[Traducido por Terri Ochiagha Plaza y revisado por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces por George P. Landow..]
La siguiente crítica de Thomas Hughes en contra de los efectos de la época ferroviaria — "estos días veloces" — sobre las actividades de los estudiantes durante las vacaciones universitarias aparece más o menos fuera de lugar en Tom Brown's Schooldays, su novela sobre el efecto de Thomas Arnold, el director y reformador de Rugby, en la vida y carácter de un chico. Este fragmento se divide en dos secciones, la primera un catálogo de las actividades de un estudiante fuera de Inglaterra, y el segundo es una crítica de la forma en la que la velocidad de la vida moderna a llevado a la pérdida de la herencia cultural de todo chico y hombre Británico.
¡O joven Inglaterra, joven Inglaterra! Vosotros que habéis nacido en estos tiempos veloces ferroviarios, cuando hay una Gran Exhibición o alguna vista monstruosa cada año y que podéis recorrer un par de miles e millas por tres libras y diez en unas vacaciones de cinco semanas, ¿Porqué no sabéis más de vuestros propios lugares de nacimiento? Todos os vais a los confines del mundo, me parece, en cuanto os sacáis la cabeza de vuestros cuellos académicos, para las mini-vacaciones de verano, vacaciones largas y demás — yendo a Irlanda, con ticket de vuelta, en dos semanas; dejando vuestras copias de Tennyson en la cima de montañas Suizas; o bajando por el Danubio en barcos de carreras de Oxford. Y cuando por fin llegáis a casa para pasar un par de semanas, bajáis el ritmo, y os tumbáis sobre vuestras espaldas en el jardín paterno, rodeados de la última colección de libros de la biblioteca de Mudie, muertos de aburrimiento. ¡ Bueno, bueno! Sé que tiene su lado bueno. Chapurreáis el francés, y quizás algo de alemán; habéis conocido hombres y ciudades, sin lugar a dudas, y tenéis vuestras opiniones sobre escuelas de pintura, arte elevado, y todo eso; habéis visto los cuadros de Dresden y el Louvre, y el sabor del krout amargo. Todo lo que os digo, es que no conocéis vuestros propios campos y caminos. Aunque estéis hasta arriba de ciencia, ni uno de veinte de vosotros sabe donde encontrar la acedera, o el bee-orchis, que crecen en el pró ximo bosque, o en la colina dentro de tres millas, ni la utilidad de la judía de ciénaga y word-sage. Y en cuanto a las leyendas de los pueblos, las historias de las granjas, el lugar en el último escaramuza se luchó en las guerras civiles, donde se erigían los cabos de las parroquias, donde el último salteador de caminos se veía acorralado, donde el último fantasma fue vencido por el párroco, todo esto se ha pasado de moda.
Al contrario que el resto de la novela, este párrafo está lleno de alusiones a la vida contemporánea, la mayor parte de la que a Hughes le disgusta. Para empezar, Hughes se dirige a sus jó venes lectores — futuros y presentes estudiantes de Oxford y Cambridge, se supone, puesto que los estudiantes de secundaria no solían irse por Europa solos — como a "¡O joven Inglaterra, joven Inglaterra!", y esta parte es muy iró nica, porque Hughes, el reformador liberal que simpatizaba con los Cartistas y defendía uniones, se dirige a sus lectores con el mismo nombre del grupo de los Tories al que pertenecía un jó ven Disraeli. Empieza por atacar aquellas cosas que los Victorianos encontraban tan amenazantes: los efectos del transporte rápido, la velocidad de la vida y la pérdida de los antiguos ritmos basados en la agricultura, un mayor número de libros, y sobre todo la internacionalización y la pérdida del supuesto aislamiento cultural inglés. Todas estas cosas, cree Hughes, son las culpables de que sus jó venes lectores, los futuros líderes de Inglaterra, pierdan contacto con los paisajes de Inglaterra y el conocimiento de la historia que tuvo lugar en ellos.
Por supuesto, como toda nostalgia, Hughes lamenta la pérdida de un pasado que jamás existió . Es cierto que unos pocos estudiantes serios de Oxbridge, particularmente aquellos como Matthew Arnold y Arthur Hugh Clough, intentaban prepararse para los cortos pero intensos trimestres en Oxford y Cambridge ( estas universidades tenían tres trimestres cortos durante los cuales los alumnos tenían que entregar dos ensayos al día, para hacer un trabajo competente que requería estudio durante las vacaciones, o "vacs", como se las conocía.) Pero durante la mayor parte del reino de Victoria, un buen número de estudiantes de estas prestigiosas universidades que no estaban preparándose para ser sacerdotes pasaban gran parte de su tiempo dentro y fuera de los trimestres bebiendo, jugando, y frecuentando a prostitutas.Muchos jó venes pró speros, que utilizaban la universidad como finishing school, se iban sin hacer los exámenes de último curso y por lo tanto sin títulos. Uno se pregunta también cuantos de los estudiantes serios, como por ejemplo Newman, Keble, Pusey y sus amigos devotos, tenían interés en "las leyendas de los pueblos, las historias de las granjas, el lugar en el último escaramuza se luchó en las guerras civiles, donde se erigían los cabos de las parroquias."
Exactamente, �cuáles eran las actividades con las que los estudiantes de la mitad de la época Victoriana perdían el tiempo?
- Atender la Gran Exhibición de 1851
- Ver alguna sensación popular ("alguna vista monstruosa")
- Explorar Irlanda, uno de los puntos clave de contención en la política Británica.
- Subir los Alpes
- Leer poesía contemporánea, como la de Tennyson
- Leer novelas contemporáneas, como las de Trollope y Eliot prestadas de la biblioteca de Mudie.
- Visitar los grandes museos de Francia y Alemania (Inglaterra aún no tenía museos, el movimiento llegó décadas más tarde.)
- Aprender a hablar un poco de alemán y francés ( con las lenguas muertas deberían tener bastante?
- Probar comida no-Inglesa
- Aprender algo de ciencia
Teniendo en cuenta que Tom Brown's Schooldays menciona de pasada que los graduados de Rugby salen hacia el Imperio, difundiendo lo que el hijo de Thomas Arnold, Matthew, iró nicamente llamaba dulzura y luz, lectores modernos se asombrarán, incluso se horrorizarán por la ignorancia voluntaria de culturas extranjeras y el conocimiento contemporáneo de muchos temas. Por supuesto, Hughes ruega a sus lectores que no se olviden de la historia local que cree que es la esencia del Englishness, un punto de vista que está en concordancia con el extendido nacionalismo Europeo del siglo diecinueve que buscaba unidad cultural en las raíces de la nación — en su folclore, mitos, historia, costumbre y arquitectura local. Tiene sentido pedir a la gente que aprenda algo de su país antes de aprender sobre otros.
La estrechez de miras problemática de Hughes deriva de lo que es su más fuerte y más débil punto como escritor sobre la educación secundaria — que su creencia que el propó sito de Rugby y de otros internados (y uno asume, todo tipo de educación) es básicamente para cultivar el carácter de los jóvenes. Claramente este es un buen propósito, pero Hughes, al que parecen interesarle más jó venes sanos sin intereses intelectuales, acaba abogando por un tipo de educación anti-intelectual — como si no hubiesen intereses intelectuales o estéticos que valiesen la pena. Este punto de vista educativo tan filistino (utilizando la terminología del antiguo alumno de Rugby Matthew Arnold) termina siendo doblemente iró nica, puesto que bajo la tutela de John Lucas Tupper, un escultor menor, poeta y amigo de los Pre-Raphaelitas, Rugby propició el estudio del arte entre los jó venes; y segundo, Hughes ayudó a fundar el Workingmen's College, que enseñaba una gran variedad de asignaturas, y ¡por una década fue su director!
Referencias
Hughes, Thomas. Tom Brown's Schooldays. Versión Electronica del Project Gutenberg producida por Gil Jaysmith y David Widger.
Last modified 28 June 2008; traducido 2009