[*** = disponsible en inglés. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

En Grandes esperanzas, Charles Dickens retrata a los hombres y a las mujeres habitando en diferentes espacios sociales. A excepción de Estella, que viaja desde Satis House hasta Londres, todos los personajes femeninos de Dickens se ven confinados al hogar. Los hombres, por el contrario, tienen una existencia social de la que carecen sus homólogas femeninas. Pip, por ejemplo, se mueve constantemente entre el espacio privado de la casa y el espacio público del propio Londres. Joe Gargery, aunque a menudo se ve limitado a la forja, tiene una existencia social en la taberna local, “Los tres barqueros alegres”. A diferencia de Dickens, Elizabeth Barrett Browning no recluye a sus personajes femeninos en su morada en el poema novela Aurora Leigh. Aurora es una mujer que vive independientemente en Londres y cuyos escritos le permiten ganarse un espacio en el mundo público. Marian Erle es asimismo independiente y no se ve constreñida al espacio concreto del hogar. A pesar de la divergencia en estas descripciones sobre los espacios de los hombres y de las mujeres dentro del orden social, la noción de Barrett Browning sobre la condición femenina y la feminidad es más cercana que diferente a la de Dickens. Ahora vamos a explorar cómo en Dickens y en Barrett Browning, la mujer ideal es un repositorio moral, un ser cuya función es infundir espiritualidad a los hombres y protegerlos de los males del mundo social.

La historiografía reciente de las construcciones del género decimonónico se centra en las diferentes esferas en las que los hombres y las mujeres vivieron. Mary Shanley señala que “El marido y la esposa ocupaban esferas separadas, y que cada uno tenía funciones distintas pero complementarias que desempeñar. Además de procrear, la mujer de la clase media dirigía, mientras la mujer de la clase trabajadora ejecutaba, el trabajo implicado en el mantenimiento de la casa, como era el cuidado de los niños, la costura, la cocina y la limpieza. Los hombres ganaban el dinero para comprar los bienes necesarios y debatían sobre las cuestiones de interés público” (5). La historiadora Catherine Hall ha observado que las mujeres de la esfera doméstica hacían algo más que simplemente coser, cocinar y limpiar. Funcionaban como guías morales y religiosas para sus cónyuges. La “división entre los mundos masculinos y femeninos poseía una connotación religiosa, puesto que el mercado se consideraba como peligrosamente amoral. Los hombres que operaban en susodicho campo sólo podían redimirse por medio del contacto constante con el entorno moral del hogar, donde las mujeres actuaban como portadoras de la pureza de los valores, para así contrarrestar las tendencias destructivas del mercado” (74). Esta construcción que emplazó firmemente a las mujeres en su residencia familiar y a los hombres en el mercado, se desarrolló en el seno de las clases medias. Las familias de clase baja que dependían de dos ingresos para su subsistencia no podían ajustarse de ningún modo a esta estructura. Hall argumenta que, mientras las familias de la clase obrera no podían desenvolverse de acuerdo con el modelo de familia de la clase media, aceptaron muchas de las ideas del ámbito doméstico de ésta. La noción de que el hogar constituía un centro moral y un lugar confortable para el marido fue concretamente popular entre las familias de la clase trabajadora (81).

Como Michael Slater ilustra, Dickens suscribió esta ideología burguesa sobre la feminidad y la domesticidad. Al igual que la mayoría de los victorianos, imaginó que los hombres y las mujeres tenían unas naturalezas diferentes pero complementarias. El enclave en el que estas dos esencias concurrían de un modo más “natural” era por supuesto, el hogar burgués. “Esta idea de la feminidad virtuosa como un rasgo inherente, dado por el poder divino para elevar, regenerar y redimir, siempre omnipresente en la escritura de Dickens, está inextricablemente ligado a la célebre idealización del ámbito doméstico. Siempre es por medio de las relaciones personales, especialmente las que ocurren en la agrupación familiar, en las que la mujer, tanto para Dickens como para la generalidad de los victorianos, daba rienda suelta a todo su potencial moral y espiritual” (Slater 309). Grandes esperanzas carece llamativamente de figuras femeninas que encajen en este ideal femenino. El único caso en la novela que más se ajusta a este prototipo es Biddy. La mayoría de los otros personajes son horriblemente incapaces de desempeñar las obligaciones que la cultura victoriana prescribe para ellas. Por ejemplo, Miss Havisham educa a Estella como a una despiadada mujer fatal, más que como a un virtuoso y modesto “ángel de la casa”. Como veremos, el conflicto en la novela emerge cuando sus personajes no se amoldan a esta construcción victoriana del género.

La primera mujer que Pip describe en la novela es a su madre fallecida. Debido a que nunca ha visto a sus padres, ni a nadie que se les parezca, imagina a su madre como “pecosa y enferma” (35). La novela comienza así con una imagen negativa de su progenitora, de modo que desde un principio las madres ausentes y las madres sustitutas que presentan deficiencias son esenciales para la narración. El siguiente personaje femenino que Pip introduce es su madre/hermana sustitutiva, Mrs. Joe Gargery. Describe a su hermana como alguien duro y distante, completamente ajeno a la amorosa madre de las fantasías victorianas. “Era alta y huesuda, y casi siempre llevaba un mandil poco refinado, atado sobre su figura por detrás mediante dos aros, junto con un pequeño babero impregnable por delante que estaba repleto de alfileres y agujas” (40). Mrs. Joe es claramente el opuesto de la mujer ideal victoriana. Pip la retrata más como un monstruo que como una mujer. U.C. Knoepflmacher destaca una escena humorística del cuarto capítulo que ilustra la falta de identidad femenina en Mrs. Joe. Después de que el señor Wopsle afirme que “Lo detestable en un cerdo, es aún más detestable en un muchacho”, el señor Hubble añade, “O en una muchacha”. El señor Wopsle responde entonces: “Por supuesto, o en una muchacha, señor Hubble”, asintió el señor Wopsle más bien irritado, “pero no hay ninguna muchacha presente” (58). El señor Wopsle presenta entonces a la familia de los Gargery y su comportamiento al margen de cualquier tipo de influencia femenina (Knoepflmacher 78-79).

Dado que la señora Joe es la antítesis del ideal femenino, Pip debe buscar en otra parte el alimento maternal, que no encuentra en ninguna otra mujer, sino en su cuñado, Joe Gargery. A lo largo de la novela, Dickens presenta a Joe como una figura maternal en la vida de Pip. Al igual que la mujer ideal dentro de la cultura victoriana, Joe abandona su propio bienestar y comodidad, antes que perturbar el entorno familiar. Joe ha asimilado los maltratos que su padre infligía a su madre hasta tal punto que se niega a devolver los golpes que la señora Joe le da a él y a Pip con la vara de madera llamada “Tickler”.

Veo tan claro en mi pobre madre el reflejo de una mujer que ha trabajado como un esclavo hasta agotarse, que se ha desgarrado en ello su corazón honesto y que nunca ha conocido la paz en sus días mortales, que tengo pánico de descarrilarme y hacer el mismo mal a una mujer, y preferiría que ambos tomáramos el camino equivocado, aunque esto me perjudicara a mí mismo. Desearía ser sólo yo el expulsado, Pip, desearía que no hubiera vara de madera para ti, viejo amigo, desearía que toda ella recayera sobre mí [80].

El retrato de Dickens sobre Joe es como el de la humilde madre que sacrifica su propia comodidad por sus hijos. Joe vuelve a asumir su papel como madre sustituta hacia el final de la novela, cuando Pip se está recuperando de su enfermedad. Pip asevera que él “fue como un niño en las manos de Joe” y que éste, “hizo todo por mí, excepto el trabajo de la casa, para el cual contrató a una mujer muy decente” (476). Aunque el papel de Joe como madre se detiene a la hora de cumplir con las tareas de la casa estrictamente femeninas, sigue funcionando como una figura maternal en los cuidados hacia Pip.

¿Cuáles son entonces las consecuencias de esta inversión de los papeles de género? Ciertamente, Dickens no defendería una organización como la de los Gargery, en la que la mujer se caracteriza por su masculinidad y el hombre por su feminidad. Para Dickens, el único resultado posible en una situación en la que los papeles de género se ven confundidos es la violencia y el desorden. Pip es la víctima de esta convulsión del género. El crecimiento en la familia Gargery, como sostiene Carol Siegel, conduce a Pip a asimilar la creencia de que “es normal en el matrimonio o pegar o que te peguen” (7). Siegel caracteriza a Pip como un masoquista, como aquel que ha interiorizado los golpes de su hermana hasta tal grado que llega a identificar el amor femenino con la violencia y el dolor. Así, cuando se trata de escoger un objeto sexual, Pip elige a la desalmada Estella antes que a la compasiva y amorosa Biddy. Aunque Pip reconoce que Biddy es claramente el objeto de deseo más apropiado de entre las dos, su anhelo por el dolor desborda su sentido de la razón. Llega a darse cuenta, cuando camina con Biddy por los páramos, que “Biddy nunca insultaba, no era caprichosa, ni que hoy era una Biddy y mañana otro ser diferente. Sólo habría sufrido ante mi dolor y no le habría sido placentero el hacerme daño; ella preferiría dañar su propio corazón antes que el mío” (157-158). Pero a pesar de este reconocimiento, las tendencias masoquistas de Pip desembocan en una sobrevaloración de Estella y en la esperanza de que “quizá después de todo, Miss Havisham me hará rico cuando mi tiempo se agote” (160).

La solución de Dickens ante el problema de las mujeres que no se comportan en consonancia con la construcción victoriana del género implica con frecuencia una domesticación violenta de las mismas: la señora Joe llega a ser sumisa mediante el maltrato de Orlick, el señor Jaggers domestica a Molly, y Bentley Drummle golpea a su esposa Estella. Cualquier desviación de las normas del género por parte de las mujeres de Grandes esperanzas es recibida con la violencia. Es interesante destacar que todas las mujeres, independientemente de su educación de clase, son forzadas a someterse a la construcción burguesa del género en Dickens. Por ende, Dickens, como numerosos victorianos, respaldaba la definición del género de la clase media como un ideal que las clases altas y bajas debían emular. Esta mujer ejemplar, es por consiguiente aquella firmemente enraizada en el hogar que subordina su propio ser a favor de su esposo y de sus hijos.

Los debates relacionados de esta novela (en inglès)


Modificado por última vez en 1996; traducido el 20 de marzo de 2012