[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
l Libro de oración fue el libro esencial de la nación inglesa no sólo en los ritos de culto sino en el trabajo y en la diversión. Se basaba en la Biblia y su propósito era mostrar a la nación cómo poner en práctica diariamente las enseñanzas de la Biblia. Este segundo libro estaba tan atrincherado en la psique de la nación, tan profundamente arraigado en su modo de vida, que nadie podía recordar la vida sin él. En cualquier lugar de culto público en el que se entrara, fuera diocesano o parroquiano — se encontraban los dos libros. La Biblia en el atril y el Libro de oración en el banco.
Victorianos eminentes, incluidos muchos de los más poderosos e influyentes, aceptaban sin cuestionarlo que estaban limitados por las enseñanzas bíblicas. Es más, numerosos consideraban que ellos mismos tenían un vínculo especial con los profetas del Antiguo Testamento. Un viaje por los antiguos pueblos victorianos de las zonas industriales de las Midlands y del norte revelaban capillas de Betel y Silo, tabernáculos, asistidos y fundados por Noah Smiths Elijah Hardacres y Malachi Higginbothams, nuevos ricos con una perspectiva bíblica y una muestra viva de la fe en Dios y en Sus profetas.
A mediados del siglo XIX, hacía prácticamente 200 años que El libro de oración no se había modificado. Se había reimprimido con el acceso al trono de cada monarca y era aceptado por la Iglesia alta, la Iglesia baja, la Anglo-católica o Wesleyana, incluso por los evangélicos de los siglos XVIII y XIX que estaban dispuestos a reconocer que «La Biblia primero, el Libro de oración segundo, y el resto de los libros y acciones subordinados a ambos» (Horton Davies. Adoración y teología en Inglaterra. Vol. III). John Angell James, ministro durante casi los primeros 50 años del siglo XIX en la misma capilla en Birmingham, ciudad construida por la religión no-conformista, no podía imaginar la vida sin el Libro de oración.
Incluso ahora, leer El prefacio o «De las ceremonias, por qué algunas deberían abolirse y algunas conservarse» es leer el lenguaje magnífico y verdadero que resuena a través de los siglos. Hechiza de un modo no menos sublime que una pintura maravillosa o una partitura. A lo largo de sus páginas, el Libro de oración fija la conducta de las celebraciones diarias para los nacimientos, matrimonios y defunciones, visitas a los enfermos, rezos individuales, famosamente conocidos o «conocidos sólo por Dios», plegarias de agradecimiento y de arrepentimiento, oraciones guía y de ayuda, para triunfar y para enfrentar las tragedias. El Libro de oración guiaba cualquier cuestión espiritual, pública o privada. Los días y los eventos especiales, incluidos los asuntos laicos, se señalaban con oraciones o celebraciones particulares que eran dirigidas por clérigos pertenecientes a los rangos distinguidos, desde el sacerdote y el vicario hasta el deán y el obispo.
Las llamadas «lecciones», lecturas selectas, se leían cada día del año según lo dispuesto en El calendario junto con la Tabla de lecciones. Al igual que el oficio vespertino, el matutino contenía dos lecciones, cada una perteneciente al Antiguo y al Nuevo Testamento. El calendario también enumeraba los días santos o sagrados y se acompañaba de una lección correspondiente apropiada para los días sagrados. Los domingos tenían una lista separada.
Una impresión evidente de la vida de la gente se hacía visible en «Un catecismo: instrucción que toda persona debe aprender antes de ser confirmado por el obispo». El catecismo tenía la forma de preguntas y respuestas, incluidas las siguientes:
Pregunta: ¿Qué estudias principalmente mediante estos mandamientos?
Respuesta: Aprendo dos cosas, mi deber hacia Dios y mi deber hacia mi vecino.
La respuesta contiene la misma esencia de las actitudes sociales inglesas.
Los Treinta y nueve artículos
El capítulo final del Libro de oración, anterior a «Himnos antiguos y modernos» constituye en efecto el contrato vinculante entre la Iglesia y el Estado. En 1837, sería precedido por la Declaración de su Majestad que trazaba la importancia y la autoridad general de los artículos religiosos que establecían el modo de proceder. Eran treinta y nueve en total y se conocen desde entonces como los Treinta y nueve artículos (Thirty-nine Articles).
Estos artículos religiosos, que vinculaban a todos los celebrantes de los oficios públicos dentro del reino, se renovaban con cada nuevo monarca. El último Libro de oración que no se alteró apareció en 1910, y la firma del secretario de Estado responsable ante la Corona de su publicación es la de Winston S. Churchill.
El artículo 35 se titula, como si una autoridad divina lo sancionara, «De las homilías»: «Una doctrina piadosa y beneficiosa» . . . «Que los ministros deben leer en las iglesias diligente y claramente para que la gente pueda comprenderlos». En total hay 21 homilías pero sólo se entiende que los números del 12 a la 16 tienen una naturaleza religiosa verdadera, mientras que las homilías 7 a 10 conciernen a la teología anglicana. Las otras diez homilías son axiomáticas en el comportamiento, tanto personal o privado como público según la Iglesia de Inglaterra.
El artículo 37 asegura que no existe ningún error en cuanto a la autoridad establecida en el Libro de oración a la hora de cumplir las normas: este artículo traslada la autoridad a los magistrados civiles, cuyo rango más bajo, los jueces de paz locales, conservaban y todavía conservan poderes locales inmensos. Éstos, por supuesto, asistían a la iglesia por lo menos una vez cada domingo.
Modificado por última vez el 3 de octubre de 2002; traducido 11 de noviembre de 2010