Cumbres borrascosas (Wuthering Heights) de Emily Brontë, situada entre 1771-1803 pero publicada en 1847, alude tanto a las costumbres de enterramiento previas a 1823 como a las de 1823. Brontë parece haberse sentido con libertad para usar tanto las leyes vigentes durante la época de su historia como las que imperaron a principios de la era victoriana. Para la narración de los detalles concernientes a la muerte de Hindley Earnshaw (1784), por ejemplo, se basa en los estatutos previos. Aunque la causa exacta de la muerte de Hindley nunca se llega a determinar, todos los que le vieron al final afirman que murió borracho. Mr. Kenneth, que le cuenta a Nelly el fallecimiento, dice que “murió como había vivido: borracho como una cuba” (302). Y Heathcliff, cuando Nelly pregunta si puede continuar con los preparativos adecuados para el funeral de Heathcliff, responde que “en realidad, ese perturbado debería ser enterrado sin ceremonia alguna en un cruce de caminos. [ . . . ] Ayer lo dejé solo diez minutos por casualidad y en el intervalo me cerró la puerta y se pasó la noche bebiendo hasta que se mató.” (304).

Las circunstancias precisas de la muerte de Hindley, narradas detalladamente, tienen implicaciones importantes para el desarrollo de la novela de Brontë. Porque si Hindley muere de hecho borracho y vicioso, como Kenneth y Heathcliff indican, en el siglo XVIII habría sido automáticamente considerado como un suicida, exactamente como Heathcliff sugiere (véase Sport, 97). Más importante aún, en ese caso, la Corona se podría haber quedado legalmente con sus propiedades, sin dejar nada a Hareton y a Heathcliff que pudiera emplear como venganza. Es probablemente por esta razón por la que Heathcliff permite a Nelly ejercer adecuadamente los derechos funerarios de Hindley, abandonando así una venganza inmediata sobre el cuerpo muerto de Hindley mientras recupera su poder a largo plazo sobre toda la familia Earnshaw [8/9].

Anteriormente, justo antes de llegar a las Cumbres, Nelly había consultado con el abogado de Linton sobre la muerte de Hindley y había pedido al abogado que viniera a las Cumbres a visitarla. Su negativa es enérgica, avisando que “valdría más dejar en paz a Heathcliff y que la situación de Hareton era poco más o menos la de un pordiosero. (303). La “verdad” aquí puede ser que Heathcliff es la única esperanza de Hareton porque él es el acreedor de Hindley; o que el abogado, probablemente el Señor Green, esté ya bajo la influencia de Heathcliff. Pero puede ser también que la muerte de Hindley como suicidio sea mejor ignorada, fundamentalmente debido a la posibilidad de la pérdida de las propiedades.

El fallecimiento de Catherine Earnshaw precede al de su hermano sólo medio año, y también puede considerarse suicida. Existen pocas dudas en cuanto a que Catherine sabe cómo inducir su propia mala salud, aunque no pretende suicidarse cuando por primera vez ayuna en el capítulo II. En este punto, la destrucción total de su propio cuerpo y alma es, para Catherine, todavía una hazaña factible si pierde “toda esperanza” (199). Lo que ocurre, sin embargo, es que el cuerpo de Catherine sólo coopera parcialmente con su voluntad, y la presunción de Nelly de que Catherine controla totalmente su situación es un error trágico. Después de solamente tres días de ayuno, las posibilidades de salvación de Catherine son escasas. Cuando se da cuenta de que ni Linton ni Heathcliff se han alarmado verdaderamente y entonces, elige no morir, no puede dar marcha atrás en su viaje de cabeza hacia la destrucción.

La destacada escena delante del espejo presagia la perdición de Catherine, como Q.D.Leavis ha señalado (Leavis, 146). Catherine se conmociona cuando observa su propia imagen reflejada porque vislumbra lo que el folclore de Yorkshire dictamina: que la gente enferma no debería nunca mirarse en un espejo. Si lo hacen, sus almas pueden escapar volando de sus débiles cuerpos proyectándose en el espejo, y esto puede provocar su muerte. De acuerdo con esta creencia, inmediatamente después de verse reflejada en el espejo, Catherine está convencida de que realmente morirá. Leavis sugiere que esta comprensión reemplaza el miedo a los fantasmas de Catherine, angustiosamente expresado justo antes: “Espero que no salga cuando te vayas. ÁAy! ÁNelly,la habitación está encantada!” (209). Creo, sin embargo, que la comprensión y el miedo se encuentran incluso mucho más relacionados, porque Catherine realmente parece considerarse como un fantasma una vez que reconoce que la cara en el espejo es la suya: “ÁSoy yo!Ñdijo gimiendo--Á Y el reloj está dando las doce! ÁEntonces es verdad! ÁQué horror!” (210). El horror absoluto de Catherine procede aquí de su creencia supersticiosa de que los suicidas se convierten en fantasmas deambulantes (véase Cavendish, 555; y Gutch, 42, 48). A partir de entonces asume que ella misma es una suicida y es este aspecto desconcertante de su comprensión ante el espejo el que estimula su locura posterior sobre los fantasmas en Gimmerton Kikyard. [09/10]

Después de esta escena, sólo hay un encuentro más entre Catherine y Heathcliff antes de su muerte real. En esa ocasión, el diálogo entre ambos está repleto de alusiones al suicidio de Catherine y a su futuro acoso espectral a Heathcliff. Catherine ahora siente que nunca estará en paz; mientras tanto, Heathcliff se lamenta reiteradamente sobre el suicidio de Catherine y su responsabilidad en el mismo. Desesperado, Heathcliff puede perdonar a Catherine que ella le mate a él pero no su propia muerte, sobre la que ella a su vez le culpabiliza. Toda esta conversación aparente sobre la muerte espeja la ley sobre el suicidio. Cualquier cómplice en un suicidio era legalmente considerado su asesino, (véase Jacob, pp. 3473-3475) de tal manera que, irónicamente, las acusaciones mutuas de los protagonistas, podrían, si fueran ciertas, acarrear el peso de la ley, así como de la culpa.

Sin embargo, Catherine no es enterrada como una suicida. Nelly se pregunta si “teniendo en cuenta la agitada y rebelde vida que había llevado, cabía dudar si entraría o no en el reino de los cielos.” (275), pero después de observarla muerta, decide que probablemente lo merecía. En vez de eso, Catherine es enterrada en la esquina del patio de la iglesia bajo su pared, “para gran asombro de los labriegos” (280). La gente del pueblo desconocedora de las razones de la muerte de Catherine, esperaba que ella descansara bien en la capilla con los Linton o en las tumbas de los Earnshaw. Su asombro es comprensible cuando se recuerda otra creencia popular sobre los suicidas. Concretamente, después de la ley de 1823, cuando se permitió legalmente enterrar a los suicidas en los cementerios, en partes del norte de Gran Bretaña se convirtió en una costumbre el entierro de sus cuerpos bajo el muro del cementerio, para que nadie pudiera caminar sobre sus tumbas (véase Westermarck, 255-256). El lugar donde Catherine es enterrada tendría así un significado particular para la gente de Gimmerton, que indudablemente deduciría la naturaleza de su muerte a partir de la ubicación de su tumba.

Sin duda, la localización del enterramiento de Catherine determina la elección de Heathcliff del suyo y en consecuencia, su propia necesidad de no ser descubierto como un suicida. Dada su reputación y su posición dudosa dentro de la comunidad de Gimmerton, es poco probable que se sintiera por Heathcliff la misma lástima que por Hindley y Catherine, favorecedora de sus entierros en el cementerio. Conocedor de este hecho así como de la posibilidad de ser enterrado en la vía pública, se muestra por tanto escrupuloso por no parecer un suicida. Esto justifica la posposición de su propia muerte, que sigue dando problemas a los críticos de la novela; ejemplos recientes incluyen a Mitchell, 1973. Desafortunadamente para la unión de Heathcliff con Catherine, Linton muere antes que Heathcliff y es enterrado en la tumba próxima a la de Catherine. El abogado Green, ahora el mediador de Heathcliff, sugiere que Linton sea adecuadamente sepultado en la capilla. Linton fallece por causas naturales y toda su familia yace allí. Pero Green, aunque bajo la influencia de Heathcliff, se ve obligado a obrar de acuerdo con las condiciones del testamento de Linton, que expresa el deseo de ser sepultado con Catherine. Nelly, por una vez, emite “enérgicas protestas contra cualquier intento de infringir las disposiciones que constaban en el documento.” (465).

Menos de un año transcurre entre la muerte de Linton y la de Heathcliff, el año en el que Heathcliff y Cumbres borrascosas (Wuthering Heights) son tan intensamente acosados por el fantasma de Catherine, que incluso el prosaico Lockwood se ve influenciado y sueña con ella. A finales de esta etapa, Nelly observa el aislamiento y la rareza de Heathcliff y le advierte de que no se suicide. Como ella constata, él experimenta los cambios más dramáticos a partir del momento del curioso accidente que tiene cazando, cuando “se le había disparado la escopeta” mientras estaba “solo por las colinas” (513). Dándose cuenta de que todavía se mantiene con vida tras el accidente, Heathcliff se esfuerza en llegar a casa, a pesar de perder gran cantidad de sangre. Detenido por este accidente, entra en estrecho contacto con Cathy y Haremn. Ahora, sin embargo, a medida que les martiriza y que esto sólo sirve para recordarle a Catherine, se ve afectado por el extraño tedio vital que se consideró la causa de tantos suicidios durante el siglo XIX. Citas deCumbres borrascosas (Wuthering Heights ): “Á[ . . . ] no puedo seguir así!”, le dice a Nelly, “Tengo que recordarme que he de respirar, Árecordarle a mi corazón que ha de latir, casi!” (533). También se olvida de comer pero lo intenta cuando Nelly se lo suplica y tiene después mucho cuidado en decirle que “no es mi culpa que pueda comer o descansar [ . . . ] Te aseguro que no es porque yo quiera.” (546).

A medida que empieza a desfallecer, lo único prioritario en la mente de Heathcliff es su entierro. Da instrucciones detalladas a Nelly para los preparativos: “me has recordado la forma en que me gustaría ser enterrado. Quiero que me lleven al cementerio por la noche, [ . . . ] No es necesario que venga ningún ministro, ni tampoco que se diga ninguna oración ante mi cuerpo . . . ” (547). Cada una de las peticiones de Heathcliff se ajusta al estatuto de 1823 concerniente a la sepultura de los suicidas: la hora, el lugar, y la ausencia de una ceremonia de enterramiento cristiana. Nelly parece darse cuenta de su significado. Intuitivamente, menciona el miedo que obsesiona a Heathcliff desde el día de la muerte de Catherine: “Entonces, supongamos que sigue usted insistiendo en ayunar, que muere debido a eso y que se niegan a enterrarlo en los terrenos de la capilla [ . . . ]” (547).

El único propósito de Heatchcliff ahora es cargar a Nelly con la responsabilidad de trasladar su cuerpo para poder estar con Catherine, y directamente, de amenazar a Nelly con acosarla espectralmente si no lo cumple. La amenaza parece suficiente para aterrar a la criada supersticiosa, y a la noche siguiente cuando Heathcliff fallece, Nelly esconde a Kenneth sus sospechas sobre su muerte: “El señor Kenneth no supo pronunciarse el respecto del tipo de enfermedad que había provocado la muerte del señor. Yo no mencioné que había pasado los últimos cuatro días sin tomar alimento, por miedo a que nos trajera problemas; por otra parte, luego llegué a convencerme de que su ayuno no había sido a propósito: había sido la consecuencia de su extraña enfermedad y no la causa.” (551). Sus acciones ahora liberan a Nellly de llevar a cabo las instrucciones de Heathcliff al pie de la letra “para escándalo de todo el vecindario.” (551). A la conmoción de Nelly ante el hecho de que Heathcliff es sepultado al lado del matrimonio Linton, se suma el que la gente también parece conocer el significado del entierro de Heathcliff, ausente de ritos cristianos. No mucho después, un pastorcillo del pueblo ve “debajo de una peña” (552) a los fantasmas de lo que hoy se consideraría dos suicidas, Heathcliff y Catherine. Al final, las palabras conclusivas de Lockwood, tan discutidas, en Cumbres borrascosas (Wuthering Heights) adoptan una ironía añadida a la luz del suicidio según el folclore. Refiriéndose a las tumbas de Catherine, Linton y Heathcliff, Lockwood se pregunta “cómo era posible que alguien pudiera imaginarse que los que allí dormían, bajo aquella tierra apacible, tuvieran los sueños turbados.” (554). Pero a cualquiera que conociera las costumbres relativas al suicidio en los siglos dieciocho y diecinueve en Gran Bretaña Ð como Emily Brontë las conocía Ð no le sería difícil imaginar, por el contrario, que estos personajes descansaran perturbadoramente.

Me he dilatado en la gran novela de mediados de siglo de Emily Brontë para mostrar que un lector victoriano consciente de la ley y de la cultura suicida habría juzgado a su primera generación de personajes de un modo muy diferente al que lo haríamos actualmente. Las implicaciones legales y morales del suicidio y del folclore arraigaron fuertemente en la Gran Bretaña victoriana. Todavía en 1886, los suicidios y las encrucijadas continuaban vendiendo historias. En el Tinsley's Magazine de ese mismo año Philippa Prittie Jephson publicó una extraña historia titulada “Las encrucijadas”. En ella, las yeguas se espantan mientras unas luces misteriosas aparecen y desaparecen en un valle irlandés cuando dos hombres se acercan a una encrucijada. Posteriormente, escuchan de un aldeano que un suicida camina en ese lugar encantado:

“Se inició una investigación y una búsqueda exhaustiva para averiguar quién era y de dónde procedía, pero desde entonces nunca nadie lo ha descubierto. Creo que en su bolsillo llevaba medio penique y un cuchillo viejo, pero sea lo que la policía encontró y lo que diga el Padre Doyle, no será enterrado en tierra consagrada viendo que se suicidó. Por ello, los chicos tomaron su cuerpo rápidamente y lo enterraron en la encrucijada, y es por aquí por donde pasea la ambigüedad. Con toda certeza, no mentiría si digo que no se rezó nunca una oración por él, pobre diablo. Y en cuanto a lo de que se aparece — ¡bueno, bueno!” [Jephson, en Tinsley , 476]

En las froneras de Gran Bretaña — en la Escocia de Hogg, el Yorkshire de Brontë y la Irlanda de Jephson — la fascinación con los entierros ignominiosos no desapareció con el paso de Jorge IV, c. 52 en Londres.

Ni tampoco la controversia decimonónica sobre la cuestión de la demencia temporal concluyó en 1823. Por el contrario, se intensificó. A medida que el siglo avanzó, se llamó con mayor frecuencia a los médicos para que diagnosticaran la insania en los casos de suicidio. Sus definiciones se convirtieron en el foco del debate a lo largo de toda la era victoriana, y su comunidad puede servir como un microcosmos de opiniones científicas y eruditas sobre el suicidio. Las percepciones médicas contrastan y simultáneamente complementan a las supersticiones concernientes a las encrucijadas. Tómese como ejemplo la discusión de la “vesania moral”, una idea por primera vez sugerida por el médico de Bristol, James Cowles Prichard en 1835. En su Treatise on Insanity and Otber Disorders Affecting the Mind , (N.T.Tratado sobre la insania y otros desórdenes mentales ), (Prichard, 1835), Prichard pedía una redefinición de las características de las enfermedades mentales. Hasta elTratado y su estudio complementarioOn the Different Forms of Insanity in Relation to Jurisprudence (N.T.Sobre las diferentes formas de insania en relación con la jurisprudencia) (Prichard, 1842), la patología mental se consideró como un deterioro del intelecto y del juicio, una doble clasificación prevalente desde la época de los griegos hasta el siglo XVIII en Inglaterra (véase Carlson y Dain, 130-140). Sin embargo, Prichard planteó la posibilidad equivalente del debilitamiento de las emociones, a la que denominó “vesania moral” y definió como

una perversión mórbida de los sentimientos naturales, afectos, inclinaciones, temperamento, hábitos, disposición moral e impulsos naturales, sin ningún desorden o defecto extraordinario del intelecto o de las facultades de conocimiento y razonamiento, y especialmente sin ninguna ilusión o alucinación demente . . . .El individuo se ve incapaz, no de hablar o de razonar sobre cualquier tema propuesto, dado que esto lo hace a menudo con gran perspicacia y volubilidad, sino de comportarse con decencia y decoro en los asuntos de la vida (Prichard, 1835; pp. 6, 4).

Este concepto, que influenció a Esquirol en su famoso libro Des Maladies Mentales (N.T.Las enfermedades mentales ), revolucionó el pensamiento sobre la insania criminal en los casos de suicidio junto con los de asesinato. Porque si un individuo padecía insania moral en casos de suicidio y tenía propensión a impulsos instintivos e involuntarios que determinaran su comportamiento en un momento concreto (y fue Prichard quien acuñó el término “impulso irresistible”), casi cualquier acto delictivo podría ser etiquetado como vesánico. Prichard admitió esta posibilidad: “Los homicidios, los infanticidios y los suicidios de la descripción más horrorosa se han cometido bajo su influencia” (véase Dennis Leigh, 185). El crimen podía vincularse directamente con la enfermedad mental, y la aceptación de la insania moral como categoría legal amenazaba con desplazar la carga de la responsabilidad judicial de los ejecutores de la ley a los de la medicina (véase Carlson y Dain, 135).

Si bien se podía considerar que el victoriano catalogado como felo-de-se en la década de 1830 y 1840 padecía de “vesania moral”, en la realidad se le estimaba como el más miserable de los pecadores, por lo menos de acuerdo con Forbes Winslow perteneciente al Colegio real de cirujanos en Londres, el experto preeminente sobre el suicidio durante esos años. En 1840, Winslow deliberadamente se dispuso a publicar la pionera consideración victoriana sobre el suicidio con una extensión similar a un libro, The Anatomy of Suicide , (N.T. Anatomía del suicidio) “la primera en Inglaterra exclusivamente consagrada a esta importante e interesante rama de la investigación [13/14]” (Winslow, p. iv). Situando al suicidio moralmente hablando entre “la lista negra de las ofensas delictivas” y estigmatizándolo como “un crimen en contra de Dios y del hombre” (Winslow, 36), Winslow sin embargo lo atribuyó a causas médicas como la depresión, el dolor físico, y la locura. La perspectiva dual de Winslow — como el condenador recto y moral del suicidio y en paralelo, el médico más preocupado con su significado, historia e incluso, prevención — convierte a su libro en seriamente defectuoso, llenándolo de contradicciones. A pesar de ello, el estudio de Winslow revela las dos mentalidades que tantos victorianos educados proyectaron sobre este tema. Querían saber más acerca del suicidio para comprender sus motivaciones y “curación”, pero sentían una aversión moral hacia el acto, todavía profundamente enraizada en su historia religiosa y legal.

El nombre de Winslow aparece en otro contexto significativo en la historia de las actitudes victorianas tanto hacia el asesinato como hacia el suicidio, en esta ocasión los dos relacionados con el pretexto de la insania. Winslow fue también uno de los médicos examinadores en el famoso caso de Daniel McNaughton (1843). McNaughton fue el asesino convicto de Edgard Drummond (secretario del Primer Ministro Sir Robert Peel), a quien McNaughton asesinó, confundiendo a Drummond con Peel. Winslow testificó que él “no dudó lo más mínimo en decir que [McNaughton] estaba loco, y que él cometió el crimen en un estado de irrealidad, bajo el cual estuvo sumido durante un periodo considerable de tiempo” (Walker, 95). Dado el testimonio de los doctores en este caso, McNaughton fue destinado a un manicomio en vez de ejecutado. Pero el clamor que se levantó por la falta de severidad de la sentencia movió a la Casa de los Lores a consultar a los quince jueces de los tribunales sobre el derecho común por la clarificación de las razones para la insania legal conocidas como las Reglas McNaughton. En estas Reglas, que dominaron la ley criminal y por tanto, suicida con respecto a la insania hasta 1960, los Lores instaron a los jueces a responder a las cinco preguntas sobre la naturaleza del conocimiento de la bondad y la malignidad:

A definir la ley perteneciente a los crímenes cometidos por personas que padecían “engaño demente”,

A diseñar lo que serían las preguntas apropiadas para el jurado en tales casos,

A clarificar los términos en los que las preguntas deberían ser dadas al jurado

A decidir si la persona con engaño demente debería ser ejecutada, y

A determinar si el médico estaba cualificado para juzgar tal engaño demente sin haber previamente visto al acusado.

Las respuestas de los jueces a estas preguntas indicaron que una persona sería castigada con la ley siempre que supiera que en el momento de cometer un crimen estaba actuando contrariamente a la ley; que el jurado tenía la responsabilidad última en declarar a una persona demente o no; y que los médicos podían [14/15] aportar evidencias científicas pero que, de nuevo, el jurado tenía que tomar la última decisión.

Así, las Reglas McNaughton no permitieron que la carga de la responsabilidad judicial pasara de los practicantes legales a los médicos en los casos de locura criminal. Independientemente de la influencia de Prichard en los años 1840, no hubo ninguna mención al impulso irresistible en las Reglas. La ley inglesa se negó a reconocer este pretexto ante la ausencia de los criterios sobre la incapacidad mental explicados detalladamente en las Reglas McNaughton. No obstante, a finales de 1840, la idea de Prichard se había afianzado en la mente de los practicantes de la medicina psicológica y en la literaria y popular también. Cuando en 1846, Elizabeth Barrett se enteró de la muerte de su amigo, el pintor Benjamin Haydon, estaba convencida de que había sucumbido ante un impulso suicida repentino. “Si se mató es porque estaba loco. De eso estoy plenamente segura,” exclamó ante un amigo. “Si se suicidó es porque previamente estaba loco” (Citado en Hayter, 103).

El suicidio macabro de Haydon plantea otra cuestión sobre el suicidio en la Inglaterra de 1840: la de la relación del cerebro físico con el acto de autodestrucción. Haydon se interesó mórbidamente por esta relación, motivo de inquietud para la Psiquatría materialista a lo largo de los años 30 y 40. LaAnatomía de Winslow por ejemplo, incluía un capítulo titulado, “Appearances Presented After Death in Those Who Have Committed Suicide” (N.T. “Indicios surgidos después de la muerte en aquéllos que han cometido suicidio”), en el que se debatía la condición del cerebro y en el que las pesquisas de los jueces de primera instancia registraban cuidadosamente los informes de los médicos sobre la apariencia física del cerebro. En el caso del propio Haydon, el post-mortem doctoral descubrió “innumerables puntos de sangre por el cerebro”, que claramente indicaron proceder de “una enfermedad cerebral”, aunque los doctores difirieron sobre la duración de la supuesta enfermedad (Hayter, 114). Irónicamente, Haydon había estudiado tales diagnósticos antes de arrebatarse la vida disparándose y degollándose, considerándose a sí mismo como una víctima de un exceso de presión en el cerebro. Con la degollación pretendía eliminar justamente esos focos de sangre descubiertos en el post-mortem. En su diario, Haydon confesó, “Se puede afirmar que la autodestrucción es el modo físico de aliviar un cerebro enfermo, porque la primera tendencia en un cerebro enfermo, o enfermado durante un tiempo, es la necesidad de este horrible crimen” (Hayter, 114). Al contemplar los informes de los suicidios de Castlereagh y de Sir Samuel Romilly, infirió que los dos habrían encontrado alivio cuando rajaron sus gargantas y la sangre comenzó a fluir, eliminando la presión acumulada en su cerebro.

Durante los años 1850, el interés por la vinculación estrecha entre la mente y la materia alcanzó su cenit en el trabajo de George R. Drysdale, “un doctor de medicina” cuyosElements of Social Science (N.T.Elementos de Ciencia social) (1854), se convirtieron [15/16] en un éxito popular con innumerables ediciones. Drysdale hipotizó que la transgresión moral era en realidad una enfermedad, “pero que los hombres, en general, no reconocen la enfermedad moral, y que no admiten como tales a la tristeza, el miedo, etc.” (Drysdale, 1854). Estaba ansioso por que sus contemporáneos comprendieran que el espíritu pertenecía al cerebro y que todas las enfermedades morales eran el resultado de la ignorancia sobre las leyes naturales. Si únicamente nos percatáramos de esto, seríamos capaces de vivir más acordemente con estas leyes, esquivando la patología moral siempre que fuera posible como se hace con la enfermedad física, dado que las dos son partes de una misma totalidad. Para nosotros hoy puede resultar una manera extraña de resolver la cuestión filosófica de la dualidad de la mente y del cuerpo, pero para muchos victorianos, el trabajo de Drysdale se convirtió en una especie de Biblia. Las implicaciones del trabajo para el estudio del suicidio quedaron suficientemente claras: comprender la enfermedad que subyace al acto del suicidio, vivir de acuerdo con la ley natural que da tanta importancia al instinto de conservación, y eliminar así completamente el suicidio.

En general, sin embargo, los años 1850 presenciaron un debate mayor sobre el suicidio y la vesania moral que sobre el suicidio y la moralidad empírica, y las ideas de Prichard fueron sometidas a una revisión rigurosa. Las revistas populares como Hogg's Instructor ofrecieron artículos sobre el suicidio en los que la noción del “impulso súbito”, se aceptó como una categoría válida, y laIrish Quarterly Review de 1857 mostró interés por “la existencia de una gran diferencia de opinión entre las altas autoridades médicas sobre la cuestión de si el mero acto de la autodestrucción era en sí mismo una prueba de insania” (“Suicide: Its Motives and Mysteries”, N. T. “El suicidio: sus motivos y misterios”, IQR). Un acontecimiento que ilustra la divergencia de opinión y que desencadenó la reevaluación de la obra de Prichard fue la publicación del doctor Thomas Mayo,Croonian Lectures on Medical Testimony and Evidence in Cases of Lunacy (1853), (N.T.Conferencias Croonianas sobre testimonios médicos y evidencias en casos lunáticos) (Mayo, 1853). Según Mayo, las ideas de Prichard socavaban la eficacia de las Reglas McNaughton. Mayo pensó que esto era cierto hasta el punto de que las acciones criminales, incluido el suicidio, corrían el peligro de ser declaradas como el resultado de la insania.Fraser's Magazine (March 1855) secundó el punto de vista de Mayo, mientras que el London Journal of Psychological Medicine editó un artículo titulado “On Suicide” (N.T. “Sobre el suicidio” 1858) en el que afirmaba que “el suicidio nunca puede cometerse cuando la mente está perfectamente sana”. La controversia se embraveció, aunque se tendió sin duda a considerar a los suicidas como insanos más que como criminales.

Otro paso interesante evolutivo durante los años 1850 fue que los médicos empezaron a comentar el suicidio y la insania en las obras literarias, mientras que las figuras literarias basaban cada vez más sus puntos de vista en el conocimiento médico. Como más tarde diría Henry Maudsley, la imaginación se apresura “en rellenar los vacíos del conocimiento con la ficción” (Maudsley, 116) y los especialistas en enfermedades mentales están empezando a valorar estas ficciones. En 1855, Sir John Charles Bucknill, que posteriormente se convirtió en el presidente de la Asociación médico-psicológica y en el editor del [16/17] Asylum Journal of Mental Science , revisó Maud de Tennyson desde el punto de vista de un médico. Bucknill examinó el héroe del poema para mostrar que los poetas eran superiores a los psicólogos. Se dio cuenta de que Tennyson, estaba conforme con la comprensión psicológica contemporánea al mostrar la tendencia hereditaria del narrador hacia la inestabilidad y enfatizar la conmoción emocional provocada por el suicidio de su padre. Cuatro años después, en 1859, Bucknill analizó la psicología de Shakespeare en un denso volumen (1859), demostrando de nuevo cómo la obra literaria complementaba el conocimiento médico de la enfermedad mental. En el mismo año, la escritora Harriet Martineau deliberó detalladamente sobre el suicidio en Once a Week (N.T.Una vez a la semana ), recurriendo insistentemente a las opiniones médicas contemporáneas sobre la insania suicida e incluyendo los informes de los jueces de primera instancia. Su ensayo era parcialmente una disculpa por el temprano reconocimiento de cualquier forma de locura que pudiera llevar al suicidio, con la esperanza de que en algunos casos la insania se pudiera curar y el suicidio prevenir. Martineau, claramente influenciada por el concepto victoriano de la enfermedad cerebral, lamentó el estigma que las familias asociaban a la locura. Arguyó que si la patología cerebral se veía como potencialmente curable al igual que cualquier otra enfermedad, las familias aprenderían que tenía tratamiento. En último término, se desprenderían de sus antiguos prejuicios, dado que estos eran, según ella, nociones únicamente desfasadas de la posesión demoníaca y de los miedos ante un Dios iracundo (513).

Pero la moralidad de Prichard perduró, y la década de 1870 vio sucesivas reinterpretaciones de sus conceptos, todavía vitales, del impulso súbito y de la vesania moral. William Carpenter en Principles of Mental Physiology (N.T.Principios de Psicología mental) (1874), descubrió que el “impulso súbito” era con frecuencia “la expresión de una idea dominante”, capaz de controlar a un individuo tan fuertemente que éste pensaría que se conducía por necesidad” (666). Fue, sin embargo, la influyente Pathology of Mind (N.T.Patología de la mente) (1879) de Henry Maudsley, la que con mayor cuidado perfiló los argumentos de Prichard. Maudsley lamentaba la “justicia” legal que trataba de medir la “responsabilidad del lunático mediante su conocimiento del bien y del mal”, y coincidía con Prichard y Carpenter en que los impulsos dementes existían verdaderamente. Postuló que tales impulsos eran secundarios a lo que denominó “perversión mórbida del sentimiento” (332). En su capítulo “The Symptomatology of Insanity” (N.T. “La sintomatología de la insania”), Maudsley aconsejaba que “lo que tenemos que recordar es que el modo en el que el individuo se ve afectado por los acontecimientos está enteramente determinado por el estado desordenado del elemento nerval: éste es el hecho fundamental a partir del cual fluyen como hechos secundarios los impulsos insanos, bien sean maliciosos, eróticos, homicidas o suicidas” (330). Los suicidas en particular podían parecer “bastante racionales” pero podían dedicar su astucia a tentativas suicidas frecuentes. Así, Maudsley animó a los facultativos a estar alerta ante “el sentimiento imperante” en sus pacientes. Fue más allá al explorar un territorio similar al explorado por Prichard, encontrando la herencia y la epilepsia en la base de tanta insania moral y al debatir las alucinaciones asociadas con esta forma de trastorno mental. Significativamente, recalcó la importancia social de la comprensión de la locura moral: toda la sociedad está amenazada por el potencial destructivo evidente en aquéllos moralmente enajenados. Por esta razón, por encima de todo, deseaba asegurarse de que Prichard y Esquirol no fueran olvidados.

El trabajo de Maudsley mostraba compasión por la víctima y una dimensión social cuya presencia se fue haciendo evidente con mayor intensidad en los escritos médicos británicos sobre el suicidio. En un artículo de 1878, “On Suicide, in Its Social Relations” (N.T. “Sobre el suicidio a través de sus vinculaciones sociales”), James Davey, otro médico de Bristol, evidenció estas dos inquietudes al reclamar cambios sucesivos en la ley suicida. Al igual que Maudsley, Davey pensó que las emociones, más que la mente meditabunda, estaban implicadas en los casos de insania conducente al suicidio, y respaldó menos severidad en el tratamiento legal con el acto. A Davey le disgustaba particularmente la negativa ante los ritos de enterramiento cristiano.

A pesar del interés consistente en el suicidio a lo largo de las décadas situadas a mitad del periodo victoriano, no existió un estudio pormenorizado sobre el suicidio desde el tiempo de laAnatomía del suicidio de Winslow en 1840 hasta los años 1880. Más tarde, en 1881, apareció un libro con una influencia enorme,Suicide: An Essay on Comparative Moral Statistics , (N.T.El suicidio: un ensayo comparativo sobre las estadísticas morales) de Henry Morselli, una obra italiana traducida al inglés y publicada en Londres. Morselli, un profesor de medicina psicológica en la Universidad real de Turín, proporcionó el conjunto de estadísticas más completo sobre el suicidio disponible en Inglaterra. Tuke, por ejemplo, en su sección sobre el suicidio en el Dictionary of Psychological Medicine (N.T.Diccionario de medicina psicológica) (1892) sólo necesitó sumarizar los datos de Morselli de cada página. En elSuicidio de Morselli, encontramos la culminación de una tendencia que se ha ido desarrollando en Inglaterra desde 1860 — el uso incrementado de estadísticas emparejado a un interés por la dimensión social del suicidio. Tuvo que ser un italiano el que llevara esta tendencia hasta la cúspide porque en Inglaterra las estadísticas suicidas estaban todavía bajo sospecha. No existió un sistema clasificatorio exacto y consistente sobre las causas de la muerte hasta 1858, cuando William Farr, el registrador general, empezó a disponer en tablas los suicidios separándolos de otras muertes. Incluso entonces, prevaleció un escepticismo generalizado sobre las estadísticas suicidas dado que se presuponía común el encubrimiento y las definiciones del suicidio variaban. Además, los británicos parecían reacios a fusionar el positivismo con el estudio del suicidio o a tomar la iniciativa en la inauguración de la ciencia sociológica. Así, como argumenta tan persuasivamente Olive Anderson, “las ideas victorianas sobre la incidencia del suicidio se ilustraron por medio de estadísticas en vez de fundarse sobre ellas” (167). Gracias a la comparación y la interpretación de estadísticas británicas, Morselli agradecidamente cubrió el vacío dejado por los propios británicos. En el prefacio a suEnsayo , agradecía en [18/19] a Darwin, Buckle, Spencer, y Wallace, y declaraba la aplicación del ejemplo científico de éstos a su nueva y original investigación sobre la autodestrucción. Ante la creencia de que “la antigua filosofía del individualismo” había muerto, Morselli pensó que el suicidio no debería estudiarse en términos de casos individuales sino como “un fenómeno social” (3). Aunque creyó que las estadísticas eran valiosísimas en la comprensión del comportamiento humano, se percató de que no podían revelar el auténtico estado mental precedente a un acto de suicidio. Así, era más acertado utilizarlas en el estudio de la sociedad como totalidad en “sus querencias y tendencias”, es decir, en las funciones de su complejidad orgánica, “una variación del mito del cuerpo político. Cuando esto se lleva a cabo,

las acciones humanas más catastróficas y al mismo tiempo, más arbitrarias aparentemente, el suicidio y el crimen, se muestran ante nosotros en su similitud, sujetas a numerosas influencias, que el examen de cada caso aislado no bastaría para revelarnos, y que son generalmente universales, perpetuas e intensas; tales, que el modo de estudio psicológico más positivo sería incapaz de descubrir en el individuo. [10]

Morselli también pensó que sus estadísticas “rastrearían las indicaciones de la medicina preventiva y terapéutica del suicidio frente a las cuales las leyes y la filosofía se mostraban impotentes” (3). Falló en probar esta última reivindicación, pero las conclusiones a su estudio forman un capítulo interesante en la historia del Darwinismo social ( social Darwinism). Para Morselli, sus estadísticas desembocaron en una gran conclusión: “el suicidio es un efecto de la lucha por la existencia y de la selección humana, la cual trabaja según las leyes de la evolución entre la gente civilizada ” (354: con énfasis en el original). Los individuos más débiles que no pueden afrontar las tensiones de la vida civilizada son los que cometen suicidio. Morselli descubrió que “una triste ley necesaria” eliminaba a estos tipos más débiles para mantener la población del mundo civilizado en un nivel de subsistencia. El único modo de prevenir el suicidio era quizá disminuir la lucha por la existencia dentro de una cantidad considerable de población, “estableciendo un equilibrio entre las necesidades individuales y la Utilidad social” (374). Morselli concluyó que sólo podíamos empezar a hacer esto desarrollando nuestro carácter moral, pero no dio sin embargo ninguna pista sobre cómo abordar esta difícil tarea.

Las revisiones británicas contemporáneas del trabajo de Morselli se bifurcaron. Nature (vol. 25) destacó el poder del método estadístico tal y como aparecía en Suicide mientras que The Dial (marzo de 1882), calificó las estadísticas de “áridas” y la indispensabilidad “falsa”, aunque también alababa la completud de la compilación. William Wynn Westcot, juez suplente de primera instancia en Middlesex central, encontró considerablemente útil el trabajo de Morselli para su propio libro exhaustivo, Suicide: Its History, Literature, Jurisprudence, Causation, and Prevention (N.T.El suicidio: su historia, literatura, jurisprudencia, etiología y prevención) (1885). Como Morselli, Westcott prologó su estudio considerando al suicidio como “uno de nuestros problemas sociales” y citó la prevención del mismo [19/20] como uno de sus propósitos en la escritura de su tratado. También confió plenamente en las estadísticas de Morselli y aceptó reconocidamente la noción del Darwinismo social implicado en el suicidio. Sin embargo, mostró preocupación por la creciente dependencia de las estadísticas en el estudio del suicidio; en su opinión, se estaba regresando a un examen detallado de los estados mentales y de las emociones. Westcott insistía en que era el momento, de una vez por todas, de dejar de pensar en el suicidio como un crimen. Mantenía que el suicidio no era equivalente a un asesinato: no se podía estimar su perjuicio a la víctima, no creaba una alarma social pública y era irrepetible. Creía que Forbes Winslow se había equivocado al establecer la conexión entre el suicidio y la locura que muchos habían seguido como ejemplo. Lo que ahora se requería era atención a la melancolía, la desesperación y el sufrimiento en un esfuerzo por disminuir el número de muertes por suicidio (121). Tal énfasis sobre la prevención fue también la principal inquietud del destacado especialista en enfermedades mentales G.H. Savage. En una comunicación leída en la reunión trimestral de la Asociación médico-psicológica en febrero de 1884 (17-19), Savage ofreció un enfoque práctico sobre la prevención. La conferencia estaba dedicada en su mayor parte a los pacientes de instituciones mentales como el Hospital mental real de Bethlehem (Bethlem), donde se practicaba “una vigilancia constante”. Aunque estaba de acuerdo con que la vigilancia podía ser un medio para hacer frente al comportamiento suicida, estaba convencido por experiencia de que a menudo “envalentonaba” a los pacientes para intentar el suicidio. Su remedio consistía en fomentar la autoconfianza entre los suicidas potenciales, puesto que intuía que esto, si acaso, les permitiría el ejercicio de autocontrol, esencial para su supervivencia.

El suicidio impulsivo puede ser

El suicidio deliberado puede depender de

Suicidio intencionado (extraído de Tuke, Diccionario , 1231)

Savage, coeditor de Tuke en el Journal of Mental Science , estaba tan interesado en definir el suicidio en relación con la locura como lo estaba en prevenir el suicidio. Tanto Tuke como Savage fueron instrumentales en la reevaluación de la idea de Prichard sobre la “vesania moral” que aconteció hacia finales de siglo. En sus Chapters on the History of the Insane in the British Isles (N.T.Capítulos sobre la historia de la insania en las Islas británicas) (1882), Tuke elogió al clínicamente orientado Savage por “reconocer la dificultad metafísica y abstracta en concebir la distinción entre la insania moral de la intelectual” y aún más, por admitir “como hecho clínico la forma de patología mental por la que Prichard había luchado” (455). Tuke se sintió también obligado a reconocer, como “historiador imparcial”, que “las interpretaciones” de Prichard “no se han adoptado todavía unánimemente, y que yo sólo expreso mis propios sentimientos cuando confieso que lo que Latham dice de 'Researches into the Physical History of Mankind' (N.T. 'Investigaciones sobre la historia física de la humanidad'), y de 'Let those who doubt its value try to do without it' (N.T. 'Dejemos a aquéllos que dudan de su valor que lo intenten sin él'), es aplicable a la enseñanza contenida en el magnífico tratado titulado 'Different Forms of Insanity in Relation to jurisprudence' (N.T. 'Diferentes formas de insania en relación con la jurisprudencia' )” (454).

Tuke y Savage colaboraron también en la sección delDiccionario de Tuke consagrado al suicidio, con Savage escribiendo la sección intitulada “Suicide and Insanity” (N.T. “El suicidio y la insania”) [08/09]. Aquí, se apoyaba la doble clasificación de suicidas cuerdos y locos, y se ofrecía una tabla que representaba la ortodoxia médica sobre las divisiones de los suicidas enajenados de la época (1892). La tabla número 1 ilustra el esquema particular de Savage en el que se conceden cinco aspectos al comportamiento impulsivo de Prichard y una subdivisión extensiva aún mayor al suicidio deliberado.

El cierre de siglo fomentó también una revisión intelectual sobre el suicidio, un fenómeno claramente visible en Suicide and Insanity (N.T.Suicidio e insania) (1893) de S. A. K. Strahan. Para Strahan, un abogado que también era miembro de la Asociación médico-psicológica y de la Sociedad estadística real, la fisiología y la sociología eran igualmente interesantes. Strahan aceptó la doble categorización del suicidio racional e irracional, y dentro del último, revisó cuidadosamente el tema general del suicidio y de la insania. Aquí de nuevo discrepó con el análisis de Forbes Winslow. ¿Cómo?, se preguntaba, ¿podía Winslow defender que todos los suicidas estaban locos y ver simultáneamente al suicida como moralmente culpable, “ocupando los puestos más altos en la lista negra de los delitos humanos?” ¿Eran entonces todos los locos inmorales? El suicidio, según Strahan, con frecuencia se asociaba tanto a la estulticia y a la embriaguez como a la insania. Otros aspectos del estudio de Strahan cuadraban con el trabajo de Tuke, Westcott, y Morselli. Strahan sin embargo, discrepaba con aquéllos que creían que un suicida necesariamente inflingía daño a la sociedad al abandonarla. A menudo lo contrario era lo cierto, puesto que un suicida eliminaba una carga social intolerable. Y [21/22] dado que se suponía que el contrato entre la sociedad y sus miembros traía un beneficio mutuo, tal contrato podía romperse por cualquier parte — bien por la del individuo, bien por la de la sociedad. Pensó que la verdad de esta perspectiva con respecto a la sociedad era obvia. Pero el individuo debería tener la misma opción, aunque ésta pasara por el derecho a la autodestrucción (Strahan, 31).

En general, el libro de Strahan empatiza con el derecho a morir así como con el sufrimiento de tantos suicidas potenciales, siendo su compasión ampliamente compartida por sus compañeros y miembros de la Asociación médico-psicológica. En un artículo titulado “Suicide in Simple Melancholy” (N.T. “El suicidio en la simple melancolía”), Maudsley, por ejemplo, abordó el problema de la depresión crónica. Tuvo cuidado en distinguir entre lamelancholia , una forma de insania, y la melancolía, una depresión crónica y mórbida, “debida a un fallo interno de los mecanismos de reacción, sin causa externa” (Maudsley en MMoL 1 , 46), pero no aconsejó sobre cómo superar ta melancolía. En cambio, concluyó su artículo con algunos pensamientos filosóficos sobre la cuestión del suicidio:

Objetivamente considerado, como evento físico, el suicidio es un acontecimiento normal de la naturaleza humana, simplemente un incidente necesario de vez en cuando y por supuesto, de sus evoluciones y disoluciones orgánicas, y por tanto no más fuera de lugar que cualquier otro tipo de muerte. Parece contranatura, porque la humanidad, pensando que el universo fue hecho para ello y esto no para el universo, nunca se ha reconciliado sinceramente con la aceptación de la muerte como un episodio conveniente, cree que cualquiera con una conciencia serena lo evitaría y por tanto, quien lo hace es un loco [55].

Desde la perspectiva de Maudsley sobre el cuidado del paciente que sufre melancolía mórbida, estas palabras no son otra cosa que insensibilidad. Lo que indican es una actitud muy lejana de aquéllas tipificadoras de las décadas tempranas del siglo. El suicidio no es para nada un pecado; menos un delito. Muchos de los que lo consideran un signo de insania lo hacen únicamente desde un miedo instintivo a la muerte. Aquí Maudsley adopta el punto de vista más amplio del biólogo, casi del ecólogo, ignorando tanto a los legalistas como a los moralistas excepto a la hora de recalcar la pequeñez relativa de la humanidad dentro del universo. Este tipo de Darwinismo (Darwinism), más que el Darwinismo social de Morselli, marcó la escritura posterior del psiquiatra británico más sobresaliente de su tiempo. Este naturalismo, que poco tenía que ver con Prichard e incluso con las revisiones anteriores de Prichard por parte de Maudsley, fue el veredicto final de la comunidad médica victoriana sobre el acto humano del suicidio. Si tipificamos el pensamiento erudito científico de finales de siglo, éste se encontraría al lado de las Reglas McNaughton, que permanecieron como el veredicto de la comunidad legal al cerrar el siglo.


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Modificado por última vez 28 junio 2008; traducido diciembre 2009