[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

En John Brown, el abolicionista, David S. Reynolds señ ala que «Normalmente el Puritanismo no figura en las historias de la Guerra civil. Una visión ampliamente sostenida es que el Puritanismo, lejos de despertar emociones bélicas, hacia el siglo XIX se suavizó hasta convertirse en una fe benigna en la promesa milenaria de América. Supuestamente, reforzó los valores culturales dominantes, fomentando el consenso y la conformidad». De hecho, Reynolds demuestra que lo opuesto fue lo que ocurrió, dado que para muchos pertenecientes a ambos bandos «durante la era de la Guerra civil . . . el Puritanismo significó un individualismo radical y una agitación social subversiva. En 1863, el congresista demócrata Samuel Cox culpó, como no podía ser de otro modo, a la Guerra civil de los movimientos reformistas perturbadores de Nueva Inglaterra que según decía estaban enraizados en el Puritanismo. Insistió en que el Abolicionismo fanático provocó la guerra y, según él, «La abolición es el vástago del Puritanismo» (16), palabras con las que muchos abolicionistas estuvieron de acuerdo:

Los norteñ os, como los sureñ os, asociaron estos movimientos con el Puritanismo radical pero a menudo desde una perspectiva positiva. En su conferencia de 1844, «Los reformistas de Nueva Inglaterra», Emerson declaró que las «formas fértiles del antinomianismo entre los puritanos ancianos parece que tuvieron su equivalente en la abundancia de la nueva cosecha de la reforma. Un periodista del norte fue tan lejos como para afirmar: «El Puritanismo y nada más puede salvar a esta nación. El elemento puritano, que exige libertad religiosa al igual que el derecho de nacimiento del cielo, es el proveedor en materia espiritual de esa libertad civil que libera al cuerpo del despotismo secular en las cuestiones temporales» [17].

Una de las influencias principales, probablemente la principal, y directas del Puritanismo sobre la llegada de la Guerra civil procedió de la persona de John Brown.

Si el sur vio a Brown como un quebrantador arrogante de la ley, el norte, una vez que superó sus dudas iniciales sobre él, le proclamó como el luchador por la libertad dentro de la tradición puritana. Su unicidad entre los americanos decimonónicos ha sido capturada en muchos relatos contemporáneos que hablan sobre él como una reversión hacia una era anterior. Franklin Sanborn señ ala que «fue verdaderamente un puritano calvinista, nacido un siglo o dos después de que la moda hubiera cambiado, pero tan preparado como los individuos de la época de Bradford o de Cromwell para comprometerse con cualquier trabajo del Señ or para el cual se sentía llamado». Otro asociado le denominó «un puritano entre los puritanos», y otro comentó: «En religión y personalidad, Brown fue el último de los puritanos». El abolicionista Richard J. Hinton le describió igualmente como «un puritano sacado de los días de Cromwell o como una visión de los antiguos tiempos revolucionarios para mostrar al mundo que toda la energía intrépida y la integridad poderosa que caracterizó a estas épocas todavía no se había desvanecido.»

Tanto los enemigos como los amigos de John Brown, le consideraban en consecuencia un puritano hasta la médula. Y llevaban razón. Era un calvinista que admiraba las obras de Jonathan Edwards. Estaba orgulloso de sus raíces familiares en el Puritanismo de la Nueva Inglaterra. Se modeló a sí mismo siguiendo al guerrero puritano Cromwell con el que a menudo era comparado. [19]

Una de las razones cruciales por las que tanto los americanos pro-esclavitud como anti-esclavitud aceptaron rápidamente a Brown como un Oliver Cromwell decimonónico, explica Reynolds, aparece en la recepción sureñ a de la no-violencia abolicionista: en vez de percibir a los defensores norteñ os de la emancipación como individuos inspirados noble y moralmente por su pacifismo, los políticos pro-esclavitud, los periódicos, y los ciudadanos de a pie de los Estados esclavistas juzgaron que representaban la cobardía del norte y la falta de virilidad. La comparativamente poca violencia que Brown portaba sorprendió tanto a los rufianes de Missouri que asesinaban a aquellos que hablaban abiertamente en contra de la esclavitud, generalmente disparándoles por la espalda o mediante ataques en masa contra hombres desarmados, como a los del sur: por primera vez un abolicionista devolvía el golpe. De hecho, como demostró Reynolds, los políticos aterrados del sur y los periódicos exageraron enormemente la destreza y las propias hazañ as de Brown, creando por tanto una figura mitológica Áprontamente aceptada en el norte!

Además, y dado que Carlyle les había preparado (prepared by Carlyle) para ver a un Brown cromwelliano, le aceptaron como una fuerza activa perenne en contraste con sus enfoques simplemente abstractos o intelectuales. El examen de la respuesta trascendentalista a Brown tanto antes como después de la respuesta de Harper Ferry,

revela que le consideraban como un guerrero cromwelliano en contra de las instituciones corruptas políticas en nombre de una ley superior. Si le magnificaron hasta proporciones sobrenaturales, fue porque creyeron que podría tener éxito donde ellos habían fallado. Habían intentado durante añ os suplantar el materialismo, la conformidad y la política turbia de su cultura por un materialismo de mentalidad espiritual. Creían que John Brown estaba mejor equipado que ellos para ganar esta batalla. Se reconocían como observadores filosóficos que teorizaban sobre principios. Él era un verdadero soldado en el campo, luchando por los principios. [232]

Finalmente cuando su ataque contra Harper Ferry fracasó y fue severamente herido, capturado, acusado de traición y finalmente ejecutado en la horca, su calma y valentía, que tanto impresionó a sus apresadores, hizo que el norte le viera como un mártir abolicionista. No es mera coincidencia que las numerosas versiones de «el cuerpo de John Brown yace podrido en el suelo» cantadas por los soldados de la Unión se metamorfosearan al final en el himno bíblico de Julia Ward Howe, «El himno de la batalla de la República».

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Referencias

Reynolds, David S. John Brown, Abolitionist: The Man Who Killed Slavery, Sparked the Civil War, and Seeded Civil Rights. New York: Vintage Books, 2005.


Modificado por última vez el 28 de diciembre de 2009;
traducido 2 de noviembre de 2010