[Traducción de Viviane de Moraes Abrahão revisada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

a mayoría de las casas victorianas tenían tragaluces de vidrieras sobre la puerta principal y azulejos de cerámica alrededor del porche. En un día soleado, o si había un farol cerca, la pared de dentro se salpicaba de amarillos, rojos, azules y verdes. Si había un vestíbulo en la casa, la puerta interior podría también tener paneles de vidrieras o, por lo menos, paneles esmerilados con patrones, más comúnmente con flores y urnas.

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Dos Azulejos de William de Morgan: Rosa Tudor y Clavel]

Los azulejos tendían a ser más sombríos: con verdes y marrones, a menudo en bajo-relieve. El suelo del porche era por lo general de baldosas, también en padrones geométricos, mientras que las chimeneas estaban casi siempre rodeadas de baldosas coloridas y con patrones, por debajo de la repisa de la chimenea, donde la mujer de la casa mantenía sus preciados jarrones de cerámica, o un reloj.

Cuando niño yo creía que los tragaluces eran un poco deprimentes porque el mundo fuera me parecía muy oscuro. Me parecía erróneo tratar de hacer las cosas más brillantes de maneras tan pequeñas y lamentables. El mundo medieval, amparado por Ruskin y William Morris, era menos colorido que el nuestro, y no podemos ni imaginar el impacto del rosetón de una catedral en los hombres o mujeres que en alguna ocasión aislada de sus vidas paseaban por los sombríos pueblos o ciudades. ¿Qué significaban las vidrieras, me preguntaba, en una ciudad en que las paredes eran negras a causa de la suciedad y del humo, especialmente en una parte de la casa en que nadie vivía, y por la que simplemente se transitaba? ¿Prestigio? ¿Un anhelo de color en un mundo oscuro? ¿Por qué no hacer, quería saber yo, el mundo de fuera más colorido? Por supuesto con el tiempo resultó posible.

Pocas personas ahora, quizás, se acuerdan de cómo eran las ciudades industriales de Inglaterra, ennegrecidas por el humo. Las pinturas de Lowrie en Manchester, con sus chimeneas de fábricas, podrían representar docenas de ciudades del norte. Londres, apodada El Humo (The Smoke), era también una gran ciudad industrial por derecho propio. Hasta la lluvia, algunas veces, era negra, mientras que los tiznes podían caer de un cielo limpio si el viento soplaba a favor. Los grandes edificios públicos victorianos estaban inimaginablemente ennegrecidos. Durante reinado de la Reina Victoria la Catedral de San Pablo, construida en piedra pálida de las canteras frente al mar de Portland Bill, estaba tan negra como carbón.

Cuando la Inglaterra victoriana no se movía arrastrada por caballos, era conducida por carbón y vapor de agua. Fuera de las puertas principales de la mayoría de las casas había un pozo que daba paso a una carbonera. El carbonero llevaba, en su hombro distorsionado, un saco de cien libras que dejaba caer, boca abajo, directamente sobre el pozo de carbón con un solo movimiento del cuerpo.

Las calles laterales se iluminaban con gas, si iluminar no es una palabra demasiado fuerte para los débiles fuentes de luz alrededor de cada lámpara. Al atardecer, el encendedor de lámparas (sereno) corría de poste a poste llevando un palo largo con una llama y un gancho en la parte superior; el gancho abría la tapa, la llama encendía el mechero. Siniestro era también, en los adoquines junto a las fabricas victorianas de gas, en las húmedas noches de invierno con en el olor asfixiante a gas. Los gasómetros, donde el gas era almacenado, eran grandes cilindros de acero que se levantaban y hundían en los agujeros del suelo en cuanto se llenaban o vaciaban.

Por otro lado, muchos bares victorianos eran brillantes y resplandecientes y por eso, quizás, más acogedores. Parecían más brillantes a causa de sus grandes espejos, con grabados de nombres de cervezas, o ginebras, o whiskies, que cubrían las paredes, haciendo que las luces de gas se reflejasen, aunque el resplandor también disminuía en el transcurso de la noche a causa del humo de tabaco que teñía el techo, primero de amarillo y luego de marrón. Un penetrante olor a cerveza se filtraba hacia las calles. Al igual que el ruido: los bares victorianos eran ruidosos. La gente parecía cantar con más facilidad en aquel entonces (los silbidos del niño repartidor o de los comerciantes eran frecuentes) y muchos bares tenían pianos (o joannas como se las llamaba comúnmente).

Los bares eran pequeñas burbujas de luz en una ciudad oscura. Dickens comienza Casa Desolada (Bleak House) con una larga descripción de la niebla de Londres. Las siguientes generaciones la llamarían de smog (calina) — una mezcla fatal de niebla y humo también conocida como Especialidad de Londres o pea-souper (era un raro color amarillo y verde y casi tan opaco como la sopa de guisantes). Las muertes de más de un centenar de personas en la última gran calina llevo a la Ley del Aire Limpio de 1952, y al final no intencionado de los edificios ennegrecidos. La mayoría de las vidrieras también desaparecieron junto con los porches de azulejos y las chimeneas.


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Modificado 25 de septiembre de 2008; traducido 14 de enereo de 2010