[Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

decoriated initial El 20 de enero de 1890, la gaceta Pall Mall lamentaba que Wilkie Collins, que había fallecido el 23 de septiembre del otoño anterior, no hubiera escrito ninguna biografía de su amigo, mentor y colaborador, Charles Dickens. Su estrecha relación con éste le proporcionó oportunidades que “ningún hombre tuvo, por lo que podría haber narrado su vida perfectamente. Esto es indudable si se echa un vistazo a las anotaciones a lápiz y a pluma que se encuentran en la copia de la “Vida” de Forster—volumen de la tercera edición de 1872, que se venderá el lunes” (3). Las notas al margen no sólo revelan los sentimientos de Collins sobre las obras de Dickens y su vida, sino también sobre las propias deficiencias de la biografía de Forster. Collins afirmaba que Forster era dado en exceso a la moralidad convencional (“los malditos disparates ingleses”) y a alabar a Dickens. A la hora de criticar el elogio que Forster hacía sobre el “inconmovible, continuo y amable impulso” de su amigo fallecido, Collins parece implicar que existía una dimensión en la vida de Dickens sobre la que Forster era reacio a hablar. La mejor biografía de Dickens, por tanto, en términos de Collins, sería aquella que mejor transmitiera el sentido de la naturaleza dual de Dickens, cuya vida en algunos aspectos se asemejaba más extraordinariamente a un bildungsroman (por sus argumentos secretos) que cualquiera de las obras nacidas de su pluma. Parece que lo que Collins estaba esperando de una biografía sobre Dickens era la honestidad crítica y el juicio literario del que adolece en ocasiones Forster (aunque, hasta la aparición en 1952 de Charles Dickens: su tragedia y triunfo de Edgar Johnson), la biografía de Forster siguió siendo la obra fundamental sobre la trayectoria vital de Dickens.

Aunque numerosos biógrafos han intentado acometer a Dickens desde que Collins lo abordara en sus críticas a Forster, dos escaladores recientes del edificio literario inglés son particularmente dignos: el erudito americano sobre Dickens, Fred Kaplan, y el novelista británico Peter Ackroyd. Frente a estos modernos que se han visto influenciados conjuntamente por Freud, la televisión y The National Enquirer, uno utiliza los arquetipos que el amigo, agente y confidente de Dickens, John Forster, estableció. La biografía de Forster es tanto una narrativa épica en doce libros, como una historia ilustrada (el primer volumen tiene trece ilustraciones, el segundo dieciséis), una loa (concluye con una imagen de la esquina de los poetas de la abadía de Westminster y la inscripción de la tumba de Dickens), y una historia de Horatio Alger (siendo su última palabra la del testamento como apéndice, II: 301).

Forster no sólo fue el amigo de un gran hombre, sino un periodista altamente experimentado que comenzó a escribir la biografía de Dickens, como su experiencia escrituraria y su amplitud de lecturas muestran. Por ejemplo, Forster compara primero la infancia de Charles Dickens con la de Walter Scott y luego con la de David Copperfield durante “Los primeros años”. La obra está repleta de referencias literarias, incluidos los libros que Dickens leyó siendo niño. En el segundo capítulo, “Las duras experiencias de su infancia. 1822-1824”, Forster relata las vivencias de Dickens en la fábrica de betún parecida a la playa de David Copperfield. De hecho, fue el primero en mencionar esta conexión, con la que tropezó casi accidentalmente durante una conversación con Dickens “en marzo o abril de 1847” (I: 15). Desde el tercer capítulo, “Sus días en la escuela y sus primeros pasos en la vida”, Forster prosigue hasta el periodo de 1831-35, cuando Dickens comenzó su carrera como escritor a la edad de diecinueve, llegando a convertirse en un reportero y taquígrafo que cubría los debates parlamentarios para el periódico El sol verdadero.

La gran segunda biografía sobre Charles Dickens pertenece al erudito y novelista americano, Edgar Johnson, que se publicó en dos volúmenes en 1952, y que se revisó y abrevió en 1977. Mientras que Forster se sintió complacido al relatar anécdotas y citas de su amigo, Johnson narra con considerable simpatía la vida de Dickens como si fuera una novela. Como Forster en la edición de dos volúmenes, Edgar Johnson en Charles Dickens: su tragedia y triunfo (1952) considera el año 1846 como la división natural entre las etapas tempranas y posteriores de la carrera y vida del autor. Las dos partes de la biografía posterior condensan un total de 1158 páginas de texto, más ocho páginas de árboles genealógicos, cincuenta páginas de anotaciones, una bibliografía de dieciséis páginas, y un índice extenso de ochenta hojas. La exhaustividad de Johnson sólo se ve ligeramente socavada por el hecho de que el lector debe vadear a través de dieciséis páginas de ilustraciones al comienzo del segundo volumen antes de encontrarse con la “Séptima parte: luchando consigo mismo, 1846-1853”.

El punto de arranque de Johnson es novedoso, puesto que no comienza con el nacimiento de Dickens sino con la extravagante, vieja y georgiana mansión todavía llamada Gad's Hill Place. Ésta no sólo representa el destino de Dickens como un maduro padre de familia victoriano, sino como símbolo de su éxito artístico y financiero. En la página 10, hacia el final del segundo año de vida de Dickens, nos encontramos con un alto provocado por 16 páginas de ilustraciones, de un tamaño considerable. Después, la narrativa continúa con la infancia de Dickens en Rochester (“El tiempo feliz”), seguida por el relato opuesto del tiempo pasado en la fábrica Warren (Warren's Blacking), en Hungerford Stairs, en “El desafío de la desesperación”, y la valoración del impacto que ese periodo de cinco meses tuvo en su alma de niño (coincidente con la época en la que su padre estuvo encerrado en Marshalsea por deudas). La figura de Dickens como botones, reportero, joven enamorado de la hija de un banquero y finalmente como escritor, comienza en el capítulo cuarto, “La escalera de la ambición”. Las etapas desde su nacimiento hasta los quince años cubren justo 46 páginas.

La piedra de toque tanto para los prejuicios del biógrafo como de la biografía es el tratamiento de la primera visita de Dickens a América (1841-42). Forster dedica un libro entero (siete capítulos) a esta temática, citando extensamente las cartas que Dickens le dirigió (y que posteriormente le pidió prestadas para escribir Notas americanas). Forster presenta la postura de Dickens sobre la cuestión de la propiedad intelectual mediante las citas de un número determinado de cartas, especialmente la del 24 de febrero, en la que Dickens comenta la reacción de los americanos a su actitud públicamente declarada, y recuerda el destino melancólico de Scott, cuya vida podría haber sido más feliz y más larga, si hubiera podido disfrutar de los derechos de autor derivados de las ventas de sus obras en los Estados Unidos. Johnson también siente que el primer viaje por América marca un antes y un después en la vida de Dickens: consagra íntegramente la quinta parte (cinco capítulos que hacen un total de 89 páginas) a esta materia, y sus títulos señalan la desilusión gradual del novelista con el gran experimento de la democracia y de una sociedad desclasada: “El sueño americano”, “La conquista de las connotaciones”, “Ésta no es la república que imaginé”, “Regreso a casa” y “Mi hogar de nuevo: discurso de despedida a América”.

Mientras que Forster es reticente a expresar sus propios sentimientos sobre la cuestión de la propiedad intelectual, puesto que aún seguía siendo un tema cáustico de debate transatlántico en la década de 1870, Johnson explora el asunto desde ambas perspectivas, afirmando que en los Estados Unidos “fueron los nativos igual que los escritores foráneos los que se vieron afectados por la falta de un acuerdo sobre los derechos internacionales de autor” (367), de modo que aunque pudieran leer gratuitamente a los autores europeos, los americanos fueron responsables, por así decirlo, de impedir el crecimiento de una literatura indígena. Uno de esos detalles contundentes por los que se puede apreciar la biografía de Johnson es por la inclusión de la canción que el cómico americano, Joe Field, entonó en el banquete celebrado en honor a Dickens, la noche del 1 de febrero de 1842 en Boston, “Las últimas observaciones del señor Weller a Boz sobre su partida de Londres”:

“Recuerda lo que digo, Boz--
Vas a atravesar el mar;
Bendito sea ese lejano camino, Boz,
hasta la indomable América;
una banda sagrada de salvajes,
como nos dicen los libros de viajes;
sin la vigilancia de un gobernador, Boz,
ni incluso la de Samivel”.

. . . . .

“Piensa sólo en los tuyos, Boz,
y en cómo han sido ya devorados;
evita sus engaños insaciables, Boz,
puesto que sus apetitos son permanentes; 
durante años han estado festejando, 
sin pagar el festín;
y no organizarán una celebración sagrada
¡hasta que finalmente te atrapen!”(377)

"Remember vot I says, Boz--

You’re going to cross the sea;

A blessed vay avay, Boz,

To vild Amerikey;

A blessed set of savages,

As books of travels tells;

No guv'ner's eye to vatch, Boz,
Nor even Samivel's.

. . . . .

"Just think of all of yours, Boz,

Devoured by them already;

Avoid their greedy lures, Boz,

Their appetites is steady;
For years they've been a feastin', Boz,

Nor paid for their repast;

And von't they make a blessed feast

Ven they catches you at last!" (377)

La tercera y la cuarta biografía, pertenecientes a Kaplan (1988) y a Ackroyd (1990), son tan diferentes entre sí como lo son la primera de la segunda, previamente analizadas. La de Kaplan es modesta, detallista, predecible en su estilo pero interesante en su contenido: en resumen, ni impacta ni tranquiliza. Por otra parte, la biografía de Ackroyd posee un vigor estilístico inusual, con 30 páginas de ilustraciones glosadas (la mayoría fotografías de pinturas sobre Dickens, sus casas, manuscritos, páginas de textos publicados, y cubiertas de las entregas serializadas), 1083 páginas de texto, 58 páginas de “Notas sobre el texto y las fuentes”, una bibliografía de 90 páginas y un índice de 40. Lo que no se espera y que por ello sitúa el trabajo de Ackroyd aparte de las biografías previas sobre Dickens, es una serie de capítulos breves un tanto fantasiosos que se hallan dispersos por todo el texto. Quizá sea la reputación de Ackroyd como escritor o quizá sea la publicidad agresiva la que haya convertido a esta biografía en un éxito de ventas (sospecho que la última de estas propuestas es la que más se acerca a la verdad). Como Clifton Fadiman comenta con entusiasmo en su “Reportaje” para el Booknews de abril de 1991 (el órgano oficial de El libro del club mensual), a través de esta narración lineal y de estos “interludios” críticos y extravagantes, Ackroyd está intentando fusionar “la erudición exhaustiva con la simpatía imaginativa de un novelista” (2) en su exploración del lado oscuro de Dickens. John Carey en su reseña en el Sunday Times sobre el libro de Ackroyd especula que fue

el deseo por definir a este camaleón el que empujó a Ackroyd a incluir entre medias varios capítulos fantásticos en los que Dickens conversa con sus propios personajes, o con Oscar Wilde, T. S. Eliot y otros. El problema es que el Dickens imaginario tiene mucho menos peso que el auténtico (8: 1).

Puesto que no tuve la oportunidad de leer la reseña de Carey antes de abordar el tomo, me sentí momentáneamente suspendido en el aire ante un texto completamente diferente al que había estado leyendo hasta ese momento cuando me encontré con el primero de estos “entre-capítulos”, donde el biógrafo hace que Dickens visite a Maggie y a la pequeña Dorrit en la prisión de Marshalsea, y le obliga a enfrentarse con el niño de su imaginación que reflexiona sobre la infancia arrebatada. Dado que mi adaptación al carácter juguetón del Postmodernismo arquitectónico es muy reciente, confieso que me quedé boquiabierto cuando choqué con estos “entre-capítulos” progresando cronológicamente en el seno de una biografía seria. Con todo, una vez que comprendí tanto el estilo como la intención del primero de estos entre-capítulos, estuve preparado para la escena en la que el mismo biógrafo intenta sumergir a “Charles Dickens en la época de Pickwick, Oliver Twist, y Nicholas Nickleby” (306) (aquí la ausencia de la cursiva es relevante) mediante una conversación, mientras el joven autor se apresura por una calle londinense en busca de material para su arte.

Una joven salió corriendo del ruinoso establecimiento…, Dickens se hizo a un lado y la dejó pasar, pero se la quedó mirando tan fijamente que ella sintió el resplandor de su mirada. Ésta levantó sus ojos a medida que se alejaba corriendo. “¿Has visto esa cara? ¡Nunca he visto nada parecido! ¡Nunca, la verdad!” Pero el interlocutor sólo había percibido la sorprendente apariencia de la joven con la que Dickens se había encontrado mientras la perseguía. “¡Qué destino tendrá!”, murmuró con cierta satisfacción (307).

Al margen de este juego crítico, la fuerza de Ackroyd reside parcialmente en la riqueza detallista que aporta. Por ejemplo, mientras que Kaplan sólo destaca la defensa de Dickens del proyecto de los derechos autoriales en el índice de 1836, Ackroyd proporciona cinco entradas bajo el término “propiedad intelectual”. Ackroyd ha leído e investigado lo suficiente como para poder ser justo en su valoración de la posición de Dickens sobre esta cuestión, teniendo en cuenta no sólo cuán importante fue para el autor británico “el justo juego monetario” (351), sino cómo la “depresión económica americana [debería verse] como un obstáculo para la exportación de los fondos” y para la implicación del envío de los derechos de autor al extranjero. Kaplan revela sus prejuicios nacionales cuando argumenta que el sentido de Dickens sobre la injuria personal y moral le impidió alcanzar “una perspectiva templada y amplia” que le proporcionara una “visión de la realidad económica o de la irritabilidad americana sobre tales cuestiones” (128). Kaplan ofrece como antídoto a las diatribas de Dickens contra la justificación económica de los americanos sobre la piratería lo siguiente: “las naciones descapitalizadas, que no poseen bibliotecas públicas, necesitaban un acceso barato a las ideas y al entretenimiento que eran incapaces de generar por sí mismas o de permitirse adquirirlas a precios elevados” (127).

Otro ejemplo de la minuciosidad de Ackroyd es su interés por la ruptura del matrimonio de Dickens y por su relación con Ellen Lawless Ternan. Sólo en el testamento que aparece como apéndice, Forster, un hombre propiamente victoriano y amigo de la familia Dickens, menciona a la joven actriz que Kaplan describe como “catalizador” (410) más que la causa de la separación. Forster, únicamente reconoce que la conducta de Dickens con respecto a Catherine sirve para “ilustrar los graves defectos” (II: 147) de la personalidad de Dickens, deseando claramente evitar el tópico de la disolución matrimonial. “A partir de entonces”, concluye Forster, “él y su mujer vivieron separados”. Johnson es menos discreto, y nombra a Ellen Ternan como la amante de Dickens, proporcionando 27 referencias sobre ésta, incluida la de su presencia en el vagón durante el accidente ferroviario que tuvo con Dickens en Staplehurst en junio de 1865. Mientras que Johnson se niega a especular sobre el romance, aportando pruebas documentadas en vez de conjeturas, a través de sus 81 referencias sobre Ellen, Ackroyd exhibe una fascinación tan intensa por esta relación que supera con creces a las 43 referencias románticas pero razonables de Kaplan. Aunque Spurling sugiere que “Kaplan ha reconstruido concienzudamente la historia de la señora Dickens a partir de evidencias externas” (XI), esquiva la especulación sobre dónde y cómo el novelista y la actriz alimentaron su idilio. La simpatía de Kaplan por Catherine y su reticencia a conjeturar sobre la aventura de Dickens con Miss Ternan desemboca en una única alusión como la del “incidente del collar erróneamente enviado” (386). Ackroyd con la determinación de un periodista e investigador moderno, trabaja con las diversas versiones sobre esta historia, en la que el joyero envió un brazalete o “un broche que contenía el retrato (de Dickens) o sus iniciales” (808) a Catherine. Ackroyd concluye con que las múltiples versiones son meramente pábulo para la confusión, las habladurías y los rumores sobre la separación de los Dickens que circulaban en 1858. Como un detective literario, Ackroyd también rastrea cuidadosamente las residencias de Ellen, destacando por ejemplo que Dickens vivió cerca de los Ternan en Slough bajo el seudónimo de Charles o de John Tringham.

Aunque Forster había ya mencionado tanto el accidente ferroviario de Staplehurst como sus duraderas secuelas en la psique de Charles (II: 209-210, 179), nunca lo transformó en el relato vívido y poderosamente emotivo de Johnson, en el momento dramático que representa para Kaplan o en la ilustración del heroísmo personal de Dickens que supone para Ackroyd. A diferencia de los biógrafos previos, Ackroyd explica la causa del descarrilamiento (el supervisor a cargo del trabajo de equipo había leído mal la tabla de los horarios y había situado al guarda vía demasiado cerca de la zona donde los operarios estaban trabajando), y proporciona algunos detalles realmente pertinentes sobre el choque fatal del tren de las 2: 38 procedente de Folkestone, en el que Dickens viajaba en el mismo compartimento que Ellen y la madre de ésta (y no una simple “anciana” anónima como figura en la biografía de Johnson, p. 1019). Contribuyendo con algunos de los mismos detalles que Johnson, Kaplan añade la velocidad de la locomotora y asigna a la señora Ternan un papel en dicha escena. Sin embargo, no sorprende que sea Ackroyd el que nos narre un relato más detallado y más convincente desde el punto de vista factual:

El tren se aproximó al carril partido a una velocidad de entre veinte y treinta millas por hora [habiendo viajado a cincuenta millas por hora cuando el ingeniero vio al guarda vía], saltó sobre el vacío de cuarenta y dos pies, y se salió del raíl mientras que los vagones centrales y traseros caían al viaducto. Los siete vagones de primera clase cayeron en picado, excepto aquel que, sujeto a los acoples del vagón de segunda clase que iba delante, Charles Dickens y las Ternan ocupaban (959).

Aunque en ocasiones estos detalles no aparecen, la biografía de Kaplan posee el gran mérito de su legibilidad: nadie se quedará dormido o abandonará el volumen frustradamente. Ejemplos de la habilidad de Kaplan para relatar la historia y generar el interés del lector son sus narraciones sobre este accidente y sobre el ascenso de Dickens al Monte Vesubio. Su descripción de la desgracia es vigorosa y emotiva, impregnada de un sentido del movimiento y de la acción, que se hace todavía más cercana y vívida gracias a los retazos de diálogo. Veinte años atrás, la noche del 21 de enero de 1845 y a pesar de los gritos de su mensajero, Roche, de “que iban a morir” (186), Dickens se arriesgó peligrosamente al presionar al cabeza de guía del grupo para que les condujera hasta el mismo borde del infierno del volcán. El descenso tampoco se vio libre de incidentes: “el guía se tambaleó, se resbaló y cayó de cabeza”, aterrizando en las rocas cubiertas de hielo que estaban más abajo, mientras otro de los veintidós guías “tropezó y bajó rodando por delante de Dickens, Georgina y Catherine, aullando de dolor y de terror” (186).

Siendo un erudita sobre Dickens (es editor de Los estudios anuales sobre Dickens), Kaplan conecta la experiencia de Dickens en el Vesubio con la de las cataratas del Niágara en abril de 1842. Su relato de la muerte de Dickens, por ejemplo, es conmovedor, pero Kaplan minimiza la presencia de Ellen y sólo menciona que las últimas palabras del novelista fueron “Sí, en el suelo” (354). Por su parte, Ackroyd, como preparación para componer la biografía, leyó tres veces todo lo que Dickens escribió, de modo que es el único biógrafo que establece una conexión entre tales palabras y sus novelas:

Sus últimas palabras, ¿Es posible que de algún modo desconcertante repitiera las palabras de Louisa Gradgrind a su errante padre en Tiempos difíciles, “¡Moriré si me sostienes! ¡Déjame caer en el suelo!”? Y, ¿estaban a su alrededor sus otros personajes según permaneció inconsciente durante su última noche?... ¿Podemos verlos ahora, podemos ver a los fantasmas de la imaginación de Dickens revolotear en derredor mientras él se aproxima a su propia muerte? (1078).

El catálogo épico posterior de Ackroyd con cerca de cincuenta personajes parece fuera de lugar, una intrusión injustificada, o incluso una argucia retórica indigna de la ocasión. Si Ackroyd se hubiera detenido con “Charles Dickens había abandonado al mundo” (1079), el lector se habría sentido probablemente conmovido ante el último sollozo y la postrera lágrima que, tal y como figura en las biografías de Kaplan y de Johnson, “subió por su ojo derecho y se derramó goteando por su mejilla abajo”. Dickens debería ciertamente ser el punto central de su propio fallecimiento. Sin embargo, Ackroyd roba al momento clímax de cualquier vida su impacto dramático al desplazar la atención hacia el “apéndice” que finaliza con Mamie diciendo adiós a todas y cada una de las habitaciones de Gad´s hill, y con el abatimiento de Catherine tres años después durante una representación en Londres de la adaptación de Dombey e hijo.

Por el contrario, el relato de Forster de los últimos momentos de Dickens es lacónico y frío:

Tenía un derrame en el cerebro, y aunque la respiración ruidosa continuó durante toda la noche y hasta pasados los diez minutos de las seis en punto de la tarde del jueves 9 de junio, nunca brilló un rayo de esperanza en el lapso de esas veinticuatro horas. Durante cuatro meses, estuvo viviendo por encima de sus 58 años (II: 296).

La discusión de Forster del funeral alcanza el tono de una perorata a medida que cita la declaración de Dean Stanley de que el lugar de enterramiento de Dickens “debería a partir de ahora ser un enclave sagrado tanto en el Nuevo mundo como en el antiguo, al tratarse de un representante de la literatura, no sólo de esta isla, sino de todas aquellas donde se habla nuestra lengua inglesa” (II: 297-8). No obstante, Forster malogra tanto el efecto como la imagen de la tumba de Dickens en la Esquina de los poetas al mencionar las sepulturas de Richard Cumberland, Mrs. Pritchard y David Garrick como evocadoras de “las más altas asociaciones de las artes que Dickens amaba” (II: 298). Forster se redime a sí mismo en su frase final:

Delante de su sepulcro, a su derecha y a su izquierda, están los monumentos de CHAUCER, SHAKESPEARE, y DRYDEN, los tres inmortales que más contribuyeron a la creación y afianzamiento del lenguaje al que CHARLES DICKENS ha dado otro nombre imperecedero (II: 298).

Johnson no puede equipararse con el poder y la solemnidad de Forster, pero supera a su predecesor en los detalles, el movimiento, y la frescura, al citar la siguiente elegía

“Duerme como debería hacerlo—entre los grandes
En la antigua Abadía: descansa entre los pocos
Y miles de famosos en Inglaterra cuya elevada condición
Consiste en yacer con sus monarcas—con sus monarcas también” (II: 1157)--

"He sleeps as he should sleep -- among the great
In the old Abbey: sleeps amid the few
Of England's famous thousands whose high state
Is to lie with her monarchs — monarchs too" (II: 1157)--

y localizar el lugar de descanso de Dickens a los pies de Händel y al lado de los de Macaulay, asistido por “los bustos de Milton y de Spenser y los monumentos de Dryden, Chaucer y Shakespeare” (II: 1157). Para Johnson así como para los lectores bien informados e imaginativos, estos nombres connotan los logros más encumbrados en la música, la historia, la sátira, la comedia, la humanidad y la tragedia, resumiendo la naturaleza del éxito literario de Charles John Huffam Dickens.

Kaplan concluye con el pormenor factual de que cuando Dean Stanley pidió permiso a Forster para dejar la tumba sin sellar durante el resto del día con el fin de que la nación pudiera rendir homenaje al gran novelista, el albacea de Dickens replicó, “Sí, ahora mi trabajo ha finalizado, y puedes hacer lo que quieras” (556). Ésta es una frase de la que Kaplan saca provecho con un segundo significado al ser la última frase del texto. Quizá es una especie de partida apropiada o de anti-máscara, pero aquellos que piensan que Dickens todavía pervive en sus creaciones, preferirán con toda seguridad el cierre al resto del libro de Johnson:

Más de ochenta años han transcurrido desde que Charles Dickens murió. Su corazón apasionado hace tiempo que quedó reducido a cenizas. Pero el mundo que creó sigue resplandeciendo con vida eterna, y los corazones de los hombres aún vibran con su ira indignada, su amor, sus lágrimas, su risa gloriosa y su fe triunfante en la dignidad humana (II: 1158).

Éstas son las palabras más nobles, más afectuosas y más acertadas que se han escrito sobre Dickens, aunque hasta cierto punto, la biografía de Johnson no alcanza la retórica de Forster, el encanto de Kaplan, ni la originalidad y meticulosidad de Ackroyd.

Aunque tal y como observa la gaceta Pall Mall del 20 de enero de 1890 acerca de los poderes críticos de Collins, “sus valoraciones de algunas de las historias de Dickens son lacónicas, directas y vigorosas” (3), en los años posteriores de la vida de Dickens no existió la cercanía que había existido durante la juventud de Collins, el brillante escritor de novelas de misterio, y su antiguo mentor. Como apunta Hesketh Pearson,

sabiendo que Forster estaba totalmente decidido a escribir su biografía, [Dickens] mantuvo su relación con él lo mejor que pudo, sin atreverse a designar a nadie más como albacea, aun cuando hubiera habido alguien en quien confiar, igual de capaz, ilustrado y con la misma autoridad.

Wilkie Collins, si hubiera estado dispuesto a ejercer tal función, no habría sido el hombre adecuado, y aparte de la ausencia de su nombre en el testamento, hay evidencias de que Dickens se mostró frío con él durante los últimos años. Apenas se les veía juntos, y su correspondencia prácticamente se extinguió… (344).

A pesar de que Collins “no tuvo a nadie que le sucediera como confidente de Dickens” (Pearson 344), Forster continuó trabajando codo con codo con Dickens hasta el final, como muestra por ejemplo el hecho de que el novelista solía leerle cada número de El misterio de Edwin Drood (The Mystery of Edwin Drood) antes de enviarlo al editor. Incluso el escritor anónimo del artículo de la gaceta Pall Mall que especulaba sobre la posibilidad de que Collins escribiera una biografía sobre Dickens, no suprimió la nota final del joven novelista sobre Forster: “No se puede contradecir la afirmación, sinceramente manifestada, de que ninguna de las cartas que Dickens dirigía a sus amigos, excepto las remitidas a Forster, reveló su personalidad de un modo tan franco y pleno” (3). Quizá en estas líneas, inscritas en la página 442 de la copia de Collins sobre La vida de Forster se encuentre la pista de por qué Collins no se atrevió con esta labor biográfica, a pesar de su cálida relación con el “Gran inimitable” durante la década de 1850. El conocimiento de Forster sobre Dickens a lo largo de su carrera, desde los días de Pickwick y Chuzzlewit cuando Dickens aspiraba al título de “El Fielding del siglo XIX” hasta su experimentación con el nuevo estilo psicológico del que Collins fue el pionero, fue simplemente más vasto que el de cualquier otro contemporáneo de Dickens. Así, con independencia del tipo de biografías de Dickens que se puedan escribir en tiempos venideros, la fuente del Dickens biográfico seguirá siendo los tres volúmenes de la Vida de Forster.

Lista seleccionada de referencias

Ackroyd, Peter. Dickens: A Biography. Londres: Sinclair-Stevenson, 1990.

Carey, John. "Paper Tiger" [Reseña de Ackroyd sobre Dickens]. The Sunday Times [Londres] (2 septiembre 1990): Sec. 8, p. 1.

Fadiman, Clifton. "Dickens: A Biography by Peter Ackroyd." BookNews (Book-of-the- Month Club) Abril 1991: 2-3.

Forster, John. The Life of Charles Dickens. Londres: Chapman y Hall, n. d. 2 vols. [Originalmente publicado en 3 vols., 1872-4.]

Johnson, Edgar. Charles Dickens: His Tragedy and Triumph. 2 vols. Nueva York: Simon y Schuster, 1952; 1 vol., revisado y abreviado, Nueva York: Viking, 1977.

Kaplan, Fred. Dickens: A Biography. Nueva York: William Morrow, 1988.

Pearson, Hesketh. Dickens: His Character, Comedy and Career. Londres: Cassell, 1949.

Spurling, Hilary. "Driven by Furies" [Reseña de Kaplan sobre Dickens: Biography]. Weekend Telegraph [Londres] (19 noviembre 1988): XI.

"Wilkie Collins About Charles Dickens." The Pall Mall Gazette 10 enero 1890: 3.

Modificado por última vez el 4 de noviembre del año 2000


Modificado por última vez el 1 de mayo de 2011; ; traducido el 14 de febrero de 2012