[Traducción de Ana González-Rivas Fernández, revisada por Christopher Rollason. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
Leech, el famoso caricaturista de Punch, ( . . . ) fue un hombre del que, si bien es algo que no debería decirse de nadie, se podría decir que «nunca volverá a haber uno como él». «El caballero más sincero que he conocido en mi vida», fue lo que decían de él aquellos que lo conocían bien — siendo tales jueces de hombres algunos como Thackeray, Trollope, Frith, Du Maurier, Dean Hole y otros — , y no eran otras las palabras que mejor se adaptaban a los sentimientos que le profería el propio Millais. Hablar de él después de su muerte fue siempre algo doloroso para mi padre, aunque a veces, cuando pensaba en temas deportivos, podía hablar de manera entusiasta de aquellos días felices en los que cazaban o cabalgaban juntos, o se entretenían por el pueblo como jóvenes y alegres solteros predispuestos para cualquier diversión que pudieran encontrar.
Escuchen lo que Du Maurier dice de él en Harper’s Magazine: «Era la persona más buena y atractiva que jamás he conocido; no era en absoluto divertido en su conversación, ni tampoco deseaba serlo, excepto de vez en cuanto para alguna estupenda historia, que contaba a la perfección».
Socialmente, la clave de su carácter parecía ser la humildad, la gentileza de alta cuna, y una consideración por los demás que siempre mantuvo. Era la compañía más encantadora que se puede imaginar, había conocido personalmente a muchas e importantes celebridades, y le gustaba hablar de ellas; pero uno nunca podría imaginarse a partir de lo que vio o dijo que había hecho reír como nunca antes a una nación entera, masculina y femenina, amable y sencilla, joven y anciana, durante un cuarto de siglo.
Era alto, delgado, con gracia, muy bien parecido, del tipo irlandés más distinguido, con pelo, bigote y tez oscuros, y unos ojos de un color gris azulado muy claro; pero la expresión de su cara era habitualmente triste, incluso cuando sonreía. En su vestimenta, su comportamiento, sus maneras y su aspecto, era el tipo de caballero inglés bien educado, y un hombre de mundo y de la buena sociedad ( . . . ). Tanto Thackeray, como Sir John Millais — no malos jueces, y hombres con muchos amigos- dijeron que querían a John Leech más que a ningún otro hombre de los que habían conocido.
Esto, creo, resume bastante bien el carácter de un hombre cuyo nombre ( . . . .) figura tan frecuentemente y en un lugar tan destacado en la correspondencia de mi padre. Fue en 1851 cuando se conocieron por primera vez, y uno de los resultados de esta relación que surgió entre ellos entonces fue la conversación de Millais sobre la opinión de su amigo acerca de la caza del zorro como uno de los deportes más elegantes del mundo, tanto para el hombre, como para la bestia. Hasta el momento él había insistido en que, al contrario que cazar con escopeta o pescar, actividades ambas en las que ya era un experto, la caza del zorro era Ôun deporte bárbaro e incivilizado’, y como tal no quería tener nada que ver con él. Pero Leech no lo escucharía [I, 261-62].
Referencias
Millais, John Guile. The Life and Letters of John Everett Millais, President of the Royal Academy. 2 vols. New York: Frederick A. Stokes, 1899.