[Traducción de Martin Glikson revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Según las estupendas memorias de S.N. Behrman sobre Beerbohm,
Los grandes entusiasmos literarios de Max eran Jane Austen, Trollope, Turgueniev, George Meredith, Charles Lamb, Henry James, E.M. Forster. Adoraba el estilo temprano de Meredith, particularmente el de Las Aventuras de Harry Richmond [The Adventures of Harry Richmond], y el tardío de James. La copa de oro [The Golden Bowl] y Las alas de la paloma [The Wings of the Dove] pensaba Max, eran los mayores logros de James. Estos escritores no poseían chalets en Mont Blanc, pero le transportaban a regiones en las que él quería vivir. Max tenía una relación especialmente buena con Trollope: “Nos recuerda”, decía Max, “que la cordura no precisa ser filistea”. Max me dijo que consideraba a El custodio [The Warden] una novela perfecta, y Mr. Harding con su chelo era uno de sus músicos favoritos, especialmente cuando tocaba un chelo que no tenía consigo (283).
Por otro lado, Behrman dice, “La literatura de la epilepsia, de la búsqueda cósmica del alma, de violencia incontrolable, sencillamente carecía de interés para él. Sentía por los isabelinos algo parecido a lo que sentía por los rusos ( . . . ) Para Max, ese mundo lejano, en el que los asesinatos, las repentinas decapitaciones y las huidas a la Torre de Londres eran parte del clima, tan naturales como las lluvias de abril, era incomprensible e inasible” (283).
No sorprende que este gran caricaturista, que tenía una visión clara de la insensatez humana, permaneciera profundamente escéptico respecto de las grandes ideas. O, como dice Behrman, “Max rehuía de la locura no sólo en sus formas más violentas, sino también en las leves, siendo una de ellas el culto de la utopía”. Por esta razón lo aburrían las obras de George Bernard Shaw, a las que estimaba como “coacciones a lo que llamaba ‘la chaqueta de fuerza de la panacea’. El esfuerzo por poner a los hombres esa chaqueta de fuerza había causado miserias y sufrimientos indecibles a la raza humana, sostenía” (283).
Del mismo modo, aunque reconocía el gran talento de D.H. Lawrence, especialmente en Hijos y amantes [Sons and Lovers], veía los defectos que a menudo reducían sus obras a disparates políticos, incluso a disparates peligrosos:
‘¡Oh, Lawrence!’, decía, ‘¡Pobre D.H. Lawrence!’ El epíteto no se pronunciaba condescendientemente, sino con genuina simpatía por el afectado. ‘Pobre D.H. Lawrence. Nunca se dio cuenta, usted sabe. Nunca sospechó que estar completa y rematadamente loco es una desventaja considerable para un escritor ( . . . ) Lo aquejaba la idea de la llegada del Mesías, usted sabe. Ahora bien, ¿Qué uso podía hacer Lawrence de la llegada del Mesías? Era, en muchos aspectos, un tonto. Era uno de esos hombres desafortunados que piensan que solo por haber hecho algo, ese algo es de primera calidad. Simplemente porque lo han hecho ellos. Tenía un don radiante para la naturaleza, una sensibilidad auténtica para la naturaleza, y en eso daba lo mejor de sí. Pero por sus paisajes cabalgaban alucinaciones. (218)
Otro autor cuyo talento admiraba al tiempo que despreciaba sus convicciones políticas era Rudyard Kipling, contra quien dirigió su más feroz sátira en repetidas ocasiones.
Referencias
Behrman, S. N. Portrait of Max: An Intimate Memoir of Sir Max Beerbohm. Nueva York: Random House, 1960.
Last modified 9 mayo 2008; traducido diciembre 2009