un gran mérito al cual estoy acostumbrado en ti. Ocasionalmente (y con mayor asiduidad en “las oraciones”) te introduces en la antigua vena de Abraham Cowley, lo que Johnson llamaría un poco lo “metafísico”, pero esto también, si se hace bien como aquí es algo que me gusta ver, como un ejercicio gimnástico del ingenio, si no fuera nada más. Para ser sincero, tengo que reconocer que todo el asunto es un “ideal” que se eleva muy alto por encima de la realidad y que deja yacer el fango de los hechos (fango con independencia de las piedras que se puedan pisar y descubrir en su interior) bajo sus pies. Pero dirás que esto es un mérito, su certificado poético— bien, bien. Pocos libros se escriben hoy en día con tanta fidelidad consciente, o es más, en cualquier época, y muy pocos con algo como la cantidad de capacidad predominante exhibida aquí. Te devuelvo de todo corazón mis gracias infinitas por haberme hecho partícipe de ello.

Estoy aquí en una especie de “retiro” por cuatro o tres semanas, en la región más silenciosa que pudiera hallar, cerca de mi nativo Solway, y apartado de toda la humanidad , realmente un tipo de “retiro” católico menos las invocaciones a la Virgen, etc. … Estoy alrededor de diez millas de mi lugar de nacimiento, conozco todas las cumbres de las montañas en cincuenta millas a la redonda desde que mis ojos se abrieron por primera vez; y no quiero tener por objeto devocional ni la tristeza ni su contrario. Pero la “marea” está aquí o casi: ¡el tiempo y la marea no esperarán a ningún hombre!

Tuyo, muy agradecido y con gran cariño,

T. Carlyle

Gill,
9 de agosto de 1856.

Mi querido Señor,

El público lector, ahora que todo el mundo se ha aficionado a leer, que cualquiera tiene dos peniques en su bolsillo para pagar y entrar en una biblioteca ambulante, tenga o no un ápice de discernimiento en su cabeza, se ha convertido por el momento en el soberano Radamantis de los libros, lo cual resulta más que nunca ¡increíblemente sorprendente! Probablemente, ya antes debió existir una plebe parecida, facultada para levantar su dedo pulgar con un “que viva” o “que perezca” dirigido a los pobres esgrimistas del circo literario. El único remedio es no prestarles atención, plantarles cara como un pedernal, dado que después de todo, no pueden matarle a uno, aunque piensen que sí lo hacen. Uno debe decir, “Canalla zopenca e impía, no era para ti para quien escribía, ¡no empuñé las armas que los dioses me concedieron para agradarte a ti!” La paciencia, también, es un elemento muy necesario para vencer en este mundo.

Es seguro, si hubiera algún arroyo perenne que corriera, fuera el más pequeño riachuelo procedente de las fuentes eternas, que todos los océanos atlánticos y sus espumas no serían capaces de cubrirlos para siempre. Dicho riachuelo sería visto, un día, correr bajo la luz del sol, dicha espuma se desvanecería por completo nadie sabe dónde. Ésta es la ley de la naturaleza, a pesar de todas las bravuconadas de cualquier plebe o del diablo, y debemos confiar silenciosamente en ello.

Desgraciadamente, también el crítico se sitúa generalmente en el porcentaje de los lectores, un oscuro imbécil al que se suma la fanfarronería, probablemente el bobo más supremo de todos los bobos, que es el más elocuente de todos ellos y el que es consciente de ser sabio. A él también le debemos dejar ante su sino: un fenómeno inevitable (“más será del sacerdote lo que sea del pueblo”/N. del T.: Oseas 4: 9), aunque éste también será transitorio para él.

No necesitas poner en duda que estaré preparado, por voluntad propia, a recomendar este libro por todas las oportunidades que privadamente percibo en él. Estoy considerando incluso si no hay algún crítico excepcional que yo pudiera lograr que se interesara en ello, con alguna esperanza económica; si quizá podría poco a poco localizar alguno. Desafortunadamente mi conexión con ese gremio de artesanos es casi nula (o menos) desde hace largo tiempo. Podrías depender de esto. No desaprovecharé las buenas ocasiones; entretanto y en todo momento, recomiendo perseverancia y lo que lo que el escocés llama “hacer frente a la adversidad con coraje”. Siempre seré,

Sinceramente suyo,
T. Carlyle

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Referencias

Champneys, Basil. Memoirs and correspondence of Coventry Patmore. 2 vols. Londres, G. Bell & Sons, 1900.


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Last modified 22 September 2009