[••• = en español. Traducción de Montserrat Martínez García revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de George P. Landow.]

A la edad de catorce años, Thomas Carlyle partió a pie con un compañero para registrarse en la Universidad de Edimburgo, a cien millas. La caminata duró cinco días. Cuando alcanzaron la ciudad universitaria, Tom y su amigo (un par de años mayor) se matricularon en las clases y contrataron el alojamiento y la manutención. Cinco años después, Carlyle se graduó pero no en teología como había planeado en un principio.

Mucho se ha escrito sobre las influencias literarias, religiosas, familiares y de otro tipo que modelaron la vida y obra de Carlyle. Los románticos alemanes (Herder, Fichte, Novalis y especialmente Goethe), el Presbiterianismo escocés (Presbyterianism), un padre severo y problemas de salud variados contribuyeron, según escriben los eruditos, al estilo notorio y a la temática de Carlyle. Pero ninguno ha considerado el primer viaje extenso que Carlyle llevó a cabo lejos del hogar. Uno es impresionable a los catorce, puesto que durante toda su vida, hasta 1809, había vivido en Ecclefechan y en sus alrededores inmediatos. Ecclefechan [véase el mapa de la Agencia nacional británica] fue y sigue siendo un pueblecito a cien millas al suroeste de Edimburgo. Aunque no se conoce con precisión la ruta de Tom, el camino que probablemente siguió se sitúa en la historia y está repleto de nombres que retumban en unos oídos sensibles. Hoy en día, los mapas de Escocia señalan numerosos fuertes, carreteras y campamentos romanos, una de estas estructuras sólo un par de millas al este de Ecclefechan. Las ruinas de los castillos abundan, así como las de las abadías, las iglesias y los montones de piedra.

Como en la mayoría de Escocia, esta región está llena de colinas, y es muy abrupta y escabrosa como muestran las líneas topográficas que se apilan en algunas áreas. Las colinas de entre 1500 pies y 1900 abundan. Desplomándose, a través y alrededor de estas Colinas hay corrientes, riachuelos, y ríos. Los lagos anidan en cavidades. Los bosques y los robledales indican las densas arboladas o como sufijos de los nombres de ciudades sugieren la frecuencia de este rasgo. Los términos de otras particularidades geográficas o geológicas tachonan el paisaje y al muchacho de catorce años consciente del lenguaje (finalmente llegó a hablar fluidamente siete lenguas) que debió haber registrado su música: Muckle Snab, Stibblegill Head, Piks Knowe, Drygutter Brae, Burntbot Plantel, Mellion Muir, Meg's Shank, Glensaxon Fill, Jock's Hope, Mosspeeble, Cartin Tooth, Minton Kames, y la lista continúa. Los nombres, enmarañados, bruscos, irónicos y “por todo ello” poéticos, llegaron ante el chico de catorce años en una sucesión ilimitada a medida que recorría su camino (a través de la historia y de la imaginería) hasta la capital. ¿Podría haber permanecido indiferente ante ellos?

Los elementos que compusieron el carácter de Tom son igual de complejos y contradictorios que las influencias en su estilo. Los sermones que escuchaba mientras era un niño cuando asistía a la iglesia presbiteriana (véase La Enciclopedia británica), y que fueron reforzados por su padre calvinista estricto e incluso austero, fijaron en la mente y en la memoria de Carlyle los ritmos y crescendos de los periodos de la oratoria. Éstos surgieron naturalmente en el escocés a medida que se fue convirtiendo en un profeta victoriano [véase el libro de Holloway con tal título] a partir de Sartor Resartus, Pasado y presente, El culto de los héroes y Federico el grande.

W.W.Waring, en su breve estudio sobre Carlyle, cita de los dos últimos Cuadernos de notas: “Cada hombre que escribe, está escribiendo una nueva Biblia o unos nuevos Apócrifos” [p. 59]. Tom conocía su Biblia y a pesar de rechazar la religión de su padre, nunca abandonó los principios y metáforas de sus tempranos contactos con la Iglesia. Pero la totalidad de la práctica de Carlyle se fundó en la observación y la explotación poética de incidentes específicos, detalles reveladores, imágenes concretas. Aunque Carlyle era dispéptico y proclive a la depresión, no era ni ciego, ni sordo, ni mudo. Los cinco días en camino hacia Edimburgo, su primera experiencia solo del mundo fuera de Ecclefechan, no fueron páginas en blanco para él. Las colinas y valles de Escocia estaban vivas en sus sentidos, llenas de emociones en su imaginación. Nuevamente Waring, comentando el método biográfico de Carlyle:

se puso a buscar la credibilidad de las anécdotas antes que la frialdad de los hechos. El hecho de que encontrara una implicación sensual y personal [el énfasis es mío], la cual era necesaria para escribir sus biografías, explica las intrusiones emocionales y editoriales de su personalidad en lo que escribe mucho mejor de lo que lo hacen las cargas de la irresponsabilidad, la enfermedad física o los desórdenes psicológicos [81].

Enfatizar, como he hecho, la práctica de Carlyle durante toda su carrera de buscar detalles coloridos, enérgicos y específicos sería engañoso si dejara que el lector pensara que Carlyle fue un escritor “realista” interesado principalmente en saturar sus ensayos, ficción, historias y biografías con observaciones meramente agudas sobre el contexto y los personajes. Carlyle odiaba esta escritura propia del siglo XVIII. Más bien, Carlyle, el eterno profeta de Ecclefechan, buscó el noúmeno en el fenómeno [véase Kant y Fichte], pero sustituyó “noúmeno” por “espiritual”. Es por medio de detalles concretos que el escritor (el “poeta”, como Carlyle lo denominó) puede visualizar la verdadera realidad detrás o dentro del mundo de lo común, y precisamente objetos y acciones seleccionados. “'Muy bien visto', afirma Teufelsdroeckh, 'ni el objeto más bajo es insignificante, todos los objetos son ventanas a través de las cuales el ojo filosófico penetra en la misma infinitud'” [Sartor Resartus, Oxford World Classics, p. 36].

Carlyle, pasando las noches en posadas y en granjas, recorrió su camino hasta Edimburgo en noviembre de 1809. Teufelsdröckh, un disfraz transparente de Carlyle, se percató de que “cualquier camino, este simple camino de Entepuhl [Ecclefechan?], te conducirá al fin del mundo”.


Actualizado por última vez el 25 de febrero de 2002