[Traducción de Rocío Morales de la Prida revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]
El crecimiento del Imperio Británico se debió en gran medida a la continua competencia por los recursos y mercados que existió durante siglos entre Inglaterra y sus rivales continentales, España, Francia y Holanda. Durante el reinado de Elizabeth I, Inglaterra estableció compañías comerciales en Turquía, Rusia y las Indias del Este, exploró la costa de Norteamérica y estableció colonias allí. A principios del siglo XVII esas colonias se expandieron y la colonización sistemática del Ulster en Irlanda se puso en marcha.
El primer Imperio Británico fue mercantil. Tanto durante los Stuarts como con Cromwell, los esquemas mercantilistas de la colonización adicional y la construcción del Imperio llegaron a ser cada vez más evidentes. Hasta principios del siglo XIX, el principal propósito de las políticas imperialistas era facilitar la adquisición de tanto territorio extranjero como fuese posible, tanto como una fuente de materias primas como para proporcionar mercados reales y potenciales para las manufacturas británicas. Los mercantilistas abogaron en teoría, lo consiguieron en la práctica, por monopolios comerciales que asegurarían que las exportaciones de Gran Bretaña excederían a las importaciones. Una balanza comercial rentable, se creía, proporcionaría la riqueza necesaria para mantener y expandir el imperio. Después de guerras, exitosas en última instancia, con los holandeses, franceses y españoles en el siglo XVII, Gran Bretaña logró adquirir la mayor parte de la costa Este de Norteamérica, la cuenca de San Lorenzo en Canadá, territorios en el Caribe, estaciones en África para la adquisición de esclavos e intereses importantes en la India. La pérdida a finales del siglo XVIII de las colonias americanas no fue compensada por el descubrimiento de Australia, que sirvió, después de 1788, como colonia penal (transportaron allí a reclusos como Magwitch, en Grandes Esperanzas [Great Expectations] de Dickens). Sin embargo, la pérdida influyó en la llamada “oscilación al Este” (la adquisición del comercio y bases estratégicas a lo largo de las rutas comerciales entre la India y el Extremo Oriente). En 1773 el gobierno británico se vio obligado a asumir el control de la Compañía de la India del Este, que se encontraba en problemas financieros y que había estado en India desde 1600, y hacia finales de siglo el control de Gran Bretaña sobre la India se extendió a los vecinos Afganistán y Birmania. Con el fin, en 1815, de las Guerras Napoleónicas, la última de las grandes guerras imperiales que habían dominado el siglo XVIII, Gran Bretaña se encontró en una situación extraordinariamente poderosa, aunque complicada. Adquirió la parte holandesa de África del Sur, por ejemplo, pero vio sus intereses amenazados en la India por la expansión por el sur y este de los rusos. (La protección de la India frente a los rusos, tanto por tierra como por mar, sería una preocupación fundamental de la política exterior victoriana). En esta época, sin embargo, los imperios de los tradicionales rivales de Gran Bretaña se habían perdido o habían disminuido severamente de tamaño, y su posición imperial era indiscutible. Además, se había convertido en la principal nación industrial de Europa, y cada vez más zonas del mundo pasaron a estar bajo dominación del poder comercial, financiero y naval británico.
Esta situación, sin embargo, era compleja y lejos de ser estable. El antiguo Imperio mercantil se debilitó durante finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX debido a un número de factores: por la abolición en 1807 de la esclavitud en Inglaterra, un movimiento llevado a cabo por los Evangélicos; por la liberación en 1833 de esclavos en otras partes del Imperio; por la adopción, después de un cambio radical en la perspectiva económica (debido en gran medida a la influencia de La riqueza de las naciones [The Wealth of Nations] de Adam Smith) del Libre Comercio, que minimizó la influencia de las antiguas sociedades comerciales oligárquicas y monopolísticas; y por los diversos movimientos coloniales para una mayor independencia política y comercial. Los victorianos, entonces, heredaron tanto los vestigios del antiguo imperio mercantil como la red comercial más recientemente adquirida en el Este, ninguno de los cuales estaban seguros de querer, desde que Smith sostuvo que “bajo el presente sistema de gestión Gran Bretaña no proporciona nada sino pérdida del domino que asume sobre sus colonias.” ("under the present system of management Great Britain derives nothing but loss from the dominion which she assumes over her colonies.")
Figuras Alegóricas de Australia y África en la fachada del Colonial Office, Whitehall, London, por Henry Hugh Armstead. Hacer click en las imágenes para información adicional e imágenes más grandes, que se descargan más lentamente.
Durante la Era Victoriana, sin embargo, la adquisición de territorio y de futuras concesiones de comercio continuó (promovido por consideraciones estratégicas y ayudado o justificado por motivaciones filantrópicas), alcanzando la cima cuando Victoria, por instigación de Disraeli, se coronó a sí misma como emperatriz de la India en 1876. Defensores de las políticas exteriores imperialistas de Disraeli las justificaron invocando una teoría paternalista y racista (fundada en parte sobre generalizaciones populares, pero erróneas, derivadas de la teoría de la evolución de Darwin) que consideraba el Imperialismo como una manifestación de a lo que Kipling se referiría como “la carga del hombre blanco.” La consecuencia, por supuesto, fue que el Imperio no existió por el beneficio — ya sea económico o estratégico — de Gran Bretaña, sino para que la gente primitiva, incapaz de un auto-gobierno, pudieran, con orientación británica, finalmente civilizarse (y cristianizarse). La verdad de esta doctrina se aceptó ingenuamente por algunos, e hipócritamente por otros, pero sirvió en todo caso para legitimar la adquisición de partes de África central por Gran Bretaña y su dominación, conjuntamente con otros poderes europeos, de China.
En la cúspide del Imperio, sin embargo, crecientes movimientos nacionalistas en diversas colonias presagiaron su disolución. El proceso se aceleró después de la 1e Guerra Mundial, aunque en el periodo inmediato de postguerra el Imperio en realidad aumentó de tamaño según Gran Bretaña se convertía en administradora de los antiguos territorios alemanes y turcos (Egipto, por ejemplo) en África y Oriente Medio. Las colonias de habla inglesa, Canadá y Australia, ya habían adquirido situación de dominio en 1907, y en 1931 Gran Bretaña y los dominios autónomos — Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, y el Estado Libre irlandés — acordaron formar la “Comunidad Británica de Naciones.” Los dominios fueron en auxilio de Gran Bretaña durante la 2e Guerra Mundial, pero las pérdidas de Gran Bretaña frente a los japoneses en el Extremo Oriente puso de manifiesto que ya no poseía los recursos para mantener el antiguo orden de las cosas. Los americanos estaban en cualquier caso preparados, y de hecho ansiosos, por sustituir la influencia británica en muchas partes del mundo.
El control de Gran Bretaña en la India se había relajado paulatinamente. La India consiguió un gobierno autónomo capacitado en 1935 y la independencia en 1947. Irlanda, que había por fin conseguido la situación de dominio en 1921 después de una brutal guerra de guerrillas, logró la independencia en 1949, aunque la provincia septentrional del Ulster permaneció (como es hoy) formando parte de Gran Bretaña. El proceso de descolonización en África y Asia se aceleró a finales de la década de los 50. En la actualidad, cualquier afinidad que siga habiendo entre las antiguas partes del Imperio es principalmente lingüística y cultural más que política.
Last modified 28 June 2008; traducido diciembre 2009