Traducción de Andy Cabello Bravo, revisada y editada por Asun López-Varela. El diseño HTML, el formato, y los enlaces de El diseño HTML de George P. Landow. Todas las ilustraciones reproducidas aquí, salvo la primera, provienen de las fuentes citadas en la bibliografía. Pueden ser usadas sin previo permiso para fines académicos o educacionales siempre y cuando (1) se cite la fuente en Project Gutenberg o el Internet Archive, y (2) se vincule el documento a esta URL o se cite la URL si es formato impreso. [Haga click en las imágenes para aumentar su tamaño.] — JB
Cubierta del libro reseñado.
No cabe duda de que el interés, el respeto y la lectura de las novelas y poesía de Anne Brontë han crecido asombrosamente en las últimas décadas. Es ahora algo conocido que resulta complicado oponerse a la recepción inicial del arte de un autor, sobre todo si la burla o la hostilidad persiste. La primera novela de Anne, Agnes Grey no tuvo una buena acogida en el mercado y, en parte por la ausencia de romanticismo, quedó supeditada a la pasión y el éxito de la novela de Charlotte, Jane Eyre. La muerte temprana de Anne le permitió a Charlotte reprimir la radical Inquilina de Wildfell Hall. Cuando la salvajemente imaginativa Cumbres borrascosas comenzó a ganar aprecio como un texto poético y sus poemas fueron leídos como una obra repleta de una robusta y original genialidad, el realismo de la tercera hermana perdió la batalla de nuevo. Con el retrato de Anne creado en la biografía escrita porElizabeth Gaskell, La vida de Charlotte Brontë en la que aparecía como un ser dócil, abnegado, de metodismo convencional — que creía en la condena para los pecadores — y lo que a ello le sigue, el sufrimiento silencioso, los lectores se quedaron con una pálida figura. El elogio de George Moore a Agnes Grey (su novela más conocida es Esther Waters) fue una voz rara a favor de, al menos, esa obra en particular.
El cambio parece remontarse a la excelente biografía de Winifred Gérin, escrita a mitad del siglo XX, y con la llegada del feminismo literario de la década de 1970, la perspectiva centrada en la mujer que tenía Anne maduró para ser cosechada. En los últimos 35 años, he contado al menos cinco biografías — dos en el último año más o menos, la de Holland y una aún más revisionista e innovadora, también para un público amplio, de Samantha Ellis, Sé fuerte: Anne Brontë y el arte de la vida . Cinco monografías críticas han surgido, la más notable la de Elizabeth Hollis Berry, La vision radical de Anne Brontë: estructuras de conciencia; y dos colecciones de ensayos por diferentes autores, entre ellos el enormemente útil Nuevos enfoques del arte literario de Anne Brontë, editado por Julie Nash y Barbara A. Suess. Recientemente, un gran acopio de ensayos individuales ha traído a Anne al centro de atención de los académicos y el público en general, aunque a menudo en revistas de mujeres. Algunos ensayos tratan solo de ella; otros la emparejan con las mejores y más interesantes novelistas coetáneas. Por último, contamos con la brillante y aclamada mini-serie de la BBC de La inquilina de Wildfell Hall, guion de David Nokes y Janet Baron, así como con lecturas profesionales en voz alta de los textos originales de Agnes Grey y La inquilina. La poesía de Anne se lee ahora con atención y se le concede casi la misma deferencia que a la de Charlotte, si no la de Emily. En las biografías colectivas, Anne toma lugar como una tercera presencia importante; ejemplo de ello es El gabinete de las Brontë: tres vidas en nueve objetos, de Deborah Lutz.
Retrato de Anne Brontē (Brontë, La inquilina de Wildfell Hall, frontispicio).
Casi todos están de acuerdo en que Anne fue una ingeniosa novelista de valiente sinceridad, y con una visión decididamente más feminista que la de sus hermanas. Su entusiasmo por ir a la escuela y su trabajo como institutriz demuestran que buscaba de manera activa el respeto, el éxito social y una profesión remunerada; sus (pocas) cartas existentes y su prefacio a la segunda edición de La inquilina de Wildfell Hall ponen de manifiesto un afán determinado a ejercer una influencia gradual sobre las vidas de otras mujeres. A ella se le impidió lograr estas metas: la profesión y la influencia se le negaron ante las necesidades y actitudes de miembros de su familia; el problema fue que falleció antes de poder insistir en el valor de su trabajo y así contribuir a ello. Sus coetáneos, y sus lectores hasta hace poco, no estaban preparados para leer una descripción valiente de las miserias del matrimonio basado en ideales falsos de hombría, alcoholismo y una consideración alienada socialmente de ella misma como institutriz en una familia nada intelectual, que la ha explotado y desvalorizado junto con su aprendizaje. Ediciones pobres de su obra no han ayudado. Se recuerda ahora que el libro de Anne fue escrito antes que el de Charlotte, Jane Eyre, y no al revés. El problema se ha convertido en que expertos en las Brontë atacan con frecuencia a Charlotte y defienden a Anne: en lugar de preguntarnos quién imitó a quién, podríamos decir que las hermanas escribieron novelas semejantes inspiradas en el mismo telón de fondo y en experiencias parecidas.
¿Por qué debe ir Holland entonces en busca de Anne Brontë? ¿Qué otros aspectos de la obra y personalidad de Anne han descubierto Nash y Suess, y ahora Ellis? Las controversias, como son, parecen recaer en los viejos ámbitos de hasta qué punto debemos leer la poesía y ficción de un escritor de forma biográfica. Esta parte del debate nos retrotrae al núcleo tradicional de la lectura atenta, deliberadamente separada de todo contexto. La perspectiva deconstructivista, y otros enfoques recientes, no le dan valor al autor o se adentran en su vida inconsciente para leer la obra contra lo convencional, contra la manera en la cual se pretendía que fueran entendidas. Holland y Ellis se hallan sin duda en el campo de la interpretación que prioriza una lectura atenta, no necesariamente indirecta, pero a menudo biográfica, de las dos novelas y la poesía de Anne. La aserción que hace Anne de su exactitud (nosotros lo llamaríamos realismo), idealismo moral (puesto que la acusaron de ser "burda") y de tener opiniones sinceras, se toma como basada en su convicción de que estaba rompiendo con los rígidos tabúes y buscando la liberación de los indefensos y los vulnerables cuando relataba sus vidas sin aderezo. La pujante postura anti-autobiográfica de Maria Frawley en su persuasivo volumen de Twayne rechaza esta identificación, así como los análisis comparativos de la vida y obra de las hermanas, con el fin (defiende) de apreciar la sazón en que Anne se apartó de la convencionalidad a través del arte imaginativo. Una serie de volúmenes críticos y ensayos académicos en Nash y Suess adopta enfoques psicoanalíticos, artísticos, intertextuales y genéricos. Es cierto que una identificación demasiado cerrada del alcoholismo de Arthur Huntingdon en La inquilina con Branwell Brontë deforma la personalidad y la vida de Branwell, pero también la crítica de Anne de las normas de conducta aceptadas para el género masculino en la época.
El libro de Holland es excelente, conmovedor, minuciosamente informado y convincente, no solo sobre los seis hermanos y su historia familiar, sino también en las muy insalubres condiciones de vida en Haworth (el agua pasaba por debajo del cementerio y portaba restos), el efecto inmediato de la privación económica directa y el descontento social, religioso y por tanto civil, así como la experiencia que de ello tuvo su padre. Su originalidad – pues propone escenarios sobre Anne que difieren con los ya existentes – emerge de su lectura estrechamente autobiográfica de sus textos. Holland justifica la escuela de erudición de Anne Brontë a la que pertenece este libro, y con mayor amplitud, un uso comparativo inteligente de la biografía para comprender la literatura imaginativa. La imperfección de este libro puede ser la fuerte parcialidad, su tendencia a criticar a aquellos que el autor considera que han obstaculizado el temprano desarrollo de Anne y han restringido sus ideas (la tía, por ejemplo, Elizabeth Branwell, con quien convivía); de Charlotte Brontë se dice que ha perjudicado de forma activa a Anne, no solo como escritora, sino también como la hermana mayor que debía haber acogido con los brazos abiertos a Anne en la escuela de Roe Head en lugar de tratarla con actitud fría y hostil por si alguien pensaba que la favorecía por ser su hermana, después, al desalentar el (posible) romance entre Anne y William Weightman, y finalmente al oponerse al anhelo de Anne de ir a Scarborough en los últimos días que le quedaban de vida. Las cartas de Charlotte manifiestan una rivalidad con su hermana menor. Aunque pocas veces, y aun así me parece un alivio, Holland lleva la comprensión y la compasión hasta el fracaso de Branwell por no convertirse en el “gran orgullo y honor” (como artista) de la familia, y no lo trata como el epicentro de la ruina de su familia nuclear — como se puede observar en la cultura popular; véase la reciente biopic de la BBC, To Walk Invisible.
Cascada de las Brontē, páramo de Haworth (Wood, hacia la p.165).
En busca de Anne Brontë está estructurado de manera convencional (cronológica). Tras un prólogo donde se nos dice que Anne creía que su novelas y las de sus hermanas iban a caer pronto en el olvido, pero que no temía ser “cándida” (“ella se sentía “escudada por [su] propia oscuridad” 8), se remonta a la clase y el origen étnico de ambos progenitores, el temprano éxito académico y clerical del padre Patrick, el matrimonio por amor, y una vida feliz gregaria hasta que ambos se mudaran a Haworth. Allí la terrible muerte de Maria, la madre, por cáncer; el autosacrificio que supuso la llegada de Cornwall de la tía calvinista Elizabeth Branwell (abandonando cualquier esperanza de casarse); las muertes devastadoras de las dos hijas mayores, Maria y Elizabeth, debido al árido trato que les dispensaron en la escuela de Cowan Bridge, dejaron a la familia abatida, relativamente aislada, y reacia a confiar en el mundo exterior. La naturaleza era sombría en diente, uña y barro (capítulos 1–3). De forma encomiable, en los siguientes capítulos (del cuarto al séptimo), Holland hace prevalecer el punto de vista de Anne mientras que detalla las incursiones infantiles de los niños, su escritura semifantasiosa en libros enanos, la índole de comunidad en la que crecieron y la estancia de las hermanas en Roe Head. Muestra cómo ella pudo haber vivido y sentido lo que estaba aconteciendo. Nos conduce a través de la relación con su tía (con cuyo calvinismo punitivo ella estaba en desacuerdo); con Emily (con quien, a pesar de su sonada reputación por el aislamiento, mantenía una relación cercana); su deseo de ir a la escuela para prosperar y convertirse en una mujer independiente que se gana su propio sueldo. Ella no quería suponer una carga para su familia, y por su propio bien quería medrar fuera de su casa, por mucho que atesorara la vida de las hermanas cuando estaban juntas. En todo esto vemos el desarrollo de su personalidad en un rumbo profundamente moral. Ella era honesta, reflexiva, muy cariñosa y, sí, altruista. También vemos signos tempranos de su fragilidad física: su asma, “fiebre gástrica” (tifoidea), su mala salud psicosomática a causa del mundo tan duro en el que acababa de adentrarse como hija, alumna e institutriz.
La sección intermedia del libro tiene dos trayectorias. La primera nos lleva a través de los dos puestos de Anne como institutriz, donde Holland defiende que Anne cosechó éxito, inlcuso si sus empleadores no apreciaron sus objetivos (ella estaba “exiliada y atormentada”, aunque no por sus alumnos, los cuales mantuvieron el contacto con ella); a continuación la cordial e intensamente emotiva relación con el coadjutor amable, inteligente e instruido, William Weightman, que trabajaba para su padre, y la desolación que sintió por la muerte temprana de aquel (William se mostraba comprensivo Branwell), y el funeral; el intento fallido de las hermanas de instituir una escuela, con los choques y el deterioro de Branwell de fondo. Anne también era cercana a Branwell, al contrario que Charlotte, por lo que parece. Todos estos acontecimientos culminaron en su decisión de permanecer en el hogar, en parte para cuidar de su padre, y por su determinación de escribir novelas, dando lugar a (de la sangre de su corazón, que no es mucho decir), la extraordinaria Historia de Agnes Grey (capítulos 7–12). Puede que algunos encuentren un método poco sólido la fuerte dependencia de Holland en la poesía de Anne, los pasajes de Agnes Grey y La inquilina de Wildfell Hall; a esto yo contesto que negarse a ver los parelelos directos es como (usando un ejemplo actual) negar el cambio climático. Cada capítulo del libro comienza con una línea, un pasaje (a menudo de Agnes Grey) o un poema de Anne, y al final del libro, al menos yo salí convencida de su alta calidad y voz individual. De este procedimiento surge la presencia de Anne.
Al contrario que sus hermanas, Charlotte no pudo encontrar un editor que publicara su primera novela, El profesor. Por mucho que se malentendieran Agnes Grey y Cumbres borrascosas, se compraban y se leían, y fue aparentemente en la ocasión en que Charlotte acompañó a su padre a Manchester, donde se sometería a una operación de cataratas, cuando esperaba en absoluta soledad, que empezó a escribir Jane Eyre. Le resultó mucho más sencillo que todo lo que había escrito antes. En la segunda trayectoria (capítulos 12–15) predomina dicha novela porque, dice Holland, "gozó de unas ventas sin precedentes" para una primera novela, y se debatió y reseñó “con fervor” (177) y reprimenda; desplazó asimismo la atención del público a Cumbres borrascosas (la cual fue vituperada) y al "escándalo" de La inquilina de Wildfell Hall. Un capítulo sobre esta última le permite mostrar a Holland cómo exponía de forma sincera la “condición de las mujeres” sometidas a las leyes y costumbres maritales, de custodia y de propiedad. La inquilina de Wildfell Hall fue la venta más rápida de las novelas de las Brontë, y Holland sugiere que a Charlotte le mortificaba hallar que la novela de Anne se le había atribuido a ella (en parte debido a editores sin escrúpulo). De ahí la famosa visita de Anne y Charlotte a la editorial de Smith y Elder, la experiencia de Anne en Londres y el inicio de una fructífera relación entre Charlotte y George Smith, de la que Charlotte cultivó más esperanzas de las que Smith tenía intención de ofrecer, es decir, esperanzas románticas. Esta sección conecta hábilmente las cartas y descripciones de las tres hermanas, Smith y el mundo editorial, y el público, pero el énfasis permanece en Anne, su apología de la novela de Emily (que percibía como una fantasía emocionante) y su propia Inquilina de Wildfell Hall, con ese prefacio tan impávido. La novela fue un éxito ambiguo, pues ella concebía como fin enseñar a la gente a vivir mejor; dice Holland que el libro fue "menospreciado" como "inmoral" e "irreligioso" (199). Las mismas acusaciones recaerían sobre Jane Eyre, así como de radicalismo político en materia de clase social.
Ellen Nussey (Wood, hacia la p.280).
La última sección del libro de Holland nos conduce a través de la tragedia de la vida y muerte de Branwell, el comportamiento dolorosamente obtuso de una moribunda Emily casi inmediatamente después, y la reacción tan opuesta de Anne. Ella hizo todo lo que estaba en su mano para recobrar la salud, para vivir. Por último se encuentra la escena final en Scarborough, y un debate sobre el “legado” actual de las Brontë (capítulos 16–19). Charlotte eclipsa esta sección más que sus hermanas, puesto que, excepto por el padre, era la más fuerte de las tres e influyó en la reputación de Anne. Holland hace un uso astuto de las cartas de Ellen Nussey, amiga de Charlotte, para presentar una vista despegada de lo que sucedía; Anne se correspondía con Ellen también; de hecho Ellen se gratificaba de que al menos Anne cumplía su último deseo, el de morir contemplando el mar en Scarborough, donde había pasado veranos con su segundo empleador, tiempo en que Weightman todavía estaba vivo.
Reproducción de una acuarela del perro "Floss" de Charlotte Brontë. Ahora en el Museo de las Brontë (Wood, hacia la p. 132).
La sección final está escrita de forma conmovedora, pero también manifiesta el principal fallo del libro. Mencioné su apasionado sesgo: un aspecto de ello es su irreflexiva sentimentalidad y aceptación del patriarcado. Dos ejemplos: el capítulo sobre la difícil muerte de Anne se titula "Una puesta de sol gloriosa". Cuando Holland introduce la escena donde Patrick Brontë le pidió a sus hijos que se pusieran máscaras y espetaran sin miedo las verdades que quisieran, en ningún momento recalca lo irreal de esa petición, ni cómo alienta a la incomodidad y la hipocresía (véase pp. 43–44). Nada mejor que el contraste con la biografía de Ellis, Sé fuerte, para señalar la parcialidad de Holland, ya que el libro de la autora, publicado solo un año después, está dirigido a la misma mezcla de público académico y popular. Con su particular feminismo realista, Ellis también aporta textos e imágenes que no se suelen vincular con las novelas de las Brontë: por ejemplo, sugiere que la profesión de Helen Graham podría haber influido los cuadros de Emily Jane Osborne, La institutriz, Sin nombre y Amistad (un cuadro en el cual una artista intenta vender sus obras al dueño de una tienda). Ellis también escoge diversos poemas de Holland, atrevidos, exhaustivos, depresivos, radicalmente inquisitivos — "Una palabra para el elegido", "La oración de alguien que duda", "Comunión con uno mismo" y el último, "Se cierne una temible oscuridad". Lutz, que también se dirige a un público amplio y explora objetos peculiarmente asociados con las Brontë, se encuadra en un punto entre el noble altruismo de Holland y el espíritu mordaz de Ellis: apunta que Anne escogió “una cosa pequeña y extraña como ella misma” de entre los soldaditos de juguete que su padre trajo una noche (citado también en Holland 45) y lo llamó "el chico que espera". El perro de Anne se llamaba Flossy, el cual, Lutz dice, persistía en hacer cosas prohibidas. Holland recalca que La inquilina de Wildfell Hall es a menudo divertida, pero no explica por qué.
El libro de Holland está escrito de forma hermosa; es un acto de amor. En efecto aboga por valorar la obra de Anne como una tan sólida como la de sus hermanas, por su coraje y su visión independiente. Es un buen volumen introductorio para los lectores nuevos, y además contiene un grueso análisis que puede interesar a estudiantes y académicos. Solo por la realidad médica de Haworth, tal y como Holland la despliega, merece la pena leer el libro. Holland es auténtico en tanto que quiere difundir el mundo de Anne Brontë y conseguir que más gente lea sus novelas y poesía. Aparte, es un autor superventas, copywriter profesional y miembro activo de la Brontë Society. Ha abierto un blog donde, de forma periódica, ofrece imágenes y comentarios interesantes sobre las Brontë y asuntos relacionados (véase la bibliografía).
Material relacionado
Bibliografía
[Book under review] Holland, Nick. En busca de Anne Brontë. 2016: rpt. Stroud, Gloucester: The History Press, 2017. 287 pp. with notes, bibliography, index. ISBN 978-0-7509-8237-5. £8.10.
[Illustration source] Brontë, Anne. La inquiline de Wildfell Hall. London: John Murray, 1920. Project Gutenberg. Transcrito por David Price. Web. 1 September 2017.
[Illustration source] Wood, Butler, ed. Charlotte Brontë, 1816-1916; a centenary memorial, prepared by the Bronte society, with a foreword by Mrs. Humphry Ward and 3 maps and 28 illustrations. New York: Dutton, 1918. Internet Archive. Cedido por University of California Libraries. Web. 1 September 2017.
[Nick Holland's blog]. Anne Brontë: Writer Of Genius, Woman Of Courage. Web. 1 September 2017.
Modificado por última vez el 7 de septiembre de 2017
Traducido el
18 de agosto de 2020