[Traducción de Lora Grigorova revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
En diciembre de 1944, George Orwell, que todavía contribuía con su columna semanal en la revista socialista Tribune, empezó un articulo sobre las contradicciones de la naturaleza humana. Los londinenses, afirma, sienten nostalgia por las doodlebugs - o bombas zumbadoras – porque solían especificar el punto exacto en donde se caerían si se produjese un corto-circuito. En contrapartida, el nuevo V2, un auténtico cohete, no da aviso alguno.
A continuación aborda el tema de los victorianos para hablar de cómo la gente cambia, temando como punto de partida El diario de un cualquiera de George y Weedom Grossmith. Le habían dicho que el libro disfrutaba de gran popularidad en Rusia. ¿Tal vez porque la traducción se asemeja a Chekov? “Pero de cierta manera,” sigue, “es un buen libro si lo que se pretende es adquirir una noción de la vida inglesa, aunque haya sido escrito en la década de 1880 y que ese período haya tenido importantes implicaciones en la historia. Charles Pooter es un auténtico inglés, sea por su afectuosidad natural, como por su impenetrable estupidez.”
Orwell compara el libro con El Quijote de Cervantes. Tanto Pooter como el ingenioso hidalgo castellano son hombres nobles y aventureros, causantes de desastres para consigo mismos a causa de sus locuras. Pooter, además, está rodeado de “una tribu de Sancho Panzas”. Pero la gente cambia, aboga, y para demonstrarlo apunta a los finales de ambas obras. El Quijote termina de manera cruel. Pero la sociedad victoriana había cambiado y se exigía algo más ligero con un final positivo para Pooter.
Inglaterra, sigue argumentando, ha cambiado más todavía desde el tiempo de Pooter.
“Digas lo que digas, las cosas cambian de verdad. Hace algunos años, iba yo caminando por el puente de Hungerford en compañía de una señora de unos sesenta años. La marea había bajado y, mientras mirábamos al lecho de barro sucio, observó:”
“Cuando yo era pequeña, solíamos tirar monedas a las alondras del barro.”
“Eso me intrigó y le pregunté por el significado de la palabra ‘alondra de barro’. Me explicó que en aquél entonces, los mendigos profesionales, conocidos como alondras del barro, solían sentarse por debajo del puente a la espera de que la gente les tirase monedas. Las monedas se enterraban en el barro, y ellos se tiraban de cabeza para recuperarlas. Se consideraba un espectáculo de lo más entretenido.”
“¿Hoy en día, habrá alguien que se rebajase a ese nivel? ¿Cuanta gente se divertiría hoy al mirar?”
Bastante gente, imagino, disfrutaría con algo semejante, pero la sociedad no lo permite.
Referencias
Grossmith, George and Weedon. The Diary of a Nobody. London: Pinguin, 1999.
Orwell, George. The Collected Essays, Journalism and Letters, 4 vols. London: Penguin, 1984 (Vol 3 1943-45).
Modificado por última vez el 28 de junio 2008; traducido 30 de octobre de 2011