[Traducido por Terri Ochiagha Plaza y revisado por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces por George P. Landow..]

" Hola, Brown! Aquí hay algo para ti," le dijo el hombre al momento. "Vaya, tu antiguo maestro, Arnold de Rugby, está muerto."

La mano de Tom se paró en seco, y su sedal y moscas se enroscaron en su caña de pescar. . . Sintió como si le temblaran sus piernas morales e intelectuales, como si hubiese perdido su soporte en el mundo invisible. Aparte de lo cual la lealtad profunda y el cariño que sentía por el viejo maestro hizo que el impacto fuese intensamente doloroso. Era el primer gran dolor de su vida, el primer vacio que dejaba el ángel de la Muerte en su círculo, y se sintió entumecido, como si le hubiesen pegado una paliza, y abatido. ¡Bueno, bueno! Creo que fue bueno para él y para otros muchos en un caso parecido, que tenían que aprender que por esta pérdida, el alma de un hombre no puede apoyarse en ningún soporte humano, aunque sea fuerte, y sabio, y bueno; pero que el �nico en que se puede apoyar tirará por tierra otros soportes en su sabiduría y misericordia, hasta que no haya más tierra o soporte que �l mismo, la Roca de los Siglos. [Parte II, Capítulo 9 — "Finis"]

Poco después de que Tom llegue a Rugby, se encuentra con Thomas Arnold, su gran director en la capilla: "Según se cantaba el himno tras los rezos, la capilla se iba oscureciendo, y empezaba a sentir que realmente había estado rezando. Y entonces llegó aquél gran evento en su vida, igual que en la vida de todos los chicos de Rugby de aquella época — el primer sermón del Doctor." Admitiendo que "plumas más dignas que la mía han descrito esa escena," Hughes comienza su descripción en forma de catálogo:

— el púlpito de oak se encontraba solo sobre los asientos para los antiguos alumnos; la forma alta, valiente, los ojos brillantes, la voz, a veces tan suave como las notas de una flauta y otras clara y estimulante como una clarín de infantería de aquél que estaba allí domingo tras domingo, dando testimonio y rogando al Señor, Rey de la bondad, amor y gloria, de cuyo espíritu estaba poseído, y con cuyo poder hablaba; las largas filas de rostros jó venes, que se elevaban fila arriba fila abajo a través de toda la capilla, desde el niño que acababa de dejar a su madre al joven que se dirigía al mundo adulto la semana pró xima, disfrutaban de su fuerza. Era una vista extraordinaria y solemne, y nunca más que en esta época del año, cuando las únicas luces de la capilla estaban situadas sobre el púlpito y sobre los asientos de los alumnos mayores de la semana, y el suave anochecer barría el resto de la capilla, sumergiendo en la oscuridad la galería alta detrás del ó rgano. [Parte I, Capítulo 7, "Habituándose al Cuello"]

Dos vistas de la capilla de Rugby en los Tiempos de Arnold.

Buscando la forma de explicar el poder que tenía el director para estimular el bien en estos muchachos, Hughes pregunta, " �qué era aquello que, al final de todo absorbía a estos trescientos muchachos, sacándoles de sí mismos, voluntaria e involuntariamente, unos veintes minutos los Domingos por la tarde? Admitiendo que unos pocos, una minoría

(entre los que no se contaba ni a sí mismo ni a Tom), "eran dignos de oír y absorber las palabras sabias y profundas que allí se pronunciaban," pregunta, ¿Qué era aquello que nos movía y absorbía, el resto de los trescientos chicos sin escrúpulos, que temíamos al Doctor con toda nuestra alma, y poco más en el cielo o en la tierra ; que valorábamos más nuestro lugar en el colegio que en la Iglesia de Cristo, y que poníamos por delante las tradiciones de Rugby y la opinión de los chicos que nos rodeaban que las leyes de Dios?" Admitiendo que la mayoría de los jó venes no se entendían a sí mismos ni a la mayoría de verdades de Arnold, decide que los alumnos de Rugby escuchaban al director como a "un hombre al que sentíamos que luchaba por luchar, con todo su cuerpo, alma y fuerza, contra todo aquello que era tiránico, cobarde y malo en nuestro pequeño mundo." Thomas Arnold, según Hughes, era un auténtico héroe Carliano y merecedor de la adoración acordada a los genios porque cuando hablaba

No era la voz fría y clara de alguien que daba consejo y advertencias desde las alturas a aquellos que estábamos luchando y pecando aquí abajo, sino la viva y cálida voz de alguien que estaba luchando con nosotros, y que nos pedía que le ayudásemos a él, y a nosotros mismos. Así que, fatigosamente y poco a poco, pero con seguridad y convencimiento, el joven se daba cuenta, por primera vez, del significado de su propia vida — que no era un paraíso para necios o vagos en el que había entrado por casualidad, sino un campo de batalla creado desde tiempos inmemoriales, en el que no hay espectadores, sino que el más joven ha de tomar partido, jugándose la vida. Y aquél que encendió esta curiosidad en ellos y les mostraba a la vez, a través de cada palabra que pronunciaba y a través de su vida entera, como había que librar la batalla, y estaba ahí, de pie con ellos como un soldado más y el capitán de su ejército — un verdadero capitán, además para un ejército de muchachos — uno que no tenía dudas, ni vacilaciones, y, que para que no te rindieras ni pidieses una tregua, lucharía hasta el final ( así lo sentíamos todos) hasta su último aliento y su última gota de sangre . . . . Esta capacidad y coraje que, más que ninguna otra cosa, le ganó los corazones de la multitud sobre la que dejó su huella, y les hizo creer primero en él y luego en su Amo.

Tom, a quien Hughes describe esencialmente como un joven salvaje, encontraba que "esta cualidad por encima de todas las demás conmovió a tantos chicos como a nuestro héroe, que aparte de su juventud, no tenía nada reseñable — y por esto quiero decir vida animal en su máxima medida, buen corazón e impulsos honestos, odio a la injusticia y a la malicia, y la suficiente insensatez como para hundir a un barco de tres cubiertas [ es decir, un buque de guerra con tres filas de armas y no una novela]. Así que. . . raramente salía de la capillas los domingos por la tarde sin una resolución firme de seguir al Doctor, con una sensación de que solo la cobardía (la encarnación del resto de los pecados en la mente de un muchacho como él) que le impedía hacerlo con todo su corazó n."

Según progresa la historia, Hughes repetidamente permite a Tom experimentar la grandeza de Arnold. Cuando su amigo East le confiesa al director su incapacidad para confirmarse, y como consecuencia se siente marginado, Arnold le reconforta:

"Cuando me atascaba, me levantaba como si fuese un niño pequeño. Y parecía saber todo lo que yo había sentido y pasado. Y me puse a llorar — más de lo que he hecho en los últimos cinco años; y se sentó a mi lado, y acarició mi cabeza; y yo seguía sollozando, y le conté todo — cosas peores de las que te he contado. Y en ningún momento se extrañó , y no me hizo ningún desprecio, ni me dijo que era estúpido, ni que lo que yo había hecho tenía que ver con orgullo ni con maldad, aunque me atrevo a decir que sí que lo era. Y no me dijo que no siguiera mis pensamientos, y no me dio ninguna explicación pre-fabricada. Pero cuando terminé, habló un poco. Y apenas recuerdo lo que me dijo; pero parecía extenderse dentro de mí como una curació n, como fuerza, como luz, que me elevaba y me plantaba en una roca, donde podía sostenerme yo solo y luchar por mí mismo. No sé qué hacer, soy tan feliz. . ." [Parte II, Capítulo 7 — "La liberación y los dilemas de Harry East"]

Arnold tiene el mismo efecto en los profesores que trabajan bajo su dirección en Rugby. Como dice uno de los maestros, "¡Vaya vista. . . el Doctor como mandatario! Quizás el nuestro sea el único pequeño rincón del Imperio Británico que está absolutamente, sabiamente y fuertemente dirigido hoy en día. Cada día me siento más agradecido de estar trabajando bajo sus ó rdenes." Si el lector no se ha dado cuenta antes, cuando habla el maestro, nos damos cuenta de que Thomas Arnold es una versión nueva de Abbot Sampson del Past and Present de Carlyle — un verdadero héroe que sabe liderar, no forzando a la gente a que haga lo que quiere ni imponiendo su voluntad con crueldad, sino llevándoles de la mano. Como explica el maestro, Arnold lleva a cabo su reforma con tacto y paciencia. Sorprendido, Tom admite que no se había dado cuenta del propó sito de algunos de los cambios de Arnold. "Por supuesto que no," dijo el maestro, "o sino. . . habrías gritado igual que el resto del colegio en contra de la eliminación de las antiguas costumbres. Y así es como las reformas del Doctor se han llevado a cabo cuando él ha podido — discreta y naturalmente, sustituyendo cosas malas por las buenas, permitiendo que se muera lo malo; sin prisa pero sin pausa — lo mejor que se podía hacer por ahora, y paciencia para el resto."

El ultimo día de Tom en Rugby antes de partir hacia Oxford (donde terminaría siendo el protagonista de una secuela, Tom Brown at Oxford), tiene una charla con uno de sus profesores sobre sus días en Oxford y se entera con sorpresa de có mo Arnold ha seguido su desarrollo desde un muchachito insensato que siempre se metía en problemas a algo parecido a un alumno modelo — o lo más cerca de esto que un estudiante con pocos intereses académicos podía ser. Su profesor explica que

Tras una charla, los dos estuvimos de acuerdo en que tú en particular necesitabas un objetivo en el colegio aparte de los juegos y las travesuras; porque estaba claro que lo académico nunca se convertiría en tu primera meta. Así que el Doctor, al principio de la segunda parte del año, busco a los mejores chicos nuevos, te separó de East, e introdujo al muchacho joven en tu estudio, con la esperanza de que si alguien se apoyaba en ti, empezarías a andar más firmemente tú, y aumentaría tu hombría y reflexividad. Y te puedo asegurar que ha sido testigo del experimento con gran satisfacció n. ¡Ah¡ Ni uno de los chicos sabrá jamás la ansiedad que les has causado, y la preocupación con la que ha observado todos vuestros pasos en el colegio. [Parte II, Capítulo 8 — "El �ltimo Partido de Tom Brown.]

Esta revelación asombra a Tom, en parte porque no tenía ni idea de que el director le hubiese prestado tanta atención y en parte porque se creía totalmente responsable de su conversión en líder. Hasta esta última conversación con su profesor, Hughes nos dice, "Tom ni se había rendido por entero ni entendía del todo al Doctor. Al principio, le temía muchísimo," pero entonces "aprendió a verle con amor y respeto, y a considerarle un hombre excelente, sabio y bueno," y ahora se da cuenta de lo mucho que el aparentemente distante director había sido parte de su vida. Había pensado

Que era un maestro espléndido; pero todo el mundo sabía que los maestros no podían aprovechar del todo las horas escolares. . . . Había sido una revelación para él darse cuenta de que, aparte de enseñar al sexto curso, gobernar y guiar el colegio entero, editar clásicos y escribir historias, el gran director había sacado tiempo en aquellos ocupados años para coordinar la carrera incluso de él, Tom Brown, y de sus amigos particulares, y, sin duda, de otros cincuenta otros chicos a la vez, y todo esto sin darse importancia a si mismo, sin parecer saber, o dejar que nadie sepa, que valorase especialmente a ningún alumno.

La Victoria del Doctor sobre Tom fue completa desde ese momento, de todos modos. . . había llevado ocho largos años conseguirlo; pero ahora que se había hecho tan completamente, no había ni un rincón de su ser que no creyese en el Doctor. . . . Así que tras una confesión a medias de sus previos fallos, y su triste adió s a su tutor, del que recibe dos volúmenes de los sermones del Doctor, bellamente encuadernados, como regalo de despedida, marchó hacia el colegio, un adorador de héroes, que hubiese satisfecho el alma del mismo Thomas Carlyle.

Aquí (por si no nos hemos dado cuenta) Hughes dice explícitamente que Thomas Arnold se le aparece al jovencito según se va hacia Oxford como a un auténtico adorador de héroes Carlyano. Implícitamente también, convierte la relación entre el director y Tom en una metáfora para la relación de Dios con Tom y con todos los seres humanos; sin que Tom sea consciente de su continua vigilancia y preocupació n, Arnold, como Dios, juega un papel en su vida. Pero esto es solo una metáfora, y Arnold, aunque sea un auténtico héroe, no es Dios. Y como el epígrafe de la novela con el que comienzo enfatiza, Arnold muere, y su muerte recuerda a Tom que Dios es el único en el que puede poner su confianza. Hasta en la muerte, el Dr. Arnold sirve de guía espiritual para Tom.

Referencias

Hughes, Thomas. Tom Brown's Schooldays. Versión Electronica del Project Gutenberg producida por Gil Jaysmith y David Widger.


Last modified 28 June 2008; traducido 2009