[Nota a Rossetti and His Circle Por Max Beerbohm. Traducción de Martin Glikson revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Deseoso de evitar cualquier ocasión de ofender, espero que este libro no sea tomado como un desaire a hombres del momento. A lo largo del último cuarto de siglo, he proclamado en lápiz mi interés por tales hombres, y el único defecto que he encontrado en ellos es que (aún siendo tan numerosos como son) no son lo suficientemente numerosos como para satisfacer mi interés en la humanidad. Me bastarían de estar correctamente interesado en la metafísica, el mobiliario, las bellezas de la Naturaleza, los últimos descubrimientos científicos, el camino más corto a Utopía, etc. No estoy de acuerdo en que el estudio propio de la humanidad sea el Hombre. Sí confieso que el estudio que me ha resultado más agradable es el del Hombre — tan agradable que los especimenes actuales siempre han estimulado mi interés por otros. La falta de imaginación me niega el placer de contemplar largamente al gran Jones que ha de dejar tan profunda impronta a finales del siglo veinte, o al aún mayor Robinson, que dominará tremendamente, para bien o para mal, el treinta. Es al Pasado al que siempre he tenido que recurrir desde el Presente. Hace años hubo un libro de título The Poet’s Corner, en el que registré algunas de mis aventuras al Pasado. Pero en aquel libro había una extraña mezcla del (entonces) Presente. En este último volumen no hay nada que no fuera el Pasado cuando yo era niño. De ahí el tono de disculpa (pero no, espero, abyecto) de estas palabras preliminares.

Acaso debería también disculparme por haberme confinado aquí a una pequeña fracción del Pasado. En The Poet’s Corner me extendí tan atrás hasta Homero. Aquí apenas muestro a Rossetti antes de que cambiase la ropa de bebé por los pantalones cortos. Quizás ustedes no hayan oído hablar de Rossetti. En ese caso, debo disculparme con más énfasis aún. Pero aún ustedes, por más infatuados que estén con el orgullo de la juventud, habrán oído hablar de la era victoriana. Rossetti pertenecía a ella, aunque de hecho nació nueve años antes de su comienzo, y murió de ella diecinueve años antes de que acabase. Para él, las décadas de 1850 y 60 carecían por completo de romance. Para mí, lo confieso, son muy románticas, en parte porque yo no vivía entonces, y en parte porque Rossetti sí.

Byron, Disraeli y Rossetti — estos son para mí los tres hombres más interesantes que Inglaterra dio en el siglo XIX. Inglaterra dio hombres mucho mayores que estos. Shelley, por ejemplo, fue mucho mejor poeta que Byron. Pero no era en sí mismo interesante: era tan solo un perspicuo excéntrico. Para ser interesante, un hombre debe ser complejo y elusivo. Y tengo la impresión de que es también de gran ayuda haber nacido en el tiempo y lugar equivocados. Disraeli, como gran visir de un sultán, en una era remota, no habría resultado tan notable. Tampoco Rossetti en el quattrocento, a orillas del Arno. Pero en Londres, en la cúspide de una profunda, engreída, densa, suntuosa y sosa complacencia industrial, Rossetti brilló, para los hombres y mujeres que lo conocieron, con la ambigua luz de una roja antorcha en medio de la espesa niebla. Y así sigue brillando para mí.

No parece que los hombres y mujeres que lo conocieran bien hayan sido muchos. Pero los hombres compensaron su escasez con su considerable genio y las mujeres con su considerable belleza. Rossetti había inventado un tipo de belleza; de otro modo, quizás no consideraríamos bellas a aquellas damas. Y ciertamente el genio de los hombres más jóvenes no se habría expresado como lo hizo de no ser por él. Holman Hunt, Millais, Swinburne y Morris se cuentan entre aquellos cuya obra temprana llevó su estampa. La obra de Burne-Jones la llevó siempre. Incluso la de Whistler la mostró por un tiempo. A estos hombres, junto al goteo de otras personas notables, mayores o más jóvenes, que en un momento dado entraron o de algún modo afectaron el Círculo mágico, los encontrarán en las páginas de este libro. ¿Un libro un tanto procaz? Bueno, on se moque de ce qu'on aime. Y, además, no faltan los antídotos. Pueden dirigirse a la biografía de Rossetti escrita por su hermano William, una obra concienzuda, repleta de datos perfectamente ordenados, y de tono muy agradable. La autobiografía de Holman Hunt es una obra sutilmente sólida y (entre líneas) encantadora. El libro del profesor Mackail sobre Morris es una obra de arte penetrante. Tampoco pueden un marido y sus amigos ser retratados más viva y hermosamente que como Burne-Jones y sus amigos fueron retratados por su viuda. Y ya saben: si, aunque serios, se encuentren apresurados, siempre quedará el Diccionario biográfico nacional.

Debo advertirlos, antes de separarnos, de que ninguna de las semblanzas que aquí les presento debe ser tomada como perfectamente auténtica. Rossetti “jamás condescendió a mi mirar” [“to my gaze was ne'er vouchsafedr”]. Tampoco posé mi mirada sobre Coventry Patmore o Ford Madox Brown o John Ruskin o Robert Browning. Ni tampoco vi a los otros hasta que ya había pasado mucho tiempo desde la época en la que conocieron a Rossetti. Viejos dibujos y pinturas, fotografías tempranas y los relatos de testigos directos no han sido, sin embargo, mis únicas ayudas. He tenido otra ayuda, más segura, de la clase más peculiar imaginable. Y algún día les hablaré de ella, si les interesa escucharme.

M. B. Rapallo, 1922.

Referencias

Max Beerbohm, Rossetti and His Circle, Londres: William Heinemann, 1922, v-vii. [Versión web y comentario por GPL.]


Last modified 18 mayo 2006; traducido diciembre 2009