[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
os escritores alemanes ejercieron una fuerte influencia sobre Carlyle. Wilhelm Meister de Goethe le ayudó a descubrir sus capacidades como escritor, igual que el uso de la metáfora por parte de Schiller como medio revelador de la realidad espiritual influyó su estilo, y la teoría del tiempo y del espacio interior de Kant contribuyó en su concepción del mundo. Carlyle aprendió las ideas de Kant a partir del trabajo de Friedrich Leopold, Baron von Hardenberg, quien escribió con el seudónimo de Novalis. En “Novalis” (1829), Carlyle aprobó la idea del escritor alemán de que el tiempo y el espacio “son meras formas del ser espiritual del hombre, leyes bajo las cuales su naturaleza pensante se constituye como acto” (Ensayos, II, 25-26). Si el tiempo y el espacio son únicamente ideas, la historia en sí misma se convierte en el archivo de la voluntad divina. De este modo, si uno es virtuoso, no se ve restringido por el tiempo ni por el espacio, aproximándose al “Dios, la Libertad y la Inmortalidad” que Carlyle menciona en “La estatua de Hudson”.
Carlyle aplicó la idea de Novalis a los apuros de Inglaterra. La gente obsesionada con el capitalismo aceptó todos los factores que lo acompañaban. De esta guisa, el pueblo idolatró a Hudson, aun cuando fue un hombre corrupto cuyo interés principal en la vida fue él mismo y su riqueza. Carlyle argumenta que la gente no debería admirar a estos “milagros del ferrocarril”, dado que las distancias que la velocidad de los trenes acorta son algo mundano, limitado a la esfera terrenal. En vez de ello, los individuos deberían aspirar a la religión, puesto que ésta conducirá a franquear unas distancias temporales y espaciales muchos más espectaculares.
Aunque Carlyle rechazó el argumento de Novalis de que todos los males de la Ilustración manaban de la Reforma, estuvo de acuerdo con la explicación del místico del efecto destructivo del Racionalismo que culminó en el “odio hacia la Biblia, la creencia cristiana, y finalmente, la mismísima religión” (Obras, IV, 138-39). Carlyle, sin culpar directamente a la Iglesia, lamenta la falta de una guía religiosa efectiva en Inglaterra. Así, en 1832, registró en su cuaderno de notas “El gran púlpito es ahora la prensa; la verdadera Iglesia (como he dicho veinte veces recientemente) es el gremio de los autores” (Dos cuadernos de notas, 263). Mientras condenaba abiertamente la utilidad de la Iglesia, declaraba que existía una nueva fuente de guía moral, es decir, la literatura. Esta idea, como las otras hasta ahora debatidas, parece derivar de Novalis, puesto que en “La estatua de Hudson” atribuye a éste la noción del papel bíblico de la literatura: “El problema más elevado de la literatura”, dice Novalis, con toda justeza, “es la escritura de una Biblia”.
Modificado por última vez el 23 de octubre de 2002 ; traducido el 27 de noviembre de 2012