[Traducción de Cristina Salcedo revisada y editada por Ana González-Rivas Fernández. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow. *** = sólo está disponible en Inglés.]

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a autobiografía y la autobiografía ficticia presentan, cada una de ellas, un cruce de vidas intrigantes y complejas. Una autobiografía no muestra sólo la vida de su escritor, y una autobiografía ficticia a menudo fusiona la vida del escritor y la del narrador. Tanto la vida del narrador como la del escritor están situadas en el ámbito de la autobiografía y de la autobiografía ficticia, que, a su vez, se encuentran dentro de un marco mayor: el de la cultura contenida en estos textos. Tres autobiografías ficticias (la novela en verso de Elizabeth Barrett Browning Aurora Leigh (1856), la novela Grandes Esperanzas (Great Expectations***) (1861) de Charles Dickens, y País del Agua (Waterland)*** (1983) de Graham Swift) examinan cómo de preciso puede ser este género a la hora de reflejar el desarrollo de una vida y de su intersección con la cultura.

En El Género de la Autobiografía en la Literatura Victoriana ( The Genre of Autobiography in Victorian Literature) Clinton Machann defiende que las convenciones formales de la autobiografía y el desarrollo de una vida se adaptan la una a la otra de forma natural, y están incluso indisolublemente entrelazadas.

“Cualquier intento por describir un aspecto sustancial de una vida humana debe ser puesto en forma narrativa, porque cualquier vida es en esencia un tema de desarrollo lineal a lo largo del tiempo. El desarrollo y posterior deterioro del cuerpo humano es tan solo el aspecto físico más notable. La mente también debe desarrollarse con el tiempo y ambas (cuerpo y mente) deben quedar fijadas en la historia.” [Machann 5]

La opinión que dio Machann encaja con la fórmula critica que aportaba Linda Peterson en “Victorian Autobiography: The Tradition of Self-Interpretation”. Peterson sugiere que la mayoría de los lectores ven la autobiografía como un “espejo” o un “libro”. Machann sostiene que el género es claramente el equivalente a un espejo: la narración autobiográfica refleja de manera natural la progresión de la vida según se va desarrollando.

Por otro lado, Robert Scholes y Robert Kellogg ven más relación entre la autobiografía y la idea del libro que entre la autobiografía y el espejo. Opinan que el libro construye la escritura de la misma manera en que la autobiografía construye la vida. Ambas formas pasan sus temas de estudio a través de los filtros de la cultura contemporánea y de la convención literaria. Scholes y Kellogg afirman que “todo conocimiento y toda narración están sujetas a las convenciones del arte. Al aprehender la realidad a través de tipos determinados culturalmente, podemos comprender el evento más particular solo mediante su representación en la ficción” (Scholes 151). Codificar una vida en términos de “tipos determinados culturalmente” significa traducir la vida de un individuo al idioma de una cultura, lo que implicaría inscribir así su experiencia personal en un contexto cultural mucho más amplio.

Especialmente dentro de la cultura Victoriana estos códigos incluyen la “Tipología Bíblica” de Linda Peterson y el “mito personal” de Avrom Fleishman. Peterson describe la tipología Bíblica como “un método específico de la hermenéutica Bíblica, cuyas estrategias de interpretación son adoptadas por el autor casi de manera literal en su intento por descubrir el significado de su propia vida” (Peterson 6). Peterson traza los cambios que surgen en las construcciones culturales de este código:

La tipología Bíblica propone un sistema de interpretación en el que los personajes, los eventos y los objetos sagrados del Antiguo Testamento prefiguraban a Cristo o cualquier otro aspecto de la doctrina Cristiana. Sin embargo, en la práctica, especialmente entre los puritanos y, más tarde, entre los evangelistas, la mayoría de estas representaciones del Antiguo Testamento también se aplicaban individualmente a las vidas de los cristianos. La imagen de Sansón destruyendo el templo filisteo, por ejemplo, puede representar a Cristo destruyendo el mal a través de su muerte en la cruz, pero también podría representar al cristiano que, luchando contra el mal, triunfa, aunque sufre inmensamente en el proceso. [Peterson 6]

El mito personal de Avrom Fleishman también impone un orden simbólico en la vida: el mito es un “recurso literario con el que desarrollar narraciones coherentes de uno mismo” (Fleishman, “Personal Myth in Three Victorian Autobiographies,” 216), así como “una serie de metáforas del yo (o del curso de la vida)” (217).


Creado 1996; traducido el 11 julio de 2015