[*** = disponsible en inglés. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Tiempos difíciles es en numerosos aspectos un ejemplo clásico de distopía. Northrop Frye plantea el argumento de que las sátiras menipeas tales como Los viajes de Gulliver (***Gulliver's Travels), Cándido y Un mundo feliz están a menudo pobladas de oportunistas, chalados, virtuosos y gente de semejante ralea (Frye 309). Sin lugar a dudas, Tiempos difíciles cuenta con demasiados virtuosos y teóricos tan atrapados en la rectitud abstracta de sus maquinaciones que pierden de vista la intratabilidad del ser humano cuando se trata de ajustarlo a la ecuación. De hecho, podemos pensar en la anécdota de Sir Philip Sidney en Defensa de la poesía en la que se cuenta cómo aquel astrónomo teórico estaba tan inmerso en la contemplación del cielo que se cayó en una zanja. Gradgrind, cuyo estudio se alinea con los libros azules del parlamento, y se mantiene en silencio gracias al sonido del reloj completamente estadístico, se asemeja a un astrónomo encerrado en un observatorio con instrumentos delicados pero sin ventanas. M'Choakumchild cita incansablemente las estadísticas del producto nacional bruto, o de los documentos actuariales de los números insignificantes de almas perdidas en el mar, en cualquier caso ignorantes de los factores humanos hasta que Sissy Jupe cuestiona la prosperidad de la nación, cuya distribución es desproporcionada y cuyas familias no se sienten para nada menos afligidas, aunque sus familiares perdidos representan una mera fracción de los cuerpos desperdiciados en el mar en comparación con el porcentaje de seres desaparecidos en eras más modernas.

Tiempos difíciles satisface la mayor parte de los otros criterios aplicados a las distopías: primeramente, Coketown no encarna ningún lugar concreto, a pesar de que los críticos lo han identificado en diversas ocasiones con Manchester, Preston, Oldham, Blackburn y Rochedale. No sólo es Coketown un enclave inexistente, sino que es claramente un lugar perverso. Estructuralmente se basa en un claro equilibrio entre opuestos: el bien frente al mal, lo vital frente a lo mecánico, la cordura versus la sinrazón. Al igual que Utopía de More, Los viajes de Gulliver de Swift, El ingenuo de Voltaire, y en verdad, la gran parte de las sátiras utópicas, Tiempos difíciles presenta nítidamente dos caras como Jano. Tiene en cuenta inquebrantablemente aspectos aberrantes de la sociedad en cuestión, pero también sostiene bien implícita o explícitamente el espejo de una sociedad mejor, que puede existir en otro lugar (la utopía deísta de Hythloday, una sociedad justa diferente de una injusta que cercó a Inglaterra bajo Enrique VIII; el reino ilustrado y pacífico de Brobdingnag por oposición al corrupto Lilliput en Swift; el estado natural entre los Hurones frente a la deprimente sociedad de la corte en Voltaire).

Enfrentada a la tierra prometida de los teóricos utilitaristas (***utilitarian theorists) y a sus extraños acompañantes, los evangélicos (evangelicals), nos encontramos con Sissy Jupe y el grupo dedicado a la equitación cuyo estilo de vida de espíritu libre, vital e imaginativo se ve simbolizado por su domicilio en los Brazos de Pegaso. Más que presentar un remedio específicamente político y social a la distopía de Coketown, Dickens se contenta con retratar el comportamiento humano que, si se respeta, desembocará en una especie de utopía, porque abrirá la puerta al reino de Dios aquí en la tierra. Dickens describe concretamente la distopía de Coketown: la utopía sólo se imagina como una especie de mundo posible al que todos deberían aspirar emulando el comportamiento ideal de Sissy.

Desde el comienzo, Dickens señala su principio estructural, esto es, el conflicto de opuestos. Juliet McMaster en Dickens el diseñador llama nuestra atención sobre uno de los numerosos títulos de trabajo de Dickens: Blanco y negro (177). Aunque la estructura de tesis-antítesis es evidente, los críticos se han mostrado sorprendentemente satisfechos con citar simplemente la fuente bíblica de los títulos de los capítulos iniciales de los libros primero y tercero, dejando de debatir en profundidad lo que constituye seguramente la alusión primordial de la novela, aquella que solidifica la imagen y el personaje principal, así como los contrastes temáticos. Me refiero a “Una sola cosa es necesaria” y a “Otra cosa es necesaria”. Obviamente, Dickens alude al capítulo décimo del Evangelio de Lucas, específicamente a las palabras de Cristo hacia la contrariada Marta que regaña a su hermana María por no ayudarla con las tareas domésticas, para en lugar de esto sentarse a los pies de Cristo: “Respondiendo el Señor le dijo: Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas, pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será arrebatada” (Lucas 10: 41-42). La mayoría de los exegetas bíblicos interpretan este pasaje como una exhortación para servir al reino de Dios primero y al mundo por último. Como la propia novela, este fragmento destaca sucintamente que aquel que quiera alcanzar el reino de Dios en la tierra (la quintaesencia de la utopía), entonces debe anteponer el amor a los intereses prácticos y utilitarios.

Lucas 10 no sólo anuncia el principal tema de Tiempos difíciles, sino que también proporciona muchos más. Por ejemplo, la imaginería de la cosecha encarnada en los títulos de los tres libros de la novela, “La siembra”, “El crecimiento”, y “La cosecha” son indudablemente ornamentaciones de Lucas 10: 2-3, donde se describe cómo Cristo envía a los setenta a predicar la palabra de Dios:

Y les dijo. La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: mirad que os envío como corderos en medio de lobos.

Dickens envía a Sissy entre los lobos, al infierno de Coketown, el equivalente decimonónico de las ciudades pecadoras mencionadas en Lucas 10: Corazín, Betsaida, Tiro, Sidón, Sodoma y por último, Cafarnaúm, una ciudad que es ensalzada a los cielos pero que sería arrojada al infierno (Lucas 10: 15). Sissy, como los setenta ministros, debe permanecer en la primera casa en la que entra. Además, como sus homólogos del Evangelio, Sissy es exhortada a sanar allí a los enfermos. Y eso es lo que hace puesto que con toda claridad, Luisa, la hermana de Jane, debe su transformada vitalidad al cuidado de Sissy. La imaginería de la sanación alcanza su culmen en el último capítulo del libro segundo y en el primer capítulo del libro tercero. Luisa yace como un despojo insensible ante los pies de Gradgrind en el capítulo primero que inmediatamente precede al libro tercero, “Otra cosa es necesaria”. Despertándose en la sala para enfermos donde su hermana Jane le dice a Luisa que es Sissy quien la ha llevado allí y que es esta misma quien la ha acomodado ante la evidencia de la enfermedad de Luisa: “Apenas podía mover la cabeza a causa del dolor y de la pesadez” (Tiempos difíciles¸ 164). Pero la gravedad de la enfermedad reside en que es mental, ya que Luisa todavía alberga un profundo resentimiento hacia Sissy, cuya caridad hacia ella, Luisa asume orgullosamente como un reproche. Cuando Sissy se acerca a su cama, Luisa no levanta la cabeza. La rabia de que Sissy la vea en su difícil situación, y el miedo a que involuntariamente le lance esa mirada que durante tanto tiempo ha guardado rencorosamente, consume sus entrañas como un fuego devastador:

Todas las fuerzas reprimidas, desgarran y destrozan. El aire que sería beneficioso para la tierra, el agua que la enriquecería, el calor que la haría madurar, todos ellos la lastiman cuando quedan enjaulados. Fue esto lo que estaba ocurriendo en su pecho incluso ahora; los sentimientos más fuertes que almacenaba y que habían sido retroalimentados tan intensamente, se convirtieron en una acerada inflexibilidad que emergía en contra de una amiga (Tiempos difíciles¸ 166-167).

A pesar del sentimentalismo innegable del párrafo, los cuidados angelicales de Sissy hacia el paciente tienen su efecto deseado. Su mano compasiva sobre el cuello de Luisa nutre “y trae a la vida una multitud de pensamientos bondadosos, de modo que Luisa queda descansando”. Sissy es el catalizador que purga el orgullo que impide a Luisa amar:

En la inocencia de su valiente afecto, y en el constante espíritu dedicado al servicio que llegaba a desbordarse, aquella muchacha, una vez abandonada, brillaba como una hermosa luz sobre la oscuridad de la otra. Luisa levantó la mano para poder rodear el cuello de Sissy y enlazarse así con su compañera. Cayó sobre sus rodillas y aferrándose a la hija del trotamundos, alzó hacia ella sus ojos casi con veneración. “¡Perdóname, apiádate de mí, ayúdame! ¡Ten compasión de mi gran necesidad y déjame reposar la cabeza sobre tu corazón amoroso!” “¡Oh, descansa en él!”, gritó Sissy, “¡descansa en él, querida Luisa!” [168].

Por ende, podemos valorar a Sissy, por utilizar el término bíblico del teórico sobre la distopía, Chad Walsh, como un vestigio salvador (85), puesto que encarna la caridad cristiana, una virtud que Dickens propone como un antídoto positivo a las tendencias distópicas de la novela.

En un ensayo sobre Tiempos difíciles, Northrop Frye asevera

Queda claro que Tiempos difíciles… se aproxima… a una distopía, el libro que al igual que Un mundo feliz y que 1984 nos muestra un mundo de pesadilla que es el desenlace de determinadas tendencias perversas que juegan libremente y que son inherentes a la sociedad. Los peores efectos de la distopía son probablemente… ciertos rasgos sociales que amenazan directamente su propia función social como escritor. El culto a los hechos y las estadísticas constituye una intimidación… a la imaginación desenfrenada [Frye, Humores, 82-83].

Indudablemente, una de las tendencias perversas a las que Frye se refiere en la distopía de Coketown es la focalización incansablemente utilitaria de la economía política, hábilmente ensartada en la afirmación factual por parte del narrador de que Gradgrind estaba intentando probar que el buen Samaritano era un mal economista político, otra alusión, por cierto, a Lucas 10, o de que el regalo mezquino de Bitzer de media libra de té anual a su madre en el asilo era

un signo de debilidad en él: primero, porque todos los regalos plantean inevitablemente el empobrecimiento del que recibe, y segundo, porque su única transacción razonable con ese producto habría sido comprarlo al precio más bajo posible para después venderlo al más alto, habiendo verificado los filósofos que la totalidad de los deberes del hombre se reduce a esto [89].

Aquí, Dickens recurre a la trivialidad para ensalzar el efecto satírico, puesto que la miríada de virtudes esbozadas en el libro que durante un tiempo se consideró como una obra inseparable de la Biblia en la mayoría de los hogares ingleses, La totalidad de los deberes del hombre, había sido ahora reducido a una amonestación sobre comprar barato y vender caro. Al estilo de los posteriores ***darwinistas sociales, los virtuosos de la escuela utilitarista elevaron sus teorías a leyes naturales que justificaron, por ejemplo, la perpetuación de los salarios de mera subsistencia de las clases trabajadoras citando a ***David Ricardo y a su obra Los principios de la economía política y los impuestos (1817), donde se argumentaba que el precio natural del trabajo sólo permitía al operario sobrevivir y perpetuar su raza sin incremento o disminución. Esta idea de que los salarios no pueden subir por encima del nivel más bajo, necesario para la subsistencia, descansaba sobre la idea de ***Malthus de que la pobreza es inevitable porque la población aumenta en proporción geométrica, mientras que los medios de subsistencia sólo aumentan en proporción aritmética (Ensayo sobre el principio de la población, 1798).

Pero la dureza con la que Dickens ataca a Sissy en su papel de sustentadora de la vida, se aprecia mejor al tomar como referencia al hombre que guardó un vínculo más estrecho con el Utilitarianismo: ***Jeremy Bentham (1748-1831), un científico dedicado empedernidamente a la solución de problemas, es decir, un constante proyector de utopías. Si es verdad que la mayor parte de las utopías incorporan una faceta distópica, lo que Anthony Stephen denomina su sombra (“El sol y su sombra”), entonces Bentham como teórico utópico fue su propio crítico más severo, aunque inconscientemente. Su convicción de que la pobreza era inevitable e irremediable pudo haber sido irreprochable para Dickens. Sin embargo, a lo que Dickens puso reparos fue a su ineficaz guasa relativa a la miseria humana. Puesto que después de todo, ¿en qué punto la actitud científica desinteresada se mezcla con la crueldad? Su definición de los pobres como “esa porción de la ganadería natural que ni tiene piel ni plumas y que camina sobre dos piernas” (Poynter 59) debió sorprender a Dickens hasta el punto de citar a Swift para decir que eso “rayaba ligeramente en la crueldad”, especialmente cuando el meollo de la cuestión para Bentham sobre las Leyes para los indigentes era que la caridad multiplicaría el mal que buscaba aliviar. Según un vehemente crítico de Bentham, C. F. Bahmueller, la Ley para los indigentes de Bentham estaba repleta de una represión tan flagrante, tan destructora del alma y con tan poca consideración por las libertades civiles o la sensibilidad emocional de aquellos cuya salud (moral así como psicológica) y felicidad intentaba promover y proteger, que su progresión administrativa palidece en la comparación (2). Además, la autoconfianza lacónica de Bentham recuerda los cálculos de Gradgrind en su estudio horrosamente estadístico:

Los problemas requerían la delineación de un plan de economía pobre que redujera los gastos al mínimo, al mismo tiempo que elevara la condición de la comunidad pobre al máximo en lo relativo al bienestar y a la moralidad, y en relación con las comodidades presentes y futuras que producían simultáneamente las diversas ventajas colaterales, óptimas para el mismo sistema comunal en su mayoría. Es un halago para mí mismo el demostrar ahora que el problema ha sido resuelto [Bentham en Poynter 49].

Aunque las teorías utilitarias con sus tendencias deterministas y anti-libertarias defendían la parte del león de la animadversión de Dickens, los evangélicos parece, paradójicamente, que eran igual de insensibles ante los pobres. Su énfasis en la salvación sólo mediante la fe tendía a denigrar la eficacia de las buenas obras. Aún más, su insistencia en la depravación absoluta del hombre en su estado natural podría haber hecho de la miseria humana una condición aceptable y meritoria.

La influencia de la sátira distópica de Tiempos difíciles en Aldous Huxley y H. G. Wells

Que Tiempos difíciles es una distopía es obvio; que es una posible fuente inspiradora de Un mundo feliz no tanto. En primer término, Huxley conocía muy bien a Dickens y se refería con frecuencia a su canon literario. El nombre “Podsnap”, aunque no lo encontramos en Tiempos difíciles pertenece por supuesto a la obra posterior, Nuestro amigo mutuo, y ha sido definida como una ceguera voluntaria ante el lado desagradable de los hechos. El Podsnap de Dickens “tenía un método apropiado para deshacerse de todas aquellas ideas incómodas gracias a la conveniente expresión, “¡No quiero saber nada de esto, escojo no hablar sobre ello y tampoco lo admito!”” (174). Tales evasivas, propias de Podsnap son totalmente consistentes con el optimismo escurridizo de Un mundo feliz que insiste en que la vida debe vivirse “desde las entrañas” o si citamos a Orwell, “desde las entrañas de la ballena”*, y creo que esta actitud evasiva es a la que Huxley se refiere al aludir a la “técnica de Podsnap” en Un mundo feliz, aunque la función de su argumento era la de acelerar el proceso de maduración. Huxley probablemente alude indirectamente a la descripción de Dickens sobre Podsnap y al “florecimiento de su brazo derecho… erradicando todos los problemas del mundo” (OMF 174), cuando describe a Mond, el controlador del universo, “moviendo su mano como si se tratara de una batidora invisible de plumas” y estuviera, por consiguiente, dirigiendo un cosmos lleno de desagradables ideas históricas como las de Job, las catedrales, los pensamientos de Pascal y la Sinfonía (BNW 26, 27). En términos argumentales, Huxley bebe manifiestamente de Tiempos difíciles. Ambas novelas comienzan con tres capítulos satíricos sobre la educación utópica, y no es difícil pensar en Huxley y en cómo recordaba la escuela de Gradgrind a medida que componía su primer capítulo. Como en Dickens, la filosofía utópica dominante sobre la educación ocupa el primer plano: el director de la “Sala de incubación de Londres central” siempre se encargaba de guiar personalmente a sus nuevos estudiantes por los diversos departamentos:

*[N. del T.: aquí se lleva a cabo un juego de palabras, inapreciable en la traducción. En el original, se recurre a la expresión “from the womb” (desde las entrañas), mientras que Orwell haciendo un malabarismo irónico con las palabras transforma esta locución en “from inside the whale” (desde las entrañas de la ballena)].

“Sólo para que se hagan una idea general”, solía explicar… “Ya que, desde luego, debían tener alguna idea general si querían realizar inteligentemente su trabajo, pero no demasiado brillante, si buscaban ser, dentro de lo posible, unos miembros buenos y felices de la sociedad. Porque los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y a la dicha, mientras que las generalizaciones son intelectualmente males necesarios. Y no son los filósofos, sino los que se dedican a la marquetería y a la filatelia los que conforman la médula de la sociedad” [2].

Aquí, como en Tiempos difíciles, el narrador parece casarse con la causa utilitaria relativa a la mayor felicidad para el porcentaje mayor. Como en la escuela de Gradgrind, los hechos son lo que se busca, y no la curiosidad o el sentido de la admiración.

Asimismo, es arduo imaginar al Henry Foster de Huxley, si Bitzer no hubiera sido creado. Ambas figuras son organizadores consumados, ambos son sumisos servidores de sus respectivos sistemas utópicos. En Tiempos difíciles, Bitzer ofrece la deseada y utilitaria definición funcional de un caballo, corrigiendo por tanto la definición sentimental y emotiva que Sissy Jupe, o más bien, la niña número veinte, aporta:

“Cuadrúpedo, herbívoro, cuarenta dientes; a saber: veinticuatro molares, cuatro colmillos, doce incisivos. Muda el pelo durante la primavera en las regiones pantanosas y muda también los cascos. Tiene los cascos duros, pero es preciso calzarlos con herraduras. Se conoce su edad por ciertas señales en la boca”. Esto y mucho más dijo Bitzer [9].

La memoria prodigiosa de Bitzer para las estadísticas y otros hechos sólo la equipara Henry Foster, que también resulta estar presente en el adoctrinamiento educativo de los nuevos estudiantes en la Sala de incubación central y en el centro de acondicionamiento. Como Bitzer, a menudo es requerido para demostrar la actitud políticamente correcta o la estadística más ilustrativa:

“Señor Foster… ¿Puede decirnos cuál es la marca de un solo ovario?”, “Dieciséis mil en este centro”, contestó el señor Foster sin dudar. Hablaba muy deprisa… y es evidente que le producía un intenso placer el citar cifras. “Dieciséis mil doce en ciento ochenta y nueve grupos de mellizos idénticos… Singapur ha producido a menudo más de dieciséis mil quinientos, y Mombasa ha alcanzado realmente la marca de diecisiete mil… aun así, pretendemos superarlos si podemos. En estos momentos, estoy trabajando en un maravilloso ovario Delta menos, que sólo tiene dieciocho meses, y que aproximadamente ya ha generado doce mil setecientos niños, decantados o en embrión. Todavía podemos ganarlos” [5, 6].

Quizá el paralelismo más interesante entre los dos radique en su ceguera ante los imperativos morales que podrían considerarse como inconsistentes con los sistemas utilitarios que ambos defienden. En el caso de Bitzer, el capítulo ocho titulado “Filosófico” del libro tercero, es el más ilustrativo. Tras haber estado acechando y finalmente capturado a Tom el joven, el hijo díscolo de Gradgrind, Bitzer se niega a que la caridad humana interfiera en la estricta adherencia a la letra de la ley, y como respuesta a la esperanza de Gradgrind de que Bitzer se ablande ante su determinación de llevar a Tom ante la justicia por medio de un sentimiento de gratitud a su antiguo benefactor educativo, Bitzer revela su incapacidad para trascender el catecismo utilitario:

“Me maravilla, señor -contestó el antiguo alumno razonadamente-, que adopte una postura tan insostenible. Mi educación se pagó, fue un trato, y cuando la abandoné, el acuerdo finalizó”. El fundamento principal de la filosofía de Gradgrind era que todo debía pagarse. Nadie debía entregar jamás nada a nadie, ni prestar ayuda sin el pago correspondiente. La gratitud tenía que abolirse junto con las virtudes derivadas de la misma. Cada palmo de la existencia de la humanidad, desde el nacimiento hasta la muerte, era una transacción económica alrededor de un mostrador. Y si no alcanzábamos el cielo de dicha manera, entonces es que no era un lugar político ni económico y por tanto, no teníamos ningún negocio que hacer allí [212].

De este modo, Bitzer revela su inmersión total en la creencia de que el vínculo con el dinero gobierna todas las relaciones humanas, una cautividad que se torna más enérgica cuando responde a la súplica desesperada de Gradgrind, “¿Tienes corazón?” en los siguientes términos: “La circulación de la sangre, señor, sería imposible sin ese órgano: Nadie, señor, que conozca a Harvey podrá dudar de que tengo corazón” [303].

De modo paralelo, Henry Foster desvela poseer una adherencia fríamente doctrinaria al Utilitarismo extremo de su condicionamiento, ya que no sólo no traiciona sus escrúpulos a la hora de permitir la privación deliberada de oxígeno a un embrión Epsilon destinado a dar vida a un trabajador de baja categoría, sino que no dudaría en convertir a un embrión de esta clase en un monstruo sin ojos. Lo único que le impide hacerlo es que por el momento, no se ha encontrado ninguna utilidad a los monstruos sin ojos:

“Cuanto más baja sea la casta… más escaso debe ser el oxígeno. El primer órgano afectado es el cerebro. Después, el esqueleto. Con un setenta por ciento de oxígeno normal se obtienen enanos. Por debajo de esa cifra, monstruos sin ojos. Los cuales no sirven absolutamente para nada”, concluyó el señor Foster [10].

Ni Bitzer ni Foster estarían fuera de lugar en esa otra utopía totalmente irracional de la Alemania Nazi, cuyos campos de exterminación podrían fácilmente haber recurrido a la innovación utópica del Panóptico de Jeremy Bentham, que, después de todo, se concibió para ser el centro de las escuelas, los asilos, las fábricas y las prisiones decimonónicas.

Aparte de los paralelismos en la temática y la caracterización, podemos destacar las similitudes imaginativas y estilísticas. Por ejemplo, el color blanco se usa en ambas novelas para sugerir la esterilidad de los dos sistemas distópicos. Bitzer es retratado como un albino de aspecto enfermizo:

… el muchacho era de ojos y de pelo tan claro que las mismas radiaciones semejaban arrancarle el poco color que poseía. Sus fríos ojos apenas parecían tales, si no hubiera sido por las cortas pestañas que, contrastando con algo aún más pálido que ellas mismas, daban sentido a su forma. Su corto cabello podría haber sido una mera prolongación de las pecas arenosas de su frente y su rostro. Su piel adolecía de tonalidad natural de un modo tan poco saludable que si alguien le hubiera partido por la mitad, sólo habría sangrado blanco [9].

Esta palidez contrasta con la rica oscuridad asociada con Sissy Jupe, el principio vital de la novela, y la representante de la virtud utópica de la caridad en Dickens, que si se emula, conduciría a la utopía profetizada en la Biblia, el Reino de los cielos.

La primera imagen en la novela de Huxley es la del blanco mortecino, irónicamente el color dominante en la sala de fertilización:

La enorme sala… estaba orientada hacia el norte. Fría a pesar del verano más allá de los cristales y del calor tropical de la propia sala, una dura y fina luz brillaba a través de las ventanas… sin encontrar más que el cristal, el níquel, y la desoladora y refulgente porcelana de un laboratorio. El invierno respondía al invierno. Las batas de los trabajadores eran blancas y sus manos portaban guantes de goma, de un tono pálido como el de los cadáveres. La luz era gélida, muerta, fantasmal [1].

Probablemente, el patrón de imágenes más sobresaliente y común a ambas novelas, sea sin embargo, el geométrico. El tono se delimita prontamente en Tiempos difíciles, donde Dickens vincula magistralmente la imaginería geométrica y bíblica en un solo pasaje, ensalzando por tanto el efecto satírico: “el dedo cuadrado, moviéndose de aquí para allá, iluminó repentinamente a Bitzer…” (9). No sólo el dedo cuadrado señala a los estudiantes sentados en un plano inclinado, reforzando consecuentemente la imaginería de Euclides establecida en el primer capítulo, sino que también repite el libro profético de Daniel en el Antiguo Testamento en el primer y el último capítulo de la novela, respectivamente. El dedo cuadrado de Gradgrind que se mueve está figurativamente vinculado con las letras escritas en la pared por Daniel. El narrador advierte que si no se presta la debida atención a la facultad humana de la imaginación, “el corazón de la infancia se marchitará, la masculinidad física más robusta se extinguirá completamente y las cifras de la prosperidad nacional más evidente, serán escritas en las palabras sobre la pared” (313). De hecho, a partir de las cinco referencias a la palabra “cuadrado” en la primera página, pasando por las líneas subrayadas que enfatizan los intereses de Gradgrind, hasta las referencias explícitas a Euclides y a Cocker (un matemático y autor de geometría del siglo XVII de un texto que se utilizaba comúnmente incluso en la época de Dickens), queda claro que la línea recta y sus imágenes geométricas asociadas forman el polo distópico de la novela. Ambos extremos se ven enfrentados a la imaginería natural, especialmente la de las flores y los caballos (símbolos de la imaginación). De modo que Huxley, también recurre a la línea geométricamente recta como homóloga del espíritu lógico de Euclides, aunque despiadadamente inquebrantable sobre la teoría utópica, más gráficamente expuesta en la última parte del capítulo sexto de Un mundo feliz:

Diez minutos más tarde [Bernard, Lenina, y el guía] cruzaban la frontera que separaba la civilización de los salvajes. Subiendo y bajando por las colinas, atravesando los desiertos de cañones, sobre los riscos, las cumbres y las mesetas llanas, la valla continuaba ininterrumpidamente la línea recta, el símbolo geométrico del propósito humano y de su triunfo. Y a sus pies, aquí y allá, un mosaico de huesos blancos, una carcasa oscura todavía sin corromper sobre un suelo de color tostado señalaba el lugar donde un ciervo, un buey, un puma, un puerco espín o un coyote… se habían acercado demasiado a los letales alambres. “Nunca aprenden”, dijo el piloto de uniforme verde, indicando los esqueletos que había en el suelo por debajo de ellos… y rió, como si en cierto modo se hubiera apuntado un triunfo personal gracias a los animales electrocutados [86-87].

Evidentemente, tanto Dickens como Huxley se unen a la tradición crítica que sugiere que el respeto por la naturaleza y la teoría utópica raramente confluyen. En las dos novelas, las imágenes florales contrastan con las mecanicistas, enfatizando por tanto el conflicto entre el racionalismo y el humanismo. Las flores aluden a una mutilación figurada en el segundo capítulo de ambas novelas. Gradgrind ridiculiza a Sissy por querer empapelar una habitación con flores y la implora que no se imagine caminando sobre estas representaciones florales. En su lugar, la fantasía debe someterse ante los hechos, y al igual que uno de los teóricos locos de Swift en Laputa, esboza el nuevo concepto utópico del gusto:

Esperamos tener, no tardando mucho, un equipo de hechos, compuesto de comisarios que forzarán a la gente a ser una gente de hechos, y nada más que hechos. Tendréis que descartar por completo la palabra fantasía, puesto que no tenéis nada que ver con ella. No poseeréis en ningún objeto utilitario u ornamental aquello que pueda contradecir a los hechos. En realidad, no camináis sobre las flores, y no se os permite caminar sobre las flores de las alfombras. No veréis cómo los pájaros y las mariposas foráneas vienen y se posan en vuestras vajillas. Nunca os encontraréis con cuadrúpedos que suben y bajan por las paredes y tampoco veréis a estos cuadrúpedos representados en las mismas. Debéis usar… para todos estos propósitos, las combinaciones y las modificaciones (en colores primarios) de las cifras matemáticas que son susceptibles de ser probadas y demostradas. Éste es el nuevo descubrimiento. Estos son los hechos. Esto es tener gusto [11].

Motivado por los mismos principios que los geómetras de Laputa, cuyos platos deben presentarse bajo la forma de rombos, triángulos y demás, Gradgrind ahora legisla las recién descubiertas pero eternas leyes del gusto para las nuevas disposiciones utópicas. En el segundo capítulo de Huxley, las flores o más bien, sus representaciones, son parte de la lección del condicionamiento operativo de Paulov que infaliblemente infundirán una aversión hacia el objeto real en los trabajadores futuros Delta que ahora están en las guarderías infantiles. El director despotrica, “se mantendrán apartados de… la botánica durante toda su vida” (16). Estas futuras tuercas humanas nunca serán improductivas en el proceso industrial a causa de una debilidad marcada por la fantasía.

Otro paralelismo revelador es la imaginería arquitectónica que, aunque no se limita a estas dos distopías (también se puede encontrar en El ingenuo de Voltaire y en Esa horrible fuerza de C. S. Lewis) enlaza el sistema racional con el arquetipo de Babel, presente en el Génesis. La primera imagen en Un mundo feliz es la de “un edificio gris y achaparrado de sólo treinta y cuatro plantas” (1). Asimismo, Dickens se refiere a las chimeneas de Coketown como a las “rivales Torres de Babel” (62). Al utilizar tal imagen, ambos autores están criticando el orgullo similar al de Nimrod (N. del T.: legendario monarca de Mesopotamia que mandó construir la Torre de Babel) en la autosuficiencia humana y la arrogancia de la ciencia y la tecnología, la actitud de Los nuevos Atlantes y la institución ficticia de La casa de Salomón de Francis Bacon, que habla del objeto de su institución como “el conocimiento de las causas y los movimientos secretos de las cosas, así como el crecimiento de los límites del Imperio humano hasta lograr la realización de todas las cosas posibles” (447). Y la propia residencia de Gradgrind, Stone Lodge (Casa de piedra), se describe en términos utópicos:

La casa de piedra era un rasgo de lo más normal en la faz del campo. Constituía dentro del paisaje un hecho intransigente cuyos ropajes no estaban ni atenuados ni difuminados. Una gran casa cuadrada, con un pesado pórtico que oscurecía las ventanas principales, igual que las tupidas cejas de su propietario sombreaban sus ojos. Era una construcción bien calculada, acabada, proporcionada y sólida. Seis ventanas a este lado de la puerta, seis en aquel; un total de doce en este ala, otras doce en la otra; veinticuatro ventanas que se veían compensadas por un número exacto en la parte posterior. Un prado, un jardín y una modesta avenida, todo dibujado en línea recta como un libro de cuentas botánico. El gas, la ventilación, el alcantarillado y las instalaciones del agua, todo de primerísima calidad. Los pies y las vigas de hierro, todos a prueba de fuego desde el sótano hasta el tejado; ascensores mecánicos para las sirvientas… todo aquello que el corazón pudiera desear [13].

Es complicado saber si Huxley se inspiró en Tiempos difíciles para la imagen más escalofriante y más anti-utópica, o si la extrajo de Los primeros hombres en la luna de Wells. No obstante, el uso brillante de la metonimia en Dickens para sugerir la completa deshumanización de las clases trabajadoras, señala el camino de los futuros críticos de las utopías. Rara vez, Dickens se refiere a ellos como a los trabajadores, sino que siempre son las “manos”:

una raza de hombres que habría gozado de un mayor favor con cierta gente, si la Providencia hubiera considerado oportuno concederles sólo manos, o, como las criaturas más inferiores de las orillas, sólo manos y estómagos… Un contraste especial, lo mismo que cualquiera de los hombres en el bosque de telares donde Stephen trabajaba, golpeando, aplastando y desgarrando las piezas del mecanismo en el que se afanaban… Tantos centenares de manos para esta fábrica, tantos centenares de caballos de vapor [52, 56].

Aunque Shakespeare hace algo similar con su mito del estómago en Coriolano, Dickens es el primero en implicar que la máquina de la utopía podría finalmente decantarse por un papel extremadamente reduccionista de los trabajadores humanos dentro de los dictados de la división del trabajo, tan espantosamente retratados en Los primeros hombres en la luna de Wells [1901].

Antes de considerar a Wells, tendríamos que destacar que Huxley debió recordar con toda seguridad la “moldura” imaginativa de Dickens sobre los operarios para encajar en la función económica de su sociedad, y aunque Huxley toma esta pista sin duda de la descripción de Henry Ford acerca de sus obreros con monos “hasta la cintura” en la cadena de montaje Dearborn, el pasaje de las “manos” es probablemente la principal fuente de Huxley para describir en el capítulo once la fábrica fordiana de faros eléctricos, donde los seres humanos son deliberadamente moldeados y deformados para ahorrar el tiempo y el espacio en una sátira sobre la demencia del Taylorismo: el gerente de los elementos humanos les muestra a Bernard y a John una fábrica taylorizada donde cada proceso lo lleva a cabo un solo trabajo o lo que es lo mismo, los detalles del proceso Bokanovsky:

Ochenta y tres Deltas braquicéfalos, negros y casi desprovistos de nariz, se hallaban trabajando en el estampado en frío. Las cincuenta y seis máquinas de torneado y de desechos de cuatro cabezales las manejaban cincuenta y seis Gammas aguileños, color del jengibre. Ciento siete Epsilon senegaleses acondicionados al calor estaban trabajando en la fundición. Treinta y tres Deltas hembra, de cabeza alargada, pelo color arenoso, pelvis estrecha, a quien les faltaban veinte milímetros para alcanzar el metro sesenta centímetros de estatura, estaban cortando tornillos. En la sala de montaje, dos equipos de enanos Gamma-Más estaban acoplando las dinamos. Los dos bancos de trabajo estaban uno enfrente del otro, mientras que entre ellos se arrastraba la cinta transportadora con su carga de piezas separadas; cuarenta y siete cabezas albinas se oponían a cuarenta y siete cabezas morenas. Cuarenta y siete narices chatas frente a cuarenta y siete narigudas; cuarenta y siete mentones retraídos frente a cuarenta y siete mentones prominentes… [130].

Sabemos que Huxley leyó Los primeros hombres en la luna, quizá la más swiftiana de las obras de Wells, especialmente por su emulación del tono irónico de Swift, durante la confrontación de Cavor con el Gran lunar, que sólo ocupa tres capítulos al final de la novela. Sin embargo, Huxley debió haber tenido estos capítulos en la cabeza cuando empezó a escribir Un mundo feliz, puesto que no hay duda de que Wells llevó un paso más allá las “manos” de Dickens, y que Huxley usó esta reflexión elaborada sobre el último resultado de la especialización de las especies. Aunque Huxley conocía y admiraba los trabajos de Maeterlinck sobre los insectos, es probable que la descripción sostenida de Wells sobre una hormiga alegórica, al igual que la sociedad dentro de la luna, proporcionara a Huxley el germen de su propio uso satírico y constante acerca de la imaginería de los insectos en Un mundo feliz para subrayar la tendencia esencialmente anti-humana del pensamiento social utópico. Huxley utiliza la idea de Wells del Estado mundial como un montón de hormigas gigantes bajo la fría soberanía del principio racional, encarnado en el controlador del mundo. El Gran lunar es un córtex cerebral gigante cuya comunicación con el científico de la tierra, Cavor, se asemeja mucho a la conversación de Gulliver con el rey de Brobdingnag, especialmente en lo relativo al horror de las predilecciones violentas de ambos hacia el homo sapiens. Cabe apreciar que el controlador del mundo en Huxley evidencia también el horror ante la capacidad del género humano hacia la violencia. Como el Gran lunar, Mond es uno de los pocos habitantes de utopía que tiene acceso a la información histórica, y como el Gran lunar que ha asesinado a Cavor para asegurarse de que la violencia humana no se exportará a su utopía, así también, los predecesores de Mond han erradicado despiadadamente la habilidad humana hacia la beligerancia, dominando las pasiones.

La utopía lunar de Wells se parece a Un mundo feliz en varios aspectos importantes, especialmente en su elite aristocrática, compuesta de tres clases principales: los administradores que son responsables de un contenido específico de la superficie lunar, los expertos que ejecutan operaciones especializadas como el artista orientado al fútbol, y el erudito, responsable de los fondos donde se almacena la información a falta de todos los libros. Por debajo de estos tres grupos aristocráticos están las clases operativas, similares en su función a las clases que se hallan por debajo de los Alfas y los Betas en Un mundo feliz. La sociedad lunar se describe por tanto como una “maquinaria mundial” (305) dentro de la cual cada ciudadano encaja como una unidad perfecta:

Aparte de su inteligencia controladora, estos subordinados viven de un modo tan inerte y estéril que parecen paraguas en un mostrador. Sólo existen para cumplir las órdenes que deben obedecer y las obligaciones que han de satisfacer. El grueso de estos insectos, sin embargo, que van de un lado para otro sobre las estructuras espirales… pertenece a la clase operativa. En realidad, algunos de ellos son manos robotizadas, y esto no es ninguna figura discursiva. El único tentáculo de la mano de la ternera lunar es reemplazado por un solo puñado enorme o varios pares de tres, cinco o siete dígitos para agarrar, elevar y guiar, siendo el resto de dedos nada más que unos apéndices subordinados a estas partes tan importantes. Algunos, que supongo que se encargan del mecanismo sonoro de las campanas, poseen unas orejas enormes como los conejos, justo detrás de los ojos; algunos, cuyo trabajo reside en las operaciones químicas delicadas proyectan un órgano olfativo inmenso, mientras que otros tienen pies planos adaptados para los pedales a causa de sus miembros anquilosados, y otros… los sopladores de cristal parecen fuelles pulmonares. Pero todos estos Selenitas están exquisitamente adaptados a la necesidad social encomendada. El trabajo excelente lo realizan unos trabajadores magníficos, mermados en sus capacidades físicas pero pulcros en su cometido [308, 309].

Huxley parece haber tomado la idea de los enanos serviles Gamma-Más de este pasaje. Con toda seguridad, la referencia de Huxley a los trabajadores químicos que han sido entrenados en la probeta del Estante 10 para tolerar el plomo, la soda caústica, el alquitrán y el cloro (13) debe mucho a la siguiente descripción de una forma de entrenamiento vocacional particularmente intensa dentro de la luna:

La gestación de estas diversas especies de operativos debe ser un proceso muy curioso e interesante… recientemente me encontré con un grupo de jóvenes Selenitas, confinados en jaulas de las que sólo sus miembros delanteros sobresalían, y que estaban siendo comprimidos para convertirlos en cuidadores de unas máquinas especiales. La “mano” extendida en este sistema altamente desarrollado de educación técnica se ve estimulada por medio de sustancias irritantes, así como alimentada por inyecciones, mientras que el resto del cuerpo se muere de hambre… Ya sé que es bastante ilógico, pero tales vislumbres de los métodos educativos de estos seres me han afectado profundamente. Sin embargo, espero que desaparezcan y que pueda apreciar algún otro aspecto de este orden social maravilloso. Esa mano de estampa tan lamentable, protuberante entre los barrotes, parecía rogar por las posibilidades perdidas. Su imagen aún me acosa, aunque por supuesto, a la larga es un procedimiento realmente mucho más humano que nuestro método en la tierra de dejar que los niños se hagan adultos para después hacer máquinas con ellos [310, 311].

En este punto, nos acordamos también del planeta cohete embriónico de Huxley que “aprende a asociar la confusión con el bienestar” (13) para poder desempeñar mejor las reparaciones del espacio exterior. Huxley no deja sin embargo que la crítica irónica se escape como sí lo hace Wells en la última oración del pasaje arriba citado.

Aunque un filósofo glorioso como Gradgrind a menudo encarna la figura cómica de Bergson que insiste en la incrustación de lo mecánico sobre lo vital, el lector debe esperar a que Wells aplique literalmente la expresión metonímica de Dickens (los operarios como manos literales) en Tiempos difíciles. Es probable que Wells tuviera el tropo de Dickens en mente conforme describía a los vigilantes de las futuras máquinas mencionadas más arriba en Los primeros hombres en la luna y que los dos primeros capítulos de Un mundo feliz imitaran el modelo de escuela de Tiempos difíciles con Bitzer y Foster como guías y partidarios de sus instituciones educativas modélicas respectivas. El nuevo concepto común de la cosificación o de la morfología mecánica encontró una de sus primeras expresiones en Tiempos difíciles, y tanto Wells como Huxley plasmaron en sus distopías la incrustación literal de lo mecánico sobre lo vivo.

Obras citadas

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Modificado por última vez el 8 de junio del año 2007; traducido el 20 de marzo de 2012