[*** = en inglès. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

os críticos contemporáneos consideraron que Shirley (1849) era inferior a Jane Eyre. En La revista de Edimburgo, G. H. Lewes se quejó de que la novela carecía de “toda unidad como consecuencia de un arte defectuoso” (159). Sin embargo, la crítica reciente ha descubierto en Shirley el tema significativo de la condición de Inglaterra así como un discurso claramente feminista. Patricia Ingham, por ejemplo, califica a Shirley de novela industrial que aborda con éxito tanto las cuestiones de género como las de clase durante la Revolución industrial en Inglaterra.

Shirley se publicó a finales de los “hambrientos años cuarenta”, una década de profunda inquietud social. En la novela, Charlotte Brontë plasmó no sólo algunas de las preocupaciones de Carlyle planteadas en “Signos de los tiempos” (texto en español) y en Cartismo junto con el malestar de Disraeli sobre la división en dos de la nación (anxiety about the two nation divide), sino que también las fusionó con la cuestión de la mujer (Woman Question). La novela presenta un argumento complejo: un relato poco romántico con comentarios sociales intercalados sobre la historia de los disturbios luditas (***Luddite riots) en el distrito de Yorkshire donde se fabricaban tejidos, y sobre la pugna por la independencia femenina con respecto al dominio masculino de la sociedad patriarcal. Al principio, el narrador asegura a sus lectores que no se encontrarán con una narrativa en el sentido de un romance convencional.

Si piensas a partir de este preludio que algo similar a un romance se está preparando para ti, lector, nunca te has equivocado tanto. ¿Anticipas sentimiento y poesía y ensoñación? ¿Esperas pasión, estímulo y melodrama? Calma tus expectativas, redúcelas a un nivel inferior. Algo real, frío y sólido yace ante ti, algo poco romántico como la mañana del lunes, cuando todos los que tienen trabajo, se despiertan con la conciencia de que deben levantarse y movilizarse para ello [5].

En otras palabras, Shirley, que difiere considerablemente de Jane Eyre, declara su afinidad con Sibil de Benjamin Disraeli y con Mary Barton y Norte y Sur (Mary Barton, North and South) de Elizabeth Gaskell. La novela contiene un discurso social explícito sobre la condición de Inglaterra dirigido a destacar la división de clase y género y sus posibles consecuencias sociales.

A comienzos de 1812, el Ludismo se extendió por Yorkshire, donde los agricultores, un reducido y altamente cualificado grupo de rematadores de tejidos, volcó su ira sobre una nueva máquina para trasquilar, al temer que ésta les dejara sin trabajo. Pronto, el parlamento aprobó la Ley contra la rotura de máquinas que convirtió al destrozo de estas estructuras en un delito capital. El siguiente pasaje, en el que Brontë demuestra tener un oído fino para el dialecto local, sugiere que el autor simpatiza con los trabajadores más preocupados por la pérdida del empleo. No quieren destruir las máquinas debido a la ignorancia, sino porque creen que los propietarios de las fábricas disminuirán constantemente el número de empleados gracias a la introducción de la maquinaria cuyo objetivo es la reducción del trabajo.

“No tengo mucha fe, yo, Moisés Barraclough”, dijo él, “y me gustaría hablarle sobre algo, señor Moore. Por mi parte, no me falta voluntad para estar aquí. Simplemente se trata de hacer un esfuerzo por enderezar las cosas, puesto que se han torcido severamente. Usted verá que nos encontramos en una situación de pobreza, de mucha pobreza: nuestras familias son pobres y están exhaustas. Estas máquinas nos han arrojado de nuestros trabajos, no tenemos nada qué hacer, no podemos ganar nada. ¿Qué podemos hacer? ¿Significa esto que tenemos que callarnos, quedarnos de brazos cruzados, y dejarnos morir? No, la punta de mi lengua carece de grandes palabras, señor Moore, pero siento que sería un principio vil para un hombre razonable morir de hambre como una estúpida criatura: no lo haría. No estoy a favor del derramamiento de sangre ni mataría a un hombre ni lo heriría. Y tampoco estoy a favor de derribar las fábricas y de romper las máquinas, puesto que, como usted dice, semejante proceder nunca detendrá la invención, pero hablaré, y generaré un estrépito tan fuerte como nunca lo hice. La invención puede ser algo completamente correcto, pero sé que no lo es para la gente pobre el morir de hambre. Aquéllos que nos gobiernan deben encontrar un modo de ayudarnos, y deben sacar nuevas ordenanzas. Usted dirá que esto es difícil de hacer: —entonces, pregonaremos muy alto la cobardía del parlamento y cómo los hombres han de ponerse a trabajar duro” [137].

Brontë no presenció los disturbios luditas, aunque escuchó algunos relatos de primera mano de su padre, que en ocasiones actuó en nombre de las autoridades durante los mismos. Como Carlyle y Gaskell, a Charlotte Brontë le interesa la difícil condición de los trabajadores industriales. Es consciente de que la revuelta en contra del desempleo provocada por la introducción de máquinas durante la fase temprana de la Revolución industrial podría conducir a mayores levantamientos sociales. Sin embargo, lo que Brontë finalmente ofrece es una solución simplificada para remediar el antagonismo entre los empresarios y los trabajadores. Su solución se basa en la cooperación y la coexistencia idealizada entre la benevolencia de los empresarios y la lealtad de los trabajadores. Como Patricia Ingham señala en la conclusión de su análisis sobre Shirley, “La novela habla para la clase trabajadora pero no termina de dejarles hablar por sí mismos”. Siguen siendo lo que Carlyle denominó en Cartismo (1839) “esa clase trabajadora inmensa y muda que no puede expresarse” (54).

La cuestión de la mujer, es decir, los aspectos concernientes al estatus legal de las mujeres y a sus funciones tanto en la esfera pública como en la privada, es paralelo a la cuestión de la condición de Inglaterra en la novela. El personaje epónimo, Shirley Keeldar, es una de las primeras heroínas independientes de la literatura inglesa, poseedora de una gran fuerza de voluntad, que anticipa la Nueva mujer del final de la era victoriana. El contraste de Shirley, Caroline Helstone, representa a la mujer victoriana convencional: es tímida, sumisa, con un carácter reprimido. Ambas mujeres luchan, cada una a su modo, por encontrar la felicidad y la autorrealización en la vida, pero el epílogo de la novela demuestra que las opciones disponibles para las mujeres eran muy limitadas. Ambas fracasan en su autorrealización al margen del matrimonio convencional.

Como Rosemarie Bodenheimer ha evidenciado, “el paternalismo es un supuesto central en la imaginación de las relaciones humanas para Charlotte Brontë” (37); Brontë propone el paternalismo en Shirley como una solución tanto para las disputas industriales como para la cuestión de la mujer. Parece que los escritores victorianos apoyaron el paternalismo como una alternativa a la gama de males sociales. El paternalismo victoriano fue una consecuencia de la doctrina del laissez-faire (***laissez-faire doctrine). Ofreció una posibilidad para la economía del mercado libre al definir la relación entre los empresarios y los empleados, basada en principios humanitarios. El paternalismo propagó la visión de una sociedad industrial como una enorme familia jerárquica con patronos benévolos y trabajadores dependientes que revivían la antigua vinculación entre maestro-siervo.

Referencias

Bodenheimer, Rosemarie. The Politics of Story in Victorian Social Fiction. Ítaca: Cornell University Press, 1991.

Brontë, Charlotte. Shirley. Oxford: Oxford University Press, 1998.

Edinburgh Review. Vol. XCL. Longman, Brown, Green, y Longmans, Londres; y Adam y Charles Black, Edimburgo, 1850.

Ingham, Patricia. The Language of Gender and Class: Transformation in the Victorian Novel. 1996.


C. Bronte

Modificado por última vez el 13 de febrero de 2010; ; traducido el 21 de noviembre de 2012