[*** = disponsible en inglés. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

Charles Dickens, aunque fue profundamente consciente de los defectos de su propio tiempo, rechazó el medievalismo idealizado de Thomas Carlyle, John Ruskin, así como el renacimiento gótico (***Gothic Revival) asociado a la arquitectura. El famoso (o infame) ataque del novelista a Cristo en la casa de sus padres (Christ in the House of His Parents) de John Everett Millais surgió en gran parte debido a que erróneamente creyó en que los Prerrafaelitas, que se consideraban a sí mismos progresistas “revolucionarios del arte", defendían las posturas políticas conservadoras, retrógradas y antidemocráticas.

John Everett Millais, Cristo en la casa de sus padres.

De hecho, los Hunt y los Millais adoptaron posiciones consistentemente anti-aristocráticas en sus obras tempranas, tales como Lorenzo e Isabela, La hija del leñador (The Woodsman's Daughter),El despertar de la conciencia (•••The Awakening Conscience) y •••Rienzi. Pero Dickens finalmente se hizo amigo de estos artistas.

A diferencia de ***Augustus Welby Pugin, Carlyle, Ruskin, y otros que favorablemente compararon la Edad Media con los tiempos modernos, Dickens la evaluó como un periodo de superstición, pobreza y opresión. Los lectores de Walter Scott contemplaron la Edad oscura como romántica. Pugin, un converso al Catolicismo romano, creía que sólo una sociedad uniformemente católica podía producir paz y justicia: quería regresar al Medievo, por lo que su arquitectura y diseños (architecture and design) buscaron crear entornos auténticos para su ansiado regreso al pasado. Carlyle comparó lo que estimaba como relaciones sanas y justas entre las clases altas y bajas del periodo medieval con el trato inhumano e irresponsable de los trabajadores durante su propia época. Ruskin pensó que las catedrales medievales góticas encarnaban una actitud verdaderamente humana por el trabajo, manifiesta en la libertad creativa de sus artífices. William Morris, que tomó un rumbo muy diferente, tenía poco interés en el feudalismo, y encontró su edad pretérita ideal en el mundo democrático de las tribus medievales nórdicas y germanas.

Por oposición, Dickens sólo enfatizó las cualidades más oscuras de la Edad Media y en este pasaje de Dombey e hijo, localizó la alabanza a los tiempos feudales en las bocas de dos de sus hipócritas más notorios:

“¡Oh!" , gritó la señora Skewton, con un leve y desvanecido chillido de éxtasis, “¡el castillo es encantador! Con esas evocaciones a la Edad Media y todo aquello que resulta tan sumamente exquisito. ¿No estima el Medievo, señor Carker?!

“¡Mucho, de hecho!", dijo el señor Carker.

“¡Aquellos maravillosos tiempos!", clamó Cleopatra [la señora Skewton]. “¡Tan llenos de fe!, ¡Tan vigorosos y contundentes! ¡Tan pintorescos! ¡Tan alejados de lo ordinario! ¡Oh, Dios mío! ¡Si pudieran dejarnos algo de esa poesía existencial en estos tiempos tan terribles!"

“Aquellos queridos y pasados años, señor Carker", dijo Cleopatra, “con sus fortalezas deliciosas, y sus magníficos y antiguos calabozos, sus preciosos lugares de tortura, venganzas románticas, pintorescos asaltos y asedios, y todo aquello que convierte a la vida en verdaderamente seductora! ¡Cuán horrorosamente nos hemos degenerado!"

“Sí, nos hemos degradado deplorablemente", apuntó el señor Carker.

La peculiaridad de su conversación era que la señora Skewton, a pesar de sus arrebatos, y el señor Carker, a pesar de su urbanidad, estaban ambos intentando observar al señor Dombey y a Edith. En consecuencia y a pesar de todos sus dotes conversacionales, hablaban un poco distraída y aleatoriamente.

“Con toda certeza, hemos perdido la fe", dijo la señora Skewton, adelantando su oreja rugosa, puesto que el señor Dombey le estaba diciendo algo a Edith. “Hemos perdido la fe en los estimados y antiguos barones que fueron las criaturas más deliciosas, o en los queridos sacerdotes de antaño que fueron los hombres más beligerantes, o incluso en los días de aquella inestimable reina Elizabeth I, allí sobre la muralla. ¡Adorable ser! ¡Fue todo corazón y aquel cautivador padre! ¡Espero que mimaras a Enrique VIII!"

La terrible señora Skewton ensalza en un primer momento la supuesta fascinación de los vetustos castillos para después continuar alabando no sólo el encanto sino también el vigor y la fe de las épocas en las que fueron construidos. Hasta aquí, el novelista simplemente ridiculiza a aquellos con pretensiones estéticas, pero posteriormente, describe duramente cómo la señora Skewton habla de “sus magníficos y antiguos calabozos, sus preciosos lugares de tortura", generando la irritante catacresis de la yuxtaposición entre “preciosos" y “tortura" que inmediatamente distancia al lector de este personaje. Dickens finaliza haciendo que la señora Skewton conecte estos tiempos horrorosos con la religión de la Edad Media: “Hemos perdido la fe en los estimados y antiguos barones que fueron las criaturas más deliciosas, o en los queridos sacerdotes de antaño que fueron los hombres más beligerantes". Este último punto funciona como una respuesta específica a Pugin, puesto que con ello Dickens ofrece una visión opuesta a la idealizada Edad Media de los arquitectos y diseñadores.


Biographical materials

Modificado por última vez en el año 2000; traducido el 12 de mars de 2012