[Traducción de Martin Glikson revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Los ensayos de Max Beerbohm reflejan la compleja influencia que la escritura de los eruditos tuvo sobre los autores posteriores. Aunque Beerbohm recurre a algunas de las técnicas de los eruditos para parodiar su figura, también las utiliza para plantear sus propias ideas. Los escritos de los eruditos victorianos como John Ruskin y Thomas Carlyle tratan de los problemas de la sociedad y discuten las distintas formas en que los lectores deberían reaccionar a fin de cambiarlos. Algunas de sus técnicas comunes consisten en establecer un ethos (un “carácter” que inspire credibilidad), un ataque inicial seguido de la identificación con el lector y el uso de la profecía.

Para crear el carácter creíble, el ethos, Beerbohm recurre a los métodos de Ruskin, que incluyen la narración de experiencias personales y el admitir las propias debilidades de carácter. Ambas estrategias sirven para humanizar la figura del autor ante su público. Beerbohm escribe “Diminuendo” en primera persona, y su uso de esta técnica indica la influencia que los primeros eruditos ejercen sobre su escritura: no está, al utilizarla, parodiándolos.

Por el contrario, cuando se ríe de sí mismo, usando otra técnica de creación de ethos, Beerbohm sí se burla de la falsa molestia que exhiben los eruditos. Por ejemplo, en “Traffic”, Ruskin utiliza fórmulas seudo calificativas como “me parece”, “quizás” y “pienso que”, cuando en realidad está del todo seguro de sus opiniones. Al cuestionarse sí mismo, manipula a los lectores para que le crean. Beerbohm juega con esta técnica en el comienzo de “Diminuendo”: “Recuerdo cuando mi tutor me preguntó a qué clases deseaba asistir y cómo rió cuando le dije que deseaba asistir a las clases de Mr. Walter Pater. También recuerdo que ( . . . ) fui a [la papelería] Ryman’s para encargar un tonto grabado absurdo para mi habitación” (Beckson, 67).

El ensayo está escrito solo seis años después de que los eventos supuestamente tuviesen lugar; al burlarse de sí mismo intenta mofarse de la elaborada humildad de los primeros eruditos victorianos. Utilizando tan sólo una técnica de los escritores eruditos, Beerbohm los parodia y al mismo tiempo muestra la influencia que han tenido sobre él.

El tipo de relación que los autores establecen con el lector, otra característica de los eruditos, influye también en los escritos de Beerbohm. Los eruditos comienzan generalmente atacando a su público, alienándolo, para después recobrar su respeto incluyéndose a sí mismos dentro del grupo de los lectores. Ruskin, por ejemplo, abre “Traffic” diciendo: “No me interesa ese intercambio de ustedes ( . . . ) porque a ustedes tampoco les interesa, y porque saben perfectamente que yo no puedo hacer que les interese” (Ruskin 233). Comienza insultando a su público, y luego pasa a justificarse: “A ustedes no les gusta que les hagan preguntas tan descorteses. No puedo evitarlo” (239). Ruskin usa este recurso para escandalizar a su público y obligarlo a prestar atención a lo que tiene para decir. Tras la afirmación chocante, prosigue con un tono tranquilizador:

Sé que esta injusticia no se lleva a cabo con un propósito deliberado. Sé, por otro lado, que ustedes desean lo mejor para sus trabajadores; que hacen mucho por ellos, y que desearían hacer aún más, si supieran cómo administrar esta bondad con prudencia. Sé que incluso toda esta injusticia y miseria son fruto de un retorcido sentido del deber, con cada uno de ustedes tratando de hacer lo que es mejor; pero, desgraciadamente, sin saber para quién debería hacerse lo mejor” (247-248).

Aunque parezca condescendiente, esta identificación con el público es necesaria para que este no se sienta completamente alienado.

A pesar de que Beerbohm no recurre a esta técnica específicamente, esta sí tiene influencia sobre su escritura. A diferencia de Ruskin, Beerbohm se identifica a sí mismo con sus lectores a lo largo de todo su ensayo “Una defensa de la cosmética” ("A Defence of Cosmetics"). Por ejemplo, en lugar de hablar de “yo” y “ustedes”, usa el “nosotros”, incluyéndose en cada aspecto del artificio discutido en el ensayo: “De hecho, todos volvemos a ser jugadores, pero nuestro juego es más fino que nunca” (Beckson, 49). Los eruditos influyen en la identificación de Beerbohm con su público; en este caso no está parodiándolos, sino que simplemente recurre a sus métodos.

El uso que Beerbohm hace de la advertencia profética a la sociedad deriva de los eruditos. En “Traffic”, por ejemplo, Ruskin advierte a su público: “Continúen haciendo de la deidad prohibida la principal, y pronto no serán posibles el arte, ni la ciencia, ni el placer. La catástrofe sobrevendrá, o, peor que la catástrofe, el enmohecer y el marchitarse hasta el Hades” (249). Esta amenaza recuerda a las profecías del Día del Juicio Final en el Antiguo Testamento. Carlyle también profetiza, pero de manera diferente. Su escrito sobre los inconvenientes de la mecanización, de 1829, lo vuelve profético; en “Señales de los tiempos” (“Signs of the Times”) no presagia el Juicio Final, pero vaticina la llegada de tiempos mejores:

Para nosotros, que vivimos en medio de todo esto, y vemos continuamente la fe, esperanza y la práctica de cada uno puesta sobre la mecánica de algún tipo, parecerá de lo más natural, y como si nunca hubiese sido de otra forma. Sin embargo, si recordamos o reflexionamos un poco, veremos que ha sido y podría volver a ser de otra forma. Nuestra época está enferma y descoyuntada. Muchas cosas han alcanzado su cenit; y es erudito el dicho que nos dice que las cosas suelen empeorar antes de mejorar.

Los eruditos victorianos trataban de sonar como el Antiguo Testamento en parte porque esperaban que su público aceptara las sentencias dichas en tono profético; una vez oída la voz de la Verdad, volverían a adoptar su mentalidad practicante y a absorber pasivamente aquello que les dijeran. Como Ruskin y Carlyle, Beerbohm se vuelve profeta en su ensayo “Una defensa de la cosmética” (“A Defence of Cosmetics”). Suena bastante como un profeta del Antiguo Testamento cuando escribe que “las antiguas señales están aquí . . . para advertir al observador de la vida de que estamos listos para una nueva era de artificios” (Beckson, 48). La ironía de esta profecía reside en su tema: en lugar de predecir el Juicio Final, como Ruskin, o el advenimiento de un mundo mejor, como Carlyle, Beerbohm vaticina una época de artificio, una era de lujosas indulgencias. Un poco más adelante en el ensayo, vuelve a referirse a esta profecía: “Y, así como aquellos que han visto los convulsos miembros de lo asesinado, no debemos dudar que, aunque las voces de los que claman por reformas sean terriblemente penetrantes, pronto serán acalladas. La querida Artificiosidad nos acompaña” (52). Y aún más, el final del ensayo es una larga profecía sobre lo que vendrá en la era del artificio. El tema de la profecía informa al lector de que Beerbohm está burlándose de los eruditos.

Referencias

Beckson, Karl (1981): Aesthetes and Decadents of the 1890s: An Anthology of British Poetry and Prose. Chicago: Academy Chicago.


Last modified 28 June 2008; traducido diciembre 2009